En relación al concepto (y ¿fenómeno?) del tiempo y su incidencia en el ámbito de la poesía, nueva entrada para la sección de Pensamiento del blog Ancile, siguiendo las anteriores entradas y en correspondencia al respecto; extraído del conjunto inédito El tiempo poético.
NATURALEZA DEL TIEMPO:
TIEMPO Y POESÍA
PARA RESTITUIR LA VIDA del tiempo pasado
recurrimos, a través de la memoria, a la restauración de aquel estado nuestro
de gozoso o triste recuerdo, y lo ofrecemos a nuestro espíritu como una
realidad virtual pero viviente para nuestros sentidos y percepción de las cosas
que se conforman en lo acontecido de aquel instante. Así pues, cuando Antonio
Machado evoca aquella infancia suya cual recuerdos de un patio de Sevilla1
o, a través de la remembranza de los «días azules», o de ese «sol de
la infancia2 entendemos de forma intuitiva el concepto temporal
del poeta. No en vano, supimos a posteriori, y por indicación expresa del
autor, de su concepto singular de tiempo, el cual iba a impregnar toda su obra
como un eco que repitiera de continuo: somos tiempo.3
Pero, dentro y fuera de la poesía ¿qué es
en realidad aquello que llamamos tiempo, y que idealizamos siempre en
actividad, en marcha, transcurriendo siempre?
Cuando un instante al menos reparamos en
esa situación tan grata a la memoria, o ya en aquella sensitiva elevación del
alma en la distancia que son días, semanas, meses e incluso años, se diría que
se tiende y extiende en horizonte nebuloso la vida muy lejano, y en cuya superficie
de sucesos acaso hiciera remembranza el más íntimo y particular de los
recuerdos; como si se anduviera en un paisaje movible en derredor de una
conciencia que, firmemente, pisa y, no obstante, con inmutable paso. Así veía
yo las arboledas, las fuentes y fragancias, el cielo y los jardines, la cal de
la ciudad apenas de ese monte si trepando; la ribera y su clamor de luces, la
montaña y el silencio que asciende como aurora descollando; la música callada
del espíritu del agua que en los labios pone la miel maternal de una caricia
amena todavía, y, en fin, toda suerte de transfigurados afectos, ambulantes en
esta o aquella imagen gozosa de la infancia.
No debe resultar extraño en este punto
que, respecto al tiempo entienda, como cualquiera otra persona que haga uso de
su memoria, autorizado mi parlamento (si siempre modestísimo intérprete) para
ofrecer en desigual desfile aquellos acontecimientos del pasado, no tanto como
discurso, sino como descripción de un paisaje total y extraordinario. Se impone
a la razón de quien les habla casi como una presencia lejana, mas siempre
inmóvil. Esta descripción, a todas luces tan torpe, no pretende sino dar cuenta
de lo que al entendimiento vierte el tiempo en su tan cacareado discurso. Soy
consciente de que no es ésta
más que una transcripción ingenua, subjetiva,
personal, insegura de lo que el tiempo sea. Mas no por ello, para llevar a cabo
el curso de esta insólita conferencia, he ahorrado recursos a mi inventiva, ni
labor a mi denodado esfuerzo, pero no tanto con el fin de instruir como de
entretener, avisando sobre el enigma del tiempo que se abre siempre a nuevas
preguntas con interrogantes nuevas.
