Traemos en esta ocasión a una de las figuras estelares de la filosofía e
todos los tiempos, Sócrates, y será la mano avisada de nuestro insigne
colaborador Tomás Moreno, profesor, filósofo y amigo habitual de nuestra
sección Microensayos del blog Ancile.
MOMENTOS ESTELARES DE LA FILOSOFÍA:
EL JUICIO
DE SÓCRATES.
(Iª. EL FILÓSOFO EN LA CIUDAD).
"Matar a un hombre para
defender una causa no es defender una causa, es matar a un hombre" (Sébastien
Castellion, De haereticis, an sint persequendi (1554)[1].
Dentro de nuestro Café filosófico Zetesis, abordamos, como ya sabéis,
además de cuestiones filosóficas de interés y de otras específicamente
relacionadas con algún filósofo o problema filosófico, toda una serie de episodios que hayan sido susceptibles de
cierta polémica o divergencia a lo largo de la historia de la filosofía o que
constituyan un momento estelar o
memorable de la misma[2].
Hoy, hemos elegido para su debate y discusión un tema que reúne ambos
requisitos: por una parte, el interés de la figura elegida, enigmática y
contradictoria como pocas, y, por la otra, la elección del episodio más
dramático de su vida que, sin duda, constituye objeto de controversia y, al
mismo tiempo, es considerado uno de los momentos
estelares de la historia de la filosofía occidental. Nos referimos, claro
está, al Juicio de Sócrates.
Espero
que las sesiones sean de vuestro interés. Y sin más preámbulos comenzamos la
primera. En esta ocasión, los intervinientes fundamentales en el diálogo o coloquio somos cinco
profesores: un filósofo, un historiador del mundo Antiguo, un filólogo clásico
helenista, un profesor de ética y un politólogo.
FILÓSOFO.-Si existe algún acontecimiento estelar en la historia de la filosofía
occidental, nadie dudará que el Juicio
de Sócrates es uno de ellos y que representa, si no el acta misma de su
fundación (su titularidad se remontaría a los llamados Presocráticos), uno de
los momentos en que el espíritu humano toma conciencia de la estrecha
vinculación de la filosofía con la ciudad, con la polis, y con los problemas
ético-políticos que se derivan de la compleja y siempre problemática
convivencia humana. Se trató, en verdad, de un momento paradigmático, que
troquelará con perfiles indelebles el devenir mismo de la cultura occidental.
Y
ese momento, tiene como protagonista a un anciano filósofo ateniense, famoso
por su callejear constante, dialogando y debatiendo con todo aquel conciudadano
que saliese a su encuentro, sobre lo divino
y lo humano, sobre las cosas más
nobles y excelsas y sobre las más humildes y cotidianas, y cuestionando
sistemáticamente los dogmas y las verdades establecidas en la Ciudad o -como
diríamos hoy- lo “políticamente correcto”. Ese anciano e itinerante filósofo
fue Sócrates.
Figura
proteica y complejísima, cuya doctrina y personalidad han sido históricamente
objeto de profundas controversias. Señalemos cómo entre los autores que tratan
de su figura y personalidad abundan aquellos que nos la presentan como un problema (F. Nietzsche[3], V. De
Magalhaes Villena[4]),
como un enigma o un mito (F. H. Spiegelbert y B. Q. Morgan y
A. H. Chroust[5])
o como personificación de una paradoja
(G. Vlastos)[6].
Y cómo nos han mostrado las más diversas, y aún contradictorias, imágenes del
maestro ateniense. Es, por ello, necesario que, antes incluso de trazar un
perfil biográfico del mismo, conozcamos someramente el contexto histórico
social y cultural en el que va a desarrollarse su vida, su actividad pensante y
su enseñanza. Cedo la palabra a nuestro historiador del mundo clásico quien,
estoy seguro, podrá pergeñar brevemente ese contexto.
HISTORIADOR.- Con mucho gusto, profesor. Lo más
significativo del mismo es que la juventud de Sócrates coincide con la época de
esplendor de la Atenas de Pericles[7]. Desde
las victorias griegas de Maratón (490 a. C.) y Salamina (480 a. C.) contra los
persas, hasta la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.) transcurren unos
cincuenta años de paz y prosperidad. Se embellece la ciudad, se edifica el
Partenón; se desarrollan el comercio y la industria artesanal, etc. Atenas se
ha convertido en el centro económico y cultural de toda Grecia. Con el
comienzo de la Guerra del Peloponeso (en
el 431[8]), en la
que tomará parte Sócrates, entre las coaliciones formadas por Atenas-Corcira y
Esparta-Corinto, va a iniciarse una época turbulenta que comportará, más tarde,
la crisis de la democracia y de la misma Polis ateniense.
