Cerramos los post sobre el filósofo Otto Weininger para la sección, Microensayos, del blog Ancile, llevados a cabo por el profesor y filósofo Tomás Moreno, y que lleva por título: El movimiento de emancipación femenino y Otto Weininger.
El MOVIMIENTO DE EMANCIPACIÓN FEMENINO
Como ha puesto de manifiesto Chandak Sengoopta, la emancipación de
las mujeres era un tema explosivo en la Europa central de finales del siglo XIX
y principios del XX. Téngase en cuenta que en el momento de la escritura y
publicación de la obra de Weininger -los primeros tres años del siglo XX- había
en Alemania no menos de 850 organizaciones con cerca de un millón de
integrantes en la campaña por los derechos de las mujeres. El concepto de mujer
servía “como un signo cuyos significados de la feminidad (y, de hecho, del
género en sí) estaban en el centro de los debates acerca de la naturaleza y el
futuro de la civilización”[1].
A
pesar de que desde el principio el objetivo que Weininger se propone es
resolver el llamado “problema de la mujer”, en su manera de resolverlo no se
incluye –según ha señalado agudamente H.
Moreno- una respuesta directa ni a los planteamientos ni a las demandas que
las feministas están levantando en ese momento, ni un diálogo con sus voceras.
Y aunque en ninguna de las cerca de seis millares de páginas que constituyen su
libro, Otto Weininger se refiere directamente al debate público que se está
desarrollando con fuerza e intensidad en Europa y Estados Unidos acerca de los
derechos de las mujeres, no cabe duda de
que, en última instancia, “el interlocutor más visible de Sexo y carácter –y más activamente negado- es el movimiento
feminista”[2].
En
este sentido el joven filósofo vienés afirmará, en sintonía con sus antecesores
Schopenhauer y Nietzsche, que la emancipación femenina –como más adelante
examinaremos- era sólo una pretensión de “mujeres masculinas”[3] y
que, en cualquier caso, hacía mucho que no podían ser consideradas mujeres en
el sentido originario del término. Su misoginismo y antifeminismo virulentos y
explícitos[4]
recorren, pues, de punta a cabo, todas y cada una de las páginas del libro y
apuntan a un claro y reaccionario objetivo: deslegitimar el feminismo de su tiempo en sus
dimensiones más profundas, presentando a la mujer como esencialmente o
metafísicamente incapacitada para su propia emancipación.
Cuando
menciona el tema de la emancipación de la mujer siempre deriva en alguna manera
de descalificar al sexo femenino en su conjunto. Sexo y carácter pretende demostrar “la nulidad ontológica de la
Mujer y la futilidad política del feminismo”[5],
llegando, incluso, a sostener que “el mayor, el único enemigo de la
emancipación de la mujer es la mujer”[6]
como concluye el capítulo VI de su obra, dedicado precisa y específicamente a las mujeres emancipadas. En efecto, nada
más comenzar el capítulo VI[7]
toma como premisa la conclusión a la que va a llegar: “la necesidad y la
capacidad de emancipación de una mujer sólo se basan en la fracción de hombre
que ella tenga”. No obstante Weininger trata de explicar su posición al
respecto definiendo qué se entiende verdaderamente por emancipación de la mujer:
En
mi opinión, la emancipación de la mujer no es ni siquiera el deseo de alcanzar
una paridad externa con el hombre,
sino que radica en la problemática
aspiración de la mujer a ser internamente
igual a él, a gozar de su libertad espiritual y moral y a participar en sus
preocupaciones y de su capacidad creadora” (SyC.
p. 75).
Pone
un cierto énfasis, en capítulos posteriores, en aclarar que su obra no es “un
alegato en defensa del harén” ni es su intención “tratar a la mujer desde el
punto de vista asiático”, como una esclava:
Se puede
pretender la equiparación legal del
hombre y de la mujer sin por ello creer en su igualdad moral e intelectual. Es
posible reprobar la barbarie del sexo masculino contra el femenino y
simultáneamente reconocer su enorme contraposición cósmica y la diferencia
esencial que entre ellos existe” (SyC.
p. 75).
Las mujeres defensoras del movimiento emancipador,
tanto del pasado como del
presente[8],
han pertenecido exclusivamente a esos grados intermedios que apenas pueden ser
catalogados como femeninos: “pertenecen a las formas intersexuales más
avanzadas -bisexuales u homosexuales-[9].
Su “aspecto exterior masculino” las delata. La utilización por parte de sus
escritoras más célebres a adoptar nombres masculinos indica que se sentían más
cerca de éstos que de la mujer. George Sand usaba un seudónimo masculino y
llevaba pantalones porque “ciertas características anatómicas masculinas” se
ocultaban bajo los pantalones de terciopelo. Weininger también hace comentarios
sobre la amplia frente masculina de George Eliot o sobre los rasgos masculinos
de Lavinia Sotana o Helene Petrowna Blavatsky[10].