¿Cuáles son los obstáculos e impedimentos
que se oponen a la razón, cara nodriza de la ciencia, para que levante los velos
de la verdad sobre lo que el tiempo sea? La célebre referencia de Agustín de
Hipona sobre el asunto puede dar una noción de la dificultad a la hora de
elaborar una definición propicia: si nadie me pregunta, yo lo sé; pero si
cualquier Persona me pidiera que se lo diga, no puedo hacerlo. 4
No es difícil imaginar cuáles sería las
preguntas al respecto del tema de los potenciales lectores de este apunte
apresurado, pero sea quien fuere el que interrogue en esta ficticia asamblea,
todos participarían de la sensación de que vivimos el tiempo con una honda
percepción que hace del mismo algo que trascurre velozmente. En los momentos
que nos toca vivir, en el alborear del siglo XXI, esta sensación se alimenta
con ferocidad: el ingente trasiego de nuestras vidas tiene consecuencias muchas
veces impredecibles, y que nos lleva incluso al abandono y desatención de las
personas que amamos y de nosotros mismos. ¿No aprendemos de las cosas
esenciales por abandono de las mismas? O, curiosamente, ¿por falta de tiempo olvidamos
las ciencias del conocimiento que serían provechosas para nuestra sociedad y
sus individuos, y de esta guisa adquirimos toda suerte de hábitos monstruosos?
Resultaría paradójico que toda esta aferrada y enajenante percepción de
movimiento no fuese más que una alevosa ilusión. Acaso, para restituir nuestro
espíritu al estado de eminencia que le corresponde, sería bueno hacer una seria
reflexión sobre sí mismo y su propio entorno. Tiene, pues, este discurso otra
vertiente por objeto: incitar a la observación y la meditación de cuáles
obstáculos se oponen a la necesaria paz y equilibrio con los que expulsar estos
accidentes tan perjudiciales, e intentar devolver al alma la bendición de sus favores
precedentes. Pero para esto sería necesario no desorientarse en exceso por el
flujo embelesador de ese trasiego; muy bien ese tiempo que corre tan
vertiginosamente, y que siempre parece faltarnos por no ser nunca suficiente
caudal con el que ocupar nuestras trasegadas existencias, no sea más que un
vuelo de consciencia peculiarmente viciado, por extraño a la realidad, una
quimérica percepción adoptada por la falacia de un movimiento temporal
inexistente.
Cuando anunciaba al principio, intitulando
este apunte: sobre el tiempo poético, no pretendía hacer un exclusivismo
del concepto tiempo para la poesía; sí dejar esbozado que el tiempo en poesía
tiene una dimensión perceptiva bastante más acorde con lo que el tiempo en
realidad sea, y que nosotros, cotidianamente, mal apercibimos. Se dice, como
adelantaba unas cuantas líneas atrás, que el tiempo
transcurre, así lo
percibimos en nuestra realidad ordinaria y en los acontecimientos que
condicionan nuestra existencia. Lo que digo es que en poesía, sin embargo, el
tiempo se vierte en su cualidad física más significativa; no se desliza, corre
o vuela: el tiempo es. La ilusión pertinaz 5 del pasado, presente y
futuro temporales anunciada por Albert Einstein, 6, no
sólo nos recuerda la relatividad de lo simultáneo, también la imperfección de
nuestra capacidad de interpretación perceptiva del tiempo y del mundo.
En poesía la interpretación del tiempo se
muestra explícitamente como en la física: no transcurre ni fluye, se despliega
de forma análoga a la dimensión espacial. Se muestra abierto, expedito en su
despliegue, ofreciendo en su dimensión el paisaje temporal que compone nuestras
vidas: ese sol de la infancia, esos días azules, que diría el
poeta.
Si prestamos atención veremos que, cuando
hablamos de tiempo, nos referimos al mismo a través de conceptos e
idealizaciones que tienen un marcado carácter cenestésico, 7 y esta
sujeción mental a lo sensorial cinético o de movimiento, es la que
primordialmente nos engaña. En la poesía se nos muestra en este punto como una
especie de quieto movimiento que, como veremos, y aunque resulte paradójico,
tiene mucho más que ver con la realidad fenomenológica o física del tiempo que
con una concepción abstracta con la que configurar una ficción que se alimenta
de algún recuerdo. Pensemos un instante: si el tiempo es realmente movimiento
¿cual sería su referencia?; esto es: ¿respecto a qué cosa se mueve? Parece a
todas luces una contradicción absurda establecer una relación de movimiento del
tiempo consigo mismo.
