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martes, 23 de septiembre de 2014

GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL: ARISTÓTELES, SEGUNDA ENTREGA

Ofrecemos la segunda entre y definitiva entrega del post Genealogía de la Misoginia Occidental: Aristóteles, del profesor y filósofo Tomás Moreno para la sección de Microensayos del blog Ancile. 


Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, 2 Tomás Moreno, Ancile



GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL: 
ARISTÓTELES, SEGUNDA ENTREGA



Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, 2 Tomás Moreno


 Genealogía de la Misoginia Occidental: Aristóteles (y II).
La imagen que Aristóteles desarrolla de la mujer es, como anteriormente hemos visto, la de un ser defectuoso, carente de lo que tiene el hombre, esto es, de aquello que le hace ser a éste un ser superior en la naturaleza, a saber: su capacidad de actividad intelectual superior, de deliberación (bouletikon), y de juicio moral autónomo. La mujer no tiene esas capacidades puesto que ni puede deliberar entre el bien y el mal  (al carecer de bouletikón o poseerla en menor grado), ni puede controlar sus pasiones (es àkouros: carente de autoridad sobre sus elementos irracionales) (Pol. 1277 b 26-27). Su única virtud consistirá en obedecer al hombre, quien debe instruirla para comportarse correctamente (Ética Nicomaquea 1150 b 6-14).  Por todo ello lo natural es que -dada tal insuficiencia mental y moral- la mujer deba ser gobernada por el hombre, esto es: que el hombre mande y que la mujer obedezca y sea súbdita (Pol. 1254 b 6-14). Por eso, según Aristóteles, el valor de un hombre se refleja cuando manda y el de una mujer cuando obedece (Pol. 1260 a 20-23).
De ahí que el lugar de la mujer en el orden sociopolítico sea el ámbito privado, el oikos (la casa)[1], el sedentarismo, y su función principal el cuidado de niño/as (Económica 1343 b 29 y 1344 a 8-9). A la mujer, tal como dijera Sófocles, le conviene ante todo el silencio, es decir, la renuncia a la utilización del “logos”, de aquel lenguaje-razón que en su boca se convierte en una insoportable parecería una cotorra si hablase como el hombre de bien”; y en general de una caricatura se trata su participación de la virtud: “el hombre semejaría un bellaco si fuese valiente del mismo modo que es valerosa la mujer” (Pol., 1277, b, 20 y ss.).
Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, 2 Tomás Moreno, Ancile
En Aristóteles existe la certeza del estatuto de la diferencia sexual. Y esa diferencia determina su rol social subordinado e inferior. En palabras de Rosalía Romero:“las mujeres son a-genealógicas, no transmiten la forma, son sólo un accidente necesario para la procreación […] Consecuentemente, su lugar en la polis es secundario, no son auténticos sujetos”[2]. Esta concepción subordinada de la mujer que defiende Aristóteles se diría que es un auténtico racismo, puesto que sostiene que determinados presupuestos bio-fisiológicos determinan muy directamente una serie de consecuencias lesivas para la mujer no sólo en el plano del psiquismo y de la moral, sino también el de la política y las costumbres. En la misma perspectiva, la “Ética Nicomaquea” llega incluso a situar claramente la amistad femenina, inferior, en todo caso, a la amistad entre dos hombres[3].
Pero en la distribución misma del poder -que consagra en lo social una inferioridad evidente de la raza femenina ya impresa en el factor biológico- Aristóteles le asigna, sin embargo, una condición todavía de relativo privilegio, cuando traza una precisa línea de demarcación hacia abajo, esto es cuando se la compara con la situación del niño o del esclavo:
“El hombre libre manda sobre el esclavo de diversa manera a como ejerce su autoridad sobre la mujer, el hombre sobre el muchacho, y todos poseen las correspondientes partes del alma, pero de forma diferente: porque el esclavo no posee en su totalidad la parte deliberativa, la mujer la posee pero sin autoridad y el niño finalmente la posee también, pero sin alcanzar desarrollo alguno” (Pol., I, 13).
El déficit de la mujer con respecto a aquel “bouletikon” que, como veíamos, constituía la dimensión de lo verdaderamente humano, es sin embargo menos agudo que la que caracteriza al . El poder que se ejerce sobre ella será político (aunque sin alternancia de funciones de dominación), no despótico como el que se ejerce sobre los esclavos ni regio como el que se pone en práctica sobre los niños (Pol., I, 12).
Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, 2 Tomás Moreno, Ancile
Luce Irigaray

