Ofrecemos la segunda entrega de El legado del quijote, del profesor y filósofo Tomás Moreno, conferencia interesantísima ofrecida para el evento Un Quijote Solidario, celebrado en Armilla los días 21 y 22 de abril, en homenaje a D. Miguel de Cervantes Saavedra.
EL LEGADO DEL QUIJOTE,
SEGUNDA ENTREGA. POR TOMÁS MORENO
EL LEGADO DEL QUIJOTE (2)
III. Don Quijote y la creación de la novela moderna
Escribía Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote que “toda novela lleva dentro, como una íntima
filigrana el Quijote, de la misma manera que todo poema épico lleva,
como el fruto el hueso, la Ilíada". Y en la Segunda Parte de
la obra, capítulo III, el bachiller Sansón Carrasco previó o pronosticó el
éxito futuro de la obra con estas palabras: "Tengo para mí -dijo Sansón
Carrasco- que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal
historia; si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso; y
aun hay fama que se están imprimiendo en Amberes, y a mi se me trasluce que no
ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca".
En
efecto, la obra cervantina influyó de una manera determinante en la evolución
de la posterior literatura europea y occidental. Nada más publicarse la Primera
parte en 1605, la novela fue traducida casi inmediatamentte a varias lenguas
europeas: Thomas Sheldon la tradujo
al inglés en 1610 y 1620; Pahsh Bastel
von der Sohle, la vertió al alemán en 1648; Lorenzo Franciosini, al italiano en 1622 y 1625. En Francia fue
traducida por César Oudin y Francois de
Rousset en 1614 (I parte) y 1618 (II parte). Nikolái Osipov, al ruso en 1769[1].
La
influencia del Quijote será
efectivamente universal: "Tal vez se encuentren ecos, parodias,
paráfrasis, imitaciones, pastiches reescrituras, refundiciones, intertextos o
alusiones al Quijote en la flor y
nata de la literatura posterior a 1615 porque
el Quijote ya nació libresco", señala Javier Aparicio Maydeu[2]. El
crítico estadounidense Harold Bloom
en su Prólogo a la última traducción
inglesa del Quijote dice en este
sentido que se trata de una obra cuyo
verdadero tema es la propia literatura y que como Shakespeare, Cervantes
resulta ineludible, inevitable para todos
los escritores que le sucedieron en el tiempo. Así, Dickens y Flaubert reflejan
su método narrativo, Melville y Kafka heredan una parte de su carácter[3].
Se
ha dicho, con razón, que sin el Quijote
no es siquiera concebible la gran novela inglesa de los siglos XVII y XVIII. En
Inglaterra se leyó la obra en clave
humorística, de parodia o comedia desenfadada, dejando su huella en un Daniel Defoe -el primer novelista
moderno de las letras inglesas-, que tuvo, sin duda, en su mente las aventuras
del caballero cuando en 1719 escribió Robinson
Crusoe o en 1722 Moll Flanders . La impronta quijotesca
se aprecia asimismo en los Viajes de
Gulliver (1726) de J. Swift, donde "se advierte la temprana influencia de la
picaresca, la aventura y los juegos paratextuales y de autoría del Quijote"
(J. Aparicio Maydeu).
Pero
fue, sobre todo, Henry Fielding, en
su La Historia de las aventuras de Joseph
Andrews y de su amigo Mr. Abraham Adams, cuyo subtítulo o añadido
significativamente dice: Escritas a
imitación de la manera de Cervantes, autor de Don Quijote (1742), uno de
sus más declarados admiradores y seguidores. Antes en 1734, el prolífico autor
ya había escrito una comedia titulada Don
Quijote en Inglaterra. No le fue a la zaga como admirador del Quijote el
gran novelista Laurence Sterne con
su obra La vida y las opiniones del
caballero Tristram Shandy (1760-1767) novela escrita en forma de relato
errático y metaficcional y -como él misma confiesa - en el "espíritu
amable del más fragante humor que haya inspirado nunca la fácil pluma de mi
idolatrado Cervantes" (IX, 24).
