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miércoles, 4 de junio de 2014

LAOCOONTE O LA MÍMESIS Y LA POESÍA I

En dos entradas para la sección, Pensamiento, del blog Ancile ofrecemos una aproximación y sus respectivas reflexiones sobre la teoría de poética y la mímesis en poesía, y todo bajo el título de Laocoonte o la mímesis y la poesía.


Laocoonte o la mímesis y la poesía 1, Francisco Acuyo, Ancile





LAOCOONTE O LA MÍMESIS Y LA POESÍA I











 Homero no pinta el escudo como algo que está ya listo
y terminado; sino como algo que está haciéndose.

             Gotthold Epharaim Leissing: Laocoonte


                                                                                   
           
I


      PERCIBIR (O ALENTAR) O trascender mediante aquel espíritu sublime que, tantas veces (y de forma tan liberal como extremada), nos invita con el arte, acaso exige (o propone) una actitud vital que marque la conciencia, si no de una gracia no tocada, sí de aquella propicia inclinación que acerque con ímpetu pionero y virginal a la inaudita exploración de su tierra incógnita; o, tal vez, como si su espíritu ancestral se hiciese tan sólo perceptible a tan singular intuición, pues se adivina sin saberse, mas de manera insólita, inopinada: imagen refleja de su virtud en principio, no del todo consciente y, sin embargo, manifiesta, como sobre el agua de orilla nunca del todo determinada y que pretendemos abarcar con el arcaduz o molde sagaz de nuestro, muchas veces, inseguro conocimiento, y es que así, en su reflejo, acaba casi siempre por (re)describirse el orbe inabarcable de su infinita presencia.

      Será el hombre de refinado gusto (de sensible exquisitez) aquel del que habla Leissing en su prólogo al Laocoonte;1 el que, con su delicada y atenta percepción, está solícito y dispuesto, atento a ese sentir singular que puede ofrecer un saber (pre)sentido o, al menos, capaz de mostrarse guía inicial (esencial acaso) con la que observar el influjo aquel que anima el ánima  sensible con cual apercibir(se) no sólo de la similitud efectiva entre la pintura y la poesía, acaso también de lo sustancial que conforman cada una de ellas y que, en el desarrollo posterior de la eminente obra, habrá de mostrarnos totalmente singularizadas (y bien distintas), con tan excelente como entretenido análisis y criterio.

      De cualquier forma nos parece de interés que, al sugerente inicio de la obra (concretamente en el prólogo), exponga un hecho o evidencia común a ambas artes (y que nos trae inevitablemente una particular reminiscencia), cual es que aparecen ante los ojos suceptibles (de aquel refinado gusto con el que informaba) de percibir su esencia deliciosa: cosas ausentes, mas como si en realidad fueran a nuestros sentidos y pensamiento reales y perceptibles en su notable apariencia; será apreciación destacada con la que anuncie su inteligente y distinta expectativa para el estudio del nexo común de las dos artes, esto es: el engaño que nos place. Será, pues, en principio, la mímesis (platónica -de segundo grado-) 2 la que levante el tópico ideal de la sospecha de la apariencia, acaso sin rasgo epistemológico (que ofende la verdad de lo inmutable), y al tiempo, la conciencia de que, lo (imposible) verosímil (aristotélico)(3) es la vía esencial (y universal) para conocer y ser en el arte y en la poesía.

      Ese engaño que nos place mantiene la base de la fruición estética como razón fundamental para la apreciación de la belleza, básico pilar para aquél otro que, en su especial ámbito de conciencia, habría de manifestar que el sentimiento (estético) que unifica ambas formas artísticas en una única y prodigiosa fuente que habría de conformar su ser particular es, como digo, la belleza, cuya conceptualización
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fundamentalmente tomamos de los objetos materiales, pero que en su delectación precisa de reglas generales (aristotélicas) vendrían a mostrarse capaces de ser aplicadas a las distintas manifestaciones de la realidad: así fuesen acciones, pensamientos o formas.

