Ofrecemos para la celebrada sección de Microensayos del blog Ancile, por el profesor y filósofo Tomás Moreno, el trabajo intitulado Las utopias Maquetas: Aislamiento y clausura, en su primera entrega. Tema de sugerente actualidad en una sociedad que exige cambios urgentes y sustanciales
LAS UTOPÍAS MAQUETAS: AISLAMIENTO Y CLAUSURA,
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO
Las
Utopías Maquetas: Aislamiento y Clausura (1)
I.
Rasgos y características de la utopía literaria
Pocos vocablos podemos encontrar en el vocabulario
político tan polisémicos como el de utopía.
Sus definiciones son múltiples, sus sentidos e intencionalidades heterogéneas,
sus contenidos plurales, sus concreciones y formas de expresión literaria
variadísimas, sus intentos de realización histórica muy diferentes. Tratar de
aislar un núcleo común en la gran variedad, diversidad y dispersión de
susmanifestaciones literarias, intelectuales, histórico-políticas y sociales
es tarea bien ardua y difícil[1].
Limitándonos
exclusivamente, por razones metodológicas, a sus manifestaciones variacionesliterarias -“utopías-maquetas”, las
hemos denominado[2]-, podríamos preguntarnos si
sería posible encontrar algún elemento unificador común a todas ellas e
integrador de su diversidad, que permanezca presente a lo largo de toda la
tradición utópica literaria occidental, desde la Inglaterra renacentista del
XVI hasta el siglo XX. En lo esencial pensamos que sí, más allá de sus
diferencias temáticas o de contenido y de sus posibles variaciones, debidas
fundamentalmente a rasgos epocales tomados de la sociedad de su tiempo o a la
idiosincrasia ideológica o personal de su autor.
Tomas Moro |
Existiría,
en consecuencia, un estilo, una forma y un contenido, una especie de modelo común que caracterizaría e
identificaría cualquier ficción literaria como utópica. Ese modelo utópico podremos encontrarlo
investigando en sus orígenes literarios que, según la mayoría de los expertos,
se remontan al relato Utopía de
Thomas More, que constituye propiamente su acta de nacimiento literario-formal,
y a las subsiguientes utopías renacentistas de Francis Bacon y Tommaso
Campanella que le siguieron. Algunos incluso retrasarían su origen y
antecedentes hasta el diseño platónico de la República[3]. En
efecto, tras el conocimiento "manuscrito" de su "República"
en la Italia del siglo XV (1437), su influencia o impronta en las obras más
clásicas del "género" -desde las "utopías del Renacimiento"
(More, Campanella, Bacon, Samuel Hartlib o Juan Valentin Andreae) hasta los
"proyectos socialistas utópicos" del XIX (Owen, Fourier, Cabet, Edward Bellamy o W. Morris)-
es manifiesta y suficientemente reconocida. No existe, en este sentido, ninguna
historia del pensamiento utópico que no la incluya como "iniciadora"
del género, antes aún de que existiese el vocablo "utopía" (acuñado
por primera vez por Thomas More en 1516)[4].
Estas fuentes clásicas y
renacentistas primigenias y sus respectivos modelos de ciudad van a troquelar,
sin duda, con rasgos y perfiles comunes e indelebles, como veremos, todo el
género literario utópico posterior desde las propias utopías renacentistas
hasta las socialistas del siglo XIX.
Todos
los tratadistas de la utopía vienen a coincidir -con una u otra terminología-
en una serie de rasgos esenciales característicos que, en su opinión, diseñan
la mayoría de los proyectos utópicos
literarios-fictivos (y que inspirarán o animarán determinados proyectos
político-sociales en el futuro). Lewis
Mumford[5] señala como rasgos
principales de las construcciones utópicas el aislamiento y la clausura de las mismas, así como una organización
institucional basada en la estratificación,
la fijación, la estandarización y la militarización
de la sociedad.
El sociólogo Ralph Dahrendorf[6] destaca como primera característica en todas las utopías su inmovilismo, la ausencia de cambio; las construcciones utópicas sólo se agarran a
un pasado muy ucrónicas, además de utópicas. En su
opinión, la segunda característica estructural sería la uniformidad o, mejor, la existencia de un consenso universal en
torno a los valores predominantes y a las instituciones establecidas; este
consenso puede ser espontáneo o impuesto por la fuerza e implica la ausencia de conflictos estructurales.
Los “outsiders” no pueden ser productos de la estructura social utópica, pues
se trata de casos de desviación, patológicos o afectados por alguna enfermedad
excepcional. El aislamiento también sería, según él, otra de sus
características esenciales.
