Para la sección de Microensayos del blog Ancile, ofrecemos la segunda e interesantísima entrega titulada Nietzsche y el Eterno retorno, por el filósofo Tomás Moreno.
NIETZSCHE Y EL ETERNO RETORNO,
SEGUNDA ENTREGA
Nietzsche
y el Eterno retorno (2ª Parte)
II.
En “El Convaleciente” el filósofo desarrolla la segunda explicación temática de
la doctrina del retorno. En este caso no es ya Zaratustra el que expone las
auténticas tesis de la doctrina sino sus animales. En ellos habla, por así
decirlo, lo existente mismo que se mueve en el círculo del tiempo, sin metas ni
proyectos como ocurre con el hombre. Los animales se dirigen a Zaratustra como
el gran maestro creador de la doctrina del eterno retorno - la gran enseñanza
de su predicación, su gran kerigma –
y expresan así su doctrina:
“Mira,
nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas retornan eternamente, y
nosotros mismos con ellas, y que nosotros hemos existido ya infinitas veces, y
todas las cosas con nosotros. Tú enseñas que hay un gran año del devenir, un
monstruo de gran año: una y otra vez tiene éste que darse la vuelta, lo mismo
que un reloj de arena, para volver a transcurrir y vaciarse” (“El
Convaleciente”)[1].
Más
tarde, los animales de Zaratustra se atreven, hablando ya en su nombre, a poner
en su boca estas trascendentales y proféticas palabras:
“Yo
mismo formo parte de las causas del eterno retorno. Vendré otra vez con este
sol, con esta tierra, con este águila, con esta serpiente –no a una vida nueva
o a una vida mejor o a una vida semejante-: vendré eternamente de nuevo a esta
misma e idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño, para
enseñar de nuevo el eterno retorno de todas las cosas, para decir de nuevo la
palabra del gran mediodía de la tierra y de los hombres, para volver a anunciar
el superhombre a los hombres” (“El Convaleciente”)[2].
Pero
es unos pocos párrafos antes, donde vamos a encontrar un pasaje de muy pocas líneas, expresado por los animales de Zaratustra, en el que
Nietzsche fue capaz de enunciar poética, nítida y lúcidamente todo el profundo
y misterioso significado del Eterno Retorno, de esta enigmática manera:
“Todo
va, todo vuelve, eternamente gira la
rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente trascurre el año
del ser. Todo se rompe, todo se recompone, eternamente la misma casa del ser se
construye a sí misma. Todo se despide, todo vuelve a saludarse, eternamente
permanece fiel a sí el anillo del ser. En cada instante comienza el ser; en
torno a todo ‘aquí’ gira la esfera ‘allá’. El centro está en todas partes.
Curvo es el sendero de la eternidad” (“El Convaleciente”)[3].
La
“rueda” del ser (das Rad des Seins)
es -como señala Thomas J. J. Altizer,
a quien seguimos en este excurso exegético[4]-
un antiguo símbolo del eterno girar de la existencia sin sentido, sin finalidad
ni dirección, excepto en la medida en que la mera existencia en tal “rueda”
traiga consigo la expiación de una culpa primigenia. En el fragmento aludido
los animales de Zaratustra cantan, en efecto, la rueda del ser no como un ciclo horrible de sufrimiento perpetuo,
sino como una cósmica danza eterna,
evocando la imagen hindú de la danza de Siva. Entonces el sufrimiento se
convierte en alegría, el absurdo se transforma en orden y la culpa pasa a ser
gracia. A semejanza de la idea hindú del mundo como juego (lila) divino, pero absurdo, de una divinidad radicalmente
impersonal, la idea del eterno retorno refleja una realidad de puro gozo, cuando
considera al mundo al
margen de la culpa.
Adviértase
el orden de las imágenes con que Nietzsche describe el concepto de ser: Rad (“rueda”, “ciclo”), Jahr (“año”), Haus (“casa”, “hogar”, “familia”, “raza”) y Ring (“anillo”, “círculo”, “ciclo”). La imaginería misma es
cíclica, centrípeta y centrífuga a la idea del círculo, abarcadora primeramente
de una imagen cíclica del tiempo (Jahr)
y, luego, de lo que solo ha podido ser propuesto como una imagen cíclica del
espacio (geiche Haus).