      No es baladí que aquel tercer hombre 4 al que se refiere Leissing en su aquilatado prólogo haga referencia al valor y distribución de aquellas reglas generales con las que comprobar, posteriormente, cómo vendrían a dominar en uno y otro arte, deduciendo que unas y otras pueden ayudarse de manera respectiva.

      El amante de las artes, el filósofo o el crítico, serán la tríada inexcusable con la que comenzar a exponer tan graves como irónicas (en no pocos momentos) reflexiones en lo tocante a las presuntas concomitancias (y diferencias) entre la poesía y el arte (la pintura y las artes plásticas ), 5 mostrando las observaciones del crítico como la principal fuente de conflicto y tergiversación de los principios y reglas referidos en su aplicación a los distintos casos particulares que ofrece el Laocoonte.

      Las referencias en el prólogo a los tratados (perdidos) de Apeles  y Protógenes no sirven sino para presumir las reglas de la pintura, mas en virtud de aquellas leyes que son propias de la poesía, aun con el mismo conspicuo y buen criterio con el que, en su momento, habían de puntualizar tan insignemente Aristóteles, Cicerón, Horacio o Quintiliano. Que las necesidades de los modernos 6 sobrepasan los principios exigidos por la vieja preceptiva clásica, así se anuncia en este prefacio de Leissing, buena parte de la intencionalidad del autor en el desordenado pero perspicaz curso y desarrollo del Laocoonte; también para verificar las nuevas perspectivas, fruto además de las necesidades nuevas del hombre sensible, atento y refinado de la época, avisado sin duda del singular y compartido discurrir de ambas artes.

      El recurso a Voltaire y Simónides 7 reseñará lo que, en el transcurso recatado de ideas y modestas opiniones, estas apresuradas páginas presentan, y que centrarán la atención en  estos y otros tan austeros exégetas, que unidos a los humildes autores de estas páginas, suscriben no sólo su entusiasmo por las presuntas relaciones entre poesía y pintura, también su interés hacia esta obra, con la que mostrarse fieles devotos y admiradores de su método delectable de hipótesis y análisis; queremos decir, de lo que esencialmente, junto al objeto de una y otra arte, las hace singulares y semejantes, esto es: el modo como imitan la realidad, o lo que igualmente significa: la mímesis.



                                                                      II



      Adelanta su acerada (y tantas veces mordaz) crítica a quienes interpretan una y otra arte tan disparmente, y con tan aventuradas y poco reflexivas conjeturas como con las que ilustra tan apropiadamente su discurso, así como aquellas que surgen: bien invadiendo con la poesía el ámbito preciso de la pintura, o, viceversa, la pintura irrumpiendo el territorio acotado singularmente a la poesía. No obstante, haremos algunas consideraciones que, a juicio de quienes humildemente interpretan, pueden presumirse como de fundamento para situar al autor y su obra en el espacio que pretendemos acotar sobre este modestísimo opúsculo, y que nos interesa primordialmente con la obra, a saber, la poesía en relación con el arte de la pintura y la crónica de su fascinante influjo.

 El afán decidido y resuelto por hacerse con la verdad.8 y por destruir tópicos y por derribar ídolos 9 en Leissing es uno de tantos valores incuestionables de su labor de reflexión y crítica, pues le sitúan en el empíreo del hombre de la ilustración, perfectamente ubicado para la máxima kantiana: ten valor para servirte de la inteligencia, 10 y que será una constante del Laocoonte, se ofrece como fuente de inspiración al interesado en temática tan sugerente y que provocó en nosotros estas y otras consideraciones que apuntamos.

