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miércoles, 15 de enero de 2014

NIETZSCHE Y SU PENSAMIENTO RESPECTO A LA MUJER, SEGUNDA ENTRADA, POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

Ofrecemos la segunda y muy interesante entrada sobre Nietzsche y su pensamiento en relación a la mujer, por el profesor Tomás Moreno en su trabajo titulado: La mujer en Nietzsche, segunda parte.



La mujer en Nietzsche 2, Tomás Moreno, Ancile




NIETZSCHE Y SU PENSAMIENTO RESPECTO A LA MUJER,
SEGUNDA ENTRADA, 
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO



La mujer en Nietzsche 2, Tomás Moreno, Ancile


LA MUJER EN NIETZSCHE (2ª parte)
IV. Dominación masculina versus sumisión femenina
Una tercera divergencia derivada del conflicto entre los sexos, es la representada por el antagonismo más abismal que existe entre varón y mujer en lo referente a su interacción amorosa, en la que se manifiesta la dominación masculina frente a la sumisión femenina: el débil se somete, el fuerte domina. La diferencia femenina está, pues, connotada -ya lo vimos al final del anterior epígrafe- como debilidad y sumisión, en contraposición a la fuerza y al dominio, que son características masculinas[1].
La mujer en Nietzsche 2, Tomás Moreno, Ancile            En efecto, la vida del varón, o por lo menos del varón profundo, que es el que a Nietzsche le interesa, está regulada por su voluntad que demanda dominio y propiedad, en este caso sobre la mujer. La vida de las mujeres, carentes todas ellas de voluntad, está predestinada a la sumisión: "El carácter distintivo del hombre es la voluntad, y el de la mujer la sumisión; tal es la ley de los sexos, ¡dura ley para la mujer!"  (GC, § 68, p. 71)[2].
            El primero manda, y  domina sobre aquello que puede procrear; la segunda obedece, pues gracias a ello logra su más alto fin: dar a luz, ser madre. Por eso, un varón profundo -tanto en su espíritu como en sus apetitos- "no puede pensar nunca sobre la mujer más que de manera oriental: tiene que concebir a la mujer como posesión, como propiedad encerrable bajo llave, como algo predestinado a servir y que alcanza su perfección en la servidumbre" (MBM, § 238, p. 186).
            Otro de los corolarios que de este antagonismo se sigue es que los sexos no vivencian el amor de la misma manera ni aman del mismo modo; cada uno presenta su modo peculiar de atracción recíproca y su
diversa actitud en buscar y vivenciar el amor, ya que sus vidas, sus apetencias y deseos difieren sustancialmente por razón de su diferencia sexual.
            En La gaya ciencia acentúa Nietzsche, como una dimensión antropológica de las mujeres, que el amor es algo que les afecta intensamente en su interrelación con el varón, hasta el punto de no poderlo tomar nunca en segundo lugar, sino como la dimensión más profunda a la cual se añaden con cierta palidez las demás. Y subraya, en el apartado "De cómo uno de los dos sexos tiene sus preocupaciones acerca del amor", que su vivencia del mismo es radicalmente diferente: 
El hombre y la mujer entienden cada uno por amor una cosa diferente, y una de las condiciones del amor entre los dos sexos es que a los sentimientos del uno no corresponden en el otro sentimientos idénticos (GC, § 363, p. 197).
                Para la mujer el amor comporta, pues, sumisión, entrega absoluta, abnegación y abandono de sí misma:
Lo que la mujer entiende por amor es clarísimo: abandono completo en cuerpo y alma (no sólo abnegación) sin miramientos ni restricciones. A la mujer le avergonzaría y asustaría, por el contrario, una entrega sujeta a cláusulas y restricciones. Supuesta esta carencia de condiciones, su amor es una verdadera fe, su única fe (GC, § 363, p. 197-198).         
            Para el hombre, por el contrario, el amor nada tiene que ver con la renuncia de sí o el abandono femeninos:           
El hombre, cuando ama a una mujer, le exige este amor, y por lo mismo que se lo exige, está él a cien leguas de las hipótesis del amor femenino; suponiendo que haya hombres que sientan la necesidad de aquel abandono completo, esos hombres no son hombres. Un hombre que ama como ama una mujer se convierte en esclavo; pero una mujer que ama como aman las mujeres resulta una mujer de cuerpo entero (GC, § 363, p. 198).
            Sin embargo, el amor es posesivo en ambos casos. El hombre "quiere poseer"[3] a la mujer como una propiedad, como ya hemos visto. La mujer, por su parte,  quiere "ser poseída", desea y quiere ser "esa propiedad" del varón. Ello no obsta para que la mujer quiera también poseerlo  sólo para ella: "La mayoría de las veces, la forma como las mujeres aman a un hombre de valor es quererlo sólo para ellas. Si no se lo impidiera su vanidad, lo encerrarían bajo llave: pero su vanidad les impulsa a exhibirlo delante de los demás" (HDH, Amor y posesión, § 401, p. 230)[4].
            En La gaya Ciencia, el amor, todo amor y especialmente el "amor sexual", es identificado como codicia, como instinto de posesión, como deseo de propiedad, como algo que es nada más que la expresión más natural del egoísmo:
Pero el amor sexual es el que más claramente se delata como deseo de propiedad. El que ama quiere poseer él solo a la persona amada, aspira a tener poder absoluto sobre alma y cuerpo, quiere ser el único amado, morar en aquella otra alma y dominarla (GC, I, §14, , pp. 43-44).
            Pero este egoísmo frecuentemente va en el hombre unido a una cierta forma de violencia, que encubre y al mismo tiempo revela un miedo inconfesable. La postura del varón en la relación amorosa y sexual es siempre, comenta Eva Figes[5], la del guerrero vigoroso para el que el ataque es en realidad una forma de defensa: "¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!", advierte la vieja en Así habló Zaratustra.[6]. Esta escandalosa sentencia sobre el látigo (que en realidad no es de Zaratustra, ni de Nietzsche, sino de una mujer vieja, conocedora de los "misterios" de la mujer)[7] delataría, según la autora, un azorado terror del hombre frente a la mujer, un incierto peligro que ellas siempre comportan, como se evidencia en este "¿No es mejor caer en las manos de un asesino que en los sueños de una mujer lasciva?" (AHZ, I, "De la castidad", p. 90). O en este otro: "Dos cosas quiere el hombre auténtico: peligro y juego. Por ello quiere él a la mujer, como el más peligroso de los juguetes" (AHZ, I, "De las mujeres viejas y jóvenes", p. 106).

