NIETZSCHE Y SU PENSAMIENTO RESPECTO A LA MUJER,
SEGUNDA ENTRADA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
LA MUJER EN NIETZSCHE
(2ª parte)
IV. Dominación masculina
versus sumisión femenina
Una tercera
divergencia derivada del conflicto entre los sexos, es la representada por
el antagonismo más abismal que existe
entre varón y mujer en lo referente a su interacción amorosa, en la que se
manifiesta la dominación masculina
frente a la sumisión femenina: el débil se somete, el fuerte domina. La diferencia
femenina está, pues, connotada -ya lo vimos al final del anterior epígrafe-
como debilidad y sumisión, en contraposición a la fuerza y al dominio, que
son características masculinas[1].
En
efecto, la vida del varón, o por lo menos del varón profundo, que es el que a Nietzsche le interesa, está
regulada por su voluntad que demanda dominio y propiedad, en este caso sobre
la mujer. La vida de las mujeres,
carentes todas ellas de voluntad,
está predestinada a la sumisión:
"El carácter distintivo del hombre es la voluntad, y el
de la mujer la sumisión; tal es la ley de los sexos, ¡dura ley para la mujer!" (GC, § 68, p. 71)[2].
El
primero manda, y domina sobre aquello
que puede procrear; la segunda obedece, pues gracias a ello logra su más alto
fin: dar a luz, ser madre. Por eso, un varón profundo -tanto en su espíritu
como en sus apetitos- "no puede pensar nunca sobre la mujer más que de
manera oriental: tiene que concebir a
la mujer como posesión, como propiedad encerrable bajo llave, como algo
predestinado a servir y que alcanza su
perfección en la servidumbre" (MBM, § 238, p. 186).
Otro de los corolarios que de este antagonismo se
sigue es que los sexos no vivencian el amor de la misma manera ni aman del
mismo modo; cada uno presenta su modo peculiar de atracción recíproca y su
En
La gaya ciencia acentúa Nietzsche,
como una dimensión antropológica de las mujeres, que el amor es algo que les
afecta intensamente en su interrelación con el varón, hasta el punto de no
poderlo tomar nunca en segundo lugar, sino como la dimensión más profunda a la
cual se añaden con cierta palidez las demás. Y subraya, en el apartado "De cómo uno de los dos sexos tiene sus
preocupaciones acerca del amor", que su vivencia del mismo es radicalmente diferente:
El
hombre y la mujer entienden cada uno por amor una cosa diferente, y una de las
condiciones del amor entre los dos sexos es que a los sentimientos del uno no
corresponden en el otro sentimientos idénticos (GC, § 363, p. 197).
Para la mujer el amor comporta, pues, sumisión, entrega
absoluta, abnegación y abandono de sí misma:
Lo que la mujer
entiende por amor es clarísimo: abandono completo en cuerpo y alma (no sólo
abnegación) sin miramientos ni restricciones. A la mujer le avergonzaría y
asustaría, por el contrario, una entrega sujeta a cláusulas y restricciones.
Supuesta esta carencia de condiciones, su amor es una verdadera fe, su única fe
(GC, § 363, p. 197-198).
Para el hombre, por el contrario, el
amor nada tiene que ver con la renuncia de sí o el abandono femeninos:
El
hombre, cuando ama a una mujer, le exige este amor, y por lo mismo que se lo
exige, está él a cien leguas de las hipótesis del amor femenino; suponiendo que
haya hombres que sientan la necesidad de aquel abandono completo, esos hombres
no son hombres. Un hombre que ama como ama una mujer se convierte en esclavo;
pero una mujer que ama como aman las mujeres resulta una mujer de cuerpo entero
(GC, § 363, p. 198).
Sin
embargo, el amor es posesivo en ambos
casos. El hombre "quiere poseer"[3]
a la mujer como una propiedad, como ya hemos visto. La mujer, por su
parte, quiere "ser poseída",
desea y quiere ser "esa propiedad" del varón. Ello no obsta para que
la mujer quiera también poseerlo sólo
para ella: "La mayoría de las veces, la forma como las mujeres aman a un
hombre de valor es quererlo sólo para ellas. Si no se lo impidiera su vanidad,
lo encerrarían bajo llave: pero su vanidad les impulsa a exhibirlo delante de
los demás" (HDH, Amor y posesión,
§ 401, p. 230)[4].