La
culminación del pasaje se encuentra en las cuatro últimas frases del fragmento
citado que son, tal vez, las más
importantes y pregnantes de significado entre todas las escritas por Nietzsche.
El análisis que de ellas hace Thomas J. J. Altizer es lúcido y clarificador. En
la primera se afirma: In jedem Un beginnt
das Sein (“En cada instante comienza el ser”). Cuando Heidegger
afirma que la proclamación nietzscheana de la muerte de Dios fue el cumplimiento nihilista del destino histórico
de Occidente, lo que quiso decir –comenta el teólogo norteamericano de la
teología de la Muerte de Dios- es que Nietzsche sentenció que el problema
metafísico es absurdo, que no hay un Sein
del Seiendes. Según Heidegger, Nietzsche es el gran enemigo de “lo
sacro”, porque Heidegger identifica “lo sacro” con la trascendencia del Sein; mientras que Nietzsche lo
identifica con el momento inmediato. Aquí, la importancia toda del verbo radica
en que define tanto al sujeto como al predicado.
A
semejanza de Heráclito y de los primeros
sabios budistas, Nietzsche
identifica la realidad última con el momento instantáneo del flujo del ser; pero a diferencia de sus
predecesores dialécticos, aísla este momento inmediato de cualquier relación
metafísica con un orden o logos que lo trasciende, aproximándose así al
concepto del Tao del misticismo
chino. El ser queda confinado al instante, al ahora inmediato, y es creado de
nuevo en cada momento. Con la muerte de
Dios -el
colapso del Ser trascendente-, ya no puede haber un orden o un
sentido que trascienda al momento inmediato: la trascendencia ha sido
transformada en inmanencia, lo eterno se ha identificado con el tiempo.
Esta
transvaluación de todo el orden
tradicional del ser es continuada en la segunda frase: um jedes Hier rollt sich die Kugel Dort, (“en torno a todo ‘aquí’
gira la esfera ‘allá’). Si cada momento es Ser por sí mismo, argumenta Altizer,
entonces todos los momentos del ser son equivalentes, porque cada momento debe
coincidir con todos los otros. De igual manera, cada punto del espacio (o
fragmento del ‘mundo’ o del ‘yo’) debe ser equivalente a todos los otros
puntos, porque no hay un orden trascendente que defina ni el sentido, ni el
valor del punto, ni la dirección. En consecuencia, debe desaparecer la
distinción tradicional entre un ‘aquí’ y un ‘allá’. En efecto, todas las cosas
se hallan ligadas estrechamente entre sí, fluyen las unas a las otras
imposibilitando decir ‘aquí’ o ‘allá’, ‘yo’ o ‘tú’, ‘él’ o ‘ello’. Espacio y
tiempo pierden su orientación inequívoca; los mojones fijos de los conceptos
ordinarios del espacio y del tiempo comienzan a moverse. Al disolver toda referencia espacial y
temporal de las cosas, todo orden, todo valor, el orden de la naturaleza se
convierte en la danza del ser, en la
que dionisíacamente los opuestos se confunden y fusionan, se hacen una misma
cosa.
La
tercera frase nos manifiesta que Die Mitte
ist überall (“El centro está en todas partes”). Una vez más volvemos a
tropezar con el símbolo del “Centro” sacro; pero, mientras entre el ‘espacio
sacro’ y el ‘espacio profano’, o entre el ‘Centro’ y el ‘vacío’ del simbolismo
tradicional existe un abismo, el Mitte
de Zaratustra se halla por doquier, en todas partes: a lo largo de la totalidad
del espacio y del tiempo. En este momento de su exégesis, el teólogo
estadounidense lleva a cabo un atinado parangón entre el texto nietzscheano
escogido y otro texto de la milenaria sabiduría místico taoísta, en donde se
evidencia la coincidentia oppositorum -como
una de las supremas manifestaciones del misticismo oriental-; pero esta vez su
autor no será el maestro Lao Tzu sino
su discípulo Chuang Tzu: “Si yo
renuncio al mundo, puedo volar sobre las alas de la ‘no-autoconciencia’ e ir
más allá del espacio y caminar por las calles de ‘Ninguna parte’ y montar mi
casa en el campo abierto del Vacío”.