Lo bueno de este tipo de consideraciones”, comenta
Eva Figes, es que resultaban
indefinidamente
adaptables, ya que permitían todas las excepciones que confirmaban la regla,
sin necesitar de ciencia ni de lógica: “Se comienza sencillamente por la
proposición de que ser macho es ser positivo, racional, activo, dominador, y
ser hembra es ser sumisa, pasiva y no muy brillante; y nadie puede decir que
no. Luego se aplica a cada caso individual una escala graduada de masculinidad
y feminidad, y naturalmente esto estimula la conformidad. La mayoría de las
mujeres, ante la amenaza de ver su feminidad controlada como si fuera una
fiebre, preferirán quitarse los pantalones de terciopelo, arrojar lejos sus
plumas y volver a la falda y a los libros de cocina antes de provocar la
sospecha de que bajo su inaceptable apariencia se escondía un pecho peludo o
caracteres genitales masculinos”.
alguna en la
emancipación de la mujer. Las investigaciones históricas han demostrado el bien
conocido dicho popular: Cuanto más largos
son los cabellos menor es la inteligencia”[11]. Porque
toda lucha por la emancipación de la mujer está destinada, como la historia
demuestra, a perder sus conquistas, ya que su principal enemigo es la propia
femineidad; es lo varonil que en ella se encierra lo que quiere emanciparse:
“Por lo que se refiere a las mujeres emancipadas puede decirse que “sólo el hombre que en ellas se alberga es el
que pretende emanciparse” (SyC, p. 77). Pero si la necesidad de liberación
y de equiparación con los hombres sólo se manifiesta en las mujeres varoniles,
estará justificado inducir que la mujer como tal no siente la menor necesidad
de emanciparse, aunque tal inducción haya sido obtenida partiendo de
consideraciones históricas aisladas y no del examen de las cualidades psíquicas
de la mujer[12].
El movimiento de emancipación feminista induce a las
mujeres a ocuparse de la
cultura y el estudio y
las impulsan a ocupaciones masculinas. Nada que objetar, afirma, si se trata de
mujeres con rasgos masculinos que, en conformidad con su constitución somática,
se ven impulsadas hacia las ocupaciones varoniles. Pero en lo que se refiere a
la “formación de partidos”, a su participación en “falsas revoluciones” o en
“movimientos feministas integrales -que dan lugar a ensayos antinaturales,
artificiosos, en el fondo mendaces-, su rechazo es contundente.
Asimismo expresa su repulsa por su pretensión de “igualdad completa”, ya que la
mujer más masculina apenas tiene el 50% de hombre”[13].
El movimiento feminista es, en definitiva,
despreciado y estigmatizado como “un paso desde la maternidad hacia la
prostitución”. Para Weininger, en su conjunto, se trataba más bien de la emancipación de las
prostitutas que de la emancipación de las mujeres, y su resultado definitivo
sería seguramente “una acentuación de la parte de prostituta que se halla en
toda mujer” (¡sic!) (SyC, pp. 328-329). Una sociedad patriarcal y masculina,
machista, como la suya, amenazada en sus fundamentos por las primeras
exigencias de igualdad de derechos de las mujeres, asintió con entusiasmo y
regocijo las propuestas que con virulenta osadía había lanzado Weininger:
El hombre sólo
podrá comenzar a honrar justificadamente a la mujer cuando ella misma deje de
querer ser objeto y materia para el hombre, cuando pretenda verdaderamente
llegar a una emancipación que sea algo más que la emancipación de la
prostituta” (porque) “todavía no se ha dicho abiertamente dónde se encuentra la
servidumbre de la mujer: esta servidumbre se halla en el poder soberano que
sobre ella posee el falo masculino” (SyC, p. 340).
Propuestas
todas ellas que en absoluto les parecían absurdas en ese ambiente. ¿No era ésta
la respuesta definitiva a la llamada “cuestión femenina” que Weininger había
prometido con fanfarronería en un anuncio que acompañó a la aparición de su
libro Sexo y carácter? Así habría
pensado, sin duda, el hombre burgués: con una sonrisa ante la falta de lógica
femenina y con un estremecimiento ante unas Naná
(Zola) y Lulú (Wedekind) inquietantes
y amenazantes[14]
(cont.).
TOMÁS
MORENO
[1] Chandak Sengoopta, Otto Weininger. Sex, Science and Self in
Imperial Viena, Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 2000,
29, pp. 31-32.
[2] Hortensia
Moreno, Femenino y Masculino en las ideas
de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico hacia la alteridad, p.
