Siguiendo con las reflexiones sobre Otto Weininger, para la sección, Microensayos, del blog Ancile, por parte del profesor y filosofo, Tomás Moreno, incorporamos la nueva entrada que lleva por título: Una aproximación a "Sexo y carácter".
UNA
APROXIMACIÓN A SEXO Y CARÁCTER
En las aproximadamente seiscientas
páginas de Sexo y carácter,[1] el
joven Weininger nos revela descarnadamente, con total sinceridad y valor, toda
su vida espiritual e intelectual. El ensayo se publicó en Viena, en mayo de
1903, editado por Wilhem Braunmüller,
y solo tras su trágica muerte alcanzará un éxito sorprendente entre el gran público. La conmoción
que supuso su edición y la circunstancia de su muerte –de una forma nada
infrecuente en la Viena de entonces- dotó a su figura de un halo enigmático, no
resuelto en su tiempo y presumiblemente irresoluble aún con el paso de más de
un siglo. Una personalidad tan aguda y mordaz como Karl Kraus, editor de Die
Fackel, acogió el libro con entusiasmo e interés: “Un admirador de las
mujeres”, escribía, “asiente entusiasmado a los argumentos de su desprecio
hacia las mujeres”. Ludwig Wittgenstein[2],
que leyó el libro muy joven, quedó tan impresionado que llegó a, reconocer que
fue una de sus principales influencias y “uno de los grandes libros olvidados
de nuestro siglo”.
Las
ediciones se suceden con celeridad
asombrosa para obra de tal extensión. La segunda edición es de noviembre de
1903[3].
En el año siguiente salen cuatro más, y en 1923 cuenta ya con veinticinco y con
traducciones al danés, inglés, italiano, húngaro, polaco, ruso etc. Hasta 1932,
les seguirían otras diecisiete. La editorial editó incluso un folleto
publicitario al efecto, repleto de reseñas y homenajes entusiastas. Fue su
única obra en vida. Los fragmentos que dejó tras su muerte fueron recogidos en
1904, y publicados póstumamente con el título de Sobre las cosas últimas, (Ueber die letzten Dinge, 1907)[4].
Weininger
no era en modo alguno un solitario genial de su época, como él pretendía serlo,
tal y como confesaba en el prólogo de su obra: “La base científica,
filosófico-psicológica, ético-lógica, he debido crearla en gran parte, yo
mismo”[5].
Su habitual empeño en hurgar entre disciplinas heterogéneas -psicología y
filosofía, lógica y ética- deja una cierta impresión de aficionado o diletante. Sus ideas, no obstante, lejos de ser
todo lo originales y novedosas que presumía, reflejaban en realidad un clima
intelectual que se había ido gestando desde algunas décadas anteriores.
Su libro Sexo
y carácter, cuyo subtítulo reza Investigación
de principios, es, escribe Hans
Mayer[6],
al mismo tiempo continuación y anticipación de ideas, creencias y
prejuicios de su época. Es continuación, porque en la obra de Weininger reaparece un conjunto
de ideas de la Viena burguesa finisecular, expresión de una situación social y
cultural muy determinada, en la que se condensan los estados traumáticos de
conciencia de las clases burguesas de la Europa central. Sus tesis nucleares reflejan puntual y precisamente esa situación: así, por ejemplo, la idea de que
“cultura es superior a la civilización”, la de que “el genio es cualitativamente distinto del talento”, u otras,
explícitamente racistas y sexistas -tan extendidas en la Viena de la época-
como las de que “los judíos carecen
de genio” y son un “fermento de descomposición” (Theodor Momsen) o que la mujer
es “ilógica y amoral”, como más adelante desarrollaremos.Y es también anticipación,
porque hay en él una clara asonancia ideológico- doctrinal con obras
posteriores como El espíritu como
adversario del alma de
Ludwig Klages (1929) o Decadencia de la tierra en su espíritu de Theodor Lessing (1918). Se preludian Las cosas venideras, de Walter Rathenau (1920), y las reflexiones de Ostwald Spengler sobre las distintas civilizaciones y sus respectivas almas (apolínea, faústica o mágica) de La decadencia de Occidente (1918-1922)[7]. Pero es, sobre todo, reflejo del tiempo que le tocó vivir. En efecto, tanto su antijudaísmo o antisemitismo, como su antifeminismo y misoginia, dominantes en su obra, eran expresiones y reflejos de un caldo de cultivo filosófico-científico fuertemente enraizado en su época, y cuyos ingredientes esenciales vinieron dados, sobre todo, por los nuevos avances y descubrimientos en el campo de las ciencias naturales.