En
el 411, tras violentas convulsiones políticas, cae la democracia y el poder
pasa a manos de "los cuatrocientos tiranos" y, poco después, en el
404, "de los treinta tiranos" quienes, apoyados por Esparta, ejercen
una sangrienta dictadura. El terror oligárquico acaba en el 403 con la
revolución democrática. Pues bien, esta revolución coincide con el final de la
vida de Sócrates, quien será víctima propiciatoria para saldar viejas cuentas
políticas.
FILÓSOFO.- Trazado así el marco en el que va
a desarrollarse su vida, es pertinente pergeñar algunos datos de su biografía. Sócrates
(470-399) nace en Atenas, en el demo de Alópeke, hijo de Sofronisco, artesano
escultor, y de Fenáretes, de oficio partera. Parece que disfrutó durante su
vida de una modesta renta anual (unas 70 "minas"), heredada de sus
padres, lo que le permitió vivir sin "trabajar" -como era propio de
todo buen ciudadano- y sin excesivas preocupaciones económicas. Participó en la
Guerra del Peloponeso como hoplita. Casó con Xantipa y tuvo un hijo, Lamprocles.
Parece que en su juventud estudió astronomía,
matemáticas y música; escuchó las lecciones de Arquelao, discípulo de
Anaxágoras, y se sintió preocupado por las cuestiones cosmológicas y de
filosofía natural. Pudo también conocer las enseñanzas de Zenón, Parménides,
Empédocles y Alcmeón de Crotona. Es seguro que se relacionó con los sofistas en
su período de su juventud: Protágoras, Hipias, Pródico y
Trasímaco. Wilhelm Nestle afirma que Sócrates se
encuentra respecto a la Sofística en una situación parecida a la de Kant
respecto a la Ilustración: es al mismo tiempo su culminación y su superación[9].
PROFESOR de ÉTICA.- Ciertamente, la relación de Sócrates con la sofística fue asidua y
controvertida[10]. En efecto, poco antes de iniciarse la guerra del Peloponeso, en el 434,
Sócrates comenzó su enseñanza aparentemente como un sofista más (Aristófanes,
en sus comedias, nos lo ridiculiza como tal). Pero, en verdad, Sócrates no lo
era: tenía de ellos su anarquismo, su
rebeldía, su arrogancia y su gusto por la discusión o argumentación dialéctica,
así como su capacidad persuasiva, pero se diferenciaba de ellos en que no era
un profesor mercenario y en que buscaba la verdad ("aletheia") más allá de la opinión de la mayoría (“doxa”), utilizando en su indagación la
fuerza del argumento racional (no era un "misólogo" como, según
Platón, eran los sofistas): "¿Qué nos importan” -dijo en cierta ocasión- “las
opiniones de los otros, aunque sean la mayoría? Lo importante es lo que tú y yo
en nuestro coloquio, razonando, concluyamos".
Sócrates
desprecia y repudia, pues, la pedagogía mercenaria y la frivolidad intelectual
de los sofistas. Sus enseñanzas, por el contrario, están impulsadas por el amor
a sus jóvenes discípulos y por su pasión por el autoconocimiento y por la
reflexión intelectual y el autoexamen: "Una vida sin examen (“zetesis”) no es digna de ser vivida por
un hombre"[11]
("Apología de Sócrates"[12]),. era su más querida
máxima.
El
punto de partida de su enseñanza fue eminentemente ético-moral[13]: el
filósofo toma conciencia de la ruina y decadencia moral de la polis ateniense y
atribuye esa crisis a las corruptas, frívolas y disolventes doctrinas
sofísticas. Desengañado, por otra parte, de las ya agotadas especulaciones
cosmológicas de los últimos presocráticos, que con Anaxágoras habían
desembocado en un burdo "mecanicismo", Sócrates decide orientar sus
investigaciones y reflexiones al tema ético y antropológico: a la búsqueda de
las "ethikás aretás"
(virtudes éticas). Y esas "ethikás
aretás" nada tienen que ver con la "areté política", tal y como preconizaban los sofistas, sino
con la "areté" del alma, con la búsqueda de la propia perfección
moral interior: "therapéia tés psychés", el "cuidado de las
almas", podría ser el lema inspirador de su doctrina ética y de toda su
enseñanza filosófica y moral.