En La gaya Ciencia, el amor, todo amor y
especialmente el "amor sexual", es identificado como codicia, como
instinto de posesión, como deseo de propiedad, como algo que es nada más que la expresión más natural del egoísmo:
Pero
el amor sexual es el que más claramente se delata como deseo de propiedad. El
que ama quiere poseer él solo a la persona amada, aspira a tener poder absoluto
sobre alma y cuerpo, quiere ser el único amado, morar en aquella otra alma y
dominarla (GC, I, §14, , pp. 43-44).
Pero
este egoísmo frecuentemente va en el hombre unido a una cierta forma de violencia, que encubre y al mismo tiempo revela un
miedo inconfesable. La postura del varón en la relación amorosa y sexual es
siempre, comenta Eva Figes[5],
la del guerrero vigoroso para el que el ataque es en realidad una forma de
defensa: "¿Vas con mujeres? ¡No olvides el látigo!", advierte la
vieja en Así habló Zaratustra.[6].
Esta escandalosa sentencia sobre el látigo (que en realidad no es de Zaratustra, ni de Nietzsche, sino de una
mujer vieja, conocedora de los "misterios"
de la mujer)[7] delataría, según la
autora, un azorado terror del hombre frente a la mujer, un incierto peligro que
ellas siempre comportan, como se evidencia en este "¿No es mejor caer en las manos de un asesino que en los
sueños de una mujer lasciva?" (AHZ, I, "De la castidad", p. 90). O en este otro: "Dos cosas quiere el hombre auténtico: peligro y
juego. Por ello quiere él a la mujer, como el más peligroso de los juguetes"
(AHZ, I, "De las mujeres viejas y jóvenes", p. 106).
Eva Figes |
En
efecto, el excesivo énfasis que Nietzsche pone en el dominio y la superioridad
del fuerte, del varón, revela en realidad miedo y profunda inseguridad. Y es
que Nietzsche divorcia la sexualidad de la emoción, como si la relación con una
mujer fuera lo mismo que una francachela o una comilona con muchachos. Y el
motivo de ello estriba en un miedo a la emoción. Por eso afirma Eva Figes: "Bajo la pose del
guerrero fanfarrón puede verse su falta de seguridad acerca de la verdadera
naturaleza de la masculinidad, que termina en una agresividad falsamente
exagerada"[8].
De
este modo, podemos ver hasta qué punto, en Nietzsche, tanto el dominio
histérico como el énfasis en la fuerte masculinidad están basados en el miedo.
El hombre, para Nietzsche, no sólo tiene miedo a las mujeres, sino a todos los
aspectos de la humanidad asociables con la mujer y que finge menospreciar:
dulzura, amor, simpatía, capacidad de sufrimiento. Teme esas cualidades y
procura marginarlas de sí mismo, mantenerlas a gran distancia, porque minan su
sólida pose. Pues se trata sólo de
una pose.
Su
actitud respecto a la mujer, concluye Eva Figes, "es la del domador que
entra en la jaula de uno de sus gatos grandes". Imagen que queda
literalmente confirmada en Más allá del
bien y del mal, donde dice: "El varón quiere pacífica a la mujer,
-pero cabalmente la mujer es por esencia, no pacífica, lo mismo que el gato,
aunque se haya ejercitado muy bien en ofrecer una apariencia de paz" (MBM,
IV, § 131, p. 103).
Pero al mismo tiempo que temor o miedo, ya lo decíamos, la mujer inspira
también compasión dada su apariencia de debilidad y vulnerabilidad que encubren
su verdadera naturaleza salvaje y peligrosa:
Lo
que, pese a todo el miedo, hace tener compasión de ese peligroso y bello gato que
es la 'mujer' es el hecho de que aparezca más doliente, más vulnerable, más
necesitada de amor y más condenada al desengaño que ningún otro animal. Miedo y
compasión: con estos sentimientos se ha enfrentado hasta ahora el varón a la
mujer, siempre con un pie ya en la tragedia, la cual desgarra en la medida en
que embelesa (MBM, § 239, p. 189).
V.
Genealogía de la debilidad y de la sumisión femenina
Ahora bien, si profundizamos en la genealogía profunda de la debilidad y de la sumisión femenina[9],
nos encontraremos con una inflexión, con un cambio sorprendente en la
conceptualización nietzscheana de la mujer (que hasta ahora hemos desarrollado).