La mujer en Nietzsche 2, Tomás Moreno, Ancile
Eva Figes
            En efecto, el excesivo énfasis que Nietzsche pone en el dominio y la superioridad del fuerte, del varón, revela en realidad miedo y profunda inseguridad. Y es que Nietzsche divorcia la sexualidad de la emoción, como si la relación con una mujer fuera lo mismo que una francachela o una comilona con muchachos. Y el motivo de ello estriba en un miedo a la emoción. Por eso afirma Eva Figes: "Bajo la pose del guerrero fanfarrón puede verse su falta de seguridad acerca de la verdadera naturaleza de la masculinidad, que termina en una agresividad falsamente exagerada"[8].
            De este modo, podemos ver hasta qué punto, en Nietzsche, tanto el dominio histérico como el énfasis en la fuerte masculinidad están basados en el miedo. El hombre, para Nietzsche, no sólo tiene miedo a las mujeres, sino a todos los aspectos de la humanidad asociables con la mujer y que finge menospreciar: dulzura, amor, simpatía, capacidad de sufrimiento. Teme esas cualidades y procura marginarlas de sí mismo, mantenerlas a gran distancia, porque minan su sólida pose. Pues se trata sólo de una pose.
            Su actitud respecto a la mujer, concluye Eva Figes, "es la del domador que entra en la jaula de uno de sus gatos grandes". Imagen que queda literalmente confirmada en Más allá del bien y del mal, donde dice: "El varón quiere pacífica a la mujer, -pero cabalmente la mujer es por esencia, no pacífica, lo mismo que el gato, aunque se haya ejercitado muy bien en ofrecer una apariencia de paz" (MBM, IV, § 131, p. 103).
                Pero al mismo tiempo que temor o miedo, ya lo decíamos, la mujer inspira también compasión dada su apariencia de debilidad y vulnerabilidad que encubren su verdadera naturaleza salvaje y peligrosa:
Lo que, pese a todo el miedo, hace tener compasión de ese peligroso y bello gato que es la 'mujer' es el hecho de que aparezca más doliente, más vulnerable, más necesitada de amor y más condenada al desengaño que ningún otro animal. Miedo y compasión: con estos sentimientos se ha enfrentado hasta ahora el varón a la mujer, siempre con un pie ya en la tragedia, la cual desgarra en la medida en que embelesa (MBM, § 239, p. 189).
V. Genealogía de la debilidad y de la sumisión femenina
Ahora bien, si profundizamos en la genealogía profunda de la debilidad y de la sumisión femenina[9], nos encontraremos con una inflexión, con un cambio sorprendente en la conceptualización nietzscheana de la mujer (que hasta ahora hemos desarrollado). Veremos que la condición de debilidad de la mujer, su aparente mansedumbre o tendencia a la servidumbre y sumisión hacia el varón no son, en realidad, características propias de la naturaleza o de la esencia  femenina en sí, como tales, sino que se han de atribuir a condiciones históricas que se han impuesto gradualmente. Son fruto, por lo tanto, de condicionamientos culturales, sociales y educativos.
            No se crea, pues, que ese abandono o abnegación es algo “natural” en la mujer: es algo artificial, una invención de su astucia, un mecanismo de defensa para aumentar su poder sobre el hombre. En realidad, Nietzsche no identifica la esencia o naturaleza femenina stricto sensu con la debilidad, sino que atribuye a ésta algunas de las características que muchas mujeres han asumido en el curso del tiempo. Por otra parte, hay que reconocer que él mismo, ya lo vimos antes, enfatiza frecuentemente la debilidad como una de las características femeninas que le gusta encontrar en ellas, condensándola en un estereotipo poco representativo de las mujeres de carne y hueso[10].
