Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, ofrecemos un fragmento del trabajo titulado De lo bello en lo siniestro, que verá la luz en una nueva publicación literaria que creemos será de referencia, ya daremos noticias puntuales de ella, aprovechando las fechas de la Víspera -Halloween- y Día de los Santos, en la que puede resultar especialmente sugerente una reflexión sobre esta temática.
DE LO BELLO EN LO SINIESTRO
Ante la mirífica belleza del félido animal no puede sino mostrar estupefacción el poeta, clamando ante la temible simetría (William Blake) de su bellísimo, pero sobrecogedor y terrorífico aspecto; en el caso del tigre parece cosa del todo no tan contradictoria quedar fascinados por la incuestionable e impresionante hermosura de la bestia, aun en actitud arrebatada en exhibición de las terroríficas y mortales garras -y colmillos-. Diríase que este asombro ante tanta magnificencia predadora, justifica atenuar su siniestra y asesina andadura en pos de la búsqueda de la víctima que exanguinar para su alimento.
Cuando el filósofo (Nieztsche) excusaba la búsqueda del genuino potencial humano en la pesquisa e indagación de la verdad, alejada de cualquier prejuicio o manida convención, se entregaba a la máxima que se ha tenido como uno de sus dilectos corifeos: mal, sé tú mi bien, y que acaso ya marcara uno de los presupuestos capitales de pensamiento para aprehender, en su estética dimensión, lo oscuro, lo dionisíaco o lo siniestro, y que anunciaran prontamente Las diabólicas de Barbey d’Aurevilly, o, a la prometeica figura que ideara Mary Shelly en su celebrado Frankestein, o en los oscuros reductos en los que tan a su sabor hiciese vida y obra (y muerte) el gran Alan Poe, o el nunca suficientemente ponderado y misterioso Baudelaire, o el excelso y al tiempo tenebroso malditismo de Rimbaud, o, por qué no, el más tétrico e inquietante Bécquer de algunos poemas y narraciones.
Parece incuestionable que esta capacidad de percepción de lo oscuro es dominio de singulares espíritus sensibles, sensoriales, sensitivos, diríase que mantienen vivo, intacto el vínculo con el tantas veces inexplicable impulso –atávico- del que se invisten los miedos y angustias más profundos y arraigados; la turbación y el terror que nos hace (acaso de forma inconsciente, pero del todo necesaria) mantener contacto cierto con lo oculto, no obstante, parece que este dominio duerme
en el seno de nuestros demonios familiares pero, digo, dormita, en modo alguno está definitivamente muerto. Esta latencia inquietante adquiere potencia psicológica extrema en tanto que, aquello que causa el desasosiego, no tanto es lo desconocido, decíamos, porque: ¿cómo hemos de manifestar miedo ante aquello nunca visto y conocido y, por tanto extraño a nuestra experiencia vital? No obstante, la incertidumbre intelectual, racional, consciente, lógica, no implica desconocimiento fundamental de lo culto, que no desconocido.. Se nutre esta inquietud, sin embargo, insistimos en ello, de aquello perfectamente conocido y reconocible en el desván ¿decrépito? redivivo y oscuro de lo más recóndito de nuestro espíritu. Lo insólito del caso radica precisamente en ese traer a la conciencia aquello terrorífico sabido –intuido- y temido durante el enigmático y tenebroso decurso de la noche de los tiempos.
en el seno de nuestros demonios familiares pero, digo, dormita, en modo alguno está definitivamente muerto. Esta latencia inquietante adquiere potencia psicológica extrema en tanto que, aquello que causa el desasosiego, no tanto es lo desconocido, decíamos, porque: ¿cómo hemos de manifestar miedo ante aquello nunca visto y conocido y, por tanto extraño a nuestra experiencia vital? No obstante, la incertidumbre intelectual, racional, consciente, lógica, no implica desconocimiento fundamental de lo culto, que no desconocido.. Se nutre esta inquietud, sin embargo, insistimos en ello, de aquello perfectamente conocido y reconocible en el desván ¿decrépito? redivivo y oscuro de lo más recóndito de nuestro espíritu. Lo insólito del caso radica precisamente en ese traer a la conciencia aquello terrorífico sabido –intuido- y temido durante el enigmático y tenebroso decurso de la noche de los tiempos.