Prosigue
el influjo cervantino entre los novelistas
británicos hasta llegar, sobre todo, a Charles Dickens, que leyó el Quijote
a los nueve años, con Los papeles
póstumos del Club Pickwick (1836-1837 en donde la pareja protagonista señor
Pickwick y Sam Weller configuran un perfecto trasunto de la pareja cervantina
Quijote-Sancho. Según el crítico norteamericano Harold Bloom, en Moby Dick
(1851)
Herman Melville daba vida a
su enigmático capitán Acab mezclando o sirviéndose a un tiempo de las figuras
de Hamlet y don Quijote, "añadiendo un toque del Satán de Milton, para
aderezarlo". G. K. Chesterton,
lo homenajea en su El regreso de Don
Quijote. Y Graham Greene, en Monseñor
Quijote (1982) utilizó la estructura dual del libro cervantino para oponer
marxismo y catolicismo.
En
la Alemania del Romanticismo el Quijote
alcanza una auténtica fascinación. Valoró el héroe cervantino interpretándolo
como un carácter humanamente melancólico, símbolo y personificación del héroe trágico. Fichte, Hegel, Luis Tieck (su
primer traductor al alemán) lo reverencian por su profundo contenido filosófico
idealista, romántico y místico. Novalis
y Goethe nos dieron cada uno su propia interpretación del personaje,
aunque en el fondo todos lo caractericen como un alma romántica, mártir de la
aspiración de resolver la antítesis entre la realidad y el ensueño. A.W. Schlegel ve en él la eterna lucha
entre la prosa y la poesía de la vida; Schelling,
el cuadro más universal, más profundo y pintoresco de la vida misma. Su esencia
se halla en la lucha de lo ideal con lo real.
Jean Paul Richter lo interpretará como un equilibrio entre
realismo e idealismo, cuerpo y alma, valorando sobre todo el humorismo de la
obra como la forma más elevada de la poesía romántica. Y Heine, en el Prólogo a su
versión alemana de la novela, dice que de niño lloraba leyendo las derrotas y
palizas del héroe, pero en su madurez comprendió su doble plano de humorismo y
de dolor, de emoción y de ridículo, del cual fluye la sátira más formidable contra la exaltación humana.
Thomas Mann -que escribió en 1934 un
ensayo sobre la novela cervantina titulado una Travesía marítima con Don Quijote- señala que a Don Quiote "es
el espíritu mismo, en forma de un spleen, quien le lleva y ennoblece y hace que
su dignidad moral salga intacta de cada humillación". Y concluye que en
éste, su libro-tipo, "España
realiza y reconoce con orgullo y severo
dolor la melancólica burla y la reducción ad absurdum de sus calidades
clásicas: grandeza, idealismo, generosidad mal aplicada, caballerosidad
inútil"[4].
Entre
los más recientes herederos de su espíritu citemos a Günter Grass con su El tambor de hojalata (1959), en el
que su narrador y protagonista Oskar Matzerath, envejecido y enfermo, pasa sus
últimos años encerrado en un sanatorio psiquiátrico desde donde, empieza a
relatar cronológicamente, los episodios más importantes de la vida de su
familia y de la suya propia. El pequeño Oskar
- que poseía una voz tan aguda que podía romper cristales y que, por odio a sus
padres, decidió no crecer más, tenía como cualidad más destacable su destreza
para tocar un tambor de hojalata- optó
por exiliarse del mundo de los
adultos, como Don Alonso Quijano lo
había hecho renunciando a la vida de
la pequeña nobleza feudal de los míseros campos de la Mancha. Cuando ambos
personajes recuperan la razón y deciden reintegrarse a la normalidad de su
mundo -en el caso de Oskar decidiendo volver a crecer, en de Don Quijote retornando a su aldea y a su familia- la
magia y fascinación de sus vidas se disuelve bruscamente, dejando en el alma de
sus lectores un insuperable sentimiento
de melancolía, desazón y desesperanza[5].
La
presencia quijotesca en la narrativa
francesa del los siglos XVIII y XIX es constante a partir del primer
heredero del linaje cervantino, Diderot,
con sus andanzas de Jacques el fatalista y su Amo. Le sigue Alphonse Daudet con las aventuras de su Tartarin de Tarascon (1872), en las que se apropiará de la vertiente picaresca del relato cervantino.
Su huella es también reconocible en la "comedia humana" de Balzac o en Stendhal, quien llegó a escribir en su Vida de Henry Brulard (1836) lo siguiente: "Don
Quijote me hizo desternillarme de
risa... El descubrimiento de este libro es quizá el momento cumbre de mi vida".