Si desde una óptica filosófica este
planteamiento no tiene nada de original, véase Parménides o Zenón 8
al respecto, sin embargo, es curioso que la poesía ofrezca un paso más allá en
el cuestionamiento del movimiento temporal, y vuelva a coincidir con
planteamientos que se acercan a una visión no tan minuciosa como fenomenológica
de los hechos que acontecen en el mundo.
La realidad del tiempo, como la del
espacio, se vierten como el lugar donde acontecen los sucesos; en él se
muestran las emociones y reflexiones que invitan a entender a nuestro espíritu
en el acaecer de cada episodio sucedido, pero observen que esto lo hace
denunciando la irrealidad de su transcurso. La muestra más clara podemos
apercibirla de la distinción por necesaria, capital, entre espacio y tiempo:
observaremos que la relación de causa efecto caracteriza la naturaleza del
fenómeno temporal; relación que mantiene una secuencia lógica de sucesión (o
irracional en ocasiones, en poesía manifiesta a veces muy singularmente su aparente
discurso, no en vano la he denominado en otras ocasiones como ciencia de
la paradoja, pero este aspecto sería motivo de otro análisis) y que podemos
emparentar con aquella denominación tan familiar en la Física de la
Termodinámica, conocida como: la flecha del tiempo. Ésta marca la
dirección de todo lo que acontece, y hace que lo que sucede se lleve a cabo
siguiendo una trayectoria hacia adelante que percibimos como del pasado hacia
el futuro.
Lo que puede
parecer en esta consecución de rápidas reflexiones una auténtica alternancia de
despropósitos, no hace sólo señalar las limitaciones de esta insegura
exposición también remarca el enigma de lo que sea el tiempo, y de cómo
participa, si se toma el referente de la poesía para explicar su naturaleza, en
dicho misterio, como en otros tantos que menudean a la par en la poesía y en
nuestro complejo mundo.
Yo diría que poesía y ciencia muchas veces se
encuentran en una dimensión alternativa, mas ambas imbricadas en la realidad de
todos los vívidos fenómenos que impresionan nuestra conciencia. Insisto, la
poesía en este ámbito temporal, no baraja
tanto abstracciones con las que dilucidar conceptualmente su naturaleza, como
hechos con los cuales participar en su propia y enigmática dinámica.
La expresión fenomenológica del tiempo es
un hecho que se nos ofrece evidente, pero manifestando una realidad
tergiversada por aquello que se ha convenido con tanta estima como preferencia
por el ser humano, cual es el denominado sentido común, que de seguro
también nos engaña, acaso por ser tan irreflexivamente considerado en tantas
ocasiones.
Finalmente, me parece que en el universo
poético de algunos autores, hemos visto muy brevemente el de Antonio Machado,
se descubren aspectos de la realidad incontestablemente intrínsecos a la propia
realidad del mundo (elementos no ficticios, dignos de considerar fuera del
ámbito literario y que serían motivo para nuevas controversias que no
trataremos en este instante). Así el tiempo se vierte en no pocos versos
verdaderos como dimensión que abarca y denota la asimetría del mundo objetivo
que nos rodea, y no como una abstracción que revele movimiento y exprese
celeridad. Legitima los conceptos de pasado y futuro en relación a la referida
dirección temporal o flecha del tiempo, pero de manera a como puede referirse
espacialmente el arriba o el abajo. 9 En poesía es donde
con mayor claridad las puntualizaciones de movimiento temporal: ayer» o
«mañana testimonian una mayor carencia de significado.
Veamos, sin añadir comentario alguno,
otros versos de Antonio Machado: Hoy es siempre todavía. 10
De igual modo el sol de la infancia y los días azules se proponen
con las mismas cualidades de asimetría del mundo que acontece, y que no
responde a unas cualidades o atributos especiales que describan una potencial
celeridad del tiempo. Veamos ahora el célebre proverbio: Todo pasa y todo
queda/ pero lo nuestro es pasar,/ pasar haciendo caminos/ caminos sobre la mar.