La relación etimológica de lo temible, lo siniestro, lo oscuro o terrorífico puede ser una vía de indagación, si no del todo esclarecedora, sí altamente sugestiva y, desde luego, no poco insinuante hacia la pesquisa, la investigación y el rastreo de sus inquietantes orígenes. El locus suspectus del objeto o del lugar siniestro, aun cuando se pone en relación con lo inquiétant, con lo lúgubre, lo uncomfortable, el heimlich, resultando, como decíamos, extrañamente familiar, se nos ofrece paradójicamente en secreto u oculto. No obstante de lo velado de su realidad diríase precisar necesariamente una antítesis: comfortable, unheimlich…. para resolverse en aquello que en cualquier caso debería haberse quedado en confidencia, en reserva y encubierto y, sin embargo, parece que en
un punto crítico y turbador puede ser revelado. La revelación instintiva (y el singular pudor u horror que conlleva) de lo siniestro desvela una aprehensión estética de lo más significativa. En esta curiosa ambivalencia parece que resuelve marcar su signo y su sino lo siniestro y su no menos extraordinaria apreciación estética.
un punto crítico y turbador puede ser revelado. La revelación instintiva (y el singular pudor u horror que conlleva) de lo siniestro desvela una aprehensión estética de lo más significativa. En esta curiosa ambivalencia parece que resuelve marcar su signo y su sino lo siniestro y su no menos extraordinaria apreciación estética.
He aquí que, por mor de todo lo anteriormente expuesto, aquello vívido y animado en lo lúgubre de lo siniestro, nos inquieta porque pudiera no ser una entidad de consuno reconocida, pero sí inquietante y singularmente familiar, pues, ora se ofrece ajena o impropia de lo viviente, pero ejerciendo un extraño y peligroso influjo, u ora, lo que es peor, posibilita que un objeto inerte pudiera tener los dones propios del vivo ser, con forma y dinámica no ya virtual e imaginativa, sino real y animada. Como expondría Freud en su reflexión expuesta en Lo siniestro[1], estas apreciaciones son propias de aquellas manifestaciones de demencia que diríase ponen de claro relieve los procesos ocultos automáticos que se mantienen subrepticios, velados, en el cuadro habitual de nuestra vida,[2] y que el fundador del psicoanálisis declara en razón de unas aproximaciones a los efectos ético-estéticos de los Cuentos fantásticos de E.T. A. Hoffmann.
Seguidamente, y como ya habrán podido deducir seguramente de lo antecedido, parece que la idea del subconsciente y lo siniestro gozan ya de una estrecha relación que, a mi juicio, sin embargo, no explica totalmente la inquietud y la sensibilidad (estética, en muchos casos) proporcionada a quien se acerca a este misterioso mundo de lo oculto y secreto, pero inquietantemente familiar, y desde luego dicha explicación me parece que se aleja de la proporcionada al albur de cualquier temor de manifestación de la inhibición sexual o al desasosiego de un dramático complejo de castración, tan traído al caso por Freud y otros correligionarios psicoanalistas.
Si atendemos al hecho antropológico magistralmente descrito por Frazer[3] en la evolución de las religiones (primitivas) en virtud de su subordinación al miedo a los muertos[4], quizá podamos identificar otro de los factores anclados en lo ancestral de nuestra identidad como seres humanos, y que puede mostrarnos otro de los rasgos básicos de nuestra inclinación a temer lo desconocido pero trágicamente familiar como es el hecho (psicológicamente incomprensible) de la muerte. Es evidente que El pensamiento salvaje[5] que ya describiera Claude Levi Strauss en su
célebre obra, no ha sido del todo descartado del mapa psicológico del hombre. Repudiada la sistematización primitiva como origen esclavo de las necesidades elementales (alimentarias o económicas) de la humanidad, surge el necesario reconocimiento de una obligación o menester de respuesta a las incógnitas del mundo, que encuentra, en principio, solución en el pensamiento mágico, y este entendido como observación total (integradora) y que hoy, menospreciada por la visión científica de nuestra sociedad, se mantiene gravemente influida por el método siervo del análisis determinista; aunque en realidad no acaba de ser olvidado, ni del todo recluido en los sótanos más ocultos y singulares de nuestra mente, dando lugar a comportamientos perturbados y perturbadores en numerosas ocasiones.
célebre obra, no ha sido del todo descartado del mapa psicológico del hombre. Repudiada la sistematización primitiva como origen esclavo de las necesidades elementales (alimentarias o económicas) de la humanidad, surge el necesario reconocimiento de una obligación o menester de respuesta a las incógnitas del mundo, que encuentra, en principio, solución en el pensamiento mágico, y este entendido como observación total (integradora) y que hoy, menospreciada por la visión científica de nuestra sociedad, se mantiene gravemente influida por el método siervo del análisis determinista; aunque en realidad no acaba de ser olvidado, ni del todo recluido en los sótanos más ocultos y singulares de nuestra mente, dando lugar a comportamientos perturbados y perturbadores en numerosas ocasiones.
