Ofrecemos un par de relatos del autor Héctor
Véliz (traído ya a las páginas de Ancile en la sección de Poetas invitados), esta vez como narrador (y pensador) singular.
Incluimos también una reflexión destinada a su editor, en forma de correspondencia, que nos proporcionará
una semblanza muy interesante sobre su autor y su concepción literaria y que
muy bien puede servirnos de poética para su mejor entendimiento.
LOS ANDES Y LA GRAN CONSTRUCCIÓN
DEL PUENTE DE CHACAO, POR HÉCTOR VÉLIZ
CARTA A MI EDITOR, EL POETA SERGIO MANSILLA
Carta a mi
editor, el poeta Sergio Mansilla
Valdivia, Chile, julio de 2010
“Me has pedido que haga una biografía de mi
actividad literaria y debo confesar que si eso significa
algún “reconocimiento”, la verdad es que no he
ganado ni siquiera una mención deshonrosa en ningún evento. Mi trabajo nunca ha
estado supeditado a una recompensa de esa naturaleza. Yo escribo porque es mi
forma de vida y no la voy a transar por un premiaje… de manera que si eso
significa que no tengo biografía, los antecedentes los puedes encontrar en mi escritura.
Por otra parte, estoy tranquilo en mi oficio y
no tengo necesidad de una aprobación
literaria, porque no me estoy jugando un destino. Estoy viviendo mi destino.
Escribo porque es el juego más limpio y
purificador que he experimentado en la
vida; es una actividad que no me ha defraudado; al contrario, me ha
regalado muchos momentos felices y buenos amigos; y la capacidad de seguir
soñando con un destino mejor; más allá
de aprehender la realidad a través de las palabras. Sé que en Chile se asegura
como una verdad matemática que nadie
vive de la literatura; debo desmentir
ese enunciado: yo, un hereje de la
palabra, hasta ahora he logrado no sólo sobrevivir; además, tengo una familia
que he podido mantener, lo que avala mi
trabajo cotidiano. Es mi oficio, tal vez no lo haga mejor que otros, pero es mi trabajo y mi tranquilidad
para caminar en medio de la multitud sin sentirme jamás un inútil. Pienso que
este país necesita más poesía para tener mejores ciudadanos, más juego de lenguaje para ser menos arrogantes, más
ambigüedad para ser más humano; y, sobre todo, más lectura, para pensar mejor
nuestra realidad. Si en eso la poesía contribuye en algo al espíritu de nuestro pueblo, significa que no
he perdido mi tiempo y estoy al lado de todos.”
Héctor Veliz Pérez Millán
Cuando la humanidad estaba buscando los sueños
de la vida y los huilliches únicamente disponían de piedras y lanzas para
defenderse y poblar la tierra, divisaron a lo lejos una montaña preciosa que
los sumió en una mezcla de asombro y devoción.
Era tan impresionante que la creyeron la morada
de Ngenechen.
– Sería una locura no conquistarla y vivir
junto a ella – comentaron con alegría –. Se ve que es el lugar más hermoso de
la tierra.
Una vez en camino no encontraban cómo llegar a
ella porque un mar de árboles, y más allá un lago, les impedían el paso. Sin
embargo, aquellos indígenas comenzaron a desmalezar y construir rucas,
dispuestos a tener esa comarca como cuna y consuelo; pues presentían que allí
nunca les faltaría la comida ni la presencia de Ngenechen.
Pero una noche mientras descansaban se desató
una tormenta de fuego y lodo.
La montaña rugía en la oscuridad arrojando lava
que descendía como un río de fuego hasta el lago, destruyendo con sus piedras
al pequeño poblado.
No obstante, lo que más atemorizó a cada uno,
fue un trueno que les pareció una carcajada de los mil demonios.
– ¿Oyeron eso? – dijo alguien.
– Esa risa viene de allá – aseveró otro –. Es
la montaña... y se está burlando de nosotros.
Y así, con el agua hasta el cuello y más temor
que respeto, decidieron establecerse en el valle; y con la íntima convicción de
que no serían obligados a salir de esta tierra, empezaron la reconstrucción.