            Pese a ello, su posición es suficientemente diáfana: según Nietzsche hay que conocer un poco de historia de la mujer. Por ejemplo, que la mujer tenga que ser el sexo "débil" por naturaleza, es algo no se puede mantener ni histórica ni etnológicamente. Siguiendo a Bachofen afirma que se encuentran, o se poder es de la mujer[11]. El hecho de que la mujer terminase por someterse es un episodio decisivo en el destino de la humanidad que ha conformado el tipo de mujer que conocemos.
La mujer en Nietzsche 2, Tomás Moreno, Ancile
encontraban, casi por todas partes, formas de civilización en las que el
            De esta manera las mujeres se vuelven, por instinto de supervivencia, función ajena, función de alguien. Esto es: abnegación y sacrificio al servicio de sus maridos o hijos. Ser función del hombre, comenta Valcárcel, es el rol que las mujeres han encontrado para sobrevivir a la pura fuerza, ya que en el terreno del enfrentamiento, en la lucha cuerpo a cuerpo, no habrían tenido la menor oportunidad. En vista de lo cual, buscando salvar lo más que pudieran, fingen una debilidad aún mayor que la que padecen para que la fortaleza se detenga, desarmada, ante su estado inerme[12]:
            Según Nietzsche, las mujeres "al haber estado durante milenios inclinadas ante todos los amos, con las manos cruzadas en el pecho, se han acostumbrado a plegarse a la opinión del otro y desaprueban toda sublevación contra el poder establecido" (HDH, § 435, p. 241-242). Precisamente por ello:
En la forma como emiten hoy sus opiniones los hombres en sociedad, es frecuente reconocer una resonancia de aquellos tiempos en que se entendían mejor con las armas que con ninguna otra cosa [...]. -Las mujeres, en cambio, hablan como seres que se han pasado miles de años sentadas ante el telar, manejando la aguja o jugando con los niños (HDH, § 342, p. 214).
            Si la mujer ha terminado, en efecto, por ser el sexo débil se debe al hecho de que, como hemos constatado, en el curso de la historia se ha creado una situación objetiva a la que ahora la mujer se encuentra obligada, a pesar suyo. La mujer se ha convertido en lo que hoy es porque se ha conformado con el ideal
La mujer en Nietzsche 2, Tomás Moreno, Ancileque el hombre se ha hecho de ella; ha acabado convirtiéndose por amor, en lo que el hombre quería, por
ejemplo, en mansa, algo que no es en absoluto: "El hombre es quien ha creado la imagen de la mujer, y la mujer se ha hecho con arreglo a esa imagen"(GC, § 68, p. 71).
            Las mujeres como conjunto son obligadas, pues, a usar las armas de la debilidad[13]. Exagerando su debilidad, la mujer se defiende de la fuerza y del derecho del más fuerte:
 Todas las mujeres son habilísimas cuando quieren exagerar su debilidad, y hasta se las ingenian admirablemente para inventar debilidades que les den el aspecto de frágiles adornos a quienes un  grano de polvo daña. Así se defienden de la fuerza y del derecho del más fuerte (GC, § 66, pp. 70-71).
              Y son precisamente estos valores de debilidad, mansedumbre y tendencia a servir -que no son características propias de la naturaleza femenina en sí, como observa acertadamente Alicia Miyares- los que  han conformado a la mujer como un ser vengativo y resentido[14] y han servido para desarrollar su astucia[15]. La mujer, condicionada por su debilidad, es más vengativa y agresiva que el varón: “En la venganza y en el amor la mujer es más bárbara que el varón” (MBM, IV, § 139, p. 104). Y cuando están llenas de odio son más peligrosas que los hombres:
Primero, porque una vez excitada su hostilidad no las retiene ninguna apelación a la equidad, y, si no encuentran ningún obstáculo, dejan que su odio llegue hasta sus últimas consecuencias; segundo, porque saben descubrir los punto débiles (todo hombre y todo partido tiene los suyos) y hundir allí el acero, para lo que el afilado puñal de su inteligencia les presta excelentes servicios, mientras que la visión de las heridas retiene a los hombres, inspirándoles a menudo actitudes generosas y conciliadoras (HDH,  VI, §º 414, p. 233).