            La mujer libre, es decir, esposa del ciudadano, es “por naturaleza distinta del esclavo”, que linda con ella en el estrato inferior de lo humano; por lo demás, la naturaleza no construye instrumentos con doble función. Por consiguiente, asignado a la mujer el papel de la reproducción, prefiere destinar la fatiga del trabajo corporal a un elemento distinto, una raza a propósito de hombres salvajes. Gracias a la sumisión al marido, la mujer entra, pues, en una equilibrada distribución del poder que le protege de la esclavitud. Su raza limita con la condición transitoria de los niños y con la de los esclavos, y de este modo queda separada de la animalidad y puede gozar del privilegio de la contigüidad, incluso de la intimidad, con lo que es verdaderamente humano (el varón, padre o marido) y, por su mediación, con lo divino.
            Han sido muchos los críticos y comentadores de Aristóteles que han criticado seriamente esta conceptualización aristotélica de la mujer, que, por su influencia y prestigio, ha condicionado históricamente la imagen y el rol social de la mujer a lo largo y ancho de toda la cultura occidental y que, en realidad, solo respondía a una estructura patriarcal de la cultura griega. De ella, a través de la concepción antropológica tomista, del judaísmo rabínico y patriarcal -mediante el mito de Eva- y de la antropología moral patrística ha derivado, la situación y la conceptualización de la mujer y de la sexualidad en la cultura occidental durante los últimos milenios.
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Martha Nussbaum
            Una conocida pensadora feminista de nuestro tiempo, Luce Irigaray, estudiando el conjunto del pensamiento aristotélico, se ha detenido en examinar los argumentos aristotélicos relativos al lugar propio de la mujer en la sociedad griega clásica, para demostrar que en el sistema patriarcal, androcéntrico y misógino heleno, la mujer no disponía en absoluto de un lugar propio. Es decir, no
podía amarse o reconciliación consigo misma ni lograr su propia identidad si no lo hacía a través del amor y la mirada del otro, del varón. Según la representación patriarcal de cómo deberían ser las mujeres, a la mujer griega le resultaba imposible mirarse en la mirada de sus semejantes, las mujeres, para volver a ser ella misma sin que se la expulse o deporte a un orden simbólico extraño a ella.
No es casual, por ello, que en la iconografía y en el sistema simbólico de la cultura griega, se asociara siempre a la mujer con el espejo, como algo en lo que ella podía reflejarse (aunque cosificada, reducida a cosa), mientras que el varón, al que le estába vedado el espejo, se le permitía mirarse en los ojos de su semejante, donde encontraba la confirmación de su propia identidad viril. El semejante es un espejo y mirarse al espejo es necesario e inevitable, porque sólo el otro, semejante a sí, puede devolver una imagen valorizadora.
La imposibilidad, para la mujer, de reflejarse en la mirada de sus propias semejantes para valorarse, resume la condición femenina que está caracterizada –y no sólo en la cultura griega- por esta gravísima carencia: “venir al mundo y no aprender a reflejarse bien”. De esta imposibilidad femenina de mirarse en los ojos de sus semejantes, para poder valorarse, es un excelente ejemplo el pensamiento aristotélico, que pone las bases del simbolismo del patriarcado[4].
Por su parte Martha Nussbaum[5], tras reconocer que Aristóteles es un pensador político que -a diferencia de Platón- insiste hasta la saciedad en que la familia y el hogar son factores esenciales para el desarrollo de la excelencia humana: y que es un varón heterosexual[6] en una cultura en la que la mujer está más o menos privada de las ventajas de la educación y desarrollo personal que “existen dos ámbitos en los que el examen de las opiniones que lleva a cabo Aristóteles deja mucho que desear. Su investigación del potencial de la mujer para la excelencia es burdo y precipitado.
Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, 2 Tomás Moreno, Ancile
precisaría para convertirse en una compañera digna en las actividades relacionadas con la mayor parte de los valores humanos importantes, considera que
Aristóteles pasa por alto el problema del desarrollo de las facultades femeninas y niega a la mujer todo papel en la más alta “philia”[7], partiendo de afirmaciones gratuitas sobre su incapacidad para la plena elección moral adulta que revelan una completa falta de sensibilidad y dedicación. Si hubiese prestado a la psicología femenina o a la fisiología de la mujer (en la que comete errores grotescos y fácilmente subsanables) sólo una parte de la atención que consagró a la vida de los moluscos, habría prestado un mejor servicio a su propio método.
            Una crítica semejante fue la expresada, G. E. R. Lloyd en un ya clásico estudio[8] en donde muestra hasta qué punto Aristóteles se hace eco de la ideología misógina predominante en su cultura y la apoya. Donde es más patente su insuficiencia es en el ámbito de la fisiología, en donde la corrección de los errores en que crasamente incurrió estuvo fácilmente a su alcance: pudo haber contado los dientes a algunas mujeres para ver si, de hecho, su número era menor; pudo haber comprobado también fácilmente su afirmación de que una mujer hace enrojecer el espejo en que se mira durante la menstruación, etc.
            Con este modo de pensar -sentenciará por su parte Wanda Tommasi- Aristóteles se coloca a la cabeza de una larga serie de pensadores misóginos, que en Occidente llega por lo menos hasta Freud, para los cuales la mujer no sería sino una deficiencia, un fallo parcial respecto al ideal más alto de humanidad, siempre varón[9].