11 El poeta expresa exacta y excelsamente que aquello que observa y
reconoce en su remembranza no es el flujo del tiempo, pues lo que aprehende es
un estado distinto del que recientemente vive en su observación:
estado-instante desde el cual establece su discurso poético.
Debemos ser conscientes que dilucidar
aspectos en la poesía de forma fragmentaria, aislada, es hacerlo de forma
decididamente incompleta y, por tanto, siempre parcial en su resultado
interpretativo, pues la poesía exige del entendimiento una visión integral
(omnicomprensiva), de igual forma que en muchos casos sucede con la comprensión
del mundo fenomenológico, o incluso en el discernimiento del mismo espíritu; no
tener en cuenta esta parcialidad es no ser consciente del enfrentamiento a
serias paradojas, ante las cuales no caben rodeos, circunloquios y sutilezas;
tampoco sirve en demasía hacer una labor diseccionadora de lo que, por vivo y
dinámico, está sujeto a un continuo cambio; así entendemos que no pueda
explicarse su fenomenología, o reproducirse en su interpretación con
elocuencia, ni si quiera empleando alguna especial maestría en las protestas
conceptuales que plantee siquiera la más nimia de las interrogantes.
A veces es preferible escoger una palabra
de constancia sencilla, si no para aseverar lo que tratamos de averiguar, sí al
menos para desestimar una solución conceptual al uso; y es que la poesía,
cuando es verdadera, esplende con luz radiante que no cambia jamás, pues
conserva su curso para siempre incontestable.
En este breve apunte, y por ser muy
sincera su opinión y claro su defecto se diría, no obstante, que la
poesía ofrece el tiempo no visto con los ojos que parece decir que fluye, tanto
nos embaucan, sino con aquella perspectiva singular e invariable que ilumina la
conciencia intemporal en nuestras almas.
Francisco
Acuyo
1 Machado, A.: Retrato: Campos de Castilla, Obras Completas, Espasa Calpe,. Clásicos Castellanos, Madrid, 1988.
2 Ibidem: Poesías de la guerra: Coplas, CCXLI. (1923-1936) ob. cit. nota 1.
3 Recuerdan sus reflexiones en este aspecto el pensamiento Bergsoniano.
4 S.Agustín: Confesiones. Obras Completas, Alianza Edt., Madrid, 1990.
5 Davies, P.: Sobre el tiempo, Edt. Crítica, Barcelona, 1996.
6 Einstein, E.: Mi visión del mundo, Edt. Tusquet, Madrid, 1980.
7 Sensación general de la existencia del propio cuerpo, independiente de los sentidos[...], DRAE. Espasa Calpe, Madrid, 1984. Ver también: Razón del cuerpo, de Jean Starobinski, Cuatro, ediciones, Valladolid, 1999.
8 Los Filósofos Presocráticos, Edición de G.S.Jirk y J.E. Raven, Gredos, Madrid, 1970.
9 Davies, P.: Scientific American, Investigación y Ciencia, Noviembre, 2002.
10 Antonio Machado: Nuevas Canciones : Proverbios y Cantares, CLXI: VII, (1917-1930) ob. cit. notas 1 y 2.
11Machado, A.: Campos de Castilla: Proverbios y Cantares, XLIV. ob. cit. notas 1, 2 y 10.
Un trabajo sobre un tema que me fascina. He estado meditando sobre el tiempo, ese raro animal invisible en sí mismo, pero tan evidente en sus efectos. Entre más pienso en su naturaleza, en su "realidad", más irreal me aprece y más difícil de interpretar en esencia. A veces creo que nada existe fjuera de nuestrpos deseos, de nuestros apegos, que hemos creado al tiempo, pues de no haber inteligencia, no existiría. Quizás pasado, presente y futuro, coincidan en dimensiones paralelas y de muerte en muerte y vida en vida, se vayan experimentando...en fin, que tu gran escrito no cesa de provocarme, amigo. Muchas gracias.
ResponderEliminarComparto plenamente tu fascinación por éste tema, entretenido , interesante, un texto formidable.
ResponderEliminarFelicidades !!!