                                                                                               Tomás Moreno        






[1] En efecto, todas las teorías misóginas  han fijado como esencial de la feminidad el valor de la debilidad.
[2] La Gaya Ciencia, trad. de Pedro González Blanco, Sarpe, Madrid, 1971. En adelante: GC. Merece la pena insertar el aforismo completo (nº 68, del libro segundo de La Gaya ciencia) del que se toma la cita, titulado Voluntad y sumisión y que dice así.- "Llevaron a un mancebo a presencia de un sabio, a quien dijeron: "Mira, éste está en camino de dejarse pervertir por las mujeres". El sabio meneó la cabeza y se echó a reír. "Los hombres –dijo- son los que pervierten a las mujeres, y todo aquello en que falten las mujeres deben pagarlo los hombres y ser corregido en ellos, pues el hombre es quien ha creado la imagen de la mujer, y la mujer se ha hecho con arreglo a esa imagen". "Eres demasiado benévolo con las mujeres -dijo uno de los presentes-; no las conoces". El sabio contestó: "El carácter distintivo del hombre es la voluntad, y el de la mujer la sumisión; tal es la ley de los sexos, ¡dura ley para la mujer! Todos los seres humanos son inocentes de su existencia, pero la mujer lo es doblemente; toda dulzura y toda suavidad para con ella son pocas". "Qué dulzura ni qué suavidad –dijo uno entre el público-. ¡Lo que hace falta es educar a la mujer!". "Mejor es educar a los hombres" –contestó el sabio, e hizo seña de que le siguiera el mancebo. Mas el joven no le siguió" (p. 71).
[3] Nietzsche relacionará también el instinto sexual, ya lo señalábamos, con la sed de poder, la voluntad de poder o de dominación: "Cuando la excitación sexual aumenta, mantiene una tensión  que se descarga en el sentimiento de poder: queremos dominar; un signo del hombre más sensual, la decadencia del instinto sexual  se manifiesta por la relajación  de la sed de poder, la conservación y la nutrición y a menudo el placer de comer se presentan como sustitutos" (VP, § 149). Se comprende en qué sentido el hecho de que en la Antigüedad "la sexualidad haya sido venerada religiosamente" (VP. § 340) valga como síntoma de salud de la civilización antigua. No es una casualidad que uno de los primeros escritos de Nietzsche haya versado sobre el principio de la lucha  en Homero: "el instinto sexual se plantea como Wettkampf cuyo fin es el devenir y la vida" (VP, § 461). Si se lo ignora o se lo subestima, es una temible enfermedad del poder.
[4] "Humano, demasiado humano", trad. de E. Fernández González y E. López Castellón, M. E. Editores, Madrid, 1993. En adelante: HDH.
[5] Eva Figes, Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit., p. 135-136.
[6] AHZ, "De las mujeres viejas y jóvenes", p. 107. Según Elisabeth Förster-Nietzsche ("Friedrich Nietzsche und die Fragüen seiner Zeit", E. H. Bech’sche Verlag, München, 1935) esta frase puesta en boca de una mujer, la vieja, da a entender no tanto el pensamiento de Nietzsche al respecto, sino la propia actitud de la mujer para con las mujeres: que las mujeres piensan peor de sí mismas, que lo que pudiera pensar de ellas un hombre. Por eso en MBM ( IV, 86), atribuye Nietzsche a las mujeres un descontento continuo de su situación, no sólo en el plano de la rivalidad mutua, sino en un auténtico desprecio por lo femenino, un desprecio "impersonal" por "la mujer". En Lucerna, cuando se retrataron con Rée, Nietzsche puso un látigo en manos de Lou para que ella lo agitara sobre ellos dos.  