Ludwig Klages (1929) o Decadencia de la tierra en su espíritu de Theodor Lessing (1918). Se preludian Las cosas venideras, de Walter Rathenau (1920), y las reflexiones de Ostwald Spengler sobre las distintas civilizaciones y sus respectivas almas (apolínea, faústica o mágica) de La decadencia de Occidente (1918-1922)[7]. Pero es, sobre todo, reflejo del tiempo que le tocó vivir. En efecto, tanto su antijudaísmo o antisemitismo, como su antifeminismo y misoginia, dominantes en su obra, eran expresiones y reflejos de un caldo de cultivo filosófico-científico fuertemente enraizado en su época, y cuyos ingredientes esenciales vinieron dados, sobre todo, por los nuevos avances y descubrimientos en el campo de las ciencias naturales.
Por
lo que se refiere al antisemitismo[8],
éste era un aspecto de la vida vienesa omnipresente en los medios sociales,
políticos y culturales de la ciudad, al que nadie podía mostrar indiferencia y
del que tampoco podía escapar. Con el crecimiento de la población judía en
Viena –que ascendió de los 70.000 miembros en 1873 a los 147.000 en 1900- había
experimentado un gran empuje: “Como consecuencia, el sentimiento de odio hacia
el judaísmo se extendió de tal manera en Viena” que, por poner un ejemplo, Karl
Lueger, un antisemita despiadado que “había propuesto que se metiese a la
población judía en barcos para después hundirlos, llegó a obtener la alcaldía
de la ciudad”[9].
Doctrinas
racistas, biológico-deterministas (lombrosianas), eugenésicas (galtonianas) y
antisemitas, secuelas todas ellas del darwinismo social y del pangermanismo más
exacerbado, alcanzaron tal auge que se extendían como mancha de aceite por los
medios intelectuales e incluso populares. Nadie desconocía, por ejemplo, las
ideas racistas de Arthur de Gobineau
-aristócrata francés obsesionado con la sangre-, expuestas en su Ensayo sobre la desigualdad de las razas
humanas (1853-1855), para quien la raza blanca, de raigambre aria o
indogermánica, era superior a todas la demás negroides u orientales. Los cruces
interraciales eran disgenésicos y conducían necesariamente a la degeneración
biológica y al derrumbamiento y de la civilización. Otro francés, Georges Vacher de Lapouge en Selección social (1896) se encargó de
llevar al límite esas premisas gobinianas concluyendo que las razas eran
especies en distintas fases de formación, que las diferencias raciales eran
innatas e insalvables y que cualquier pensamiento de integración racial era
contrario a las leyes de la biología[10].
Tal
era el clima de antisemitismo existente en los ambientes pangermanistas
austríacos y alemanes de la época que una obra enciclopédica como Degeneración (Entartung), de un popular ideólogo judío, hijo de un rabino, Max Nordau, publicada entre 1892-1893,
alcanzó un inusitado éxito. En ella se denunciaba que Europa se estaba viendo
atacada por “una severa epidemia mental, una especie de muerte negra de
degeneración y de histeria”, que estaba esquilmando su vitalidad y que se
manifestaba a través de un gran número de síntomas (sospechosamente semitas):
“ojos estrábicos, orejas imperfectas, crecimiento atrofiado […] pesimismo,
apatía, comportamiento irreflexivo, sentimentalismo, misticismo y una carencia
total del sentido del bien y del mal”[11]. Los
prejuicios antisemitas proliferaban en semanarios y diarios vieneses y alemanes
de la época, en los que se les denostaba, difamaba y acusaba de todo tipo de
crímenes y perversiones sexuales
vergonzosas, asesinatos de niños en tenebrosos y secretos rituales
sacrificiales y violaciones de jóvenes muchachas.
En
lo que concierne al antifeminismo, la
conversión de las mujeres en objeto de escrutinio “científico” desde la
perspectiva positivista fue
protagonizada por Paul Julius Moebius
(1853-1907), médico de Leipzig, que recogió en su folleto-libro (más bien
inmundo y repugnante panfleto acientífico) titulado Sobre la imbecilidad fisiológica mental de las mujeres, Leipzig
1900 -auténtico best-seller de la época, reeditado sin cesar
en las primeras décadas del XX- una serie de seudo-argumentos, prejuicios e
“ideas” que fueron utilizadas para “corroborar” la inferioridad intelectual de
la mujer[12]. Sus “argumentos científicos” eran de este
cariz: la deficiencia mental de la mujer no sólo existe sino que además es muy
necesaria; no solamente es un hecho fisiológico, es también una exigencia
psicológica. Si queremos una mujer que pueda cumplir bien sus deberes
maternales, es necesario que no posea un cerebro masculino. Si se pudiera hacer
de modo que las facultades alcanzaran un desarrollo igual al de las facultades
de los hombres, veríamos atrofiarse los órganos maternos y hallaríamos ante
nosotros un repugnante e inútil andrógino[13].