Veremos que la condición de debilidad de la mujer, su aparente mansedumbre o
tendencia a la servidumbre y sumisión hacia el varón no son, en realidad,
características propias de la naturaleza o de la esencia femenina en sí, como tales, sino que se han de
atribuir a condiciones históricas que se han impuesto gradualmente. Son fruto,
por lo tanto, de condicionamientos culturales, sociales y educativos.
No
se crea, pues, que ese abandono o abnegación es algo “natural” en la mujer: es
algo artificial, una invención de su astucia, un mecanismo de defensa para
aumentar su poder sobre el hombre. En realidad, Nietzsche no identifica la
esencia o naturaleza femenina stricto
sensu con la debilidad, sino que
atribuye a ésta algunas de las características que muchas mujeres han asumido
en el curso del tiempo. Por otra parte, hay que reconocer que él mismo, ya lo
vimos antes, enfatiza frecuentemente la
debilidad como una de las características femeninas que le gusta encontrar
en ellas, condensándola en un estereotipo poco representativo de las mujeres de
carne y hueso[10].
Pese
a ello, su posición es suficientemente diáfana: según Nietzsche hay que conocer
un poco de historia de la mujer. Por ejemplo, que la mujer tenga que ser el
sexo "débil" por naturaleza, es algo no se puede mantener ni
histórica ni etnológicamente. Siguiendo a Bachofen afirma que se encuentran, o
se poder es de la mujer[11].
El hecho de que la mujer terminase por someterse es un episodio decisivo en el
destino de la humanidad que ha conformado el tipo de mujer que conocemos.
encontraban, casi por todas partes, formas de civilización en las que el
De
esta manera las mujeres se vuelven, por instinto de supervivencia, función ajena, función de alguien. Esto
es: abnegación y sacrificio al servicio de sus maridos o hijos. Ser función del hombre, comenta Valcárcel,
es el rol que las mujeres han encontrado para sobrevivir a la pura
fuerza, ya que en el terreno del enfrentamiento, en la lucha cuerpo a
cuerpo, no habrían tenido la menor oportunidad. En vista de lo cual, buscando
salvar lo más que pudieran, fingen una debilidad aún mayor que la que padecen
para que la fortaleza se detenga, desarmada, ante su estado inerme[12]:
Según
Nietzsche, las mujeres "al haber estado durante milenios inclinadas ante
todos los amos, con las manos cruzadas en el pecho, se han acostumbrado a
plegarse a la opinión del otro y desaprueban toda sublevación contra el poder
establecido" (HDH, § 435, p. 241-242). Precisamente por ello:
En
la forma como emiten hoy sus opiniones los hombres en sociedad, es frecuente
reconocer una resonancia de aquellos tiempos en que se entendían mejor con las
armas que con ninguna otra cosa [...]. -Las mujeres, en cambio, hablan como
seres que se han pasado miles de años sentadas ante el telar, manejando la
aguja o jugando con los niños (HDH, § 342, p. 214).
Si
la mujer ha terminado, en efecto, por ser el
sexo débil se debe al hecho de que, como hemos constatado, en el curso de
la historia se ha creado una situación objetiva a la que ahora la mujer se
encuentra obligada, a pesar suyo. La mujer se ha convertido en lo que hoy es
porque se ha conformado con el ideal
ejemplo, en mansa, algo que no es en absoluto: "El hombre es quien ha creado la imagen de la mujer, y la mujer se ha hecho con arreglo a esa imagen"(GC, § 68, p. 71).
Las
mujeres como conjunto son obligadas, pues, a usar las armas de la debilidad[13].
Exagerando su debilidad, la mujer se defiende de la fuerza y del derecho del
más fuerte:
Todas las mujeres son habilísimas cuando
quieren exagerar su debilidad, y hasta se las ingenian admirablemente para
inventar debilidades que les den el aspecto de frágiles adornos a quienes
un grano de polvo daña. Así se defienden
de la fuerza y del derecho del más fuerte (GC, § 66, pp. 70-71).
Y son precisamente estos valores de debilidad, mansedumbre y tendencia a
servir -que no son características propias de la naturaleza femenina en sí,
como observa acertadamente Alicia Miyares- los que han conformado a la mujer como un ser vengativo y resentido[14]
y han servido para desarrollar su astucia[15].