M. Adriani[7]
estima como habitualmente recurrentes en las diversas figuras del utopismo
imaginario los siguientes: “el constante ‘carácter
abstracto’ de los diseños y proyectos utópicos; el “geometrismo” de las numerosas ciudades delineadas y descritas en
ellos; la tendencia a “nivelar” y
“planificar”; el “comunismo” de
la vida social, rigurosamente concebida como experiencia colectiva y
colectivista; y, en general, la preeminencia indiscutible de una “regla” de
uniformidad y de conformismo, impuesta siempre por la razón interna a la misma
“perfección” utópica”. Para Thomas
Molnar[8], por su parte, los rasgos más definitorios de la utopía serían: simetría, uniformidad, regimentación
y despotismo. Finalmente J. C. Davis concluye -a partir de su
análisis de los textos utópicos literarios ingleses (de 1516 a 1700)- que los
rasgos específicos y reiterativos en toda visión utópica se condensan en estos
tres: totalidad, orden y perfección.
Para
no prolongar indefinidamente referencias y caracterizaciones como éstas de los
distintos expertos en el tema -desde Ernst
Bloch a Arnold Neüssus, desde F. Laplantine a Frank
E. Manuel o desde Fred L. Polak
a Raymond Trusson- nuestro interés
en este trabajo se centrará fundamentalmente en tratar de descubrir la serie de
“rasgos constantes”[9] que caracterizan a la
mayoría de los escritos utópicos desde sus primeras manifestaciones literarias
-configurando así una especie de preceptiva
del género- y de analizarlos separadamente, de tal manera que su ordenada
exposición nos ayude a pergeñar el diseño común de todos ellos, de esa
especie de “utopía maqueta” que, en
mayor o menor medida, creemos subyace y se realiza en la mayor parte de ellos.
II.
Aislamiento y Clausura
El primer rasgo a destacar en la mayoría de ellas
es que se trata de ciudades herméticas,
cerradas a toda influencia exterior o extraña. Dada su necesidad de protegerse del mundo exterior la mayor parte de las
utopías literarias se caracterizan por estar cerradas en el espacio (aisladas por las aguas o cercadas por
muros) y en el tiempo (viven en un presente continuo, fixista, sin devenir ni
historia). La mayoría de las ciudades utópicas son, en efecto, “islas lejanas”, “montañas
inaccesibles”, “ciudades amuralladas”
o “valles distantes”[10]. Habitualmente ubicadas en
un espacio desconocido y alejado geográficamente del “topos real” desde el que
se las evoca, y situadas en un tiempo pasado reciente o en un presente actual
(no en un lejano pasado ideal como el caso del Mito de la Edad de Oro o de la Ciudad
Radiante clásica, ni tampoco en un futuro escatológico como en eMito milenarista del Reino) o, en su
forma de ucronía, en un tiempo futuro
inexistente todavía y sólo vislumbrado e imaginado.
l
La máxima preocupación de sus
gobernantes es la de mantenerlas incólumes e incontaminadas de toda influencia
ajena o exterior, inaccesibles a cualquier injerencia de sociedades foráneas.
Ya en la ciudad armoniosa Kalipolis
de Platón[11],
se llega a prohibir el comercio exterior
para evitar, precisamente, toda posible contaminación exterior, y los viajes al extranjero salvo por
razones de "espionaje" o militares. Los que autorizadamente visiten
otros países, cuando regresen deberán "asegurar a los jóvenes que las
instituciones de los otros Estados son inferiores a las del propio". Los
visitantes extranjeros estrictamente "vigilados"[12]. Esta es
la razón de que Platón recomiende en Leyes que la ubicación de las
ciudades se sitúe lejos del mar y en suelos no muy fértiles, ya que los Estado
marítimos y comerciales, como la Atenas de su tiempo, son más conflictivos y
desordenados; el cierre autárquico del universo utópico se manifiesta en su economía autosuficiente: su "Estado" deberá ser
agrícola y productor, no importador.
Entre
los que optan por el carácter insular de
su ciudad ideal, tenemos a Thomas More[13].
Amauroto (la capital de la utopía
moreana) era efectivamente en su origen una “península” pero su fundador Utopos
-“el tirano bueno” inventado por Thomas
More- decidió transformarla en “isla” para preservar su aislamiento e
incontaminación, cortando así los puentes con el exterior corrompido, a fin de que los ciudadanos no se viesen afectados
por su corruptora influencia.
Tommaso Campanella[14], el monje calabrés, sitúa también su "utopía" una isla
recién descubierta de nombre Taprobana,
en el equinocio, en la línea del ecuador, erróneamente ubicada por el autor en
las proximidades de Ceilán[15].
Si bien el monje describe la "Isla" como una "ciudad
abierta" al tráfico comercial internacional, al estilo de las ciudades
Indianas integradas en el vasto mecanisno económico, administrativo y comercial
de la Monarquía católica e imperial española[16] y, en
consecuencia, no “cerrada” como la de Moro, prescribe sin embargo que la Ciudad
del Sol se habrá de erigir al abrigo de un cerco o muralla, cuyas puertas
de bronce permanecerán siempre cerradas. Francis Bacon también localizará Bensalem[17] (la capital de su New Atlantis) en una isla económica y
militarmente autárquica.