Pero
no por ello su doctrina se desentendía de la “política” en sentido estricto:
para Sócrates la verdadera política
se sustentaba en la ética de todos y cada uno de los ciudadanos. Sócrates se
proponía, pues, hacer mejores a sus conciudadanos, induciéndoles a
"conocerse a sí mismo", a la práctica de las virtudes (la piedad, el
valor, la honradez), a "preferir sufrir injusticia antes que
cometerla" (Gorgias) y, en fin,
a preferir los bienes espirituales y de la interioridad humana por encima de
los bienes del cuerpo: el poder, las riquezas o el placer.
La
misión que se impuso a sí mismo fue, pues, formar y despertar la conciencia de
los atenienses, haciéndoles tomar conciencia de las cuestiones éticas y
morales, necesarias para la regeneración
moral de la polis (la ciudad) y volcar su atención sobre ellas. La Apología de Sócrates (Platón) es, sin
duda, la mejor exposición de su doctrina moral, la mejor síntesis de su
enseñanza y la mejor defensa y justificación del papel o función (radicalmente
"crítica") de la filosofía y del filósofo en la sociedad[14].
En
ella, Sócrates llega a comparar su relación con la ciudad como la existente
entre el tábano[15]
y el caballo, cuyo constante aguijonamiento impide que se duerma o amodorre.
Así nos lo refiere Platón, poniendo en su boca estas palabras: “Pues si me
matáis no encontraréis otro como yo, al que Apolo ha puesto como un tábano que
picase a un caballo de sangre, pero algo perezoso, para mantener despierta a la
ciudad, sin perdonar a ninguno con mis continuos sermones. Vosotros, pues,
podéis matarme, si os dejáis convencer por Anito; pero luego, a no ser que el
dios os enviase otro que me sustituyera, os entrará un sueño eterno, un sopor
inabarcable” (Apología de Sócrates).
FILÓSOFO.- Quiero recordar en este momento y en
apoyo a lo dicho por nuestro profesor de ética, algo que ya saben todos Vds.:
que Sócrates no escribió nada y que su enseñanza fue exclusivamente oral.
“Un buen maestro, pero no publicó”: éste es el final de
un macabro chiste de Harvard sobre Jesús de Nazaret y su falta de condiciones
para ser profesor titular. En el trasfondo se oculta un hecho trascendente. Ni
Sócrates ni Jesús confían sus enseñanzas a la palabra escrita. Sólo en dos
ocasiones, a través de Platón, recurre el maestro a la consulta de un rollo; en
ninguno de los dos casos es él su autor”. [En el caso de Jesús] “la única y
enigmática excepción aparece en Juan 8, 1-8. Interrogado por los fariseos
acerca de una mujer sorprendida en adulterio, “Jesús se inclinó, y con los
dedos escribió en el suelo, como si no los oyera”. Lo hace por segunda vez
después de su radiante desafío: El que esté libre de culpa, que tire la primera
piedra”. No se nos dice nada de lo que escribió en la arena ni en qué lenguaje
estaba escrito[17].
Me
gustaría, después de esta aleccionadora anécdota, que alguno de vosotros nos
explicara el método utilizado por el Maestro ateniense para exponer su
enseñanza moral.
FILÓLOGO.- Puedo intentarlo yo mismo. Sócrates
utilizó, ya lo sabéis, como método la Mayéutica,
esto
es el "arte de la partera": arte de alumbrar una nueva vida, ayudar a dar
a luz. Pero conviene que, para su correcta comprensión, utilicemos sus
propias palabras. Les leo el texto:
"Mi arte de hacer dar a luz
–decía el maestro Sócrates- se parece a estas parteras, pero se diferencia en
que yo asisto a los hombres y no a las mujeres y en que examino las almas y no
los cuerpos. Ahora bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad de
poner a prueba si lo que engendra el pensamiento del joven es algo imaginario y
falso o genuino y verdadero (…) muchos me reprochan que siempre pregunto a
otros y yo mismo no doy ninguna respuesta por mi falta de sabiduría (…) Y es
evidente que no aprenden nunca nada de mi, pues son ellos mismos y por sí
mismos los que descubren y engendran muchos pensamientos bellos" (Platón, Teeteto, 148e-150d).