La mujer, condicionada por su debilidad, es más vengativa y agresiva que el
varón: “En la venganza y en el amor la
mujer es más bárbara que el varón” (MBM,
IV, § 139, p. 104). Y cuando están llenas de odio son más peligrosas que los
hombres:
Primero,
porque una vez excitada su hostilidad no las retiene ninguna apelación a la
equidad, y, si no encuentran ningún obstáculo, dejan que su odio llegue hasta
sus últimas consecuencias; segundo, porque saben descubrir los punto débiles
(todo hombre y todo partido tiene los suyos) y hundir allí el acero, para lo
que el afilado puñal de su inteligencia les presta excelentes servicios,
mientras que la visión de las heridas retiene a los hombres, inspirándoles a
menudo actitudes generosas y conciliadoras (HDH, VI, §º 414, p. 233).
Tomás Moreno
[1] En efecto, todas las teorías
misóginas han fijado como esencial de la
feminidad el valor de la debilidad.
[2] La
Gaya Ciencia, trad. de Pedro González Blanco, Sarpe, Madrid, 1971. En
adelante: GC. Merece
la pena insertar el aforismo completo (nº 68, del libro segundo de La Gaya ciencia) del que se toma la cita,
titulado Voluntad y sumisión y que dice así.- "Llevaron a un mancebo a
presencia de un sabio, a quien dijeron: "Mira, éste está en camino de
dejarse pervertir por las mujeres". El sabio meneó la cabeza y se echó a
reír. "Los hombres –dijo- son los que pervierten a las mujeres, y todo
aquello en que falten las mujeres deben pagarlo los hombres y ser corregido en
ellos, pues el hombre es quien ha creado la imagen de la mujer, y la mujer se
ha hecho con arreglo a esa imagen". "Eres demasiado benévolo con las
mujeres -dijo uno de los presentes-; no las conoces". El sabio contestó: "El
carácter distintivo del hombre es la voluntad, y el de la mujer la sumisión;
tal es la ley de los sexos, ¡dura ley para la mujer! Todos los seres humanos
son inocentes de su existencia, pero la mujer lo es doblemente; toda dulzura y
toda suavidad para con ella son pocas". "Qué dulzura ni qué suavidad
–dijo uno entre el público-. ¡Lo que hace falta es educar a la mujer!". "Mejor
es educar a los hombres" –contestó el sabio, e hizo seña de que le
siguiera el mancebo. Mas el joven no le siguió" (p. 71).
[3] Nietzsche relacionará también el instinto sexual, ya lo
señalábamos, con la sed de poder, la voluntad de poder o de dominación: "Cuando
la excitación sexual aumenta, mantiene una tensión que se descarga en el sentimiento de poder:
queremos dominar; un signo del hombre más sensual, la decadencia del instinto
sexual se manifiesta por la
relajación de la sed de poder, la
conservación y la nutrición y a menudo el placer de comer se presentan como
sustitutos" (VP, § 149). Se comprende en qué sentido el hecho de que en la
Antigüedad "la sexualidad haya sido venerada religiosamente" (VP. § 340) valga como síntoma de salud de la
civilización antigua. No es una casualidad que uno de los primeros escritos de
Nietzsche haya versado sobre el principio de la lucha en Homero: "el instinto sexual se
plantea como Wettkampf cuyo fin es el
devenir y la vida" (VP, § 461). Si se lo
ignora o se lo subestima, es una temible enfermedad del poder.
[4] "Humano, demasiado humano", trad. de E. Fernández
González y E. López Castellón, M. E. Editores, Madrid, 1993. En adelante: HDH.
[5] Eva Figes, Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit., p.
135-136.
[6] AHZ, "De las mujeres viejas y jóvenes", p. 107.
