Tenemos nuevamente el placer de contar en nuestro blog Ancile con la extraordinaria capacidad narrativa del escritor, poeta y ya indiscutible amigo de quien les habla (sobre la vertiente poética tendremos ocasión de contemplar algunos ejemplos más adelante en este mismo medio) Pastor Aguiar, para deleite de todos los que sabemos apreciar un ágil y necesariamente entretenido relato (cualidad esta imprescindible en cualquier iniciativa narrativa que se precie como tal) amén de una calidad indiscutible en el manejo del lenguaje y los tiempos narrativos. Vean si no este: A través de los sueños, y juzguen por sí mismos.
A TRAVÉS DE LOS SUEÑOS
Mi rutina consistía en trabajar cuatro noches al hilo, dormir desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde, desayunar un ligero almuerzo, y en caso de que no tuviera que salir de compras, fumarme un habano en el balconcito mientras leía, una y otra vez, el Don Quijote de la Mancha, del que fui acumulando todas las ediciones en todos los idiomas. Apenas me quedaba lugar en la sala para estirar los pies.
Durante el verano, una vez por semana, iba al Parque de la Fraternidad para tomarles fotos a los pájaros y pasar un buen tiempo sentado bajo los árboles.
Hasta que en una de esas tardes de retiro, cuando guardaba la cámara en su maletín y me disponía recostarme contra un tronco de laurel, me vi vestido de harapos y corriendo detrás de un enorme pato atravesado por una flecha.
Parece que no había acertado bien el tiro. En mi mano derecha sostenía el arco y sobre la espalda un carcaj repleto. De todas formas sus movimientos se fueron haciendo cada vez más pesados, hasta que lo agarré por un ala y le extraje la flecha para lavarla en el cenagal. Y fue cuando descubrí que el fango me llegaba a las rodillas.
Tuve miedo de caer en una tembladera. Fui desandando lo andado hasta el pie de una colina salpicada de arbustos espinosos. Al rato llegué a una especie de choza con paredes de barro y varillas de madera. Di la vuelta y desplumé el ave sobre un viejo tanque cavado en un tronco, donde vi huesos, cáscaras de frutas y hojas secas.
Por aquel lado no pasaba el viento, así que ensarté la pieza con un palo y la coloqué entre dos horquetas sobre la leña. Tomé par de piedras para hacer fuego.
El olor de la carne me hizo babear de tal manera que a los pocos minutos arranqué un ala para hacer boca.
Así estaba cuando sonaron los cascos de varios caballos acercándose por el frente.
Un latigazo frío me recorrió la columna y salté hacia los matorrales cercanos, sin olvidarme del asado, el que fui cambiando de mano en mano para no quemarme.
Ya los jinetes se detenían y desde mi lugar, apenas a cincuenta pasos, al borde de una gruta rodeada de pedruscos, pude ver tres hombres con gorros de cuero, lanzas y arcos.
Debí saber quiénes eran, porque me achiqué cuanto pude, con el alivio de que el aire no soplaba hacia ellos. Llegaron a los rescoldos del fuego, miraron las plumas frescas y revisaron la choza gritando amenazas.
Iba conduciendo por la calle cincuenta y seis de regreso a casa, y cuando me descubrí en ello, di medio salto frente el timón, a punto de salirme de la vía. Entonces recordé el parque, la sombra de los árboles.
Ahora estaba a punto de oscurecer, así que habían pasado par de horas sin que fueran registradas en mi tiempo.
Cómo era posible que desde el tronco de laurel pasara hasta la calle, obviando un capítulo de tarde y par de kilómetros de distancia.
Si regresaba al parque, quizá alguien hubiera dado fe de mi presencia, me haya visto entrar al carro; pero se hacía muy tarde, hora en que cerraban la entrada al público.
Menos mal que algún sentido de orientación me había conducido a través de aquel lapsus.
La noche transcurrió normalmente, la cena calentada en el micro ondas, un capítulo más del Quijote, y dormir a pata suelta. Había aprendido a relajarme, a dejar la mente en blanco y como en un orgasmo, abandonarme a los sueños.
Pasó el descanso y las cuatro jornadas de trabajo. Después de unas pequeñas compras de alimentos_ mayormente frutas_ corrí al balcón, tabaco en ristre, con un rollo de línea de pescar que debía enrollar en el carrete para cuando viniera Benito de vacaciones, irnos bien lejos, a una costa desértica, con par de botellas de ron y mucha carnada.
Puse el radiecito a pocos pasos, siempre en la emisora de música clásica, y prendí la breva con un gusto tremendo.