El
taoísta penetra en esas calles
mediante la inacción (wu wei), una
pasividad mística que paraliza el compromiso de la voluntad con el espacio y
con el tiempo. Sin embargo, al contrario que Chuang Tzu, Nietzsche invierte
dialécticamente ese patrón y sostendrá
que el verdadero camino hacia el ‘Centro’ es la acción total, no el wu wei, y prescribe la identificación
total con el ‘aquí y el ahora’ para disfrutar hasta el límite de todo lo
recibido de la tierra y sentirse lleno.
La
acción de Zaratustra (su Voluntad de
poder) le va a conducir a “las calles de ‘Ninguna parte’ y al campo abierto
del vacío”, y ello debido a que su afirmación le lleva más allá de la historia
creada por la huida del hombre de la realidad, le lleva a la entraña misma de
las cosas, donde “el Centro está en todas partes”. A diferencia del místico
taoísta, Zaratustra responde a todas las cosas y es lastimado por todas las
cosas, se encuentra totalmente inmerso en las cosas porque sabe que el centro
se halla por doquier.
La
cuarta y última frase nos indica que Krumm
ist der Pfad der Ewigkeit, (“Curvo es el sendero de la eternidad”)[5].
Una vez más, volvemos a topar con una imagen circular, esta vez para simbolizar
la eternidad. Obviamente, la línea evoca la idea metafísica del eterno retorno
de todas las cosas y esa es, sin duda, la intención de Nietzsche. Pero ¿qué
puede significar el eterno retorno de lo mismo en el contexto de este pasaje? “En
cada instante comienza el ser; en torno a todo ‘aquí’ gira la esfera ‘allá’ y
el Centro está en todas partes”. Evidentemente, toda posibilidad de una idea
metafísica en el sentido tradicional queda obstruida por estas afirmaciones: la
afirmación no puede conocer ningún logos
de las cosas. Paradójicamente, la senda de la eternidad es, a la vez, “curva” y
“torcida”, “circular” y “tortuosa”.
La
eternidad no tiene un logos, y no hay orden ni sentido alguno en la naturaleza
ni en la historia. La Ewigkeit de
Nietzsche constituye la antítesis de la eternidad de los filósofos y de los
teólogos; y Nietzsche intenta causar con ella una profunda revulsión en el
hombre de “fe”. En el
canto ebrio de medianoche, Zaratustra exclama: “El placer
es más profundo aún que el sufrimiento: el dolor dice: ¡Pasa! Mas todo placer (Lust)[6]
quiere eternidad. Quiere profunda, profunda eternidad” (12. “La canción del
noctámbulo”)[7].
Por
último, la afirmación y el Eterno Retorno son idénticos; la más profunda
afirmación de la existencia sólo puede significar el deseo del eterno retorno
de todas las cosas, el deseo de esta vida, de este momento, de este dolor,
hasta anhelar que retorne eternamente y que retorne eternamente idéntico. No
otra cosa es y significa el nietzscheano amor
fati:
¿Habéis
dicho sí alguna vez a un solo placer?
Oh amigos míos, entonces dijisteis sí también a todo dolor. Todas las cosas están encadenadas, trabadas,
enamoradas, ¿habéis querido en alguna ocasión dos veces una sola vez, habéis dicho en alguna ocasión ‘¡tú me agradas,
felicidad!’ […]. Entonces quisisteis que todo
vuelva!” (10. “La canción del noctámbulo”)[8].
Sólo
suponiendo ese cíclico y repetitivo proceso de retorno podrán satisfacerse, en
fin, las exigencias y demandas de eternidad de la Voluntad de poder nietzscheana, su
tendencia a querer ser eternamente.
Heidegger acertó por ello a decir que el Eterno Retorno de lo mismo es el
triunfo supremo de la metafísica de la voluntad que quiere eternamente su
propio querer.
Tomás
Moreno
[1] Ibid, p. 303
[3] Ibid., p. 300.
[4] Thomas J. J.
Altizer, Mircea Eliade y la dialéctica de
lo sagrado, op. cit., pp.244-250.
[5] “Krumm”
significa también además de “curvo”, “doblado” o “torcido”.
[6] “Lust” puede
también traducirse por “alegría” o “gozo” .
[7] Friedrich
Nietzsche, Así hablo Zaratustra, op.
cit., p.429.
Cómo se aprende contigo, amigo. Nietzsche es una referencia obligada a la hora de acercarse a la filosofía, al devenir del pensamiento humano. Un abrazo y muchas gracias.
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