145. En efecto, según H. Moreno, Weininger no dialoga de manera directa con el
movimiento feminista, lo ningunea, y por tanto desautoriza a los movimientos
feministas que en su tiempo luchaban por los derechos de las mujeres; su
“receptor “aparente” es una instancia abstracta e inasible, que se puede
caracterizar en la aspiración del autor a la inmortalidad, a la trascendencia;
el receptor ideal de Weininger es un sujeto –masculino- situado más allá de las
querellas terrenales y triviales a que nos empuja la marcha tumultuosa de
cientos de miles de mujeres por las principales metrópolis del mundo. “La
reflexión de Weininger se postula como la búsqueda de una verdad por fuera del
tiempo y del espacio; por fuera de las determinaciones materiales. En
apariencia, según la intención expresa de Weininger, el texto no tiene nada que
ver con el contexto”, pp.145-148.
[3] Así lo confiesa sin ambages: “Todas las mujeres que realmente tienden a la emancipación, todas las que
han alcanzado fama con justo derecho se han hecho conocer por algunas de sus condiciones
espirituales, presentan siempre numerosos rasgos masculinos, y una observación
sagaz permite reconocer en ellas caracteres anatómicos propios del varón, un
aspecto somático semejante al del hombre…pertenecen exclusivamente a las formas
intersexuales más avanzadas, vecinas a esos grados medios que apenas pueden ser
catalogados como femeninos” (SyC, p. 75).
[4] En el Prólogo a su obra confiesa
paladinamente: “Aquellas partes de este libro que resulten antifeministas –y
puede decirse que lo son casi todas- no serán del agrado de los hombres,
quienes no prestarán su completa conformidad, pues su egoísmo sexual les hace
ver siempre a al mujer mejor de lo que
es, tal como ellos quisieran que fuera, tal como ellos querrían amarla” (SyC,
p. 16). Para esta temática es imprescindible la obra de Jacques Le Rider, Le Cas Otto Weininger. Racines de l’antiféminisme et de
l’antisemitisme, Presses Universitaires, France, París, 1982.
[6] O. Weininger, SyC, p. 81.
[8] Cita entre ellas a Safo,
Catalina II, Cristina de Suecia, Laura Bridgmann, George Sand). Incluso
aquellas de las que no tenemos pruebas de que hayan tenido tendencias lesbianas
pero que han destacado por su talento fueron en parte homosexuales o en parte
bisexuales. Una mujer bisexual: tiene relaciones con mujeres masculinas o con hombres
afeminados: ejm. Geoge Sand y Musset (el lírico más femenino que la historia
recuerda) y con Chopin (el único músico afeminado). Victoria Colonna con
Michelángelo; la escritora Daniel Stern amante de Franz Liszt; señala la
admiración de Luis II de Baviera por Madame de Stäel, de Clara Schumann con el
músico (cuyo rostro parecía el de una mujer) (SyC, p. 77). Habla del aspecto
exterior de las mujeres célebres: rasgos masculinos: George Elliot, Lavinia
Fontana, Helene Petrowna Blavatsky etc. Entre las visionarias histéricas incluye a Santa Teresa de Jesús (SyC, p.
76).
[9] Otto Weininger, SyC, p. 75.
[10] Actitudes patriarcales: las mujeres en la
sociedad, op. cit., p. 139).
[11] Otto Weininger, SyC, p. 77.
[12] Idem, p. 79.
[13] Ibíd.
[14] Mujer que sería demonizada con el estereotipo de la figura de la femme fatale que emerge con fuerza en la iconografía literaria y
artística de la época y que para María José Villaverde “representa el submundo
de la castrante sociedad victoriana, una sociedad caracterizada como
hermafrodita donde los hombres han perdido su virilidad y las mujeres se han
virilizado. Unas mujeres que, en su anhelo por liberarse de su enclaustrante
esencia femenina, se cortan el pelo “a lo garçon”, se visten con trajes de hombres
y adoptan seudónimos masculinos siguiendo el ejemplo de George Sand. Mujeres
estigmatizadas como anormales, lesbianas y mutiladas, tanto por el mundo
científico como por los círculos vanguardistas e incluso por “feministas” como
la Lou Andreas-Salomé de la época vienesa que lamentaba su traición a la
feminidad. Una feminidad que, desde tiempos inmemoriales, encadena a la mujer a
su función reproductora que nadie pone en cuestión, ni siquiera las feministas
más relevantes de la época como la sueca Ellen Key, la alemana Clara Zetkin o
las austriacas Marianne Hainish o Auguste Fickert, que rinden auténtico culto a
la maternidad” (apud Maria José Villaverde, op. cit.) .
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