Pero
es Flaubert, entre todos ellos, con
su Madame Bovary (1857) quien
represente uno de los hitos más sobresalientes e indiscutibles de la estirpe
cervantina y quijotesca en la literatura francesa del XIX. Al igual que en el
caso del hidalgo manchego la peripecia
del personaje de Flaubert (de Emma Bovary) se describe como una auténtica
intoxicación literaria que llega a una provocar una romántica pasión
desenfrenada y a producir un trastorno
de la razón, que contrasta con la vulgaridad y la miseria de su vida
cotidiana. El paralelismo entre
la fantasía caballeresca de Alonso
Quijano y la romántica inflamación amorosa de Emma Bovary resulta, a este respecto, inequívoco,
lo mismo que el origen libresco de sus respectivas ambiciones y esperanzas[6]. Así
como su desengaño final ya a las puertas de la muerte inminente...
Pero
es en Bouvard y Pécuchet (1874) -obra
que ha sido calificada como la tercera
parte del Quijote- donde Flaubert de nuevo toma como modelo la obra
cervantina para parodiar o caricaturizar, a través de los proyectos fantasiosos
de sus dos copistas protagonistas, el ansia de saberes enciclopédicos de su
época. La filiación cervantina de estas grandes obras de Flaubert se extiende a
todas las novelas del XIX.
La
influencia de la novela en Rusia fue
espectacular: Dostoievski en
"El idiota" (1868-1969) hace del príncipe Mishkin, su protagonista, un trasunto del Quijote, al renunciar a
la madurez intelectual y al orden racional de los acontecimientos con los que
se topa a lo largo de sus desafortunadas aventuras. Son también de filiación
quijotesca numerosos personajes como Aliocha
Karamazov, y/o situaciones como la ardiente
noche sevillana en la leyenda del
Gran Inquisidor, que despierta inmediatamente ecos cervantinos. Ivan Turguéniev pronunció el 10 de
Enero de 1860 una curiosa conferencia titulada Hamlet y Don Quijote en la que valoraba en el caballero andante
sobre todo su fe en un ideal: "Don Quijote está por entero penetrado de la
lealtad a su ideal y para servir a ese ideal está dispuesto a sufrir todas las
posibles privaciones, a sacrificar la vida. El estima su propia vida sólo en la
medida que ella pueda servir como medio para la realización de su ideal, que
consiste en implantar la verdad y la justicia sobre la tierra". Nikolái Gogol en Las almas muertas (1842) recrea aspectos característicos del
personaje cervantino.
Un
listado aproximado de los libros que de alguna manera se dejaron
influir/siguieron por el modelo del novelar cervantino y acusaron la impronta o
la huella quijotesca, nos llevaría a
ocupar docenas y docenas de páginas. Indiquemos, más allá de los ya
citados, solamente aquellos autores o libros más conspicuos y famosos que
denotan su influencia.
Franz Kafka en La Muralla China (1917) elaboró una
paradoja del libro de Cervantes y en La
verdad sobre Sancho Panza introdujo atinadas reflexiones en torno a un
Quijote inventado por Sancho. La crítica ha puesto de relieve el paralelo que
puede hacerse entre El Quijote y otros
relatos o novelas de Kafka , mostrando la imposibilidad misma en que se
encuentran los personajes de ambos, de progresar
hacia un objetivo que es a la
vez incierto e inalcanzable. Marthe
Robert establece un paralelismo convincente entre El castillo y Don Quijote.
Además en sus Diarios y en muchos de
sus textos breves, la presencia explícita o implícita del Quijote en los
escritos de Kafka es constante. Varios de los breves apólogos de La muralla china aluden a él, y aun
cuando la glosa no es directa, como en La
partida por ejemplo, sentimos de inmediato la intensa afinidad. La réplica
con que concluye el texto: Mi meta es
salir de aquí, le va como un guante a Alonso Quijano, que está todo el
tiempo dispuesto a lanzarse compulsivamente por los caminos, incluso después de
haber padecido las peores adversidades.