Los años pasaron volando y los huilliches
transmitieron a sus hijos el sueño de conquistar la montaña. Para ello
construyeron amplios caminos y dalcas para navegar por el lago, pero no sabían
cómo llegar a la cima.
Los ancianos caciques llegaron a la conclusión
de que los culpables de todos sus fracasos eran los Andes, unos demonios que
custodiaban la cumbre y que para no ser molestados, arrojaban piedras,
provocando
feroces avalanchas. Los caciques estaban en lo cierto.
feroces avalanchas. Los caciques estaban en lo cierto.
Sin embargo, el poder de los Andes sólo residía
en el imperio del miedo y nadie lo sabía.
Andando el tiempo, la gente del valle llegó a
ser un pueblo avezado en el arte de la guerra, la cacería y la agricultura... Y
naturalmente, la sensibilidad de las nuevas generaciones no pudo escapar al
hechizo que ejercía aquel monumento casi sagrado e inaccesible para su pueblo.
Pero los Andes, que observaban desde su refugio, se decían:
– ¡Pronto verán quiénes somos! De este pueblo
arrogante no quedará nada.
De esta manera, los diabólicos seres comenzaron
su destructiva jornada. Por las noches provocaban aludes de nieve y cantos
rodados y – otras veces – atizaban el cráter, iniciando grandes erupciones.
Cierto día, un joven valiente llegó a observar cada vez más cerca la causa de
tanta actividad en la cima. Los demonios al verse sorprendidos por el hombre,
comprendieron su fatalidad: su temor hacia los humanos había hecho realidad la
profecía de Ngenechen cuando les encomendó la custodia de la montaña.
Entonces, oyeron de nuevo la poderosa voz de
Creador:
– ¡Ahora permanecerán invisibles hasta que el
miedo de los hombres los libere!
Con el lento paso de los años, el pueblo
huilliche continuó progresando y construyendo sus casas cada vez más cerca del
lago y la montaña. Los Andes, ante la perspectiva de una invasión, huyeron al
norte del Continente, llevándose cada uno de ellos un pedazo de montaña a
cuestas; pero solamente consiguieron transformarla en una extensa cordillera.
– ¡Señor! – dejaron oír su voz de trueno – Este
es un pueblo bravo y aguerrido... Nos siguen a todas partes. ¿Cuándo volveremos
a la región williche?
– ¡Nunca! – fue la última respuesta de
Ngenechen.
Los siglos venideros pasaron destruyendo al
tiempo. En toda la extensión de la Cordillera se instalaron otros pueblos, y los
Andes creyeron ver el miedo en los hombres, pero a menudo recibían muchas
visitas de insospechados montañistas.
El poblamiento continuó hacia el océano, los
ríos y los canales, los cerros y los valles; y aun en medio del monte: era la
invasión... Hasta que un día, los malvados espíritus decidieron recurrir a
todas sus fuerzas y provocaron una erupción que pretendía aniquilar el valor de
la gente de la tierra.
–Tendrán miedo – se decían – y reconstruiremos
nuestra Montaña.
Pero se equivocaban de nuevo, porque tras cada
desastre aumentaba la curiosidad y llegaban hombres de todos los rincones del
mundo.
Cuando los ingenieros iniciaron la Gran
Construcción sin duda tuvieron presente la contratación de un ejército de
obreros y técnicos que Chiloé no poseía, porque la obra en sí, desde un
principio demandó el esfuerzo de muchas generaciones, considerando el impacto
social que este asunto traería para la comunidad.
La crónica dice que una vez hecha las
contrataciones, las cuadrillas se repartían en diferentes funciones operativas,
de acuerdo al programa de construcción sobre ese canal que fue durante milenios
una frontera y un límite.
Al comienzo, el perfil general del puente
proyectó la forma de un arco, en cuya base exterior se ven, a intervalo de una
decena de metros, unos pilares tallados en roca viva, ajustadas con
extraordinaria precisión.