He aquí que, la percepción y atracción por la belleza de lo oculto y, aun siniestro, pudiera estimarse como el aliento (inhibido, rechazado, pero sin duda muy) vivo de esa extraordinaria forma de mirar el mundo que supuso el pensamiento mágico, y que se mantiene vinculado a la intuición sensible: he aquí que, insistimos, una vez satisfecha la necesidad de subvenir la exigencia básica (de refugio, alimento…), se ofrece más allá de aquella, una aprehensión del mundo superadora del subvenir primario, pues es más interesante la satisfacción estética (y trascendente) porque viene a
formar parte de una realidad no menos objetiva y vitalmente necesaria, evidencia que coloca al arte y su captación estética entre el mito, la magia y una suerte de particular conocimiento (científico) manifiesto en las leyes que rigen su bricoleur técnico de funcionamiento para asentarse en el mundo.
formar parte de una realidad no menos objetiva y vitalmente necesaria, evidencia que coloca al arte y su captación estética entre el mito, la magia y una suerte de particular conocimiento (científico) manifiesto en las leyes que rigen su bricoleur técnico de funcionamiento para asentarse en el mundo.
El hecho perceptible –sobrecogedor- en la visión y (o) captación hermosa de lo siniestro, proviene más intensa en tanto que, la interacción de la que es acreedor, promovida sabiamente en el conocimiento de su oficio (artístico, poético…) y desde su saber uniabarcador del mundo (consciente e inconsciente), produce un objeto anteriormente inexistente, nuevo, nunca visto, pero ese deleite estético vendrá intensificado porque el diálogo será doble: por un lado, el de la materia en relación con el supuesto modelo, manifiesto en la consciencia actual de las cosas, y por otro, por su concomitancia con lo oculto, secreto o subyacente en los rincones de nuestro espíritu. Avisaba Frazer en la Rama dorada, de la sugerente relación de unos principios apreciables en el ámbito
antropológico de la magia, donde lo semejante produce lo semejante, o donde los efectos semejan a sus causas y, sobre todo, que las cosas que estuvieron en contacto interactúan recíprocamente a distancia, aun después de haber sido cortado el contacto físico.[6] Leyes de semejanza y contacto o contagio imponen sus prerrogativas en la seductora imagen de los objetos de arte que se amparan en la oculta sugerencia de lo siniestro. Encantamiento imitativo u homeopático y, sobre todo, contaminante; esta magia simpatética de lo oculto, arcano y ancestral contacta todavía mediante atracción secreta, en oculta simpatía con lo atávico impregnado en lo más oscuro, que no olvidado, de nuestra mente.
En la contemplación, deleite y, sobre todo, reverencia de lo hermoso oscuro, en realidad se nos muestra una singular hierofanía. Lo sagrado (oculto) se revela sin inhibición alguna como una realidad que no pertenece a nuestro mundo (consciente) en objetos (oscuros) que forman parte, no obstante, necesaria e inevitable del mismo, y donde tiene lugar la potencia de la realidad de lo perenne y, en donde al fin, puede saturarse la potencialidad del ser sagrado y, en virtud de este transfiguración lo trivial, lo orgánico se convierte en sacramento. Así se manifiesta aquella doble forma de ser en el mundo que advertía Elíade: lo sagrado y lo profano[7].
La inquietud, e incluso el espanto de lo oculto no ceja de ofrecer el lado bello de su persistencia y realidad psicológica, que no hace sino mostrar su reverencia ante la maiestas de su misterio (sagrado), o mysterium fascinans, donde se diría desplegarse la plenitud del ser (todavía oculto). Este carácter revelado de lo bello en lo siniestro se manifiesta como algo muy distinto a lo profano (consciente). Esta percepción de lo bello en lo oscuro es la hierofanía acaso más antigua del mundo y que, indubitablemente, nos contempla ahora, desde el objeto artístico oscuro, para siempre.