[7] Expresiones, como esta, que inducen a la violencia contra las mujeres no son infrecuentes en Nietzsche, por ejemplo: “Sacado de viejas novelas florentinas, y además – de la vida: buona fémina e mala fémina vuol bastone (tanto la mujer buena como la mala precisan el palo) Sacchetti, Nov. 86” (MBM, IV, Sentencias e interludios, § 147, p.106).
[8] Eva Figes, Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit., p. 136.
[9] Para este apartado véase: Wanda Tommasi, op. cit., pp. 170-172.
[10] Entre las mujeres que conoció Nietzsche, que no entran es este estereotipo de sumisión y debilidad, hay que recordar a Helene von Druskowitz -a la que internaron en un manicomio por megalomanía y “misantropía”, es decir, por odio hacia el sexo masculino- a Lou Andreas-Salomé y a  Malwida von Meysenburg.
[11] Alicia Miyares ha subrayado -ya lo vimos en el anterior microensayo- cómo religión y moral serán entendidas  por Nietzsche y también por Bachofen, como mascaras de lo femenino a través de las cuales la debilidad de la mujer podía someter a los fuertes, a los hombres, sus opresores . Vid: "Hacia una 'nueva espiritualidad': misticismo contra feminismo", en Amelia Valcárcel, Rosalía Romero (eds.) Pensadoras del siglo XX, Instituto Andaluz de la Mujer, Sevilla 2001, p. 174.
[12] Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, op. cit.,  p. 46.
[13] Celia Amorós comenta al respecto que las mujeres “somos sospechosas de vampirizar a los fuertes y debilitar las energías ascendentes de la vida” y recuerda que la “femme fatale” es la mujer vampiro por excelencia, cuyas expresiones iconográficas han sido magistralmente estudiadas por Erika Bornay (La hijas de Lilith, op. cit.). Según nuestra filósofa por esta debilidad, la mujer se constituye en parásito de los fuertes y urde toda clase de tramas para la vampirización de sus energías creadoras; lo que Schopenhauer llamaba “astucia” es, en opinión de Nietzsche, una necesidad. Cf.  Celia Amorós, Tiempo de feminismo, op. cit., p.251.
[14] Alicia Miyares, "Hacia una 'nueva espiritualidad': misticismo contra feminismo",  op. cit., p. 176. Nietzsche está convencido de ello: "¿Nos tendría sujetos una mujer (o como se dice, estaríamos presos en sus redes) si no la creyésemos capaz (llegado el caso) de echar la mano al puñal (a toda clase de puñales) contra nosotros? O bien contra sí misma, que en determinadas circunstancias sería el medio más cruel de vengarse (la venganza china)" (GC, § 69 p.71).
[15] Así lo confirma Nietzsche: "Una prueba de la astucia femenina es que casi en todas partes han logrado que las mantuvieran, como zánganos, en las colmenas. Considérese lo que esto significa, de hecho, originariamente, y por qué no son los hombres los que han hecho que les mantengan las mujeres. Seguramente porque la vanidad y la ambición masculinas son mayores que la astucia femenina, pues las mujeres, con su sumisión, han sabido asegurarse la ventaja preponderante y hasta el dominio. Tal vez hasta el cuidado de los niños pudo servir originariamente de pretexto a la astucia femenina para sustraerse lo más posible al trabajo. Incluso hoy, si se dedican en serio a algo, por ejemplo, a las tareas del hogar, hacen una ostentación tan maravillosa de ello, que los hombres suelen estimar el mérito de esta actividad diez veces más de lo que vale"(HDH, § 412, p. 232-233).




La mujer en Nietzsche 2, Tomás Moreno, Ancile

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