Además
de P. J. Moebius, la labor de
positivación del conocimiento sobre la naturaleza
femenina y el abandono de una visión
romántica e idealizada de la mujer fue secundada también por Max Nordau, el ya aludido intelectual
izquierdista austro-húngaro de gran incidencia en los medios culturales
progresistas de la época, cuya obra Las
mentiras convencionales de la civilización (1883) denunciaba entre los
“males de la civilización” –con la
Iglesia, el matrimonio y la monogamia, las desigualdades sociales, la nobleza,
la monarquía, poder estatal- el feminismo.
Fue su hincapié en la necesidad de “poner fin a la idea de mujer como misterio
incognoscible” y convertir a las mujeres en materia de investigación
científica, la que tuvo más impacto en los teóricos de la inferioridad sexual
de la mujer[14].
A
ello habría que añadir, sin duda, toda una tradición filosófica misógina y
antiilustrada, patriarcal (representada por Schopenhauer, Hegel, Fichte,
Kierkegaard, Nietzsche) que resucitó los antiguos valores femeninos del
sacrificio, la renuncia, la abnegación y el vivir para los demás, frente al
ideal ilustrado de la autorrealización, temerosa ante la aparición y emergencia
de un nuevo tipo de mujer -más consciente de su dignidad ultrajada y de sus
derechos cívicos conculcados y pisoteados por la arrogancia masculina
dominante- que reclamaba activamente sus derechos a la participación ciudadana
y a la emancipación personal (cont.).
TOMÁS
MORENO.
[1] En realidad constaba de 599 páginas, de las cuales 132 páginas pertenecían
a las notas y complementos.
[3] Hans Mayer, Historia
maldita de la literatura, op. cit. p. 112, dice al respecto: “Un informe
editorial de la Librería Universitaria de Wilhelm Braunmüller, de Viena y
Leipzig, en la “edición popular” de 1926, da a conocer la serie sucesiva de
ediciones de Sexo y carácter: primera
edición en mayo de 1903, en Viena en seguida la segunda, en noviembre, poco
después de la muerte de Weininger. En enero de 1904, la tercera; a finales de
ese mismo año, ya la sexta. Un corto estancamiento entre 1911 y 1914. Nuevo
estancamiento al estallar la Guerra. Sin embargo, desde febrero de 1916,
recuperación del mismo ritmo de éxitos. Dos nuevas ediciones (18 y 19) al año
siguiente a la terminación de la Guerra y a la Revolución. Lo mismo en 1920; el
año de la inflación 1922, las ediciones 23 y 24, seguidas. En 1923 se alcanzan
las 25, de un libro que paradójicamente iba a considerarse maldito.
[4] El volumen alcanzó la
sexta edición en 1920. Su contenido es muy vario: algunos ensayos de interés y
otros de diverso valor (sobre Ibsen, Schiller, metafísica, cultura) y breves
apuntes, incluso con carácter de borradores o indicaciones para uso exclusivo
del autor. El libro puede considerarse complemento de Sexo y carácter, para comprender su posición en metafísica y su
teoría del conocimiento. El estudio preliminar de su amigo Moriz Rappaport,
figura entre los mejores ensayos sobre las ideas y la personalidad de
Weininger. Hay traducción castellana de José María Ariso en editorial A. Machado
libros, Madrid, 2008.
[7] Hans Mayer en su Historia
maldita de la literatura (op. cit. p.113) escribe al respecto: “Lo que hoy en día se hace pasar por arte es
impotencia y falsedad: la música posterior a Wagner, lo mismo que la pintura
posterior a Cezanne, Manet, Leibl y Menzel.” Esto escribe Spengler durante
la Primera Guerra, un decenio más tarde que Weininger, como contemporáneo de
Strawinsky, Bartok, Berg, Klee, Picasso o Kandinsky. Para Spengler, Tristán y
Parsifal fueron el ornamento del “fin de la música faústica. Weininger vio
también en Parsifal lo insuperable. Y, al mismo tiempo, el fin. Esta afirmación
se seguía como consecuencia al concebir la civilización moderna como
progresivamente “judía” y, por consiguiente, decadente, ya que Weininger
decretó que la música de Parsifal quedaba eternamente inaccesible al judío
plenamente auténtico, casi tan inaccesible como lo épico de Parsifal”.