La gaya ciencia del espíritu de lo bello en lo siniestro y en lo oscuro no encuentra su sustento en la causalidad ni en la razón conceptual (consciente del método científico), alimentada por un tiempo lineal, en cuya flecha irreversible se mira el mundo. Aquí la oscura y bella y siniestra estación total rige los designios del ser y el devenir del hombre, un continuum dinámico gobierna el movimiento de las cosas, o lo que es lo mismo, el tiempo que acaso deja de ser tiempo, pues no reconoce dirección alguna en el supuesto fluir del mismo. El término jungüiano de sincronicidad[8] se acerca más que al tiempo, al estado (y movimiento) en el que se manifiesta lo que es y acaece en el ámbito de esta hermosa oscuridad que ilumina en virtud de su simultaneidad relativa, a tenor de ella todo se manifiesta en concurrencia, conjunción y coexistencia fuera ya de la habitual naturaleza discursiva temporal. La pérdida del convenio, rutina o convención mediante la que regimos nuestro mundo (consciente) ha de causar inquietud, cuando menos, terror, cuanto más atados estemos a los prejuicios del entendimiento (consciente) condicionado.
El miedo a lo oculto, no por familiar, decíamos, deja de ser una cuestión tan importante como sugerente, en tanto que lo que muchas veces camufla o enmascara no es sino el viejo problema psicológico del miedo a la libertad, puesto en evidencia a través de la inhibición de lo individual emocional espontáneo. En la exposición de lo hermoso conseguido y en virtud de la expresión de lo siniestro, quizá estemos liberando la represión de una de las más emotivas manifestaciones del espíritu humano, a saber: la del sentimiento trágico de la vida, que diría D. Miguel de Unamuno, o el mismo Erich Fromm[9], advirtiendo del error de cohibir, por ejemplo, el miedo a la muerte[10]. De hecho en la sociedad actual el ser emotivo bien puede interpretarse como sinónimo de desequilibrio. En el dominio de lo oscuro está acaso el espejo donde mirarse en el horror del aislamiento, como criatura consciente de sí mismo y de lo que le rodea, en la soledad del mundo.
Ante la contemplación de lo bello en lo siniestro se nos desvela un hecho apenas tenido en cuenta en la predominación y dominio de la conciencia –intelectual-, y que tan bien advertía Jung, ya que la conciencia no es un instrumento perfecto, sino un instrumento inestimable y superior que solo produce el mal cuando pretende ser un fin en sí mismo[11]. Es en este territorio de lo inquietante donde se libera del intelecto el espíritu, y en donde se puede reconocer la polaridad de lo vivo y donde, en fin, la poesía (poiesis), como impulso creativo, se manifiesta como ciencia de la paradoja[12] capaz de reconocer el equilibrio de los opuestos. Los instintos de representación (que son acción) se liberan basados en los prototipos inconscientes que vienen a depender de las pulsiones instintivas y que tanto nos ha costado inhibir para mayor ¿gloria? del intelecto. Jung hablaba de una conciencia desarraigada de una Hybris sin Dios que muy bien puede causar espanto.
Acercarse a lo bello a través de lo siniestro supone la exigencia de la aceptación del sufrimiento que conlleva el sentido trágico de la vida, lo que a su vez comporta, inevitablemente, abandonarse a lo irracional e inconcebible. Desarraigada esta emoción (en apariencia) de la conciencia intelectiva, sin embargo, es preciso reconocer que está realmente sucediendo en nuestras vidas; todo lo cual implica algo en verdad inadmisible (y terrorífico) para la autoridad de lo racional intelectivo, que hay mucho
vivo y real más allá de su frontera. La resolución manifiesta en el ámbito de lo oscuro requiere la unión –pacífica o violenta- de los opuestos (de la vida –instintiva- y de la conciencia –racional-), lo cual es como abandonarse a la no causalidad, en tanto que, lo que ocurre en lo más íntimo de nosotros, se revela contra la relación convencionalmente aceptada de causa-efecto. Nos dice que hay acontecimientos que pueden no regirse por dicho principio, pues en este vasto dominio los sucesos acausales no son sólo posibles, sino reales (e incluso la ubicuidad es posible, véase el viejo terror universal de encontrarnos a nosotros mismos al doblar una esquina). No ya la inquietud, el horror, no puede en modo alguno evitarse ante la ruptura de todo aquello que nos hace intérpretes de una realidad lógico consciente, que forma parte de nuestro patrimonio perceptivo, intelectual, sociológico, cultural…; el pavor es claro ante la posibilidad de ser testigos del acontecer simultáneo de dos o varios estados psíquicos simultáneamente, fuera de la línea o flecha del tiempo a la que estamos habitualmente aleccionados, la sincronicidad o no causalidad nos invita, según los criterios del sentido común, a la locura.