El caballo iba como una saeta y yo agarrándome de las crines, inclinado hacia adelante como si con ello le imprimiera mayor velocidad. Pero a poco me di cuenta de que no lo hacía sólo por ese motivo, porque de vez en cuando alguna rama atravesada de lado a lado del estrecho sendero, me rozaba el lomo.
Por ambas orillas, los troncos, los arbustos, los gritos de no sé qué animales, se perdían en sentido contrario.
La bestia resoplaba como si fuera a reventar. Ladeando la cabeza pude ver, a menos de cincuenta pasos, una media docena de jinetes armados con sables, y tuve la sensación de que se iban acercando cada vez más.
El camino era un tubo zigzagueante, sin escapes laterales, así que le grité algo en las orejas a mi cabalgadura y comencé a rogarles a unos dioses irrepetibles.
Con una mano me palpé la cintura y pude sacar una larguísima hoja curva. Si llegaban a mí, no iba a regalarme.
Ya debían estar a menos de veinte pasos, me parecía sentir el fogaje de los animales pelándome la espalda. Y fue cuando el sendero se ensanchó un poco y dobló a la derecha.
El caballo vaciló, rodando después en línea recta, sin lograr vencer la inercia. Mis perseguidores, al ver que me adentraba en el bosque, se desmontaron para darme caza. Yo había perdido mi arma y cojeaba ligeramente.
Seguí avanzando entre enormes troncos y arbustos raquíticos. Después vino un descampado pedregoso de unos doscientos pasos. No me preocupaba con mirar atrás, no quería perder un segundo en ello.
Cuando llegué al final de la especie de meseta, se acabó todo.
Era el borde de un precipicio, al fondo del cual se extendía el mar.
Escuché los gritos encimándose, el frío de los aceros calculándome el cuello, y me lancé al vacío, de cabeza, como si estuviera acostumbrado a ello.
Las salpicaduras del aguacero me despabilaron, frente a mis pies estaba el carrete terminado y el tabaco totalmente consumido en mi boca, como una verruga. Llovía copiosamente al borde de la noche y el viento empujaba las gotas sobre mí. Entré a la sala y fui a secarme.
Algo extraño me sucedía, era la segunda vez que entraba en aquellas pesadillas sin estar dormido, como si no fueran mías.
No supe si preocuparme, si sacar un turno para el siquiatra. Quizá no volviera a suceder. Fuera de las lagunas donde la realidad mutaba hacia otras infra realidades fragmentadas, todo parecía seguir su curso habitual.
Decidí no hacer nada, simplemente estar a la defensiva y montar guardia sobre mí mismo.
No era nuevo que me quedara dormido en cualquier lugar, a veces oyendo una conversación, una clase; pero la novedad consistía en que ahora perdía la noción de la actualidad, como si fueran trozos de otras vidas.
Dos veces eran pocas para ir al médico, además de que odiaba las drogas, las preguntas molestas. Necesitaba más evidencia. ¿Me estaría haciendo daño tanto Cervantes?
En último caso podía solicitar una quincena de vacaciones para pasármela en la costa, sin lecturas ni compromisos de ningún tipo.
Cuando salí del baño (me pareció raro que me bañara cuando no tenía que trabajar), me puse la guayabera blanca y los zapatos caros, mientras pensaba en un restaurant chino.
Suerte que me sorprendí al tomar las llaves del auto, con su tintineo. Quién dijo que iba a gastarme los ahorros en comidas chinas, si en el refrigerador abundaban las viandas de todo tipo, y tenía una edición rara del Quijote esperándome frente a los molinos de viento.
Esa noche vine a dormirme como a las tres de la madrugada, y no recuerdo sueño alguno.
Cuando bajé hasta los depósitos de basura, el sol lanzaba mi sombra adelante y a la derecha de mi cuerpo. Me detuve unos segundos para mirarla, porque algo insólito me llamó la atención, aquel sombrero de alas anchas y un grosor de cintura que no eran míos. Menos mal que estaba completamente solo, porque era hora de trabajo para el resto de los inquilinos.
Apuré el paso sin perder de vista la reproducción gris que mentía mi figura. ¿Dónde estaba yo, si ni el sol me reflejaba?
Me dio por reír; menos mal que terminé riéndome y sacándole le lengua a la sombra, que en el último momento, antes de entrar a casa, se quitó el sombrero y echó a andar pegada a la pared exterior.
_ ¡Le digo que mi nombre es Ataulfo Genovesse!