Laocoonte o la mímesis y la poesía 1, Francisco Acuyo, Ancile
G.E.Lessing
      Es preciso, antes de entrar en lo que precisamentenos concierne, advertir del diálogo excepcional que se establece entre dos épocas, y a las cuales accede singularmente Leissing en su Laocoonte, nos introduce con su exigente método en la primera parte de su tratado, estableciendo una suerte de hipótesis  que preparan para el análisis crítico, las más de las veces extremadamente sugerente, para dar al final paso a la exposición de una verdadera teoría de las artes y de la estética.  No sólo trata de exponer (con éxito reconocible) argumentos para referir la autonomía de las artes, también delimitar los límites que circunscriben aquellas. Serán de sumo interés aspectos de su obra que inciden en una particular teoría de la sensibilidad y la imaginación y de sus posibles parentescos con las ya enunciadas por Longino,11  y cómo habrían de afectar estos al concepto de la belleza que en el Laocoonte unas veces se deduce y otras, abiertamente, se manifiesta.

El hecho especialmente importante al que aduce nuestro autor cuando dice que el tema es conveniente que sea conocido para la obtención máxime del placer estético, puede de no ser así, distraería dicho goce con el razonamiento o el pensamiento análitico sobre lo que, más o menos oscuro o desconocido, expresa el hipotético autor artísticamente, todo lo cual dará paso a una incipiente filosofía estética que afectará a aquella otra que caracterizará la influyente teoría de la expresión romántica, no debiendo obviar en este punto la importancia de su teoría hermenéutica (en la historia), pues aporta (o adelanta) la idea hegeliana 12 de superación del arte, así como la importancia de la repercusión de aquel en lo social; de donde podemos inferir otro aspecto también de enorme interés: la idea de canon artístico.



III



      No obstante de la  densidad de la obra, y sin menoscabo de la importancia de todos y cada uno de los puntos señalados, me referiré, como anunciaba, esencialmente, al aspecto de la mímesis en Leissing y su Laocoonte, por considerarlo de una especial relevancia en cuanto que de esta conceptualización suya acaso pudiera deducirse y sustentarse buena parte de todo lo anteriormente expuesto.

      Si el ut pictura poiesis significa, desde Platón a Horacio, una copia (una mímesis de segundo grado) de la realidad, debemos adelantar que la significación de mímesis habría de cambiar de forma significativa y notable tras la visión aportada en esta obra, aunque no sustancialmente de la preceptiva aristotélica. Así, la mímesis y la primacía de la acción serán los elementos fundamentales de su teoría (o teorías), deducible de su obra más emblemática, aunque debemos reconocer antecedentes de suma importancia y que serán perfectamente detectables en el pensamiento aristotélico y horaciano.

      Si bien sabemos que el concepto de mímesis para la teoría del arte como imitación de la realidad no tiene su origen en Aristóteles (recuérdese la idea de mímesis platónica vertida y diferenciada en dos tipos: de primer y de segundo grado),13 y que, como también sabemos, iba a impregnar desde antiguo las distintas reflexiones sobre estética, las cuales vendrían a situarse en la base de toda la visión realista del arte; será, además, instrumento de orientación con el que observar el oficio artístico como aquella actividad especial estrechamente dependiente de la Naturaleza; mas también como labor singular de creación capaz de generar una realidad alternativa que vendría a constatarse en las realidades consideradas naturales por excelencia, cuales son: la realidad espacial (simultánea) y la temporal (sucesiva).

      Todo lo anteriormente anticipado iría a precipitarse en una verificación a todas luces muy importante: el influjo de la estética de Aristóteles en su concepción mimética del arte, donde podemos colegir de forma transparente el parentesco en aspectos puntuales como la primacía que otorga en principio a la poesía (épica y dramática, veremos también si extrapolable o no a la concepción más moderna de la lírica) frente a la pintura. No obstante, no deberíamos en ningún momento perder de vista tampoco la Epistola ad Pisones 14  de Horacio y el ya explícito aforismo ut pictura poiesis, desde el cual, con tan intachable y poderoso brío Leissing habría de arrancar y ensayar en su vigoroso y magnífico estudio.