vivo y real más allá de su frontera. La resolución manifiesta en el ámbito de lo oscuro requiere la unión –pacífica o violenta- de los opuestos (de la vida –instintiva- y de la conciencia –racional-), lo cual es como abandonarse a la no causalidad, en tanto que, lo que ocurre en lo más íntimo de nosotros, se revela contra la relación convencionalmente aceptada de causa-efecto. Nos dice que hay acontecimientos que pueden no regirse por dicho principio, pues en este vasto dominio los sucesos acausales no son sólo posibles, sino reales (e incluso la ubicuidad es posible, véase el viejo terror universal de encontrarnos a nosotros mismos al doblar una esquina). No ya la inquietud, el horror, no puede en modo alguno evitarse ante la ruptura de todo aquello que nos hace intérpretes de una realidad lógico consciente, que forma parte de nuestro patrimonio perceptivo, intelectual, sociológico, cultural…; el pavor es claro ante la posibilidad de ser testigos del acontecer simultáneo de dos o varios estados psíquicos simultáneamente, fuera de la línea o flecha del tiempo a la que estamos habitualmente aleccionados, la sincronicidad o no causalidad nos invita, según los criterios del sentido común, a la locura.
La posibilidad de una comprensión global para una mente entrenada para el análisis, el razonamiento, la distinción y el esquema, es inasequible, ya que no puede acceder a la naturaleza en esta plenitud sin temor a perder el juicio. El miedo a la locura (junto al de la muerte) es atávico y manifiesto en nuestra trayectoria existencial, porque todo aquello que no se base en hipótesis psíquicas –conscientes- produce temor y desconcierto, provoca turbación aquello que nos pone en contacto con lo que es inabarcable para la conciencia conceptual y, por tanto, resultará inaccesible al spiritus mundi, ligamentum animae et corporis et quinta essentia[13], ya que es dueño del mundo y de cualquier voluntad, pues todo lo penetra y expone, aun lo más íntimo de nosotros, con los consiguientes peligrosos riesgos que eso conlleva. La abolición de la causalidad abre la posibilidad a lo increíble, revela la contingencia e incluso la verosimilitud de que aquello construido con tanta
dedicación como esfuerzo, nuestro ego, acabe por diluirse, por desintegrarse en una suerte de comunis animi, en la que mirarse como en espejo perpetuo, viviente del universo.[14] El vértigo del descontrol del yo es un miedo que arraiga en todos nosotros, y que encuentra fundamento racional en la idea de que el azar no existe, pero no puede ser atribuible a una causa racional sincrónica (que diría Jung,) que nos extrae del convencimiento convencionalmente aceptado por científico, de que todo movimiento psíquico es un epifenómeno de nuestro cerebro (de nuestro cuerpo, y por tanto, dependiente de nosotros y de nuestra capacidad de razonamiento y voluntad y principios ético culturales deducibles).
dedicación como esfuerzo, nuestro ego, acabe por diluirse, por desintegrarse en una suerte de comunis animi, en la que mirarse como en espejo perpetuo, viviente del universo.[14] El vértigo del descontrol del yo es un miedo que arraiga en todos nosotros, y que encuentra fundamento racional en la idea de que el azar no existe, pero no puede ser atribuible a una causa racional sincrónica (que diría Jung,) que nos extrae del convencimiento convencionalmente aceptado por científico, de que todo movimiento psíquico es un epifenómeno de nuestro cerebro (de nuestro cuerpo, y por tanto, dependiente de nosotros y de nuestra capacidad de razonamiento y voluntad y principios ético culturales deducibles).
Qué terror más sobrecogedor puede tomar forma que aquel mediante el que se pone de manifiesto que no tiene por qué mediar una relación convencional y causal entre nuestra mente (psiquis) e incluso en la fisis (la materia) para ser lo que es, máxime cuando habitualmente estamos convencidos de que la materia (así se nos ha ido imponiendo desde el positivismo a nuestros días) es la que origina los procesos psíquicos y de conciencia; es altamente inquietante cuando menos pensar lo contrario, como nos indica tantas veces la percepción de lo bello en lo siniestro, pues parece decirnos que hay una conciencia preexistente (una psiquis) que organiza la materia. Es evidente que se rompen inevitablemente muchos esquemas que, a mi juicio, bien pudieran estar funcionando como auténtico prejuicio para la verdadera percepción de nuestra realidad psíquica.
