Sören Aaaby Kierkegaard, filósofo de la angustia, en el bicentenario de su nacimiento, en la sección de Microensayos del blog Ancile, por el catedrático de filosofía Tomás Moreno. Pensador fundamental para los existencialismos del siglo XX (y de nuestro admirado Miguel de Unamuno), es traído a estas páginas digitales muy apropósito para deleite de los interesados en lo más granado del pensamiento de cualquier época.
EN EL BICENTENARIO DE KIERKEGAARD,
EL FILÓSOFO DE LA ANGUSTIA
I. La biografía de Sören Aaaby Kierkegaard (1813-1855),
uno de los grandes filósofos europeos del XIX e indiscutible punto de
referencia del existencialismo del siglo XX, es
muy pobre en sucesos: a excepción de un par de viajes a Berlín casi no
salió de Copenhague. Una holgada renta familiar, le permitió vivir dedicado por
entero a su producción literario-filosófica. No obstante, vivió su propia vida
de forma intensísima, interpretando a menudo las propias vicisitudes personales
como signos de un destino inexorable.
Kierkegaard nace en
Copenhague, en el seno de una familia acomodada. Es el séptimo y último de los
hijos de Michael Pedersen Kierkegaard y de Ann, ex-empleada doméstica de éste, con quien se había
casado en segundas nupcias. El padre, de orígenes muy humildes, había llegado a
ser un acaudalado comerciante textil. En plena madurez, cuando tuvo su último
hijo (Sören) con 56 años, ya hacía más de un decenio que se había enriquecido
lo suficiente como para retirarse de los negocios y dedicarse al estudio y a la
educación de sus siete hijos. Imbuido de una profunda, severa y opresiva
religiosidad, que transmitirá a toda su familia, era un hombre atormentado y
triste. Kierkegaard llega a calificarlo como “el hombre más melancólico que nunca he conocido”. Sin
embargo, para único disfrute del hijo, conservaba una viva e incluso exuberante
imaginación, además de manifestar unas dotes dialécticas que maravillaban al
joven Sören, sobre todo en las discusiones filosóficas y teológicas que gustaba
de mantener con sus visitantes.
De
su madre poco sabemos, aparte de su actitud protectora y tierna con los suyos. Es extraño que Kierkegaard, tan locuaz sobre
sí mismo y sobre su padre, nos diga tan pocas cosas de ella y apenas la
mencione en sus escritos[1]. Si sus relaciones con su madre fueron tiernas
y afectivas, no podemos decir lo mismo con respecto a las que mantuvo con su
padre, al que sin embargo amaba profundamente: hasta el final de su vida arrastrará
un tormentoso conflicto con él.
Aunque
era el hijo favorito, Kierkegaard recordaba su infancia como terriblemente
dolorosa. Había sido un niño enfermizo, y todavía más en plena adolescencia
como consecuencia de un desgraciado accidente: en 1828, al caer de un árbol
mientras jugaba, Kierkegaard sufre una lesión en la columna vertebral y como secuela
su espalda adquiere un arqueamiento pronunciado[2],
lo que acentúa el aspecto quebradizo y débil del futuro filósofo. La salud de
Sören será muy delicada durante toda su vida.
Por
otra parte, su educación, basada en una severa
religiosidad pietista y centrada en un cristianismo
tenebroso, según decía él mismo, le había sumido en una situación vital y existencial angustiada.
En 1821, ingresa en el colegio de
Borgerdyscole, donde se prolonga la educación religiosa imperante en su casa. En
1830 asiste a la Universidad de
Copenhague, inmersa en esos años en la disputa entre la teología y la filosofía
racionalista. En 1833, se produce su
encuentro con el teólogo luterano Hans
Lassen Martensen (1808-1884), que despierta su vocación religiosa. A través
de él recibe las ideas del alemán Friedrich
Schleiermacher (1768-1834)[3].
Su influencia sobre Kierkegaard fue profunda y se mantuvo viva hasta la muerte
del filósofo danés. Sören destaca muy pronto en sus estudios de teología,
siguiendo los pasos y la vocación sacerdotal de su hermano mayor, Peter
Christian, que años más tarde llegaría a ser obispo luterano de Aalborg.