_ Mire, caballero, yo me baso en lo que dice el pasaporte, y está bien clarito, ¿eh?: Juan Rodríguez, ni más ni menos. Y la foto, ni decirle; éste es un hombre negro; y usted parece albino.
_ Déjeme ver, no es posible…
Me devolvió el documento y salí de la fila para buscar el ángulo más tranquilo del salón. Por los parlantes anunciaban que era el último llamado para el vuelo 856 con destino a Dar Es Salan.
Efectivamente, era la foto de u negro en mi pasaporte, y donde debía decir Ataulfo Genovesse, estaba Juan Rodríguez; sin embargo, la firma era la mía.
Tuve el impulso de ir con esta evidencia hasta la joven de la aduana, pero descubrí que ella me miraba de hito en hito, a punto de denunciarme.
En otras hojas del documento había cuños de visas de medio mundo, lugares de los que no tenía idea; pero la firma era, sin dudas, la de mi mano.
¡Y quién coño era Ataulfo al fin y al cabo, si poco recordaba de él?
La muchacha me había dicho que yo era casi albino…así que dejé el maletín sobre la butaca, para no parecer que me escapaba, y fui al baño para mirarme el rostro.
Efectivamente, se trataba de alguien de un rosado blanquecino, como leche con sirope de fresas, y achicaba los ojos, porque la luz era insoportable.
Aunque el asombro era mi estado natural, no pude dejar de reírme ante la facha de ejecutivo que me miraba desde el cristal, muy seriamente.
_ Sea quien sea, cualquiera que esté a cargo de este viaje se va a joder_ Comenté en voz baja mientras salía hacia mi equipaje.
Sin dudarlo, salí con un trote alegre, puertas afuera, sin prestarle atención a la funcionaria, hasta la calle misma donde un taxi me esperaba.
_ ¿Adónde vamos?_ Escuché desde la cabina del chofer.
_ Al hotel más cercano_ Y encontré unos billetes en el bolsillo, junto al pasaporte.
El ruido del libro sobre el piso me hizo abrir los ojos. Era noche cerrada y un hambre tremenda me salía por la espalda. Me levanté vacilando, con los pantalones dos tallas más anchos. Cuando me rasqué la barbilla los dedos se me enredaron en la pelambre. ¿Yo barbudo?
Me tomé dos vasos de leche y regresé al sofá para recoger la última edición del caballero andante. Algo duro me molestó entre el pecho y el abdomen, era el pasaporte. Fui a encender la luz y pude leer claramente “Juan Rodríguez”, debajo de la foto de u negro con cabeza rapada.
_ Este cabrón debe ser el culpable de todo lo que me pasa…bueno, al menos lo último, porque no debe ser el que se tiró al mar, ni el otro…en fin, al menos por primera vez, tengo una pista en el mundo real( Y aquí dudé acerca de la realidad)
No dormí hasta el amanecer. Había decidido ir a la biblioteca para consultar las computadoras. Si no encontraba señas de Juan Rodríguez, iría al registro civil.
El local estaba vacío, recién había abierto sus puertas. Puse el nombre en el buscador y me salieron más de cien referencias. Después de un rato mirando resúmenes, sin nada de África, se me ocurrió la opción de las imágenes y fui paseando por diferentes fotografías de pescadores, de cantantes folklóricos, de vendedores de teléfonos celulares y, finalmente, la del negro de cabeza rapada, la de mi pasaporte. No era mucho lo que decía, pero lo pude ubicar en una fábrica de neumáticos al otro lado de la ciudad.
En menos de hora y media estaba allá. Ni me fijé en el nombre de la empresa. Pasé entre las hojas deslizantes hasta la señora de información.
_ ¡Dónde puedo ver a Juan Rodríguez?
_ Es uno de los jefes de tuno. Si no está apurado lo verá entrar en menos de veinte minutos. Siéntese por allí, cerca de la puerta.
No pasó ni la mitad del tiempo previsto y lo vi con paso largo y firme, hacia un pasillo lateral. Tuve que correr para cortarle el paso.
_ Juan Rodríguez, por favor…
_ ¿Nos conocemos?_ Me miró de arriba abajo, parándose al lado de la pared.
Era de cintura gruesa y un poco más bajo que yo.
_ Bueno, yo lo conozco al menos de nombre, y tengo su pasaporte, con su foto y la firma mía… ¿qué le parece?
_ Venga conmigo. Vamos a mi oficina.
Después de varios giros y saludos, entramos en su despacho y se sentó a mi lado en un amplio sofá.
_ No me diga que tiene mi pasaporte. Precisamente tuve que suspender mi viaje a Tanzania porque el mío estaba vencido. Lo mandé a renovar la semana pasada.
