Todo aquel galimatías indescriptible sobre la ciencia y arte métrica, ofrecido en el famoso extracto denunciado por alguno de vosotros, puede quedar, en sus cientos de páginas de precepto, concepto y análisis métrico matemático, en algunas de estas sencillas consideraciones que presento, desde luego más entendibles, y que espero sean, si no de todo vuestro agrado, por lo menos de mejor y mayor entendimiento y, por qué no, de más grato entretenimiento para el que quisiera acercase a su limitada y humilde exposición, incluso para el lector no avezado en aquellos técnicos procederes discursivos de mi anterior propuesta. Y si alguien, después, estuviese interesado en los menesteres más complejos y prolijos que informan los Fundamentos de la proporción en lo diverso, ya satisfaría con mucho gusto su curiosidad a tan extravagante respecto.
POESÍA: PRONTUARIO PARA EL ARTE DE ESCUCHAR
Se hace necesaria para la observancia adecuada y mejor entendimiento, si no de los intrincados (y no siempre del todo explicables) entresijos del funcionamiento de la unidad poemática, el verso y, después, el poema mismo, al menos conocer algunos de los rudimentos que rigen más obviamente en el difícil arte de la construcción, disposición y fundamento poéticos, los cuales se reflejan, claro está, en el constructo poemático; me refiero, como no puede ser de otra manera, a lo que mejor los refleja y que no es sino el anunciado arte de escuchar el verso, y que desde luego no se remite exclusivamente al aspecto fonético o sonoro del mismo. Mas porque no nos remitamos en este intento aclaratorio, interpretativo al fin y al cabo, y su ejercicio de atención especial, a una boutade que lleve a generar confusión en vez de la necesaria claridad para la escucha particular a la que les hago referencia, ruego, en principio al menos, un poco de obsequiosa paciencia. Se hace muy necesaria esta, acaso inaudita y pasiva alerta, especialmente para inquirir con cierta propiedad el ámbito y la naturaleza donde se desarrolla la vitalidad creativa de la poesía, por ser esta, a mi juicio, la forma o representación más sublime de los procesos creativos, pues afecta a todas las artes y ciencias e impulsos creativos cualesquiera del espíritu humano.
Esto es así porque, como trataremos de explicar, nuestra capacidad convencional de entendimiento del verso y del poema se mueve bajo el influjo y, veremos, que también, rémora para el reconocimiento de estos procesos de creación, nos referimos: a todo el séquito de ideas (y prejuicios no siempre justificados) previamente adquiridos, de las sensaciones y emociones que intervienen en su confección: todo lo cual conforma acaso el pensamiento mismo cotidiano que actúa indefectiblemente en nuestras vidas, atentas casi siempre a aquello que entendemos como de utilidad práctica, y que significan la propiciación a una aprehensión falseada o deforme o inútil de todo lo que se manifiesta más allá de los referidos procesos utilitarios y finalistas. Así, si la poesía (y el verso y el poema) ofrecen novedad (y verdad), y por tanto se mantienen lejos de aquella utilidad finalista referida , no siempre se nos muestran correctamente interpretados.
Es preciso que ya comprendan el hecho ineluctable, así se manifiesta para este poeta que les habla, de la íntima conexión entre vida y poesía, mas no sólo por las obvias relaciones que caben establecerse entre el poeta vivo que construye sus versos en pos de esa energía vital que posibilita su ejercicio, también porque el proceso de creación poética se equipara al que es propio de la creación y que manifiesta el prodigio inaudito de la vida.
Después de todo lo antecedido en este introito apresurado (ya en exceso prolijo), quisiera poner énfasis especial en algo que muy bien pudiera, en virtud de lo antecedido, parecerles paradójico: nos referimos al silencio, no sujeto este al carácter conceptual al que unimos habitualmente su significado. Nos parecerá incluso contradictorio si el poema, les anticipaba, debe escucharse atentamente. El verso que lo constituye se construye y expresa mediante la palabra, e insisto, ante todo sobre la palabra oral, fonéticamente (acústicamente) expresada, no olvidaremos unos de los rasgos más genuinos de la poesía: su musicalidad. Así las cosas les conmino a que entiendan este silencio como aquel que nos hace olvidar lo que compone nuestro juicio adquirido mediante la memoria, la idea preconcebida, la sentimentalidad y emoción prejuzgada y asumida consciente o inconscientemente; lo asumido en virtud del conocimiento aprehendido, e incluso de aquello que compone nuestro ser más ancestral y que se subvierte en nuestra personalidad como expresión de miedos o pulsiones que se pierden en la noche de los tiempos y que vieron trasegar la conciencia de los primeros hombres. Este olvido no es de la memoria, es la apertura de una puerta nueva a la percepción de una realidad totalmente original y nunca vista que la poesía verdadera ofrece singularmente, aún haciéndose partícipe de lo tantas veces repetido en lo sólito (ya acostumbrado) en nuestras vidas, a veces de forma obsesiva, mas también ineludiblemente unido a las preguntas sobre la realidad última que también atañen a todos los seres con conciencia de sí y de lo que les rodea.
Quiero que atiendan, leyendo algunos versos silenciosamente, con una nueva fuerza de atención, la impronta que acaso les haya dejado la lectura o escucha del poema. Si hemos puesto todo nuestro ser (mental y corporal) en ello, notaremos que al margen del orden de todo aquello que taxativamente conocemos y dirige a priori nuestras vidas, lo que de manera compulsiva hemos adquirido y también conforma nuestro ego, este silencio hará aparecer lo dicho por el poeta como algo totalmente nuevo, prístino, acaso nunca dicho ni oído anteriormente: este es el milagro de la verdadera poesía y de su silencio atentamente escuchado.
Esta escucha atenta y silenciosa del poema propicia, nos parece, el contacto con la realidad siempre asombrosa de lo nuevo en lo verdadero, y a la que insta de modo inusitado la poesía que consideramos verdaderamente genuina, la cual, además, posibilita la comunicación auténtica que compete no sólo al autor, al poeta; este impulso creativo y la excelencia de su ejercicio peculiar, también afecta al lector (al oyente del poema) que gracias a aquel raro silencio del que hablamos, posibilita la comunión entre el receptor curioso, solícito y ya abandonado de sí mismo, amante de la extraordinaria fuerza creadora del poema, en comunión con el poeta que a su vez conecta inefablemente con la realidad original y unívoca de la poesía.
Esta escucha atenta y silenciosa del poema propicia, nos parece, el contacto con la realidad siempre asombrosa de lo nuevo en lo verdadero, y a la que insta de modo inusitado la poesía que consideramos verdaderamente genuina, la cual, además, posibilita la comunicación auténtica que compete no sólo al autor, al poeta; este impulso creativo y la excelencia de su ejercicio peculiar, también afecta al lector (al oyente del poema) que gracias a aquel raro silencio del que hablamos, posibilita la comunión entre el receptor curioso, solícito y ya abandonado de sí mismo, amante de la extraordinaria fuerza creadora del poema, en comunión con el poeta que a su vez conecta inefablemente con la realidad original y unívoca de la poesía.
Si leen, digamos, un poema de amor, que aparece como tema (monotema en no pocos excelsos poetas de nuestra tradición y de nuestra realidad literaria presente, acaso porque amor y poesía mantienen algo más que una hermosa dialéctica, porque forman parte del tronco común que hace posible la creación en esta o cualquier otra vida) percátense en silencio de sus versos. Pues bien, en principio nada nuevo parecería invitarles, máxime si se hubiese adelantado algún comentario sobre su supuesta inspiración que remitiera a esta o aquella incidencia anecdótica, que pudiera remitirnos a una potencial razón de su origen, mas si escucharon atentamente muy bien pudieron haber visto y oído (y si los versos ciertamente son capaces de ofrecerla) una verdad original nueva, nunca vista y oída (a pesar del trajinado juicio –tal vez prejuicio- que para nuestra mente racional se ha vertido desde antiguo del amor como concepto).
Quiero decirles que la poesía, cuando alcanza un grado genuinamente creativo, nuevo, insisto, será poesía de verdad, no un simulacro que remeda su arte verdadero. Además, siempre acaba por manifestarse como la muestra más clara y auténtica de aquello que denominamos e intuimos como libertad, y esto es así porque, ciertamente, en la escucha atenta que alentábamos, se nos muestra el impulso silencioso que nos libera vaciando nuestra mente y espíritu de todo lo aprendido, viciado en el tiempo, en el prejuicio del pensamiento como manifestación de lo viejo ya vivido y anclado en la memoria de aquel tiempo pasado, en un ejercicio insólito de conciencia que nos hace olvidarnos de nosotros mismos. La poesía nos ofrece la inaudita posibilidad de situarnos incluso más allá de lo adquirido por la vivencia, la sensación, la emoción, y la posterior asunción de todo ello por el pensamiento, y es que nos brinda la posibilidad única y sublime de superar la relación de todo aquello que nos infunde a la identificación con un objeto determinado en el cual vernos reflejados previamente.
Por favor, intenten trasciender la manera vulgar y equívoca que dice que la poesía: no debe ni puede entenderse, sino que tiene que, de forma irresoluble y unívoca, sentirse; craso error pensar que ésta (la poesía) sólo indaga en las emociones íntimas que afectan subjetivamente a una persona, pues es quedar resueltamente en superficie y perderse la práctica totalidad de lo que, de guisa inmarcesible la conforma, y que desde luego la sitúa más allá de un parvo inope proceso de identificación egotista.
Adviertan ustedes que las palabras, aún invitando al pórtico de ese silencio al que aludía y al que les sigo incitando que traspasen escuchando, pueden ser harto peligrosas. Y esto será así porque tendemos a creer, casi siempre como proceso totalmente natural, que la cosa designada por la palabra es la cosa misma. Así es que nos conviene atender, a lo que me parece una cuestión ineludible, y es la que nos dice que el lenguaje puede, en el proceso de representación y comprensión que implica, manejarnos y confundirnos sobre lo que la realidad a la que se refiere sea. Es preciso que entiendan que el potencial lingüístico del que se hace acreedor el poema tiene una función más extensa, profunda e importante que la utilidad representativa (aunque el punto de vista práctico es indiscutible) de la realidad que designa, pues quiere y puede situarse como una entidad integradora capaz de ofrecerse además como realidad en sí, propia, afín a lo que es verdaderamente en el mundo.
Entiendan pues, que el fenómeno poético, si hemos escuchado con atención, no es posible como un supuesto teórico de lo que pueda ser la realidad que informa, sino que se manifiesta como un hecho irrefutable que marcará nuestro entendimiento del mundo y de nuestra propia existencia.
Es pues de enorme interés inquirir en este asunto sobre la atención y la escucha especial que requiere la poesía, sobre todo para descubrir cómo es que el poema auténtico trasciende las propias limitaciones del lenguaje, e inviste, al suyo propio y fidedigno, con el que tan particularmente se expresa, como impulso vital energético y creativo inaudito.
Entendamos que la poesía es, no obstante (como decíamos en otras ocasiones, una ciencia de la paradoja), indefinible e inaprensible en virtud de sus infinitos y numerosos aspectos. El principio sobre cual se conforma es a la vez, inmanente y trascendente, decible e inefable, mas siempre actual, presente, en todos los procesos vitales creativos donde lo transitorio y múltiple encuentran unidad.
No pretendo otra cosa con esta exposición y su teórica y frugalísima compañía que, el entendimiento, en fin, de la poesía como algo ineluctablemente vivo, que fluye y se manifiesta con singular y hermoso movimiento (aun sustentada en su paradójica quietud); como ese algo impelido, en realidad, desde fuera del pensamiento, si entendemos este como propio de lo conocido (del conocimiento), pues ofrece en su novedad – y sólita inocencia- la belleza como cualidad más extraordinaria, la cual, además, sólo será totalmente perceptible y manifiesta cuando se escuche plenamente, en actitud de evidente superación de la autoridad de lo vivido y pensado y censurado moral, ideológica y sentimentalmente con anterioridad a su extraordinario ser y enigmática fenomenología, las cuales quedarán presentes, si escuchamos, para siempre en nuestro espíritu.
Francisco Acuyo
Francisco Acuyo
Un trabajo profundo, que va más allá de todo tecnicismo y bucea en el meollo de la forma en que se debe entender, o percibir la creación poética representativa de la creación misma. Es una obra para leer y releer. Además, en la lectura uno se da cuenta del profundo amor que el autor profesa a la poesía como madre de todas las artes. Muchas gracias y un abrazo, amigo.
ResponderEliminarSiempre aprendo algo nuevo, aun releyendo, querido amigo. Gracias y abrazos.
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