Tras
la muerte de su madre en 1834, la
familia queda reducida a su hermano y su padre (sus otros cinco hermanos ya
habían muerto). En julio, el joven Sören huye de su casa tras una disputa con
su padre; cuando pasan unos meses regresa al hogar paterno, cargado de deudas,
que su padre paga. Interrumpe en 1835
sus estudios de teología y en 1837 conoce
a una jovencísima Regina Olsen, de
quien se enamora. El 9 de agosto de 1838
muere su padre, quien poco antes ha confesado a su hijo su lacerante y
angustioso “secreto” (Kierkegaard, más tarde, denominará esta revelación el “gran terremoto” de su vida). Queda dueño
así de una doble herencia: por un lado, de una fortuna considerable; pero por
el otro, de una inagotable angustia, caracterizada por la obsesión del pecado.
Para honrar su memoria, decide
proseguir sus estudios de teología, que concluirá en 1841 con una tesis doctoral titulada Sobre el concepto de ironía. Por ese tiempo rompe su promesa de
matrimonio con Regina, que había contraído un año antes (septiembre de 1840),
devolviéndole el anillo. Regina le suplica que vuelva a ella, pues está
realmente enamorada, pero Sören -a pesar de amarla apasionadamente- se muestra
frío y desdeñoso. La ruptura es inevitable: “Ella ha escogido la vida, yo he
escogido el dolor”, escribirá en sus Diarios
(que se publicarán póstumamente).
Se traslada a Berlín (1841-42), donde durante algunos meses se convierte en
oyente de las lecciones Schelling.
Pero su fascinación por el pensador alemán dura muy poco. En 1843 regresa a Copenhague. Redacta y
publica, bajo seudónimo[4],
O esto
o lo otro. En ella se inserta el famoso Diario de un seductor.
Este mismo año, también en Copenhague, aparecen publicados La repetición y Temor
y temblor, que obtienen un gran
éxito: la fe aparece ya caracterizada como paradójica
y ejemplificada con la historia de Abraham e Isaac, y la angustia ante Dios
analizada como “temor y temblor”.
En 1844 publica, también bajo seudónimo, dos obras con las que se
aleja definitivamente del pensamiento hegeliano: Migajas filosóficas y El
concepto de la angustia. Ésta es una de sus obras capitales y más
conocidas, en ella que analiza con gran profundidad psicológica el problema de
la angustia, a la que considera como
estado de ánimo inherente a la existencia humana. Su repercusión es clave en el
nacimiento y desarrollo del existencialismo europeo posterior.
En 1845 aparece una de sus obras más acabadas y sistemáticas, Estadios
en el camino de la vida, exhaustivo estudio sobre los tres estadios de
la vida humana estético, ético y religioso, y el “salto cualitativo” que se produce en la vida del
individuo al pasar de uno a otro. Los Estadios
incluyen, en su primera parte, una narración titulada In vino veritas (atribuida
a un tal William Afham), en la que
Kierkegaard, alude a un banquete, al final del cual cada uno de los cinco
comensales invitados, Juan el Seductor, Víctor el Ermitaño, Constantino
Constantius, el Jovencito y el Mercader de Modas, emiten amargos juicios sobre
el amor y las mujeres.
En 1846 ve la luz Post scriptum conclusivo no científico a las
Migajas filosóficas, obra que, bajo su irónico título, esconde una
crítica a fondo de la filosofía hegeliana. En 1847 Kierkegaard trabaja en la redacción de Mi punto de vista, que
aspira a ser arreglo final de cuentas con la filosofía sistemática. El filósofo
afirma en ese texto que toda su obra debe ser entendida desde el punto de vista
de la religión.