El estremecimiento (y aún el terror) ante lo bello en lo siniestro viene dado porque en esta contemplación el observador y lo observado parecen diluir sus fronteras, desde antaño incuestionadas e incuestionables. Ante esta nueva unidad inaudita se precisa de un lenguaje nuevo, creativo, para ser descrita y que, en modo alguno puede sujetarse a la convención lingüística y a la norma común de uso, estamos ante el hecho expresivo (lingüístico) de que solo la poesía puede dar crédito manifiesto de su certeza.
Una cuarta dimensión adjunta al tiempo, al espacio y a la causalidad debe abrirse hueco, la que manifiesta lo bello en lo siniestro, esto es: la de la conciencia singular y estremecedora para el intelecto (que algunos han llamado sincronicidad)[15] que pone en evidencia la dimensión en la que es posible una contingencia irreductible que exige una ordenación acausal, y en la que se integran todos los procesos creativos (también las propiedades de los números naturales, los factores a priori y, curiosamente la discontinuidad de la física moderna[16] -cuántica-). El lenguaje especial de la poesía[17], al encontrase despojado de su aparataje conceptual causalista, ofrece como pocos la óptica adecuada para la compresión de este estadio creativo de conciencia que desde siempre ha existido y, sin embargo, no acaba de reconocerse intelectualmente, aunque se produzca y se reitere de manera regular. Conciencia que no tiene, en principio, origen en nada conocido y que basa su carácter enigmático no tanto en lo que no puede ser explicado, sino en lo que no encuentra reconocimiento mediante la intelección y sus procesos lógico conceptuales. La poesía, cuando imbuida de esa belleza en lo siniestro, ofrece de manera singular ese Unus mundus que tanto nos desequilibra, es el símbolo poético particular portador de imágenes, sustrato y fundamento (irracional), en el que se hace preciso una interpretación distinta, pues necesita de una comprobación continua en la que el ritmo que la infunde es el ritmo de la energía psíquica que parece animar todas las cosas, y que, en la belleza de lo siniestro, se hace inefablemente manifiesta.
Francisco Acuyo
[1] Freud, S.: Lo siniestro, Calamus scriptorius, Barcelona, Palma de Mallorca, 1979.
[2] Ibidem, p. 18.
[3] Frazer J. G.: La rama dorada, Fondo de cultura económica, México, 1986.
[4] Ibidem, p. 13.
[5] C. Strauss, C. : El pensamiento Salvaje, Fondo de cultura económica, México, 1987.
[6] Frazer J. G.: La rama dorada, p. 34.
[7] Elíade, M.: Lo sagrado y lo profano, labor, Barcelona, 1957, p. 32.
[8] Jung, C. G.: Sincronicidad, Sirio, Málaga, 1988.
[9] Fromm, E.; El miedo a la libertad, Paidós, Barcelona, 1988, p. 234. 235
[10] Véanse las fiestas ofrecidas a los muertos en el Día de Todos los Santos , Hallowen…
[11] Jung, C. G.: El secreto de la flor de oro, Paidós, Barcelona, 1990, p.24.
[12] Acuyo, F.: Fisiología del espíritu, Artecittà, Granada, 2010.
[13] Agrippa von Nettesheim, H. C.: De occulta Philosophia libri tres, Colonia, 1533, p.29
[14] Leinniz, G.: Gottfried Wilhelm Leibniz, Obras filosóficas y científicas, coord. Juan Antonio Nicolás, Granada: Comares, 2007ss.
[15] Jung, C. G.: Sincronicidad, Sirio, Málaga, 1988.
[16] Ob. cit. p. 133.
[17] Véase Roman Jakobson: Ensayos de lingüística general
Un trabajo amplísimo, amigo. Sumamente interesante de punta a cabo. Quién no ha sido presa del terror, de las pesadillas, y descubierto cierta belleza sobrecogedora e inexplicable a veces en ello. Tenía La Rama Dorada en mi librero de antaño, y ahora le extraño. Un abrazo agradecido por todo lo que acá regalas.
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