Le mostré la foto con todos los detalles restantes y él quedó alisándose una cabellera inexistente.
_ ¿Nunca usa sombrero?
_ Bueno, sí, cuando voy a mi granja uso uno de alas anchas, tipo mejicano… ¿ Y eso a qué viene?
_ Que hace un tiempo usted fue mi sombra, con esas mismas características…
_ No me diga…¿cómo se llama usted?_ Me interrumpió.
_ Ataulfo Genovesse. ¿No ha tenido sueños raros de un tiempo a esta parte?
_ Mire que sí. No podría decirle desde cuando, pero en varias ocasiones me pierdo de mí, como si estuviera en otras dimensiones, pero hay algo que se reitera, algo insólito, porque yo apenas leo novelas, y a cada rato me encuentro repitiendo de memoria pasajes enteros del Quijote.
_¡ Ahí está la cosa! Usted es quien me invade, al menos últimamente…no sé qué carajo pasa (perdóneme), no sé si usted practica alguna clase de magia, o telepatías, pero me está soñando, viviendo de mi realidad, que yo ni sé cuál es.
Después él me contó cómo le fue sucediendo parecido a mí. No hubo manera de que pudiéramos coordinar los tiempos, hubiera sido muy interesante. ¿Y las primeras visiones, aquellas en remotos pasados? ¿Habría él sido el nombre mío antes de hoy? Pero no tuve tiempo, una mujer con aire de malas pulgas entró sin tocar a la puerta.
_ Juan, ¿no piensa trabajar hoy? Lo estamos esperando en el salón de reuniones, sígame.
Mientras salía como el viento, me tendió la mano y dijo en voz baja.
_ Es la jefa. Ya sabe donde estoy. Mañana a la misma hora, si no soñamos.
Pastor Aguiar
Abril 21-10
Muchas gracias, Francisco. Sin duda, un fantástico relato, cautivante hasta la última palabra. Muy bien logrado. Felicitaciones para Pastor.
ResponderEliminarAbrazos agradecidos.
Jeniffer
Amigo, no imagina lo que le agradezco(Quizá por la amistad que le profeso debería tutearlo, pero la calidad de esta página, lo enriquecedor de los contenidos, me provocan un gran respeto y admiración) el regalo que me hace al publicar en este sitio mágico mi humilde trabajo. Hasta me parece ajeno cuando lo miro, con esas imágenes fotográficas tan bien escogidas. Me siento honrado y alegre, con más deseos de mejorarme, de ir aprendiendo de mis propias viviencias y de las fuentes inagotables de los escritores que acá disfruto. Yo me divierto y alivio a la vez cuando me desboco en tales historias donde lo onírico casi nunca falta. Es como si viviera varias vidas, de las cuales no llego a saber cuál es la real, en caso de que alguna lo fuera.
ResponderEliminarUn abrazo y muchas gracias, amigo. Que Ancile siga brillando siempre. Feliz fin de semana.
Pastor, yo que algunas veces me creo cuentista, sé lo difícil que es crear un cuento que verdaderamente cautive. He leído hasta ahora tres cuentos tuyos, el de la abuela, el de la terminal, y éste, y, de verdad, son todos un plato aparte en el menú. Tienes, sin la menor duda, no sólo el talento (innato, podría aseverar) para escribirlos, sino también el dominio del idioma, el carisma que no se estudia, ni se practica; y el balance consciencia/inquietud que da vitalidad al proceso creativo. Cada uno ha tenido lo suyo. Si me dieran a escoger, volvería a leer 'la abuela' primero por ser el más jocoso. Pero, ciertamente, este sería el primero si me preguntaran cual es el mejor de todos. Ya me gustaría leer unos doce o trece de estos en un libro.
ResponderEliminarCon permiso de Acuyo, ocupo este breve espacio para agradecerte, Edgar. En realidad uno se ve a través de los demás, uno puede intentar evaluarse un tanto gracias a la opinión ajena. En este caso me parece que sabes sobre narrativa, y eso me honra; yo casi nada, más bien vivo como alucinando historias, muchas de las cuales no llegan al papel...pero quisiera poseer un mayor arsenal de conocimientos, de dominio de la gramática, mayor bagage en lo referente a lecturas, etc. En fin, que te agradezco profundamente. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo, por darle vida a mis humildes intentos de contar, porque como dijo el gran poeta "que toda la vida es sueño..." Un abrazo.
ResponderEliminarExcelente como siempre. Gracias por ocuparme un rato para leer a mi querido primo que tanto admiro. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminar