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martes, 11 de junio de 2013

HORACIO CASTILLO EN UNA ANTOLOGÍA MÍNIMA DE ALFREDO JORGE MAXIT, CON UNA ALOCUCIÓN DE OSVALDO BALLINA

Nos honra presentar en nuestra sección de poetas invitados del blog Ancile al poeta argentino Horacio Castillo. Ante la proximidad de la conmemoración del tercer año de su fallecimiento, hemos querido ofrecer en nuestro medio un reconocido homenaje mediante la colaboración inestimable del también poeta Alfredo Jorge Maxit, que se ha encargado de llevar a buen término el trabajo introductorio y la selección de poemas. también hemos querido introducir un texto en forma de alocución del que fuera su buen amigo Osvaldo Ballina.


ANTOLOGÍA MÍNIMA 
DE LA POESÍA DE HORACIO CASTILLO,
POR ALFREDO MAXIT

                            
Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancile
Horacio Castillo en su alocución en la Academia de las Letras




INTRODUCCIÓN



El 5 de julio se cumplen tres años de la muerte de Horacio Castillo, el poeta argentino nacido en Ensenada, en 1934, y fallecido en el 2010, en La Plata, ciudad en la que estudió y residió la mayor parte de su vida. Fue miembro de la Academia Argentina de Letras y es considerado como uno de los más importantes poetas de la Literatura argentina y uno de los más reconocidos traductores de los poetas griegos contemporáneos.
También escribió cinco obras en prosa: Ricardo Rojas (1999), Darío y Rojas (2002), La luz cicládica y otros temas griegos (2004), Sarmiento poeta (2007) y Colectánea (2010).
 Con motivo del primer aniversario de su fallecimiento, escribió el poeta César Cantoni:

<>Castillo se da a conocer publicando “Descripción” (1971), pero es en “Materia acre” (1978), su segundo libro, donde empieza a asomar su verdadera identidad creadora. Luego seguirán “Tuerto rey” (1982), “Alaska” (1993), “Los gatos de la Acrópolis (1998), “Cendra” (2000), “Música de la víctima y otros poemas” (2003) y “Mandala” (2005), este último, un extenso y hermético poema con el que su autor cierra definitivamente una obra concebida, según sus propias palabras, como “un drama del lenguaje”, con su planteo, su desarrollo y su desenlace. A lo largo de ese drama, la poesía de Castillo va evolucionando hacia formas cada vez más complejas, al tiempo que da cuenta de la angustia y la fragilidad humanas con hondura metafísica. Quizá, su inclinación a enmascarar la realidad mediante el recurso de la alegoría, que lo induce a componer curiosos mitos personales o a recrear episodios de la literatura clásica –en particular de la griega–, sea lo que más diferencia a Castillo de sus colegas contemporáneos. Como él mismo lo explicó alguna vez, dicho recurso se funda en la necesidad de “abstraer” al objeto del poema, despojándolo de todo rasgo accesorio o contingente a fin de presentarlo al lector en su “pura esencia”.
Si bien sus primeros poemas denotan cierto pesimismo existencial, también es verdad que Castillo siempre buscó asignarle a la vida alguna trascendencia, movido, acaso, por la luminosidad del mundo helénico, que tanto dominó su pensamiento. De esta manera, su poesía se fue impregnando, poco a poco, de júbilo creciente, hasta augurar una “primavera” de resurrección “que abolirá todo invierno”, como se desprende de “Diario bizantino”, poema incluido en “Los gatos de la Acrópolis”.
No obstante, a medida que se acerca a la luz, Castillo marcha hacia el silencio. Prueba de ello es “Mandala”, su último y más impredecible poema, en el que la persecución de un lenguaje absoluto que le permitiera expresar lo inefable y que llamó “lo neutro”, lo lleva al extremo de tachar la palabra “palabra” para que sean “las cosas mudas”, como diría Hugo von Hofmannsthal, las que hablen, finalmente. Con este poema, el poeta alcanza una conciencia límite que le impedirá, en adelante, seguir avanzando por el camino del lenguaje y, mucho más aún, desandar el recorrido.<>

Traducido a varios idiomas, a días de su fallecimiento su esposa Susana recibió la versión griega de su obra Los gatos de la Acrópolis, editada en Atenas, como un reconocimiento de la mítica ciudad a su amor por Grecia.
Distintas entrevistas que le realizaron en los últimos años (las siguientes citas son tomadas de la última de ellas, a cargo de Augusto Munaro) , más las propias anotaciones a sus escritos, nos permiten disfrutar de su voz metapoética, tan llena de esa luminosidad privilegiada, como hija que fue de la sensibilidad, talento,  experiencias, lecturas y  continua reflexión, en la que anduvieron juntas vida y poesía.
En rigor, toda mi poesía está basada en experiencias de vida depojadas de su materialidad y sublimadas mítica o alegóricamente.
Como dice Gustavo Martínez Astorino lo que trato de construir es una alegoría, esto es una máscara. Al no estar la cosa de la que habla el poema (la referencia, por decirlo de algún modo), hay un “envío”, una suerte de anamnesis que es en realidad lo que el lector puede recuperar.
Eso que está cerrado, encerrado, lo que alguna vez he llamado con un neologismo “misteriosidad”, es la cualidad de todo lo que es por el solo hecho de haber sido arrancado del no ser; ergo, arrancadas de lo divino <>Hacia ese lugar, hacia esa “misteriosidad”, se dirige, o debe dirigirse, la mirada del poeta. Yo he tratado de hacerlo en la medida de mis posibilidades.
Cada autor, cada poema, sigue sus propias leyes. No hay una receta. En mi caso, el comienzo del poema es una experiencia interior, una emoción, una vivencia, que se transforma en idea y, luego, se objetiva en una “máscara” ya sea un personaje histórico o inventado en un “nos” que convierte el “yo lírico” en un “nosotros lírico”. Sobreviene entonces un estado de gran concentración, de búsqueda y espera, donde operan el instinto, la reflexión, el oficio y también el azar. Así voy armando el poema como si fuese un reloj, pieza por pieza, palabra por palabra, resolviendo cada problema que se plantea de manera artesanal.

Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancile


ANTOLOGÍA MÍNIMA



Arte poética


Soltar la lengua, de manera que no trabe el producto
que viene desde adentro, impulsado
por una fuerza superior
y el hábil juego de riñón y diafragma;
insistir presionando los músculos
como para expulsar
un caballo o un cíclope;
repetir el procedimiento
provocándolo inclusive con los dedos
o una materia acre,
hasta quedar vacío, sólo reseca piel,
odre para colgar del primer árbol,
extenuada matriz de lo volátil, acaso de la luz.

(De: Materia acre, 1974)



Anquises sobre los hombros

Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre
los hombros.
Débiles aún, su peso nos impide la marcha,
Pero luego se vuelve cada vez más liviano,
hasta que un día deja de sentirse
y advertimos que ha muerto.
Entonces lo abandonamos para siempre
en un recodo del camino
y trepamos a los hombros de nuestro hijo.

(De: Materia acre, 1974)



Pablo entre los gentiles


Su pie acostumbrado al desierto,
su ojo, repudiaban el mármol
mientras descendía entre mirtos y laureles,
dioses y héroes, centauros y lapitas.
Y dirigiéndose a la plaza disputó con los gentiles
Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancilesobre el dios desconocido
que también habían cantado sus rapsodas
y tenía allí mismo un altar.
De él somos progenie, dijo,
y cuando suene la trompeta,
vendrá a rescatarnos de la muerte,
a poner sobre nuestras cabezas,
no la corona corruptible de los atletas,
sino la guirnalda inmarcesible de la resurrección.
Pero ellos, que habían visto volver del Hades
más de un mortal, aunque nunca al padre o al hijo,
a la esposa o al hermano, al extranjero o al enemigo,
rieron y se dispersaron.
Y caminaron hacia el estadio, subieron
las gradas del teatro, entraron a las tabernas,
dispuestos a oír otra vez sobre el punto,
intrigados por ese dios misterioso
que rehusaba el nardo y el apio,
que se negaba a sí mismo,
que atravesaba, como una lanza bárbara,
el costado del sol.

(De: Tuerto rey, 1982)


Tren de ganado


Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.


(De: Alaska, 1993.)


Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancile
Con sus nietos


La ciudad del sol

Expulsados de la ciudad bajo el cargo de fabuladores,
vamos de un lado al otro, durmiendo ya en cuevas,
ya a la intemperie, y alimentándonos de hierbas y raíces
o con la miel de algún panal hallado fortuitamente.
Han venido con nosotros las mujeres y los niños,
y cuando nos reunimos junto al fuego del atardecer,
sus ojos se vuelven una y otra vez hacia las murallas:
después de todo, allí pasamos parte de nuestra vida.
Pero lo exigía la razón. ¿Cómo podían soportar
que llamáramos a la piedra río, al árbol estrella?
¿Cómo podían soportar que llamáramos al pájaro magnolia?
Lo exigía la razón. Y ahora, desde aquí,
vemos con tristeza las anchas puertas de bronce,
las altísimas torres doradas por el sol;
y cuando entran o salen las caravanas
los mercaderes describen las mesas y los vasos de oro,
los magníficos altares cubiertos de ofrendas,
las armas que colman todos los recintos
y que en el próximo milenio, dicen, incendiarán el cielo.
Lo exigía la razón. Y ahora, como una horda,
vamos de un lado al otro balbuceando nuestra lengua,
hablando el dialecto de una ciudad perdida
que ya nadie comprende. ¿Cómo podían soportar
que llamáramos al fuego pez, al agua paloma?
¿Cómo podían soportar que llamáramos a la rosa destino,
ellos, los que creen que las bellotas son bellotas?

(De: Alaska, 1993.)

Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancile


Mujer peinándose ante el espejo

El peine va y viene por un campo de azafrán,
mientras la mirada recorre el óvalo del rostro,
las líneas de las cejas,
el lóbulo casi transparente de la oreja,
los ojos donde una sustancia viscosa
la adhiere a pensamientos antiguos,
hasta que una ráfaga la arroja hacia atrás,
lejos, como un pájaro marino,
al jardín donde espera el paso del rey,
pero el rey no ha pasado, o ella no lo vio,
y se sienta con el ramo sobre la falda
a escuchar la música de las rosas,
mientras todo se detiene a su alrededor,
el viento entre las hojas, las palomas en el tejado,
la sombra del mundo sobre sus párpados,
y sube los escalones del Primer Sueño
donde se sienta nuevamente en el jardín
a esperar el paso del rey,
pero el rey no ha pasado, o ella no lo vio,
y subiendo los escalones del Segundo Sueño
se siente con el ramo sobre la falda
a escuchar la música de las rosas,
pero el rey no ha pasado, o ella no lo vio,
y sube los escalones del Tercer Sueño,
siempre con el ramo junto a la falda
y la mirada detenida en el seto,
pero el rey no ha pasado, o ella no lo vio,
y se pierde en los caminos de lo Desconocido,
se extravía hacia Nunca o Ninguna Parte,
en el confín de los sueños, allí donde nace la realidad,
y de pronto se mueven o parece que se mueven las ramas,
alguien ha pasado el umbral de las rosas
y está despierta, viva otra vez.
después del sueño de quinientos años,
y todo se pone otra vez en movimiento,
el viento entre las hojas, las palomas en el tejado,
la sombra del mundo sobre los párpados,
esos labios que ahora se pliegan en una sonrisa
mientras la mano se detiene en el aire
y una manda de soles corre por su espalda hacia la libertad.


(De: Los gatos de la Acrópolis, 1998)


A una nube que pasa

Nieve diseminada a la orilla de un lago. ¿O vértebras?
¿Una estrella de mar? ¿El omóplato de un dios?
Sentados en el mármol, al borde del promontorio,
te vimos a la derecha, navegando sobre las ruinas,
sobre la antigua tierra batida por los sueños,
más accesible para las gaviotas que para los caballos.
(Porque todo estalló, porque la forma estalló,
cayó como un anzuelo sobre todas las cosas
y todo mordió el anzuelo: la piedra fue piedra,
el árbol árbol, el asno asno y para siempre;
todo mordió el anzuelo, menos tú, siempre otra,
soplo o alma, nada eternamente en fuga).
Y divisamos a lo lejos la nave de proa azul
y al hombre de anchos hombros dormido junto a la adúltera
―su mano tocando la cadera― y a todos los compañeros
que volvían volvían del amor del olvido.
―Traíamos oro, bronce, mujeres, vino,
traíamos callos, sarna, peste, sueño,
pero de pronto el viento comenzó a soplar,
las olas se encabritaron y la tormenta nos dispersó,
unos hacia el destino, otros hacia el recuerdo.
¿Un hipocampo? ¿La trompa de un elefante?
¿El arco de una espalda? ¿El dorso de un delfín?
(Porque la luz estalló, porque el ojo estalló,
segregó una sustancia blanca ―rocío o semen―
y huyó de la materia del límite de la muerte)
mientras navegaban hacia el sur, hacia la playa de Proteo,
y los seguimos largo rato con los prismáticos,
hasta que doblaron el cabo y se perdieron en la bruma.
―Tendidos en la arena, escondidos entre las focas,
esperamos casi sin respirar la llegada de la mañana,
hasta que el astuto nos descubrió y empezó a transformarse.
¿Un pez, un dragón, un árbol de alta copa,
una lengua de fuego, un corpulento jabalí?
Pero ya tirábamos con todas nuestras fuerzas de la red.
―Hay una isla en el cielo, una isla sin raíces,
que flota a la deriva como el tallo de un asfódelo,
patria siempre errante que a la hora del crepúsculo
arroja anclas, garfios, manos al fondo del abismo.
(Porque fijando la forma nada detienes,
pues lo que en ella sobrevive es lo que nunca fue).
Y nos quedamos inmóviles, hasta que sonó el clic
que nos volvió rígidos, amarillentos, eternamente jóvenes.
Este es mi padre, esta es mi madre, este soy yo,
y das vuelta, hijo mío, la hoja del álbum.

(De: Los gatos de la Acrópolis, 1998)

Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancile

A una rama de laurel

Un verde más intenso que todo otro verde,
un sueño más perfecto que todo otro sueño.
¿Qué es lo que huye? ¿A quién persigo?
Una lluvia ácida cae sobre mis hombros,
arde un clavo en mi nuca y los pies descienden
hacia la salida ávida de los muertos.
No hay mundo: sólo eso que huye.
¿Por qué trueca sus brazos en ramas, su pelo
en follaje? ¿Por qué muda de corteza
y cambia vena por vena, savia por savia?
Huye la naturaleza de la naturaleza, la hermosura
de la hermosura, pero la sangre es una
y atravesando las nervaduras más secretas
colma de hojas amargas la boca del futuro.
¿Qué es lo que huye? ¿A quién persigo?
El dedo envuelto en un pétalo de rosa mece su gema
y el ritmo despierta lo que yace oculto en sí mismo.
Así se alimenta el fuego. Y el calor, renovando
el misterio del círculo, curva la rama
y dora las hojas. Estalla, bulbo rojo de la vida.
Corona: mi locura te alcanzará.
Un verde más intenso que todo otro verde,
un sueño más perfecto que todo otro sueño.
Y el laurel inclinó su copa como una cabeza.


(De; Cendra, 2000.)


La toma de Constantinopla


Las naves, colocadas sobre rodillos y tiradas
por bueyes, descendían por las laderas
con las velas desplegadas y cada remero
en su puesto. Así, con esa visión –porque
creímos que era una visión- comenzó nuestro fin.
A la noche sacamos los íconos, los huesos
de los santos, cruces y pedrería, las reliquias
-el diente del loco que habló con su caballo,
el dedo meñique del pastor de lobos,
el centímetro de piel que jabonó la muerte-
y recorrimos la ciudad entonando himnos.
En vano: el tiempo se había cerrado detrás de nosotros
y una fuerza irresistible cortó por lo sano
lo que estaba sano o por lo enfermo lo que estaba enfermo.
Habíamos vivido en el interior de un huevo
(el huevo sin salar de la Creación –decía)
y nunca pensamos que fuera del mismo existiera algo
y menos un poder suficiente para cascarlo.
“Han puesto una cuña en mitad del sueño
y ahora tendremos que soportar de nuevo el destino:
si esto o lo otro, hacia aquí o hacia allá, qué, dónde,
nosotros que conocimos la gracia de la verdad
y de su mano habíamos llegado hasta el cielo”.
“Es el fin, my only friend, el fin –contesté.
De los planes que elaboramos, el fin; de todo
lo que perdura, el fin; sin sorpresa, el fin.
Toma, pues, la autopista del desierto,
cruza conmigo el lado salvaje del dolor.
Starfucker, starfucker, este es el fin”.
“Quiero bailar al compás de los salmos,
bailar frenéticamente al ritmo de la pena madre.
Déjame olvidarme del hoy hasta mañana
¿o ya es mañana y hoy es el fin de todo?
Sálvate solo, ya que yo no te he podido salvar”.
Habíamos comenzado a escapar, las llamas
bloqueaban rápidamente todos los caminos
y volvíamos una y otra vez la cabeza
para ver cómo nacía una nueva civilización.
“No quiero morir en el lecho de una euménide –grité.
Espérame en la tierra del sueño más azul”.
Pero ya había crecido la maleza en la Historia y en sus ojos.

(De, La música de la víctima, 2003)


   
Versos iniciales


Destino veloz hacia el corazón de lo neutro         Neuter-la lengua virgen
y arriba en el colmo un incesto magnético.
¿Cómo sobrevino? Llevaba un zapato negro
y el otro rojo, la campanilla colgada del cuello.
“Soy una rama retirada del altar de lo dual”,
dijo, y reconocía la voz de mi hermano                Gracia de lo neutro: remi-
-mi hermano, lengua de una misma lengua.           tir hasta el punto incompa-
“Yo también”, contesté, y vimos al deshollinador  tible con la escisión  y  la
salir vestido de blanco por la chimenea.               diáspora
“Ni lo uno ni lo otro”, voceaba desde lo alto.
“Ni lo uno ni lo otro”, contestábamos desde
    abajo.

Todo era gemido y confesión, un cardumen
      voltaico.                                                     ¿Y la palabra?
La mano se adhería a la mano, el pie al pie,
el hombro al hombro, la rodilla a la rodilla,
la espalda a la espalda, el cabello al cabello,
la mano al pie, el hombro a la rodilla,
el cabello a la espalda, la rodilla al pie                 La palabra es la desdicha
el pie al hombro, el hombro al cabello.                de la hipóstasis
¿Cómo es posible atar y desatar al mismo
     tiempo?
La cuerda que ata todo desata todo
y un nudo inextricable une y separa al mismo
     tiempo.
“No temas –dije a mi hermano-. Vamos hacia
     maná”.
“¿Hacia mamá?”, respondió. “Sí, hacia maná”.     ¿Habla?


(De Mandala, 2005.)



Horacio Castillo




Breves anotaciones.  Esta mínima selección incluye el primer poema (Arte poética) y un fragmento del último (Mandala,)  los que -según el propio autor- abren y cierran toda su obra poética y le confieren unidad y totalidad.  Anquises sobre los hombros manifiesta la pronta presencia del mito en su creación. Pablo entre los gentiles –siempre según sus palabras-  anuncia el comienzo de la poesía narrativa de Alaska. Tren de  ganado es uno de los poemas  más ilustrativos de la polisemia en su poesía y del uso de las preguntas como itinerario formal, mientras que La ciudad del sol habla de la marginación platónica de los poetas y la de la sociedad contemporánea, incapaz de comprender lo irracional. Mujer peinándose en el espejo es un ejemplo de dos aspectos de su poesía: “primero, el título, que remeda el de un cuadro, y luego el recurso mítico que transfigura la experiencia concreta”. La estructura de  A una nube que pasa “consiste en varias partes con discurso distinto que se repiten”. A una rama de laurel es la recreación del mito de Apolo y Dafne, su enmascaramiento. Vuelve la polisemia en La toma de Constantinopla: “Si bien el titulo se refiere a un hecho histórico, los mismo que varias circunstancias de los primeros versos, el poema avanza hacia un espacio más vasto: el fin de una época, de una civilización, de ésta, la nuestra <>”. El último texto poetico es el comienzo de su último libro-poema Mandala. Del mismo anotó Horacio Castillo: El título de este poema identifica, por un lado, su estructura formal –son textos paralelos, aparentemente distintos, pero con una simetría interna- y por otro lado el mandala es una representación gráfica del Ser. Sobre esta base formal el poema narra la búsqueda de un lenguaje esencial, que supere lo fenoménico, y que el autor denomina “lo neutro”. Esta búsqueda de la palabra-madre configura un incesto que culmina con la manifestación de lo siniestro  en  freudeano, esto es, que la única posibilidad de habla, de dejar el “blabla”, es tacharse a sí mismo. Por eso el texto se cierra con la palabra “palabra” tachada con una cruz.

Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancile
 Con sus amigos Luis Soulé, Gustavo Martínez Astorino, 
Osvaldo Ballina  (Horacio Castillo) y César Cantoni


HOMENAJE DE LA EMBAJADA DE GRECIA.
ALOCUCIÓN DEL POETA OSVALDO BALLINA
(Embajada de Grecia en Bs.As. 2 Noviembre 2011)



Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancile
Horacio Castillo en Grecia


Amar la palabra es caminar sobre tierra de salud.
Ese territorio, signado y dispuesto en la luz por derecho propio, es inexpugnable para la vida inferior con sus ofensas  y las ilusorias mezquindades terrenales.
Hoy venimos a celebrar a un hombre que habitó ese territorio, que procuró alternativas a la realidad y a la precaria imaginación de nuestros días.
Horacio Castillo fue habitante de ese reino
para felicidad de la palabra y de nosotros mismos.

No es el propósito que nos guía el tributo de añoranza.
Es nuestra voluntad dar testimonio de una vida cumplida entre todos nosotros y en.la poesía.
Horacio Castillo, nuestro querido amigo Horacio Castillo, está, como siempre,  cantando.

Y nos deja ese milagro entre las manos que tiene la impar virtud de que nada se despida de nosotros.
La poesia, que respira entre el cielo y la tierra, ajena a todo mercantilismo,  purifica en sí su rigor .Dictamina sentencia como ningún género literario, lo que vuelve prescindibles otras alternativas que no sean su esencia misma.

Horacio Castillo nos da prueba de ello :
“Ni la rosa perfecta ni el laurel público:
nardo y albahaca, anís, lavanda, nuez moscada,
y que el aire de alba esparciendo su aroma
avise al peregrino: Este vivió.”

¿Qué exégesis, qué estudio sesudo, qué pronunciamiento académico no queda relegado al plano de lo accesorio 
ante este vínculo vida-hombre-posteridad?

La poesía concedió a Horacio Castillo
felicidad de palabra marcando en su frente
el signo de los elegidos para custodio de la fertilidad espiritual.

Es así que quien se decide a abrir su propio sendero en la poesía de Castillo no tardará en advertir, para plenitud de expresión,
que sus poemas son destellos de revelación.
Revelación  de un alma que en la creación respira al unísono
con lo absoluto.

Es la celebración de lo humano, la exaltación, la caída y la resurrección en fuerte intensidad de lenguaje sobre el fondo de una civilización  con ausencia de  lo divino  asfixiada por la propia sumisión a las servidumbres materiales.

Y en nuestra civilización donde  el  hombre  deambula
por una tierra de súbito desconocida;
y se interroga , extranjero de sí mismo,
con viejas preguntas que no encuentran nuevas respuestas.

En palabras del poeta:
“Esta es la casa, pero la casa ya no está,
este es el puente, pero el puente ya no está,
este es el mundo, pero el mundo ya no está
y corres a tocar, antes que la muerte, la pared.”

De esta manera, el poeta deja al lector en a la puerta de nuevas realidades, de realidades alternativas bajo el dictado de un rigor lingüístico con una depurada creación de imágenes.
Es una voz de otro mundo llegada a este mundo.
Es, a la vez,  una voz de este mundo que busca lo racional y lo dionisiaco  en ese otro mundo .
Es una retroalimentación existencial
para testimoniar, esclarecer, gozar
y padecer las vicisitudes humanas a través de una poesía irreductible en su esencia y ubicada en el centro de un universo propio.
Como dijimos, el poeta celebra sus bodas con el mundo a través de la palabra.
Ahora bien, ¿cuál es el lugar físico, el territorio  de esa palabra?
¿Qué lugar atesora su recuerdo afectivo?
¿Dónde esta ubicado ese punto de mira privilegiado?

Horacio Castillo no ha pasado por los lugares
de esta tierra como una sombra en el agua.

Llevado por su fe en la palabra como instrumento de conocimiento, inicia su tránsito a la fuente original.
Es así que su vida, como su poesía, dio en Grecia con su destino natural, Y hacia ella avanzó en su aventura espiritual, ascética y rigurosa sustentada en la trascendencia y en la pretensión
constante de lo absoluto.

En Grecia Horacio Castillo cumplió con dos viajes por igual ávidos y opulentos:
el viaje creativo y el viaje real
que se traduce en el fluir de voces ilustres  que trajo de Grecia
a nuestra lengua tanto en sus traducciones como en los numerosos textos que dedicó al helenismo en sus ensayos .

Para Castillo hablar de Grecia era
un sentido convocado de la existencia,
una confirmación que lo instaló en un vínculo sólido que reivindica la conciencia histórica y la justificación primigenia y última del espíritu.

Grecia hizo, hace y hará de todos nosotros  que no haya huérfanos del espíritu, nos dice Castillo,
esa Grecia  -cito -  “que a través de los siglos, de los milenios, la poesía ha convertido en poesía”
y nos devuelve, inexorable y  siempre, a nuestro centro de
gravedad, no permitiéndonos
nunca el pecado de la fatuidad o de la nada.

En Horacio, todo lo griego era vivir también toda la fruición existencial  que se nos permite por  gracia.
En  esa fruición que no es exultante y que no excluye las viejas y nuevas angustias,  encontró paradójicamente, el equilibrio por elección de sus días.
La palabra de Horacio Castillo
bautiza ese don  y da testimonio de esa fe.
Es mediadora desde lo eterno del pensamiento helénico
y desde lo efímero de nosotros,
sus criaturas maravilladas y agradecidas.

Por sobre el oleaje de nuestra contemporaneidad
a ese mundo nacemos día tras día:
nosotros como sinónimo de lo nombrado.
Y nos tomamos de la mano de poetas como Horacio Castillo,
alimentados por esa médula, creadora y procreadora ,como es la poesía, para alcanzar lo intangible, que une la luz con la oscuridad y que se consagra en ofrenda para gratitud de lo humano.


En esa luz , que tiene “el sentido de captación de la esencia” , como dice Odysseas Elytis, te recordamos y te celebramos, poeta y amigo. Desde la perduracion y el afecto.





Antología mínima de la poesía de Horacio Castillo, por Alfredo Maxit, Ancile

4 comentarios:

  1. Excelente trabajo en honor a un poeta maravilloso. Gracias, Prof. Maxit, gracias Poeta Osvaldo Ballina y gracias Poeta Francisco Acuyo por esta fascinante entrada.

    Cordiales saludos desde Miami, USA.

    Jeniffer Moore

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  2. Gracias al profesor y a Acuyo, por darnos a conocer este homenaje al gran poeta. Para mí es una excelente aproximación a su obra, que muy poco conocía. "Qué es lo que huye, a quién persigo"...más o menos así dice ese verso que se me queda como algo misterioso y tentador en la memoria. Ha sido goce, aprendizaje, oportunidad de rendir tributo también. Un gran abrazo agradecido.

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  3. Es un poeta destacado de nuestro país que es necesario difundir.

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    Respuestas
    1. Así es, amigo. Castillo -no tan conocido por lo distinto de su poesía y su enmascaramiento en la reproducción, recreación y creación de mitos- es uno de los poetas verdaderamente grandes. Si yo tuviera autoridad suficiente, ´diría: no sólo de la Literatura argentina, sino de toda la Literatura. Alfredo Maxit

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