MÍMESIS: MEMORIA, LOGOS Y POESÍA
EL
CRATILO, EL TIMEO O La República, 23 serán los diálogos donde Platón
ofrezca una mayor y más detallada puntualización en referencia al concepto de
mímesis, siendo, no obstante, en esta última donde pondrá mayor énfasis, sobre
todo en lo que respecta al arte poética como posible (o imposible)
representación de la verdad.
Podemos
(o no) optar positivamente sobre las consideraciones a través de las cuales
distingue una poesía inspirada de la que no lo es, como literaria o no
literaria, a la que se alude primordialmente en el Fedro y, sobre todo,
en el Ión. De cualquier modo se nos antoja muy interesante mantener
ambas perspectivas, acaso para poder contrastarlas posteriormente con la visión
sistemática de la poética y mímesis aristotélicas.
Dentro
de las tres formas genéricas distinguidas por Platón (representación teatral,
la expositivo narrativa y aquella en la que conviven la mímesis y diégesis)
parece deducirse, y aun sin existir una metódica estructuración sobre la
literatura como la que aparecerá en la Poética y Retórica aristotélica, podemos constatar una valoración preferente
hacia la poesía como inspiración, deduciéndose una suerte de enfrentamiento
respecto a la mímesis literaria 24 (o al menos a la mímesis de
segundo grado), y esto porque aquella manifiesta una clara imposibilidad
gnoseológica, circunscrita a la realidad aparente de las cosas: y es que el topos
oratos de la realidad visible y aparente es sin duda una copia imperfecta
del mundo de las ideas (cosmos noetos); por lo que la mímesis se vierte
como la imitación de la copia, o lo que es lo mismo, como el reflejo falaz e
ilusorio de la realidad verdadera.
Acaso
hoy, tal vez como nunca, pueda entenderse la reserva (y la sospecha) platónica
sobre la escritura: es el momento actual en el que podemos observar (y sin
necesidad de prestar demasiada atención) de manera clara, patente y
privilegiada la tergiversación, la manipulación de la palabra escrita, y ser
más conscientes (si de veras se quisiera) de ese vórtice impracticable que
bate, agita y mezcla en circulación caótica, los conceptos, las terminologías,
los sentidos, los contextos; y todo ello empujado, arrastrado por el interés de
tan procelosos como fatuos fines reconocibles fácilmente en nuestras
insaciables sociedades de consumo, y cuya gestión es llevada a cabo tan
tendenciosamente por medios de comunicación en un proceso expositivo del todo
delirante.
No debe parecernos extraña, por tanto, la
escéptica conceptualización de la mímesis platónica ante las manifestaciones
literarias que se sustentan sobre la copia, y que esta venga, después, a
insistir en la inspiración como vía excepcional de acceso artístico a la
verdad eidética. Y esto, a nuestro juicio, se
ofrece siempre (haya pasado
el tiempo que haya pasado) como primicia esencial por importante, pues esta vía
de aprehensión de verdad puede plantearse como posible más allá del propio
medio que ofrece el lenguaje poético, pues pretende nada menos que
construir (o reconstruir) el mundo de la sociedad humana como reflejo
ineludible de la propia vida.
Podemos
entender que romper la mímesis en el trance de la poesía (inspirada) es
ascender hacia la luz para descubrir (desvelar), al fin, en el texto escrito la
sombra del simulacro; reconocimiento lúcido de la sombra que se vierte como
limitación significativa. En la mímesis platónica, en su sentido último se
visualiza la consciente insatisfacción del que vio la luz y que reconoce,
convencido, el hecho que se hace ahora evidente: ver no es saber. Y es
que, las palabras, ofrecen a la luz de su ser una apariencia ambigua: lo mismo
que sin duda pueden liberar, también vierten su arbitrio singular con poderosa
autoridad, con ostensible y férrea mano, acaso capaz de esclavizar para
siempre. Ver, entender, aprehender la mímesis, en poesía, exige
incondicionalmente la crítica del propio ejercicio poético, de su propio
discurso, pues el acceso al conocimiento poético no es sólo un ir y venir que
concierne de manera exclusiva a lo racional, a lo mental, a lo puramente
silogístico, y así, pese al sufrimiento casi contra natura del proceso
intelectual, se abren nuevas vertientes de comprensión desde donde (la tantas
veces inaprensible luz que nos muestra) no es posible ya una vuelta atrás.
A
través de las luces y sombras de la mímesis, estamos en poesía ante las
condiciones indispensables para percibir la endaimonia 25 que
vive entre la inteligencia y el amor, mas ésta no surgirá bajo ningún concepto
que ofrezca alguna dolosa perspectiva con la que verterse como la engañosa
reproducción o la copia; mas la luz ha de brotar indefectiblemente bajo la
forma de la reminiscencia, de lo anclado en la celeste memoria, del recuerdo
ideal: anámnesis que no surgirá del reflejo que vierten las imágenes
allí donde se concilia el mundo, pues, en su ser real no se
identifica todo aquello que, nosotros,
tan torpemente, percibimos. Y es que la verdadera (inspirada) poesía vive
reconociendo (y reconociéndose) en la mímesis (y aspirando, desde luego, más
allá de ella) del mundo aparente y, así mismo, no dejando de cantar a la luz y
contra la vida instalada en la sombra.
Todos
los aspectos referentes a la epistemología y, sobre todo, los relativos a la
naturaleza ontológica de la poesía (inspirada), pueden deducirse en virtud de
su característica interpretación mimética de la literatura: ésta percibe e
interpreta el mundo de lo sensible (de las acciones humanas) por medio del
lenguaje, el cual, desde luego, se encuentra casi siempre tan distante de la
verdad. Cabe preguntarse, según estas deducciones que muestran claramente
enfrentadas a la concepción de la poesía inspirada, de la que se genera a
través de la compleja mecánica retórica, si no reconoce aquella (la poesía
inspirada) capaz de captar el mundo suprasensible, el ámbito de lo inmutable,
de lo atemporal. Podíamos discutir (o no) que, al margen de la voluntad del
poeta, en este caso indiferente por estar maníacamente poseída por el entusiasmo
divino, si es portadora la poesía de la verdad esencial y si no es
deducida de un ejercicio mimético de segundo grado. Parece que la poesía
inspirada participa de la idea o modelo (methesis) que vive en la luz
eidética, encontrándose perfectamente diferenciada del fantasma, del
simulacro.
Pero, entonces ¿es posible hallar un
verdadero contenido epistemológico en la poesía? Para dar respuesta adecuada
sería, a su vez, preciso responder a la controversia de, si es posible la
dialéctica en poesía; aunque en principio y, según la concepción platónica,
parece elevarse un escollo insalvable en este punto. Parte este obstáculo de su
manifestación escrita, pues esta puede relajar el uso de la memoria, además
de
mostrar a su autor no más que como el intérprete divino. Mas ¿puede ser
la poesía en el mundo eidético al par de las otras ideas sublimes, tal
como la belleza? ¿Será un mal necesario la trascripción escrita para su
interpretación y conocimiento? Si el lenguaje, siguiendo la prescripción
platónica, no es una verdad en sí mismo, sino una vía para encontrarla ¿de qué
manera podemos constatar que el logos esté presente en ese ser
poético y en el vehículo (lingüístico) que posibilite la dialéctica en
poesía? o, dicho de otra manera: ¿es posible una dialéctica a través de la
palabra poética?
Si el mundo perceptible por los sentidos
es un trasunto del verdadero, y el conocimiento de lo que en verdad sea, parte
del esfuerzo de rememorar la idealidad verdadera: ¿será posible la aprehensión
de la realidad mediante el ejercicio poético? Sólo parece posible en el mundo
ideal platónico a través de la impersonal inspiración entusiasta. La
mímesis platónica (al menos el primer grado de mímesis) parece emparentar la
poesía no sólo al conocimiento, sino que la destina a la participación y efecto
de la belleza, 26 y a verterse como vehículo ideal para recordarla y
ser en ella. Es del todo inevitable hacernos eco de la realidad esencial
de la Belleza, posteriormente recogida por Plotino, mas como un
desarrollo del concepto platónico de la misma según el cual la esencia misma de
la Belleza, 27 si mora el intelecto de la divinidad invisible
en ella, participa el poeta (a través de la poesía) de tan extraordinaria
intelección. Será así que concibe el ideal y lo hace expreso en la
materia del lenguaje, viendo que la poesía participa y es la medida de
la belleza: y es la belleza misma.28
No
debemos dejarnos equivocar, no obstante, por la cadena de sentidos del farmacon,
29 porque en la poesía (inspirada) subyace el recuerdo, la bondad
reparadora de la salud, y no el veneno origen de seguros embelecos, aunque el
sustrato material sea el tantas veces poderoso alucinógeno de la escritura,
pues si ésta trasciende la mímesis y alcanza la presencia, este tipo de
escritura mostrado en la poesía es en sí (al margen de la posesión y la locura
del poeta) origen de conocimiento y de belleza. 30 Y es que, si el
poeta no es poseedor de la verdad, sino mero portavoz de la misma, cabe
preguntarse entonces, ante el hecho del contenido de verdad de la que es
portador, si estaremos ante una mímesis, o ante una revelación que vierte la
poesía para quien interese de ella como algo que trasciende el acto mismo de
leer, pues, como anticipaba
nuestro querido y admirado maestro (Emilio Lledó)
31 es bueno saber que, si bien la escritura en Platón es un reflejo de lo
que se ve en la naturaleza, en poesía se manifiesta mejor como un fino oído que
tan atenta y cuidadosamente escucha.
Las
contradicciones y el escepticismo hacia la palabra (sobre todo hacia la palabra
escrita) se plasman en las continuas interrogantes y dudas que nos hacen caer
en la cuenta que la aspiración del eidos (sea o no el silencio) nos
llevará a la convicción de que la forma esencial de trascender el lenguaje es
preciso que sea a través del lenguaje mismo, para entender, al fin, que no
sabíamos que habíamos sabido, y esto porque el lenguaje poético vive incluso
antes de que el poeta lo haga suyo y lo revele y práctica y poéticamente
lo utilice. El lenguaje poético participa de ese vigor epistemológico donde
subyacen todas las significaciones que el poeta pretende describir, y es que,
sin memoria, desde luego, tampoco debería de haber lenguaje.
¿Podríamos
en este punto situar la Poesía dentro de aquellos valores u objetos
ideales, como la belleza, que acaso existan al margen mismo de la existencia?
¿Puede ser la Poesía la identidad que se expresa a través de la palabra
(poética) y que se sitúa como una realidad no aprehensible, sino groseramente a
través de los sentidos? La síntesis necesaria para un conocimiento en poesía,
pues en realidad estamos fundiendo el mundo de la realidad objetiva (ideal) y
el mundo configurado por las cosas sensibles, no se vierte sino como ese
conocimiento del «silencioso diálogo consigo mismo». 32
No
nos parece en este extremo ningún despropósito identificar Poesía y Ser:
se indiferencia la estructura ambivalente e ilusoria de su exterioridad, mas
todo, con el fin de igualar ambos extremos para suprimir la alteridad; y es que
Poesía es conocer, y conocer no es otra cosa que Ser, pues todas
las incoherencias y contradicciones estarán sumidas en la necesaria coherencia
del Ser.
Si
la poesía inspirada es fuente de conocimiento que tiene su ser en el mundo de
la idea, y justifica su entidad en ese fluir de la permanencia que
ofrece así mismo la poesía como aletheia o espejo ideal desde el cual
contemplarse y justificarse el mundo: ¿por qué no ver la Poesía como
aquel diálogo en el que la conciencia del que se acerca pregunta y responde,
afirmando o negando? Precisamente en esa constitución dialógica es en la que Logos
se expresa, y a través de la cual se hará posible el diálogo del alma
consigo misma; acaso porque sólo a través del diálogo, y, por tanto del
lenguaje (poético) es por lo que el Logos puede existir. Mas esto será
posible en el silencio (de la escritura poética) porque será el alma misma
objeto y sujeto del diálogo poético, siendo capaz de responder afirmando o
negando, porque el Alma y el Logos son el vínculo por el que la anámnesis
conecta el alma con el mundo.
Francisco
Acuyo
23
Platón: Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1997.
24 Estébanez Calderón, D.: Diccionario
de Términos Filológicos, Alianza, Madrid, 1994.
25
Felicidad
26
Montes, H.: Asedios a la poesía, Alfaomega: Ediciones Universidad
Católica de Chile, Bogotá, 2000.
27
Plotino: Enéada primera, Aguilar, Buenos Aires, 1960.
28
Agustín de Hipona: Confesiones, Sopena, Buenos Aires, 1942.
29
J. Derrida: La farmacia de Platón, en la diseminación, Fundamentos,
Madrid, 1997
30
No entraremos en disquisiciones sobre otro aspecto de la poesía y de la mímesis
poética como origen de la exaltación y del éxtasis, tan magníficamente
retratado por Longino, y que tanta repercusión tendría bien entrada la
modernidad en figuras tales como Kant, Burne o Schiller), remitiéndonos tan
solo a las figuras señaladas al título de nuestro trabajo. Véase: Longino:
sobre lo sublime, Gredos, Madrid, 2000.
31
Emilio Lledó: La memoria del Logos, Taurus, Madrid, 1984.
32
Platón: Ob.cit. nota 16.
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