lunes, 10 de noviembre de 2014

EL GRECO, ASCESIS DE LA LUZ EN LA AZUCENA, EN EL CUARTO CENTENARIO DE SU MUERTE

Traemos para la sección de Poesía del blog Ancile, el poema titulado Ascesis de la luz en la azucena, en homenaje al genial pintor Doménico Theotocópuli, El Greco, que será incluido en breve en una nueva publicación de la que daremos puntual noticia; pertenece al conjunto de poemas todavía inédito Poemas herméticos, de quien suscribe modestamente esta introducción. Está dedicado a mi querida  e inspirada amiga y artista Carmen Jiménez, con quien tengo una deuda de amistad y admiración hacia su obra nunca suficientemente pagada.




Ascesis de la luz en la azucena, nocturno, El Greco, Francisco Acuyo




ASCESIS DE LA LUZ EN LA AZUCENA
NOCTURNO
(EL GRECO)








En el IV centenario de la muerte de
Doménico Theotocópuli, El Greco

[…] el pincel niega al mundo más suave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.[…]

Inscripción para el sepulcro de Domínico Greco
Luis de Góngora




A Carmen Jiménez,

Por su entrañable amistad
y la delicadeza de su arte.



Ascesis de la luz en la azucena, nocturno, El Greco, Francisco Acuyo


I
Nada, al  principio fue la nada.




   Silencio, voz a veces que la luz,
todavía del lienzo
no tocado,
con azucenas de color tamiza.

   Dios de las sombras al trasluz
de un instante, en la eternidad guardado
del olvido, la soledad desliza.

  Comienzo, al fin se inicia, al fin comienzo:
un espíritu toma
a base  de celestes, vibrantes veladuras
forma,
 la opacidad del óleo sobre el aroma
de la materia, embriaga
de nunca vistas, fábriles  figuras.

   Tonalidades limpias, desiguales
manchas conforman en el equilibrio
de la línea los pliegues del ropaje,
que un soplo de imaginación levantan.

   Mantecillo sostiene o tafetán el lenguaje
de rostros todavía no soñados,
cuyas miradas el color suplantan.

   Con mundos nunca vistos soñara reflejados
espejo, en cuyo marco sin cristales
un bastidor alado nos recuerda, ya opuesto,
el perfil en cendales
de luz entre las sombras presupuesto.


Paramento de nieve, si sulfato
de cal y cola preparado, blanca en el lienzo
idea se conforma:
figura delinea mentalmente, retrato
inmaterial la forma
al fin, donde el espíritu un comienzo
sueña: sobre la imprimación,
negro el pincel, la superficie
nívea de la imaginación decanta.

   Con líneas en sinuoso rudimento
traza, seco el pincel (de la intuición),
tanta luz entre sombra tanta.

   Con sutiles grafismos la molicie
del color, sin boceto exhala, como el aliento
del alma desvelada
que en un rostro figura
en expresivos rasgos del carácter
que, a la sazón, ya fija o transfigura.
Nada, al principio fue la nada.






       II
De la obra la semblanza


   EL aire invade en seminal constancia
el ámbito del alma que anhelado
hubiera en luz, color
y forma la sustancia
del amor.
                    Con sagrado
ascenso, la materia eleva
invisible el aliento y bizarría
que, en su primera prueba,
marca el lienzo con formas transparentes,
sumergidas en iconografía
o retablo o tablas en tropel
de figuras silentes
que arden todavía en el pincel.

   Un espíritu ahusado  se prolonga
sobre rocosas superficies y celajes
temperados, en cuyos
perfiles traza oblonga
línea un escenario, rostros en visajes
extasiados que siembran de murmullos
iridescentes, grises, encarnados
heraldos de un futuro de boreales
mixturas que traspasan
el tiempo de su tiempo, a la vanguardia
de las generaciones inmortales.

   El retiro penitencial,
la pasión cristológica, el retrato
sublime como guardia
perenne de la imagen celestial.
Y los verdes y los boreales
amarillos y rojos, vicariato
ascensional de la pintura
que, luz de nuestro mundo, ya trasgrede
en la sangre  del sacrificio
y la ofrece en la sede
espectral recibiendo los estigmas (o el éxtasis),
delirio en la quietud de su ejercicio.

   He aquí el rostro real antagonista
expuesto en leal contrafigura:
el mínimo pincel
al óleo suficiente retratista,
la imagen de un espíritu figura
en el ámbito de la vida expuesto
en un reflejo fiel,
y de otra vida en esta manifiesto.





II
Autorretrato


      Aquí, en autorretrato, el juicio
de la luz, de las formas y del color
que en otra realidad valora,
del natural objeto el artificio.

    Centro, en cuyo volumen, derredor
fue de otro tiempo, de otra aurora,
si ángel de la unidad en lo diverso,
pues mito, epifanía
o encarnación inscribe con el verso
de la línea en la forma  de un ayer,
hoy, para mañana todavía.

   La realidad el más allá
de la razón contrasta,
si prudencia leal moderadora del ser
que en su rostro, quizá,
como en espejo forme un sueño
de otro yo  en realidad iconoclasta.

   Súbitamente, del autorretrato,
vivo un destello observa
de sus ojos, en alegato
singular de otra vida que preserva
la personalidad
viva de aquel semblante,
y anima a ser un yo
mismo en ajena voluntad,
si imagen desigual tan semejante.

   A cenit de azucena en llamarada
un espíritu asciende:
apenas tiza y azufre ya trazada,
desliza una figura allende
del conocido mundo la frontera
nunca hollada.
Entre un lívido concierto
de verdes cercos, de amarillos aureolados
surge la lividez de una esfera
azul que, acaso, el cielo alfombra
en tiznes  purpurados
que traslucen,  encubierto,
el canto de la luz sobre la sombra.

   Levantó la cabeza,
entonces,
          obnubilado,
ausente, todavía
en somnolencia el ángel:
                       la verdad
de su sueño se apresta
en el lienzo de la noche constelado
a recordar en soledad,
tan grata compañía
en luces manifiesta,
cuando la eternidad apenas
al observarse espejo un instante,
el firmamento de azucenas
pinta extraño en el rostro semejante.




                                               Francisco Acuyo








Ascesis de la luz en la azucena, nocturno, El Greco, Francisco Acuyo


1 comentario:

  1. Amigo, gracias a Dios tenemos poetas vivos como tú, que hacen homenaje a la poesía renovándola, embelleciéndola, enriqueciéndola, sin que por ello pierda un ápice de lucimiento, de elegancia y perennidad. Me encanta ese natural en ti, y tan efectivo uso de los encabalgamientos, del hipérbaton, que saborizan el lenguaje poético. Son un gran regalo estos poemas, y ojalá El Greco los reciba con todos sus lujos en el más allá. Un gran abrazo.

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