[8] Sobre el antisemitismo-ambiente de la época de Weininger véanse:
Peter Watson, Historia intelectual del
siglo XX, op. cit., pp. 52-57; Arthur Hermann, La idea de decadencia en la historia occidental, Editorial Andrés
Bello, Santiago de Chile, 1998, pp. 55-103 y 115-150; Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo” (I),
Barcelona, 1994, pp. 90-94.
[9] Peter Watson, op. cit., p. 24.
[10] En los países
de habla germana existía, pues, toda una constelación de científicos y
pseudocientíficos, filósofos y pseudofilósofos, intelectuales y aspirantes a
intelectuales en constante competición para atraer la atención del público, que
se mostraban virulentamente pangermanistas, racistas y antijudíos. Pero el
éxito de las ideas gobinianas en Austria y Alemania se debió a un solo
individuo: Richard Wagner que en 1876 se había interesado por sus obras
mientras se preparaba para su primera actuación en Bayreuth. Difundió las
teorías del conde francés (Gobineau) entre sus jóvenes seguidores artistas,
músicos e intelectuales del círculo de Bayreuth. Dos de ellos, Ludwig Schemann y
Houston Stewart Chamberlain[10],
viendo una turbadora semejanza entre las ideas de Gobineau y las de Paul Antón
Botticher (más conocido por el seudónimo afrancesado de Paul de Lagarde y
figura clave del movimiento ultranacionalista germanista) asimilarían estas
ideas transformándolas en auténtico evangelio político para una Alemania
moderna, como suplemento del evangelio artístico wagneriano. El mito gobiniano
del arianismo racial fue utilizado en 1894 por la Liga pangermana –un
importante grupo ultranacionalista de derecha- como catecismo programático de
su movimiento, que procedió a distribuir ejemplares del “ensayo” de Gobineau
por todas las bibliotecas parroquiales del país.
[11] Citado en Peter Watson, op. cit., p. 55-56. Fue en Austria, en
mayor medida que en cualquier otro lugar de Europa, donde el darwinismo social
y todas estas doctrinas racistas, antisemitas y pangermanistas no se quedó en
mera teoría. Dos dirigentes políticos Georg Ritter von Schönerer y Karl Lueger,
llegaron a elaborar con ellas su propio cóctel ideológico con la intención de
crear plataformas políticas orientadas a conceder mayor poder político a los
campesinos incontaminados de las
corruptas ciudades y a promocionar un antisemitismo virulento, que presentaba a
los judíos como la encarnación de la degeneración.
Con este nocivo cóctel de ideas se encontrará un joven austriaco, Adolf Hitler,
cuando pisó por primera vez Viena, en 1907 con la intención de matricularse en
la escuela de arte.
[12] Paul Julius Moebius (1853-1907) natural de
Leipzig, médico en 1877, psiquiatra alemán, neurólogo en el Policlínico
Universitario de Leipzg y en la Policlínica Neurológica del Albert-Verein de
Leipzig, centró sus investigaciones en las enfermedades nerviosas funcionales,
en la frenología y en la diferencia entre los sexos etc. Su obra Über den Pphysiologischen Schwachsinn des
Weibes fue traducida al castellano con el título de La inferioridad mental fisiológica de la mujer. La deficiencia mental
fisiológica de la mujer, con prólogo de Carmen de Burgos Seguí, en
Valencia, F. Sempere y Cía Editores, 1904. Hay otra traducción de Adan
Kovacsics Meszaros, con prólogo de Franco Ongaro Basaglia, Barcelona, 1982.
Influyó en el primer tercio del siglo XX en una activista corriente
antifeminista española representada por dos médicos misóginos Edmundo González
Blanco, autor de “El feminismo en las
sociedades modernas, 1903, y Roberto Novoa Santos, con su libro La indigencia espiritual del sexo femenino
(Las pruebas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la
mujer. Su explicación biológica), Valencia, 1908), entre otros. cfr. Nerea
Aresti. pp. 49-61.
[13] P. J. Moebius, op. cit, p. 58. ;
cf. Francis Schiller, A Möbius
Strip : Fin-de siècle Neuropsychiatry and Paul Möbius, University of
California Press, Berkeley, 1982.
[14] Max Nordau, Psicofisiología
del genio y del talento, editado por Salmerón, Madrid, 1910, pp. 36 a 38,
citado en Nerea Aresti: “Médicos,
Donjuanes y Mujeres Modernas. Los ideales de feminidad y masculinidad en el
primer tercio del siglo XX”, Universidad del País Vasco, 2001. “La obra de
secularización y des-idealización de la imagen femenina iba encaminada a
arrebatar a la feminidad los valores positivos que históricamente se le habían
atribuido, y dejarla reducida a los aspectos mas denigrantes y menospreciativos
de las concepciones tradicionales” (Ibíd,
p. 53).
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