Marcel Proust hace que su barón de
Charlus viva en su ejemplar En busca del
tiempo perdido como un Quijote entre la realidad anodina, los deletéreos
efectos de la ficción y una relación patológica en el amor. J. Joyce recreó en "Los Muertos",
el último relato de Dublineses
(1914), el difícil equilibrio entre la descorazonadora realidad y la tentación
de la fantasía convirtiendo el texto en un reescritura sui generis de Madame Bovary, a su vez reescritura del Quijote, y
quiso que su Leopold Bloom se hermanase con don Quijote. Los críticos han hecho
notar que en el Ulises de Joyce
volvemos a encontrar esa superposición cervantina de un mundo ideal a
un tratamiento realista de la materia ficticia, donde cada uno de los
capítulos del libro, minuciosamente realista, "sigue el esquema ideal de
un canto de la Odisea"[7].
Sin
pasar por alto los elogios de Mark Twain
en sus Aventuras de Huckleberry Finn
(1884) que convierten al Quijote en
paradigma de toda ficción de
entretenimiento, su huella quedo marcada sobre todo en el grupo de
escritores estadounidenses de la generación
perdida: Hemingway, Caldwell, Steinbeck, admiraban sin
excepción a Cervantes. John Dos Passos le
dedicará un sentido homenaje con Rocinante
vuelve al camino. Faulkner confesó
una vez que leía "el Quijote todos
los años como algunas personas leen la Biblia". En cada uno de sus libros
y relatos hay un Quijote: Byron Bunch
en Luz de agosto; Horae Benbow en Santuario; el periodista flaquísimo de Pylon, que se asemeja al héroe de Cervantes
incluso físicamente; Gavin Stevens en Intruso
en el polvo, y así sucesivamente. Podríamos decir que la obra entera de
Faulkner es una larga y fulgurante meditación sobre el tema cervantino del
ideal y de su desastrosa puesta a prueba por la realidad".
La
filiación quijotesca del Pirandello
de Seis personajes en busca de autor,
así como de todos los grandes novelistas modernos desde Joseph Conrad, Norman.
Mailer, Nadine Gordimer y Saul Bellow hasta Vidiadhur Naipaul, Martin Amis o Peter Handke, es
indiscutible. Cervantes en su obra cumbre se adelanta a las excéntricas
innovaciones metatextuales de la narrativa de un Gide o de un Nabokov. Italo Calvino en El vizconde desmediado
(1951) y en Palomar (1984) trata de recrear el maridaje quijotesco ente lo épico y
lo pastoril. Milan Kundera recogerá
parte de su legado en El Libro de la risa
y del olvido (1983) y John M.
Coetzee, premio Nobel sudafricano de 2003, utilizará procedimientos
intertextuales que ya usara nuestro Cervantes. Paul Auster rendirá un explícito y sentido homenaje a Cervantes y
al Quijote
en su Trilogía de Nueva York
("Ciudad de cristal"). Novelas
todas forjadas en la fragua quijotesca.
Incluso
Vladimir Nabokov[8] máximo detractor de la novela, que
llegó a afirmar en su Curso sobre Don Quijote
que "de todas las obras maestras, la más cercana a un espantapájaros"
es Don Quijote, además de denunciar crasos errores y fallos en su estructura y
calificarla de "enciclopedia de la
crueldad", confesará, a pesar de todo, su admiración por un personaje,
como su caballero protagonista Don Quijote que seguirá sin duda estando con
nosotros, a lo largo de todas las demás novelas que leamos:
"Lleva
trescientos cincuenta años cabalgando por las junglas y las tundras del
pensamiento humano, y ha crecido en vitalidad y estatura. Ya no nos reímos de
él. Su escudo es la compasión, su estandarte es la belleza. Representa todo lo
amable, lo perdido, lo puro, lo generoso, lo gallardo. La parodia se ha hecho
parangón" [...]. "Debemos imaginarnos a don Quijote y su escudero
como dos siluetas pequeñas que van caminando allá a lo lejos y cuyas negras
sombras, enormes, y una de ellas especialmente flaca, se extienden sobre el
campo abierto de los siglos y llegan hasta nosotros"[9].
La
impronta quijotesca en la literatura española e hispanoamericana del denominado
realismo mágico es obvia y evidente.