Como
todos conocéis, el arte mayéutico socrático se valía de un método de interrogación
peculiar, mezcla de mordacidad y capacidad de cuestionar evidencias, cuyo
ingrediente fundamental era la ironía
(de ieromai, “interrogar” “preguntar”
y eironéumai, “disimular” “fingir”,
esto es: “interrogar simulando”) que comenzaba siempre dirigiéndose a su
interlocutor de esta manera: “Tú x, que eres tan sabio… ¿podrías decirme en qué
consiste…?”. Lo que simulaba o fingía Sócrates era “ignorancia” respecto de la
cuestión y del arte u oficio que decía saber y aun dominar su interlocutor…
FILÓSOFO.- Tal vez por ello, querido colega,
Sócrates solía afirmar “Yo sólo se que no se nada”. Esto es, mostraba una
actitud de ignorancia para intentar
buscar la verdad dialógicamente, con la ayuda del otro. Actitud metodológica,
más que espontánea, que habría de ser extraordinariamente fecunda a lo largo de
la historia de la filosofía. A bote pronto -por utilizar la vulgar expresión- recuerdo
que esa actitud se encuentra en Nicolás
de Cusa -filósofo cristiano del siglo XV- y en su concepción de la
filosofía como “docta ignorantia”, en el escepticismo de Montaigne (¿que sais-je?),
en la duda cartesiana. Friedrich
Schlegel del siglo llegaría también a afirmar socráticamente: “Cuanto más
se sabe, más se desea aprender. Con el saber crece paralelamente la sensación de
no saber, o mejor dicho, de saber que no se sabe”-. E incluso algunos podrían
decir que su método mayeútico es un precedente del método psicoanalítico de Sigmund Freud.
La
mayeútica consistía, pues, en una
serie de preguntas e interrogaciones dirigidas, normalmente, a ayudar a descubrir
o iluminar “la verdad" (olvidada pero latente en espera de su recuerdo) en
la mente de sus interlocutores. En otras ocasiones tendentes a enredar o
desenmascarar la ignorancia y la petulancia de sus adversarios -los "oficialmente"
"expertos" o "sabios"- esto es: de los sofistas, políticos,
retóricos, poetas, artesanos etc., de su ciudad.
En
este segundo caso, es la "ironía"
socrática -mostrarse "ignorante", fingir aceptar las opiniones del
"otro" hasta reducirlas al absurdo, mostrando así su sinsentido- arma
invencible de su "dialéctica". Preguntando continuamente, y aludiendo
a su lúcida "ignorancia" ("Yo sólo sé que no se nada"),
Sócrates lograba vencer o convencer en todas las disputas y discusiones en las
que intervenía. Su método era, pues, interrogativo, no afirmativo: una
sabiduría de preguntas, no de respuestas.
HISTORIADOR.- “Al que
dice la verdad regálale un caballo, lo necesitará para huir”, dice una
sentencia árabe. Sócrates no necesitó ni quiso huir de su ciudad pero
ciertamente su amor por la verdad hizo
que muy pronto se granjeara el recelo,
cuando no la hostilidad de la mayoría. Fue, en consecuencia, un hombre de "minorías", no de masas.
Consagró su vida a la formación de un grupo selecto de jóvenes discípulos y
amigos: Antístenes, Alcibíades, Crítias, Fedón, Platón, etc.
Pero
fue también una "maraña de
contradicciones". A través de las obras de Platón y de Jenofonte, sobre
todo, nos ha llegado su retrato físico y moral: Sócrates es "sobrio"
y "austero" (viste de manera desaliñada, descalzo, pobremente) pero,
constantemente acude a banquetes y bebe con sus jóvenes y ociosos amigos; ama
la "verdad" y la "discusión" honesta, pero siempre tiene
que vencer en cualquier disputa, incluso utilizando argucias o cualquier tipo
de medios, no siempre lícitos, para conseguirlo; es extremadamente racional, su
lógica es "gélida", decía Nietzsche.
Pero, a la vez, en su comportamiento
revela aspectos de una personalidad algo desequilibrada: sufre, a veces trances
catalépticos de origen histérico, confía en los "oráculos" y en los
"sueños premonitorios" o "admonitorios", alude,
frecuentemente, a un "daimón" individual o "espíritu guía"
(que según algunos no es sino la personificación de sus impulsos irracionales).
Aspectos, todos ellos, poco conciliables con esa pretendida objetividad
racionalista. Es pobre y sencillo en el
vestir, pero nunca reservado ni humilde; al contrario: se muestra corrosivo,
cáustico, muchas veces orgulloso y altivo; acepta sin dudarlo un momento lo que
la Pitia del Oráculo de Delfos había dicho de él que era "el más sabio de
los hombres".
Su
físico parece ser que era poco agraciado, casi grotesco, muy feo, feísimo.
Jenofonte nos lo describe con nariz chata y respingona, miope, ojos saltones,
tripudo, grueso, cabeza grande, toscamente vestido y muy
"callejeador". El retrato que Platón
nos deja en sus "Diálogos"
por ejemplo en "El
Banquete"[18] y en
boca de Alcibíades, no difiere demasiado del anterior en cuanto a su perfil
físico. Cuenta que cuando el retratista Zopiro encontró a Sócrates, viendo su
rostro lo declaró "imbécil de nacimiento", inculto e incapaz de
perfeccionarse. La gente se echó a reír; pero Sócrates le contestó: "Ese
era, efectivamente, mi "natural". Pero yo lo he reformado por la
educación". En otra ocasión lo compara con los "silenos" por
fuera burlescos, dignos de mofa, pero por dentro "llenos de dioses".
Platón, según Rafael |
Resulta
bastante sorprendente que en una cultura "misógina", en la que se
rinde culto a la belleza masculina, a la armonía y a la perfección estética, un
hombre de las características físicas de Sócrates, pueda haber sido tan
admirado y tan apasionadamente amado por sus discípulos y por la juventud
"elegante" de la Atenas de su tiempo. Su magnetismo y capacidad de
fascinación seguro que no se debieron a su peculiar fisonomía, sino a su
admirable personalidad espiritual, a su "belleza moral" (Alcibíades).
PROFESOR DE ETICA.- En relación con
lo que acaba de exponer nuestro historiador no puedo estar más de acuerdo.
También en la interpretación de su doctrina ética -la ética intelectualista- las opiniones han sido de lo más
divergentes. Para Nietzsche, por
ejemplo, el intelectualismo ético socrático,
con su ecuación antigriega Razón=Virtud=Felicidad, -"aquella ecuación",
escribe, "la más extravagante que ha existido, que tiene particularmente
contra sí todos los instintos de los antiguos griego"[19]-
constituye una auténtica "perversión" de la "moral señorial"
de los antiguos griegos, que arruinó la concepción trágica del mundo heleno.
Representaba el triunfo del espíritu apolíneo frente al dionisíaco; una
hipertrofia de lo racional contra lo vital e instintivo.
Nadie,
pues, tan cruel como el filósofo germano en su apreciación de Sócrates. En
"El ocaso de los ídolos" (capítulo: "El problema Sócrates")
el filósofo de Roecken llega a preguntarse si Sócrates era verdaderamente un
griego, si no representa, más bien, al "criminal típico", por su
"fealdad y maldad raquíticas":
"Todo en él es exagerado,
bufo, caricaturesco; y al mismo tiempo lleno de escondrijos, de segundas
intenciones, de subterfugios"[...] "monstrum in fronte, monstrum in
ánimo": "si la fealdad es para nosotros una objeción, para los
griegos era una refutación"[20].
Llegará, incluso, a responsabilizar al maestro
griego de la decadencia de la cultura occidental, de nihilista negativo y de
corruptor de la filosofía occidental.
Por
su parte, Hegel va a destacar en
Sócrates, precisamente aquello que Nietzsche repudiaba, rechazaba y despreciaba:
su intelectualismo ético, su apelación a la interioridad y a la conciencia (su
"daimon" privado) a la hora de tomar una decisión para su vida. Una
doctrina ética que representaba la emergencia de la autoconciencia moral
occidental, de la "subjetividad infinita". Con Sócrates, viene a
decir Hegel, se produce la proclamación más clara y contundente del pensamiento
individual, del despertar de la libertad de la conciencia humana, como algo que
se justifica sólo ante sí misma, desde la propia interioridad personal[21].
Se trató, pues, de un descubrimiento
verdaderamente revolucionario, subversivo: la verdad y el bien residen en la
interioridad de la conciencia, dentro de sí y se alcanzan de manera autónoma. Los
dioses, los oráculos, la tradición (el "Nomos"), son "sustituidos" por la propia conciencia
individual como fuente o criterio último de moralidad. Con Sócrates pasamos
definitivamente de una "cultura de la vergüenza" a una "cultura
de la culpa" (por usar la terminología de la antropóloga estadounidense Ruth Benedict), de una ética heterónoma
de carácter social a una ética autónoma de la interioridad y la responsabilidad
personales.
La ruptura "Ethos-Polis"
se ha consumado: la eticidad es ya una pura cuestión de la interioridad
individual y no una imposición social, política o cultural. Sócrates es, por lo
tanto, el descubridor de una "nueva eticidad", ya insinuada en los
Sofistas, Tucídides, Eurípides, que se oponía radicalmente a la vigente en la
Atenas de su tiempo, expresada en la ecuación "Ethos=Polis" y en la
que no había más ética que la subordinación o sometimiento del individuo a los
imperativos ético-políticos del Nómos
de la Polis y en el que la virtud privada y la virtud pública, el buen
individuo y el buen ciudadano coincidían plenamente.
Pero,
más allá de esta revolucionaria aportación ético-intelectual de Sócrates es, precisamente, con ocasión de su
proceso, juicio, condena y ejecución donde, como veremos, su figura alcanzará
niveles inigualables de nobleza, dignidad y ejemplaridad. (Continuará)
Tomás Moreno
[1] Palabras escritas por el reformador y
humanista francés, a propósito de la ejecución en la hoguera, en Ginebra, de Miguel Servet por orden de
Calvino (1553).
[2] El título de este diálogo se inspira en
el famoso libro Momentos estelares de la
humanidad del inolvidable escritor vienés Stefan Zweig (1881-1942): “Los he denominado así
-escribía nuestro autor-, porque, resplandecientes e inalterables como
estrellas, brillan sobre la noche de lo efímero”.
[3] Friedrich Nietzsche, El problema Sócrates en "El ocaso de los ídolos",
Cuadernos ínfimos, Tusquets Barcelona, 1972.
[5] A. H. Chroust, "Socrates.
Man and Myth", Londres, 1957.
[6] G. Vlastos, "La paradoja de
Sócrates", Revista de Occidente, 2ª época, IV (enero-marzo, 1964).
[7] Véanse, por ejemplo, los estudios sobre
Sócrates de A. Tovar, "Vida de Sócrates", Revista de Occidente,
Madrid, 1947; A. E. Taylor, "El pensamiento de Sócrates", F. C. E.,
México, 1961; F. M. Cornford, "Antes y después de Sócrates", Ariel
quincenal, Barcelona, 1980; A. Gómez Robledo, "Sócrates y el
socratismo", México, 1966.
[8] En adelante sólo citaremos el año, se
entiende que todas las fechas remiten al siglo V ante de Cristo.
[11] Cfr. Martha C. Nussbaum, "El
autoexamen en Sócrates", en "El cultivo de la humanidad. Una defensa
de la reforma en la educación liberal", Editorial Andrés Bello de España,
Barcelona 2001, pp. 37-77.
[14] Véase al respecto: Rafael del Águila, "Sócrates
furioso. El pensador y la ciudad", Anagrama, Barcelona, 2004.
[15] Tábano: insecto semejante a la mosca pero de mayor
tamaño, que produce fuertes picaduras (vulg.: mosca cojonera).
[16] Gerge Steiner, Lecciones de los Maestros, Siruela, Barcelona, 2011, p. 18. Y lo expresa así: “El
maestro habla al discípulo. Desde Platón a Wittgenstein, el ideal de la verdad
viva es un ideal de oralidad, de alocución y respuesta cara a cara. Para muchos
eminentes profesores y pensadores, dar sus clases en la muda inmovilidad de un
escritorio es una inevitable falsificación y traición”(Ibíd, p. 18).
Muy interesante. Para mí ha sido una lección sumamente ilustradora. Mi idea de Sócrates ha quedado esbozada y esperando más. Muchas gracias al profesor y a Acuyo por traer este tema. Abrazos.
ResponderEliminarExcelente tema, interesantíma exposición de los integrantes del Café Filosófico Zetesis. Espero con ansias la próxima entrega y comparto este blog en las redes sociales.
ResponderEliminarMuchas gracias por la calidad de las contribuciones.
Un cordial saludo.
Jeniffer Moore