En 1848 experimenta su segunda crisis mística; la primera había tenido
lugar al escuchar la confesión de su padre, cuyo recuerdo no dejaba de
atormentarle. Kierkegaard, de treinta y
cinco años, habiendo ya vivido más de lo que consideraba posible o justo, siente
las conmociones de una nueva metamorfosis espiritual: tenía que intentar
convertirse en sí mismo y considerar su melancolía “metiendo a Dios en el
aprieto”. La metamorfosis anunciada tuvo lugar el 9 de abril. “Toda mi
naturaleza ha cambiado”, escribió emocionadamente. “Mi íntima reserva, mi
introversión, han desaparecido. Debo hablar. ¡Gran Dios, dame la gracia!”. En 1849 bajo el seudónimo de Anti-Climacus, Kierkegaard publica una
de sus más importantes obras, La enfermedad mortal o De la desesperación y
el pecado: un estudio sobre el pecado, trasgresión fundamental de la
moral cristiana. La fortuna heredada de su padre está a punto de diluirse,
junto con la prosperidad de la que hasta entonces había gozado Dinamarca. En 1850 publica La escuela del cristianismo,
y, por último, sus Discursos edificantes (publicados con su propio nombre). Los
cinco años siguientes son laboriosos y conflictivos en extremo.
En
octubre de 1855, Kierkegaard retira
del banco los últimos fondos y poco después cae desmayado en la calle. Sufre
parálisis en las dos piernas. Su estado se agrava, pero se niega a
reconciliarse con la Iglesia oficial incurablemente descarriada y con su
propio hermano, el obispo. Muere el 11 de noviembre, en una clínica de
Copenhague.
II. Todos estos datos y detalles biográficos son
significativos a la hora de poder comprender su concepción filosófica, que él
entendía no tanto como conocimiento objetivo
de lo real cuanto como una reflexión
existencial del individuo. Los “Diarios” indican precisamente los
múltiples nexos, con frecuencia intrincados, entre su biografía y su
pensamiento.
En
efecto, la vida privada de Sören
estuvo marcada sobre todo por tres hechos: la relación con su padre, ya aludida, la enigmática “espina en el costado”, y la breve relación con su frustrado amor, Regina
Olsen. En más de una ocasión Kierkegaard insinuó o dijo francamente que su
sufrimiento era su parte en la culpa secreta de su padre. El padre, se
ha conjeturado a partir de los escritos de Kierkegaard, le confesó su secreto: al
parecer, cuando era todavía niño y un pobre pastor, maldijo a Dios por los
muchos sufrimientos que padecía; desde entonces, se sintió perseguido por ese pecado de sacrilegio. Si
esta suposición era cierta lo ignoramos, pero en cualquier caso el piadoso
viejo debió de sufrir el horrible tormento de la culpabilidad y el miedo
durante toda su vida. Cuando, en un periodo de dos años, la madre y tres de los
niños murieron, la sensación familiar de tristeza por estar sometida a un
trágico destino de castigo y culpa se agravó: tanto él como Peter, su hermano,
estaban convencidos de que -por causa de ese pecado paterno- una maldición divina pesaba sobre toda la familia y
de que ellos también morirían pronto.
En
lo referente a su “espina en el costado”
(utiliza también otras expresiones: “aguijón en la carne”, “discordia” o
“desproporción”) nadie sabe con precisión qué pudo haber sido. Lo cierto es que
Kierkegaard una y otra vez alude a ella en sus escritos, afirmando que es lo
que le impide entablar las relaciones
normales en la vida y lo que le sujeta a la consciencia del pecado y de la
culpa. “Soy, en el más profundo sentido de la palabra”, observó, “una
individualidad desdichada que desde sus primeros años ha estado siempre
afectado por uno u otro padecimiento, rayanos en la locura y que deben tener
sus raíces más profundas en una desproporción
entre el alma y el cuerpo; pues (y eso es lo extraordinario) no tenía nada que
ver con mi mente”[5].
Esa
enigmática expresión (de
reminiscencias paulinas) nos llevaría
a esta inquietante posibilidad: que Sören estuviese acomplejado por su
deformidad física o que fuese impotente. El hecho de que consultase a un médico
para ver si éste podía resolver “la discordia
entre lo psíquico y lo físico” y, actuando a través de su voluntad, llevar a
cabo “el universal ético” del matrimonio, hace probable, según algunos, que su
problema fuese sexual.
El
tercer hecho, y sin duda
condicionado por el anterior, fue su relación con Regina Olsen. Prometido con la joven, Sören rompió el noviazgo
-como ya vimos- al cabo de un breve tiempo, convencido de no poder llevar una
vida “normal” en la situación matrimonial y de ser una “excepción”[6].
La había conocido en mayo de 1837, siendo ella una bella muchacha de 14 años. Tres
años más tarde se promete con la joven, pidiendo su mano. Pero sólo unos meses después
rompe inexplicablemente el compromiso: cree que la muchacha es una tentación
que puede apartarle de su camino,
ocultando el aspecto moral y religioso -y también el fisiológico o psíquico personal-
que tal vez le ha llevado a tomar semejante drástica e inesperada decisión.
En
su obra Temor y temblor habla de su
frustrada experiencia amorosa y afirma que ha renunciado a la muchacha por un mandato divino. En su Diario
de un seductor, Kierkegaard cuenta muchos detalles de su relación amorosa
con Regina Olsen e intenta explicar algunas razones de su ruptura, enmarcándola
en el carácter inconciliable entre la
vida estética y la vida ética: él se siente consagrado por entero al culto
de lo Absoluto y tiene conciencia de ejercer, como tal, un sacerdocio o
vocación “religiosa” incompatible con el matrimonio, por su exigencia de total
entrega[7].
Algunos
biógrafos aluden -como uno de los motivos de su ruptura- al hecho de padecer de
melancolía, evidentemente, una herencia paterna y familiar; otros, al
temor de ser aceptado por ella no por verdadero amor sino por “compasión”. Theodor Haecker señala un hecho que indudablemente
tuvo que pesar, y mucho, en su renuncia a casarse con su amada Regina, su torturante
e inasumida deformidad física: “Kierkegaard tenía quizá un atormentado miedo de
que sus hijos pudieran ser semejantes a él, y un miedo todavía más atormentado
de que tales hijos pudieran incurrir en la perdición eterna y sucumbir al mal.
Sabía por propia experiencia qué pequeña es la distancia que separa a un hombre
deforme como él de lo demoníaco”[8].
El 3 de noviembre de 1847 Regina Olsen contrae matrimonio con Fritz Schlegel, hecho que -según
testimonia su Diario- provoca a Sören una viva desesperación.
En
lo referente a su vida pública, tres
son los grandes acontecimientos (en realidad confrontaciones intelectuales) que
marcaron su trayectoria filosófica y espiritual: la primera contra el “sistema” hegeliano, la segunda
contra la “cristiandad establecida”
y la tercera contra la “prensa”, a
raíz de sendas polémicas ocasionadas por el ataque del periódico satírico de
Copenhague, “El Corsario”, de M. A. Goldschmidt y por el enfrentamiento con el
obispo Martensen.
Aunque en su juventud sólo le interesara la lectura de autores como Platón,
Goethe, Schiller o Heine, y -como confiesa en sus minuciosos y doloridos
Diarios- en sus primeros años de universidad saciara sus apetencias de
saber filosófico en los sistemas
idealistas alemanes, primero a través de intermediarios daneses
y más tarde directamente, con los años, la filosofía
clásica alemana -de Fichte, Schelling y Hegel- se convirtió para Kierkegaard en paradigma del error, del orgullo intelectual y de la frialdad
religiosa. De ahí que entablara con ella -y en especial contra Hegel- una ardua
y sutil polémica que sólo acabó cuando el filósofo danés cerró definitivamente
sus ojos, en una clínica de Copenhague.
El “sistema filosófico” en cuanto tal, fue combatido por Kierkegaard en
nombre de exigencias tanto teóricas como éticas: la pretensión de una hojeada
objetiva sobre el mundo es insostenible (ya que todo pensador no es más que un
individuo existente, inmerso en la temporalidad) e inmoral (en cuanto es una
huida de la propia responsabilidad individual): solo la subjetividad es la verdad. En 1843 comienza su extensa polémica contra el sistema de Hegel y su
desprecio de la subjetividad: O esto o lo otro, (1843), el Post scriptum conclusivo no
científico a las Migajas filosóficas (1846) y Mi punto de vista (1847),
son los escritos en los que lleva a cabo su ajuste de cuentas con el
hegelianismo.
Por “cristiandad establecida” entiende Kierkegaard la situación histórica
en la que el mensaje cristiano, exaltado en palabras, es de hecho convertido en
letra muerta, sometido a compromisos y mundanizado, privado de su verdad más
profunda y terrible: la relación “personalísisma” y “absurda” entre el
individuo pecador y Cristo. De ahí sus críticas y objeciones, expresadas en su Post
scriptum (1846) contra la
Jerarquía de Iglesia oficial danesa, a la que acusa de tibieza y de componendas
con el poder político y la burguesía para oprimir a los más pobres, a las que
seguirán muchas otras. En 1850 en su
La
escuela del cristianismo la acusará de practicar una religiosidad sin riesgo y
sin sufrimiento. En 1854 tiene
lugar la ruptura final de Kierkegaard con la jerarquía eclesial luterana de
Dinamarca denunciando sus actitudes acomodaticias y de estar excesivamente
influidas por el hegelianismo. El cristianismo, para él, sólo puede practicarse
a imitación de Cristo.
La
“prensa”, inicialmente, es combatida
por ser expresión e instrumento del principio de lo “anónimo” que rige en la
sociedad moderna (y al que Kierkegaard contrapone el “individuo”). En 1845
aparece una de sus obras más acabadas y la más sistemática de todas ellas, Estadios
en el camino de la vida. Un periódico satírico de Copenhague, “El
Corsario”, publica una malhumorada reseña de esta obra, y Kierkegaard arremete
contra el temible periódico, soportando estoicamente las burlas e sus insultos de
la revista, que no ahorran referencias canallescas a su contrahecha figura. El
escándalo es considerable, porque Kierkegaard gozaba del respeto y la simpatía
de todos los daneses sin excepción. De ese cariño y de esa devoción, además del
que sacaba de sus propias reservas místicas, se alimentó espiritualmente K. en
estos críticos momentos.
III. En vida de Kierkegaard, pocos escritores daneses eran conocidos en el resto
de Europa, con una excepción: la de Hans
Christian Andersen (1805-1875), cuyos cuentos infantiles eran célebres a
través de las traducciones al inglés y al francés[9].
Sören Kierkegaard, obtuvo en su país, desde la publicación de su primer libro,
en 1841, un enorme éxito; sin
embargo, hasta bastantes años después de su muerte Kierkegaard permaneció
ignorado para el público de la mayor parte de Europa.
Tuvieron
que pasar muchos años y una guerra mundial para que el pensamiento del filósofo
danés ocupara el sitio que le correspondía en la cultura europea y ejerciera
una poderosa influencia en la historia contemporánea de las ideas. El derrumbe
moral, político y económico implícito en el estallido y desarrollo de la guerra
fue un factor determinante en el “descubrimiento” de Kierkegaard llevado a cabo
por los pensadores alemanes y franceses. El análisis de los problemas del
existir concreto, hizo de Kierkegaard, en efecto, un punto de encuentro para
pensadores como Martín Heidegger
(1889-1981), Karl Jaspers
(1883-1969), Jean-Paul Sartre y,
sobre todo, para nuestro Miguel de
Unamuno, que tanto le interesó e inspiró[10].
Pero
el pensamiento de Kierkegaard no influyó solamente en la filosofía del siglo
XX; otras numerosas áreas del conocimiento muestran hoy su impronta, por
ejemplo la teología. Corrientes que hoy se conocen como “teología dialéctica” y
“teología de la crisis”-cuyo representante más conspicuo fue el teólogo
protestante alemán Karl Barth
(1886-1968)- serían impensables sin su influjo. Su legado filosófico y
doctrinal constituye un decisivo aporte al pensamiento contemporáneo y asegura
la continuidad y vigencia de este el gran escritor y pensador danés[11].
Tomás
Moreno
[1] Ben-Ami Scharfstein, Los filósofos y
sus vidas, Para una historia psicológica de la filosofía, Cátedra, Madrid,
1984, pp. 286-291.
[2] Sobre su incidencia en su compleja
personalidad véase: T. Haecker, La joroba de Kierkegaard, Rialp, Madrid, 1956.
[3] Para quien sólo la experiencia individual subjetiva
consigue iluminar en profundidad cualquier pensamiento religioso, juzgando
inútil y peligrosa cualquier fundamentación racional del cristianismo,
actualizando así el “credo quia absurdum” de Tertuliano.