Respecto de la española, Galdós es
el gran escritor cervantino y su Nazarín (una especie de fusión entre Don
Quijote y Cristo), secundado por el gran
Leopoldo Alas (Clarín) de La Regenta, el Camilo José de Cela de La
Colmena y del Viaje a la Alcarria
y, más tarde, por la obra de Martín
Santos (Tiempo de silencio). Rubén Darío, Miguel de Unamuno, A. Ganivet,
J. Ortega y Gasset, M. Azaña, Azorín, R. de Maeztu, Américo Castro, G. Torrente
Ballester, J. Antonio Maravall, L. Rosales y F. Ayala, entre otros muchos,
tratarán de desentrañar su significación en la cultura española y su kerigma.
Por
lo que se refiere a la americana, recordemos sólo la gran novela de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, como máxima de
representación de esa huella cervantina. Juan
Goytisolo, en sus notas para sus cursos de los años setenta impartidos en
la New York University, aludía a la polinización
cervantina[10] verificable en la literatura hispanoamericana, recordando que
obras cómo Tres tristes Tigres del
cubano G. Cabrera Infante (texto
polifónico, elaborado y complejo, que se comenta a sí mismo y en donde mezcla
todo tipo de géneros y modelos literarios heterogéneos y juegos intertextuales,
citas literarias y paródicos como en el
Quijote), o Terra Nostra de Carlos Fuentes (donde el mexicano entra
a saco en todos los géneros literarios del pasado y presente, juega con ellos y
los pone patas arriba) deben adscribirse sin ninguna duda posible a la progenie
literaria cervantina.
El
cubano Alejo Carpentier, el chileno Roberto Bolaño, el uruguayo Juan Carlos Onetti, el peruano Mario Vargas Llosa, los mejicanos Octavio
Paz, Juan Rulfo, Fernándo Vallejo, Fernando del Paso, los
argentinos Julio Cortazar, Ernesto
Sábato, Mújica Laínez pertenecen
a esa misma estirpe literaria y de ello se enorgullecen. Y cómo no recordar a Jorge Luis Borges, finalmente, quien en Pierre
Menard, autor del Quijote nos
brindó un juego narrativo y hermenéutico fundamental para entender en cada
época las múltiples significados y lecturas de una misma obra.
En
conclusión podemos descubrir en todos los grandes autores del siglo XX y aún
del XXI la huella del Quijote. Todos son hijos del linaje de Cervantes. A. Muñoz Molina, declarará por ello,
que Don Quijote es "el primer héroe moderno de la ficción"[11] y
que con el Quijote nace la novela moderna y se
inaugura una nueva forma de
leerla. Y Mario Vargas Llosa[12], por
su parte, considerará que Don Quijote es el primer ejemplo "del único
género (literario) nuevo que en
occidente se ha producido en 2000 años: la novela realista". Un extraño
género literario de ficción que no
existe para representar la realidad, sino para negarla, que entiende la ficción
como una invención de historias, como una negación del mundo real, como un acto
de inconformismo, que nos permite vivir múltiples vidas y completa así nuestra
existencia colmando la distancia que hay entre los deseos y la realidad. Y al
mismo tiempo un arma de rebelión contra esa realidad -siempre frustrante e
insatisfactoria- porque la denuncia. Pero en el caso del Quijote no es ya una
simple ficción, sino una ficción sobre la
ficción, una metaficción o metarrelato.
Milan Kundera ha escrito, por su parte,
que la novela, verdadero sueño que nació con la Europa moderna, es "el
paraíso imaginario de los individuos [...] el espacio imaginario de tolerancia
[...] en el que nadie es poseedor de la verdad y cada cual tiene derecho a ser
comprendido"[13].
Esto que descubre con sagacidad y lucidez Kundera, ya lo había descubierto Ortega y Gasset en la gran
obra cervantina y lo había bautizado con el nombre de perspectivismo. En sus Meditaciónes
del Quijote, nuestro primer filósofo nos presenta a Don Quijote como adalid
de la tolerancia y del respeto a la opinión del otro, cuando en la Primera
Parte de su obra, capitulo XXV, acuña el término baciyelmo, justificándolo con estas palabras que Don Quijote dirige
a Sancho: "Y así, eso que a tí
te parece bacía de barbero, me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le
parecerá otra cosa". Mario Vargas Llosa suscribirá esta nuclear tesis
orteguiana al hablar de Don Quijote como un liberal en el siglo de oro[14].