                                                                                                                 Tomás Moreno




[1] Como ha recordado Rosalía Romero: Aristóteles explicaba y legitimaba el orden social jerárquico por analogía con el mundo natural. De este modo, la conducta de la mujer era ordenada y definida por analogía con las hembras animales En el modelo organicista aristotélico se asigna un lugar al colectivo femenino (el oikos) y se prescribe una política paternalista a causa de la presupuesta inferioridad de las mujeres y, como consecuencia de ésta, su mayor vulnerabilidad.
[2] Rosalía Romero, Historia de las filósofas, historia de su exclusión (Siglos XV-XX), en Alicia Puleo, “El reto de la igualdad de género. Nuevas perspectivas en Ética y Filosofía Política, Bilioteca Nueva, Madrid, 2008. Para un análisis del Estagirita desde la perspectiva de género y feminista puede verse: María Luisa Femenías, “Inferioridad y exclusión. Un modelo para desarma”, Buenos Aires, Nuevo hacer, 1997.
[3] Aristóteles, Etica a Nicómaco, Instituto de Estudios Políticos, en edición bilingüe en griego y español, Madrid, 1959), a cargo de M. Araujo y J. Marías. Sobre el androcentrismo del pensamiento político de Aristóteles y la posibilidad de una lectura no-androcéntrica del mismo vid. Amparo Moreno Sarda: “La otra ‘Política’ de Aristóteles”, Icaria, Barcelona, 1988.
[4] Cfr. Luce Irigaray, “Speculo. Espejo del otro sexo”, Saltés, Madrid, 1978.
[5]La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega”, Visor, trad. de Antonio Ballesteros, Madrid, 1995, pp. 459-461
[6] “Pero en honor de Aristóteles hay que hablar de su buena y noble relación con las mujeres. Se casó con Pitia y tuvo una hija con el mismo nombre. Pitia murió muy joven y al parecer causó un gran dolor en Aristóteles. Una romántica muestra de su amor se manifiesta claramente en su testamento, cuando ordena: “Que allí donde se construya mi sepulcro, queden depositados los restos de Pitia, después de haberlos recogido, tal y como ella ordenó”. Posteriormente vivió con Herpilis, de quien tuvo un hijo, Nicómaco. En su testamento también tiene amables palabras para ella: “Que también cuiden bien de Herpilis, quien fue tan amble conmigo.” Ordena asimismo que Herpilis escoja la casa en que quiere vivir y, por si desea volver a casarse, deja una importante cantidad como dote, además de advertir que el futuro marido sea un hombre tan noble como sí mismo”. Cfr. Manuel Güel y Josep Muñoz, “Solo sé que no sé nada”, Ariel, Barcelona, 1998, p. 74.
[7] Al quedar las mujeres confinadas en el hogar, no podían convertirse en “philoi” en su más elevado sentido; por tanto, el varón tenía que buscar a éstos entre los miembros de su propio sexo.
[8] “Science and Speculation”, Cambridge, 1983, pp. 128-164.
[9] Wanda Tommasi, “Filósofos y mujeres. La diferencia sexual en la Historia de la filosofía”, Narcea, Madrid, 2002, p.56.
Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, 2 Tomás Moreno, Ancile

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