Para la sección, Narrativa, del blog Ancile, traemos el relato breve pero trepidante de Pastor Aguiar titulado, Corte
de caña y algo más.
CORTE DE CAÑA Y ALGO MÁS
Comenzaba la zafra de aquel año que
el almanaque se empeña en olvidar, pero no yo. Cómo olvidar mi primera sangre
ladrándole a la paja recién desprendida de los tallos.
Habíamos llegado al cañaveral en una
carreta halada por el tractor de la granja. Éramos una docena de macheteros
para mí desconocidos.
Andaba yo por los veinticinco años de
edad y esta era mi segunda zafra, así que ya me conocía las artes de tan
agotadora faena.
El jefe de la brigada nos distribuyó
a cada uno frente a un tajo de cuatro surcos, y me tocó el tercero, por lo que
me puse a encender un tabaco para dar tiempo a que los otros abrieran camino.
Todo parecía de lo más normal, pero a
la segunda fumada vi una sombra encimándose sobre la mía. El sol se elevaba a
la altura de las palmas.
_ Me gusta este tajo, guajiro, ¿por
qué no cambiamos?
Lo miré de arriba abajo, era un
hombre mayor que yo y un poco más alto, con bigote manchado de café. Me cayó
mal a primera vista, quizás por el diente de oro asomándosele a través de su
media risita.
_ Estoy bien acá, amigo, es el lugar
que me toca.
_ Conque esas tenemos, carajo; debe
ser que no me conoces todavía. A mí nadie se me niega cuando pido algo. Para
que te vayas enterando, me dicen Liborio el del barrio matasiete.
_ Mucho gusto Liborio, pero no hay
trato.
El tipo se quitó el sombrero y con la
misma mano se fue rascando la pelambre como para despertar de un imposible.
_ Mira, novato, no me hagas llevarte
al hombro hasta el último tajo, el que me dieron por equivocación, porque me
gusta este.
A tales alturas supuse una bronca, la
primera en mi vida. Siempre había evitado fajarme, un poco porque me
consideraba cobarde y otro por aquel dicho de mi abuelo de que las broncas se
sabía cómo empezaban pero no cómo iban a terminar. Yo hubiera
querido, a tales
alturas, un calor en las orejas, un fogaje haciéndome hervir la sangre, sin
embargo seguía allí fríamente, medio asustado.
_ O te quitas de ahí o te quito yo.
¿Te creerás guapo?
_ No soy guapo pero no me voy a mover
de mi sitio. Vuelva al puesto que le dieron, que ya voy a empezar el corte.
Entonces vino lo insólito, el empujón
que me hizo caer sobre la mochila con mi porrón de agua, la botellita de café y
los tabacos.
A pesar de ello no me llegaba el
calor, aunque un odio lento y desconocido me fue erizando la nuca. Me senté sin
apuros mientras agarraba el machete recién amolado.
_ Ni se te ocurra levantarlo, que te
voy a cortar la mano al vuelo, hijo de puta.
_ Puta será tu madre, abusador de
mierda_ Acabé de gritarle ya de pie.
A tales alturas no me conocía, un
temblor irreparable amenazaba con tumbarme el machete.
Liborio había dado dos pasos atrás y
alzaba su arma tomando puntería. El primer golpe llegó horizontalmente, para
rebanarme la cabeza, suerte que me agaché a tiempo. El aire me sacó el
sombrero.
Yo respondí con otro tajazo al pecho,
pero el tipo se movía como un gato. En una de esas, hacia abajo, me cortó la
punta del zapato derecho, que era de cuero bien duro.
El resto de los macheteros no se
atrevió a intervenir, apenas algún grito de paren eso, coño, que un cañaveral
no vale para tanto.
_ ¡Te voy a matar y echarle ese
diente de oro a los perros!_ Dije sin poder creerme, cuando Liborio volvía al
ataque por lo alto.
El machetazo se me encajó en el
hombre izquierdo y se trabó allí, creo que en la clavícula. Fue cosa de dos
segundos durante los que pude sentir sus tirones para destrabar el filo.
Yo no pensaba, en la boca iba
sintiendo un sabor a retama que supuse el gusto de la muerte. Los reflejos
debieron llegar en mi ayuda, porque no tuve tiempo de planificar nada. La mano
solita hizo un giro y le rajó la barriga de lado a lado.
El sujeto dejó el machete en mi
cuerpo y fue cayendo hacia atrás con el diente de oro relampagueando.
Yo sentí que me iba a desmayar y a duras
penas me arranqué la hoja metálica del hueso. La sangre ya dibujaba serpientes
en la paja seca.
Fue lo último que pude recordar. Lo
siguiente fue el hospital del municipio y varios de mis compañeros de aquella
zafra mirándome con un respeto que no me pareció de este mundo.
Pastor Aguiar
Agosto 17-2015
Querido amigo, al borde de la media noche de este sábado, veo que has publicado otro cuento mío, y siento una especie de regocijo, porque es un tema muy cercano a mi experiencia vital, a los campos donde crecí. Como es de suponer, no he matado a nadie en la vida real, pero gracias a estas historias me desahogo, reinvento realidades, me divierto de cierta manera. Nunca pensé ser leído más allá de mi esposa y algún otro infeliz de la familia; aunque no niego que me complace y estimula descubrir algo mío en un blog tan prestigioso, quién me lo iba a decir. Vivir, contar lo que se vive reinventándolo, es mi pasión, pero el almanaque no se compadece y no me queda mucho para superarme. Doy gracias a Dios por poder contar con una oportunidad como esta, amigo. Un abrazo grande.
ResponderEliminarHistorias de cañeros...
ResponderEliminarMi primer libro "La marcha de los cañeros" Cañeros uruguayos que supieron vivir y hacer HISTORIA QUE PERMANECERÁ POR SIEMPRE
Gracias por compartir tu historia