Por cierto, los obreros que migraron con sus
familiares creyeron venir por una temporada, mientras durara la faena, pero el tiempo
se extendió y las circunstancias de ejecución de la obra hicieron cambiar ese
primer impulso, y fue así como a lo largo de los años, las corrientes
marítimas, los terremotos y las dictaduras, suspendieron sucesivamente la Gran
Construcción, aumentando la impotencia y su presencia masiva que hizo cambiar
el paisaje humano; permaneciendo atrapados en la fortaleza de una obra que se
hizo eterna.
La Gran Construcción del Puente de Chacao,
presentada por todos los mandatarios que visitaron la zona en todas las épocas,
fue planeada – según ellos – para ofrecer las bondades de Chiloé a todo el
mundo, y nunca hubo disonancias al respecto; sin embargo, para hacer más
interesante el proyecto, se crearon grupos de presión que opusieron tenaz
resistencia a lo que ellos consideraban una brutalidad.
Cuando finalmente lograron el interés y el
apoyo de organismos internacionales, dejaron de protestar, y entonces, como
estrategia paralela a la Gran Construcción, se dedicaron a edificar viviendas
sociales, cabañas y reclamar patrimonios para la Humanidad… Así se apropiaron
de la idiosincrasia autóctona para venderla como inagotable recurso cultural
(por cierto, excluyendo a la población nativa por considerar los asesores que
esa gente no sirve, que basta de romanticismos, porque lo mejor es cambiar el
cuerpo social, trayendo gente del Exterior).
¿Negocio?...La monumental iniciativa a cambio
de talar el bosque nativo, apropiarse de fiordos, lagos y ríos; en una palabra,
reorganizar la economía local y continuar la colonización.
Para entender este relato hay que considerar
que la Gran Construcción no fue proyectada para testimoniar la grandeza de los
ingenieros que se dieron cita en este plan, sino para gloria del Estado, y así
tomar posesión definitiva de esta unidad territorial, donde los chilenos
parecen haber desplazado completamente a la comunidad autóctona que absorbió al
componente hispano durante la Colonia; de manera que cuando llegue
el momento de inaugurar el Puente de Chacao, éste será el último acto de Soberanía.
el momento de inaugurar el Puente de Chacao, éste será el último acto de Soberanía.
Sobre éste anhelo dominador se inspiraron
realmente los ingenieros para la Gran Construcción, y sin duda tomaron como
referencia muchos diseños a escala porque nunca antes en estas latitudes hubo
un pueblo capaz de soñar una obra tan magnífica como la que están construyendo;
y es posible que así como se presentaron miles de obreros y más tarde,
profesionales, también se debió recurrir al oficio de muchos cronistas capaces
de entender la esencia y el patriotismo de aquellos hombres venidos de tantas
regiones, arrastrando también sus proyectos personales y su memoria.
Anoto esto porque en algún momento un filósofo
del Archipiélago escribió una extensa obra referida al Puente, destacando el
espíritu y visión de país de los legisladores en la aprobación de recursos,
asegurando que eran ellos, en definitiva, los verdaderos constructores de tan
magna obra. Como sea, el libro fue declarado material didáctico para
testimoniar la fuerza de un sueño realizado por muchas generaciones, aun cuando
a veces parecía decaer, forcejeando contra el viento, las corrientes oceánicas
y el abandono.
Es posible que estas consideraciones sean una
vulgaridad para la concreción de tan noble proyecto que con los años va mutando
de su forma original – tal es el avance de la obra – pero no deja de ser
interesante también manifestar el tesón de los gobernadores en simular un
interés que a ratos parece decaer, pero que finalmente se levanta, triunfante.
Después de todo o nada, cuando todos vemos que
la obra está en plena construcción, aún nos preguntamos: “¿Para qué?” ¡Fácil!
¡Para los pueblos del Norte! Incluso para las etnias de otros Continentes que
deseen implantarse en Chiloé.
La Historia señala que los colonizadores desde
siempre han penetrado por el canal. Esta afirmación sólo es verdad por la
cercanía del Continente. Sin embargo, lo que sabemos de esa gente no los cubren
las leyendas inventadas acerca de ellos. En el pasado buscaron la Ciudad de los
Césares y traficaron esclavos para construir obras menores indignas de nuestra
memoria, asunto que ellos agradecen cuando a esta zona vienen a contar otros
relatos, lejos de la épica sangrienta con que han escrito sus hazañas, sus
constituciones y sus tratados de paz. Además nunca sabremos si lo que ellos
dicen es verdad, aunque sí sabemos que han heredado el botín histórico obtenido
con artes de guerra sucia en otras regiones. Pero como ellos dicen: lo heredado
no se roba.