Según Elisabeth
Förster-Nietzsche ("Friedrich Nietzsche und die Fragüen seiner Zeit",
E. H. Bech’sche Verlag, München, 1935) esta frase puesta en boca de una mujer, la vieja, da a entender no tanto el
pensamiento de Nietzsche al respecto, sino la propia actitud de la mujer para
con las mujeres: que las mujeres piensan peor de sí mismas, que lo que pudiera
pensar de ellas un hombre. Por eso en MBM ( IV, 86), atribuye Nietzsche a las
mujeres un descontento continuo de su situación, no sólo en el plano de la
rivalidad mutua, sino en un auténtico desprecio por lo femenino, un desprecio
"impersonal" por "la mujer". En Lucerna, cuando se
retrataron con Rée, Nietzsche puso un látigo en manos de Lou para que ella lo
agitara sobre ellos dos.
[7] Expresiones, como esta, que
inducen a la violencia contra las mujeres no son infrecuentes en Nietzsche, por
ejemplo: “Sacado de viejas novelas florentinas, y además – de la vida: buona fémina e mala fémina vuol bastone
(tanto la mujer buena como la mala precisan el palo) Sacchetti, Nov. 86” (MBM, IV, Sentencias
e interludios, § 147, p.106).
[8] Eva Figes, Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, op. cit., p.
136.
[10] Entre
las mujeres que conoció Nietzsche, que no entran es este estereotipo de
sumisión y debilidad, hay que recordar a Helene von Druskowitz -a la que
internaron en un manicomio por megalomanía y “misantropía”, es decir, por odio
hacia el sexo masculino- a Lou Andreas-Salomé y a Malwida von Meysenburg.
[11] Alicia Miyares ha subrayado -ya lo vimos
en el anterior microensayo- cómo religión y moral serán entendidas por Nietzsche y también por Bachofen, como mascaras de lo femenino a través de las
cuales la debilidad de la mujer podía someter a los fuertes, a los hombres, sus
opresores . Vid: "Hacia una 'nueva espiritualidad': misticismo contra
feminismo", en Amelia Valcárcel, Rosalía Romero (eds.) Pensadoras del siglo XX, Instituto
Andaluz de la Mujer, Sevilla 2001, p. 174.
[12] Amelia Valcárcel, La política de las mujeres, op. cit., p. 46.
[13]
Celia Amorós comenta al
respecto que las mujeres “somos sospechosas de vampirizar a los fuertes y debilitar las energías
ascendentes de la vida” y recuerda que la “femme fatale” es la mujer vampiro
por excelencia, cuyas expresiones iconográficas han sido magistralmente
estudiadas por Erika Bornay (La hijas de
Lilith, op. cit.). Según nuestra filósofa por esta debilidad, la mujer se
constituye en parásito de los fuertes y urde toda clase de tramas para la
vampirización de sus energías creadoras; lo que Schopenhauer llamaba “astucia”
es, en opinión de Nietzsche, una necesidad. Cf. Celia Amorós,
Tiempo de feminismo, op. cit., p.251.
[14] Alicia Miyares, "Hacia una 'nueva espiritualidad': misticismo contra
feminismo", op. cit., p. 176.
Nietzsche está convencido de ello: "¿Nos tendría sujetos una mujer (o como
se dice, estaríamos presos en sus redes) si no la creyésemos capaz (llegado el
caso) de echar la mano al puñal (a toda clase de puñales) contra nosotros? O bien contra sí misma, que en determinadas
circunstancias sería el medio más cruel de vengarse (la venganza china)" (GC, § 69 p.71).
[15] Así lo confirma Nietzsche: "Una prueba de la astucia femenina es que
casi en todas partes han logrado que las mantuvieran, como zánganos, en las
colmenas. Considérese lo que esto significa, de hecho, originariamente, y por
qué no son los hombres los que han hecho que les mantengan las mujeres.
Seguramente porque la vanidad y la ambición masculinas son mayores que la
astucia femenina, pues las mujeres, con su sumisión, han sabido asegurarse la
ventaja preponderante y hasta el dominio. Tal vez hasta el cuidado de los niños
pudo servir originariamente de pretexto a la astucia femenina para sustraerse
lo más posible al trabajo. Incluso hoy, si se dedican en serio a algo, por
ejemplo, a las tareas del hogar, hacen una ostentación tan maravillosa de ello,
que los hombres suelen estimar el mérito de esta actividad diez veces más de lo
que vale"(HDH, §
412, p. 232-233).
Magnífico, amigos. Me delito y aprendo mucho a la vez. Gracias por estos regalos de altísima calidad. Un abrazo a ambos.
ResponderEliminarGran aporte. Gracias
ResponderEliminarGracias, interesante.
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