      Los influjos sobre el pensamiento y concepción estética más cercanos (y a caso más familiares) a Leissing en el tiempo y el espacio que le tocara pensar vivir, pueden encontrase dentro de los ámbitos lingüísticos y culturales 15 de la época tales como: Leibniz, Wolf, Baumgarten o Mendelssohn, así como en
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los tratadistas de la estética francesa e inglesa de los siglos XVII y XVIII, y que vendrán así mismo a incidir significativamente en su visión o ideación mimética del arte.

      La concepción de imitación artística como copia de la realidad natural, no tiene sólo un flujo e influjo muy directo de la idea aristotélica de mímesis, también de la noción estética de Leibniz: 16 y todo bajo los auspicios de su teoría del conocimiento sensible o aisthesis, y de la cual se infiere  que su saber esencial depende necesariamente (en su aprehensión) de la belleza como un conocimiento subracional, factor este de vital importancia para captar la dimensión del fundamento emocional como ingrediente que en lo irracional se asienta, pues contiene las diferentes formas de expresión artística con las que conectarse a lo bello y a aquella estructura cuya captación y descodificación para mejor entendimiento se escapa racionalmente. Es así que, la conexión de la estética de lo poético y artístico, puede considerarse como una forma singular de conocimiento y, además, se puede estimar como un interesante nuncio o augur de aprehensiones poéticas y estéticas mucho más modernas (y que pudieron afectar a la concepción de mímesis posteriores como la del romanticismo)  e incluso, con un poco de esfuerzo imaginativo, a la superación de aquella (de la mímesis) adelantando los instrumentos precisos para abordar, posteriormente, una audaz concepción poética que trascendiese la imitación misma para verterse y ser en ella misma genuina realidad.

      Pero no debemos dejarnos ilusionar por el entusiasmo tras la lectura de su espléndida y magnífica obra, pues, aunque nos hagamos dueños de tales augurios en virtud de los conocimientos  de Leissing y de su preclaro pensamiento, su línea interpretativa y reflexiva sobre el arte y la belleza, marcha, porque así se manifiesta, por sendas bien distintas. El pensamiento crítico del autor del Laocoonte se observa perfecta y sólidamente centrado en la especificidad y la concreción de obras y filósofos y pensadores determinados; mas todo, sin embargo, para conseguir una reflexión distinta, sagaz, original, valiente, orientada hacia la comparación y la hipótesis. Además estimamos como cosa muy saludable tener  en cuenta que nuestro autor, al inicio de la obra, expresamente, expone su voluntad clara de alejarse de algunas orientaciones filosóficas así como de sus métodos y sistemáticas que vendría a concretarlos en una particular alergia hacia la figura y pensamiento de Baumgarten.17


IV



      Consideramos que la referencia e influjo de la Arqueología se trasluce aun después de un apresurado y superficial rastreo en el Laocoonte; es así que no resulta sino cosa lógica si atendemos a las deducciones que vierten los escritos de Winckelmann,18  y que seguro tuvieron una considerable responsabilidad (por el propio Leissing reconocida) no sólo en la intitulación de su obra, también en la inducción investigadora que lleva a indagar e interpretar en el marco de los contextos humanos culturales, así también en la magnificación del mundo griego que se manifiesta como paradigma de lo bello y modelo inagotable, 19 mas también como demostración de lo que era cosa fácilmente de constatar: el arte tiene la fisiología y el comportamiento de ser vivo; idea que, veremos de forma puntual posteriormente, también tendrá importantes incidencias en las futuras concepciones de la poesía y que vendrían a se situarla más allá de cualquier ejercicio de mímesis.