Tal vez sea ese el miedo ancestral por la que
los paisanos escapan de su terruño, cuando ellos, los nuevos colonizadores,
deciden instalarse en la Isla. En términos generales, sólo ellos hablan
maravillas del Archipiélago, dicen que es la región más transparente (para los
otros, es claro), que es el espacio ideal para instalar empresas sin pago de
impuestos y con muchas ventajas comparativas.
Por cierto, desde el inicio de la Gran
Construcción ha quedado de manifiesto que los isleños no disponemos de
organizaciones sociales y políticas capaces de solucionar los problemas
generales a partir de la puesta en marcha del proyecto, puesto que todo está
relacionado y desconectado, o sea, los poderosos capitales han rendido culto
folklórico a las instituciones y símbolos ancestrales, pero estratégicamente
han puesto sus intereses económicos por encima de cualquier consideración.
Esta afirmación la puedo hacer, por cierto,
desde la intemperie porque en la comunidad existe sobrada claridad sobre este
asunto, por eso cuando se detiene la continuidad de la obra, los políticos
organizan mesas de diálogos para entregar el Puente en las próximas elecciones.
Es el ritmo de la estrategia.
Tiempo que desanima a los trabajadores y sus
familiares que han migrado. Entonces ocupan su tiempo en crear vínculos, soñar
con volver a sus lugares de origen o algunos, muy pocos, se instalan con sus
propios colegios e iglesias a espaldas de la comunidad, donde crían sus
vástagos para que no se contaminen con la masa infesta de sangre aborigen para
que en pro de blanquear la imagen país no destruyan el producto nacional.
El origen del proyecto -según los Anales del
Archivo Nacional- fue un plan secreto del Consejo de Seguridad Nacional que
luego saltó a la arena política. Entonces el Palacio de Gobierno, en su afán de
dar curso social a esa orden primigenia, destruyó todos los muros de
resistencia con su discurso histórico, y así se sucedieron varios Dictadores
durante el siglo pasado, quienes, tal vez fascinados por la inmortalidad,
quisieron arrogarse la paternidad del proyecto para imprimir sus nombres en el libro de oro donde reposa la orden de ejecución.
quisieron arrogarse la paternidad del proyecto para imprimir sus nombres en el libro de oro donde reposa la orden de ejecución.
Según los doctores de ciencias políticas, las
grandes construcciones requieren grandes sacrificios sociales y en nombre de
ésta fábula, todos los crímenes se justifican porque la epopeya en su marcha
forzada engrandece al espíritu humano.
Las batallas de esta historia no son cosa nueva
para nosotros. Acostumbrados a ver el lento avance del proyecto (que sólo la
mala conciencia impide apreciar en toda su magnitud) sabemos también de las
persecuciones malvadas contra quienes rehuyen su responsabilidad y contribución
a la Gran Construcción del Puente de Chacao.
“La medida del Puente – según el Discurso
Oficial – es la distancia exacta que nos separa del Desarrollo en
circunstancias que muchos otros pueblos ajenos a las bondades de la
Civilización no han tenido la oportunidad histórica de avanzar en una
generación lo que a la Humanidad le costó siglos de creatividad y esfuerzos
para acceder a la actual maravilla que nos brinda la Globalización”.
Guardo mi opinión en mi complejo aldeano, pues
nunca he salido de mi provincia, pero todos los antecedentes en la elaboración
de este relato están dictados por la determinación necesaria del gran proyecto
para que la influencia de una historia común llegue directamente a cada
ciudadano de este apartado Archipiélago.
(Nota: Este puente ha sido presentado como
proyecto político desde el año 1933 por casi todos los Gobiernos de Chile, cada
vez que hay campañas presidenciales).
Héctor Véliz Pérez-Millán
Excelente narrativa de un escritor a quien admiramos. Gracias Fracisco, por traerlo nuevamente.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Jeniffer Moore