Para concluir: se ha dicho
por parte de la crítica que eran tres fundamentalmente las grandes aportaciones
del Quijote a la narrativa moderna y
a la modernidad en general: la autonomía de la ficción, la superposición
de un mundo ideal al realismo y la moral del fracaso, y que sin ellas
no se entendería
la novela posterior[15]. A lo largo de
nuestra exposición nos hemos referido en cierto modo a las dos primeras, nos
queda aludir a la última: la denominada "moral del fracaso": Alonso Quijano es el primero en la estirpe
de los héroes novelescos perdedores que,
sabiéndose condenados a la derrota, salen no obstante a medirse con el mundo.
Esa mentalidad antiépica (trágica)
es, precisamente, el rasgo común de todos los personajes que cuentan en la novela moderna, desde el Werther de Goethe, el Julián Sorel de Stendhal, pasando por el
Raskolnikov de Dostoievski, los Bouvard y Pécuchet y la Madame Bovary de Flaubert. Es la que
caracteriza a Lord Jim de Conrad, a Philip
Marlowe de Raymond Chandler, a Brausen
de Onetti, a Joe Chritsmas de Luz de agosto o a la inmensa mayoría de
los personajes de la obra entera de Faulkner[16].
Mentalidad antiépica y moral
del fracaso que estarán, finalmente, representadas en el cine por ese
entrañable personaje caracterizado por su
bigote, su bombín y su bastón y adornado
por la misma ternura, inconformismo y
tremenda humanidad que nuestro ínclito Caballero
de la Triste Figura. Nos referimos, ya lo habrán adivinado, a Charles
Chaplin, Charlot... ¡Don Quijote y Charlot, dos gigantes enaltecedores de su
propia dignidad en medio del fracaso!
Tomás
Moreno
[2] Op. cit.
[4] Thomas Mann, Cervantes,
Goethe y Freud, Losada, Buenos Aires, 1943, p. 29.
[5] En el discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias de Literatura de
1999, Günter Grass decía: "Don Quijote sigue hasta hoy echando al mundo
hijos literarios estrafalarios como él, que muestran el absurdo sentido oculto
de la realidad y el auténtico olor del absurdo. Él es el padre de ese género
novelesco europeo en cuyos cotos el Cándido de Voltaire deshojaba "el
mejor de los mundos"; al que debe el Tristram Shandy de Sterne su pregunta
sobre si han dado cuerda al reloj; en el que Thyl Ulenspiegel de Charles de
Coster, luchando por la libertad de los flamencos contra la potencia ocupante
española, interpreta el bufón astuto; y en el que Grimmelshausen trata de que
su héroe, de nombre Simplicíssimus, sobreviva en distintos ejércitos. ¿Qué
sabrían los alemanes de los horrores de la Guerra de los Treinta Años si
Simplex, desde abajo, no nos hubiese narrado los acontecimientos que la
diligencia de los historiadores, de forma tan muerta como exacta, han ordenado
para nosotros en una Historia fechada?.
[6] José María Ridao, "Los copistas de Flaubert",
El País, 14, 5, 2005.
[7] J. J. Saer, "Nuevas deudas con el Quijote", El País, Babelia, viernes, 18 y sábado
19 de Abril de 2003
[9] Ibid. Le reprocha ser una historia deshilvanada y chapucera,
escrita como a salto de mata y asegure comparado con Shakespeare una figura
menor. "Del Rey Lear, el Quijote
sólo puede ser escudero", concluirá injustísimamente.
[11] Encuentro en el Instituto Cervantes de Nueva York: EL Quijote global: reinventando a Cervantes
por el mundo.
[12] Declaraciones de Mario Vargas Llosa en su
conferencia-coloquio en la British Library, organizada por el Instituto
Cervantes de Londres, 2005. Vid. también La
tentación de lo imposible Discurso de recepción del Premio Cervantes en
Alcalá de Henares (24 de abril de 1995)
[13] El arte de la
novela, Barcelona, Tusquets, 1987, p. 175 y 180 ss.
[14] Mario Vargas Llosa, "Un Liberal en el Siglo de
Oro", El País, 19 de Septiembre
de 2004.
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