      El hecho de que nos encontremos ante un estudio que se construya lejos de una sistemática estructural, nos parece harto singular y no del todo azaroso, pues responde a las propias intenciones del autor de huir lo más lejos posible de aquellas concepciones filosóficas, ciertamente aborrecibles para él (y que señalamos anteriormente), y  también como reflejo de la inquietud propia al espíritu indagador del autor, mas, sobre todo, se verá responder a la certera diferenciación detectable en las diversas redacciones del su obra, inferiéndose un método deductivo de la primera redacción o esbozo de la misma, de un método inductivo en la segunda redacción, y es que para nuestro autor el ejemplo debe ir antes que la regla, 20 pues tiene
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bastante claro que el ejemplo de un genio tendrá estéticamente un valor decisivo, y esto aunque no se le pueda justificar con ningún razonamiento. Esta visión del talento artístico será extrapolable más allá del pensamiento aristotélico y, acaso lo acerca a Longino 21 en su visión del genio y, desde luego, lo emparenta con la concepción romántica del arte y de su creador, aunque no acabaría por extraerlo definitivamente de la concepción aristotélica de la mímesis y su mecanismo y producción en poesía.

      Si, como se ha pensado habitualmente, este estudioes una reflexión sobre los diversos medios que las artes y la poesía disponen, veremos con todo esplendor y densidad en esta obra el desfile inteligentísimo de un discurso que ensaya de forma brillante y comparativa en el entorno que condiciona las artes espaciales y temporales, cosa que, sin duda, también podrá colegirse de una suerte de criterios particulares que afectarán al mismo concepto de mímesis.

      Será, entonces, el arte una manera de imitación de la naturaleza, mas con una singularidad muy particular, la cual ofrecerá la mímesis como mecanismo del cual pueden colegirse elementos distintos de la concepción anterior de la misma, a saber: los recursos artísticos son signos con los que el artista representa todo lo exterior a sí mismo. Serán, pues las diferentes condiciones entre el arte (y la poesía) y sus respectivos signos los que a la postrer determinarán la realidad que el arte (o la poesía) tratarán de imitar: la condición de espacialidad será propia de las artes plásticas, mientras que la temporalidad será la cláusula circunstancial propia de la poesía. Será también de gran interés la situación en la que dispone Leissing unos y otros signos para lo que a nosotros nos concierne, es decir la mímesis poética; así expone que las artes plásticas disponen de signos naturales, mientras que la poesía lo hará de signos arbitrarios. Distinción esta que, a nuestro juicio, se nos antoja de capital relevancia.                     




                                                                                                             Francisco Acuyo






Notas

1 Leissing, G. E.: Laocoonte, Editorial Tecnos, Madrid, 1990.
2 Platón: Timeo, Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1977.
3 Aristóteles: Poética, Aguilar, Madrid, 1979.
4 El crítico, prólogo de Leissing, ob. cit. nota 1.
5 Leissing en el Laocoonte, prólogo: «Debo recordar que bajo el nombre de pintura entiendo las artes plásticas en general», ob. cit. notas 1 y 2.
6 Ibidem.
7 Ibidem.
8 Barjau, E:. Introducción al Laocoonte, Editorial Tecnos, Madrid, 1990.
9 Ibidem.
(10) E. Kant. Observaciones acerca del sentimiento de lo bello y de lo sublime, Alianza Editorial, Madrid, 1990.
(11) Longino: Sobre  lo sublime, Gredos, Madrid, 1979.
12 Hegel, .G. W..: Lecciones de estética: De lo bello y sus formas,  Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1958.
13 Platón: Fedro, Gredos, Madrid, 2000.
14 Horacio: Arte Poética, Taurus, 1987.
15  Hegel. G. W.: ob.cit. nota 12.
16 Leibniz, G. W..: Nuevo tratado sobre el entendimiento humano, Aguilar, Buenos Aires, 1975.
17 Baumgarten. Ver referencia en Gotthold Epharaim Leissing: ob.cit. notas 1 y 2.  18 Winckelmann: Historia del Arte Antiguo, Leissing en el Laocoonte, ob. cit. notas 1 y 2.


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