[4] La mayoría de sus escritos, salvo excepciones contadas,
los publica bajo seudónimo: Víctor Eremita, Johannes de Silentio, Constantin
Constantius, Johannes Climacus, Vigilius Haufniensis, Nicolaus Notabene,
Hilarius Bogbinder, Frater Taciturnus y, el último, J. Anti-Climacus. Tanto la
diversidad de sus “géneros literarios” como su heteronimia se debieron, según algunos intérpretes, a su intento de
hablar “desde dentro” de las posibilidades existenciales humanas (estética,
ética o religiosa); a menudo expresan visiones del mundo contrapuestas y
paradójicas con una finalidad dialéctica o mayeútica.
[5] Ben-Ami Scharfstein, Los
filósofos y sus vidas, Para una historia psicológica de la filosofía, op.
cit., p. 287.
[6] La temática de la excepción
y de la irreductible individualidad
del ser concreto tuvieron un peso teórico fundamental en todas sus obras.
[7] Pocos días antes de su muerte dijo a su
amigo Emilio Boensen: “[…] Es la muerte; reza por mí para que me llegue pronto
y bien. Estoy desazonado; tengo como San Pablo, un aguijón en la carne; por eso no puedo hacer la vida ordinaria, y de
aquí deduje que mi misión era
extraordinaria; procuré llevarla a cabo lo mejor que pude. He sido un
juguete de la Providencia, que me lanzó y quiso valerse de mí […]. Luego tiende
la Providencia su mano y me recoge en el arca. Tal es siempre la existencia y
el sino de los mensajeros extraordinarios.
Esto fue también lo que me cerró el
camino para llegar hasta Regina; yo había creído que esto tendría remedio; pero
no lo tuvo, y por eso rompí las relaciones […].” (Cit. en T. Haecker, La Joroba de Kierkegaard, op. cit., pp.
180-181).
[8] Theodor Haecker, La Joroba de Kierkegaard, op.
cit., p. 149. Magnussen, uno de sus biógrafos, enumera los rasgos de
personalidad en los que coinciden algunos genios literarios (Lichtenberg,
Byron, Leopardi, Pope etc.) afectados como Kierkegaard de algún defecto físico
visible: la expulsión del defecto físico fuera de la conciencia; el miedo y la
aversión a mirar la realidad decidida y consecuentemente; la fuerza de la
ilusión casi indestructible y continuamente reavivada; la excesiva sensibilidad
alternando con el cinismo y, precisamente en las naturalezas más nobles, el
horror a la compasión ajena (ibidem, p. 153).
[9] La primera obra de K., titulada Papeles de un hombre que todavía vive,
publicados a su pesar, fue una reseña crítica de cierta novela de Andersen
y supuso la ruptura de su amistad.
[10] Para las relaciones y coincidencias entre
Kierkegaard y Unamuno véanse las múltiples referencias de Pedro Cerezo Galán en
su ensayo Las máscaras de lo trágico.
Filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno, Trotta, Madrid, 1996. (Sin duda,
la mejor y más profunda aproximación existente al pensamiento de Unamuno y uno
de los ensayos filosóficos más importantes, lúcidos y admirables escritos en
España durante el último cuarto de siglo).
[11] Para comprobar el reciente interés que suscita su figura
y pensamiento en los medios filosóficos hispanos, sirvan de ejemplo estas obras
publicadas en los últimos decenios: Celia Amorós, Sören Kierkegaard o la subjetividad del caballero, Anthropos, 1987;
M. Holmes Hartshorne, Kierkegaard: el
divino burlador, Cátedra, Madrid, 1992; Peter Vardy, Kierkegaard, Herder, Barcelona, 1997; Francesc Torralba, Poética de la libertad, Madrid, 1998;
Rafael Larrañeta, La lupa de Kierkegaard,
Salamanca, 2002 y Carlos Goñi, El valor
eterno del tiempo. Introducción a Kierkegaard, Barcelona, 1996. Además de
la iniciativa, emprendida por la editorial Trotta desde 1997 a 2007, de
traducción al castellano de la mayoría de sus grandes obras y escritos.
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