Normalmente
hemos tenido noticia de ellas –de su existencia- por el testimonio de
“viajeros” o “navegantes” que fortuita o accidentalmente han arribado o topado
con ellas y a su regreso a la civilización nos dan cuenta de su descubrimiento:
idealizándolas como sociedades perfectas en claro contraste con el “topos
imperfecto” y “corrompido” desde el que se las evoca. Ese criterio de la
protección, que tiende a instaurar un universo absolutamente cerrado,
no existe sólo por lo demás la ciudad de Venecia -como nos ha recordado F. Laplantine- una de
las más suntuosas ciudades-utopía de la historia, así como la institución conventual, sociedad cerrada paradigmática,
habitualmente construida en un lugar –bosque, montaña, isla- que la separa
radicalmente del resto del mundo, del tiempo y de la historia. Todo ocurre,
así, como si esas microsociedades “ideales” funcionaran como verdaderos
“microcosmos” en cuyo seno los propios ciudadanos no experimentaran siquiera la
necesidad de salir. Sociedades, pues, que, debido a su carácter global y
totalizante, parecen recapitular el universo íntegro (Continuará).
Tomás Moreno
[1] Aunque efectivamente, a veces, esos límites
(literario-formales) se traspasen porque sus propuestas hayan trascendido en
determinados proyectos sociales o realizaciones históricas que las han
utilizado como paradigma o modelo a imitar. Es el caso, por ejemplo, de Utopía de Thomas More que sirvió de modelo para los hospitales-pueblo
que Vasco de Quiroga fundo en Santa Fe, o para las Reducciones jesuíticas del
Paraguay. O el de las Icarias decimonónicas
que trataron de hacer realidad la ficticia imaginada por Cabet y las Nuevas Armonías owenianas o los falansterios y otras comunidades
utópicas diseñados por Fourier y otros socialistas utópicos.
[2] Denominamos “maqueta” a un “proyecto o reproducción
exacta de algún objeto, arquitectura o realidad, en miniatura”. En el caso de
las utopías maquetas se reproduce en ellas el diseño imaginario de una ciudad
perfecta o soñada descrito en un libro o texto literario determinado.
[3] Aristóteles, en el libro 2º de su Política, incluyó la "República" platónica en el género
de las "Politeias Aristoi" ("Constituciones Perfectas" o
"Proyectos de Legislación de la Ciudad Ideal") junto con las de
Hipódamos de Mileto y Fáleas de Calcedonia (del siglo Vº a. de c., de
inspiración sofística y de carácter igualitarista). Ni el concepto ni la
palabra "utopía" existían, ni podían existir en aquella época: la
concepción degenerativa de la historia y cíclica del tiempo de la civilización
griega lo imposibilitaba. Además de un género literario, la utopía es una
categoría conceptual exclusivamente moderna, renacentista que recibe el aporte
de dos constelaciones míticas del
pasado: la judeocristiana con su
creencia paradisíaca y ultramundana del “Reino de Dios”, y la greco-helenística, con su “Mito de la
Ciudad Ideal”, de la “Ciudad Radiante” o de la “Edad Áurea” del Pasado. La
utopía, como el dios Jano, presenta así ya desde su nacimiento dos caras: una
que mira al futuro escatológico, otra que se orienta al pasado ancestral. Así,
pues, aunque la "República"
platónica no sea una utopía stricto sensu
sino que represente propiamente el Mito o Modelo primigenio de la Ciudad Ideal, históricamente ha sido
considerada, sin embargo, como el "arquetipo" de toda "utopía".
[4] Tanto las obras de Ernst Bloch (El principio Esperanza, tres tomos Aguilar, Madrid, 1977) o de Frank E. Manuel y Fritzie P. Manuel (El
pensamiento utópico en el mundo occidental tres tomos, Taurus, Madrid,
1984) como las de Raymond Trusson, (Historia de la literatura utópica. Viaje a
países inexistentes, Península, Barcelona, 1995) o Jean Servier (Historia de la Utopía, Monte Ávila editores, Venezuela, 1969), le
dedican la máxima atención como "modelo ejemplar" del género.
[5] Lewis Mumford , “La utopía. La ciudad y la
máquina” en Frank E. Manuel (comp.), “Utopías
y pensamiento utópico”. Espasa-Calpe, Madrid, 1982.
[6] Voz utopía en Diccionario de Sociología, dirigido por
Franco Demarchi y A. Ellena, Ed. Paulinas, Madrid, 1986.
[8] Thomas Molnar, “El Utopismo: herejía perenne”, Editorial Universitaria de Buenos
Aires, 1970.
[9] Véase Fernando Ainsa, “Necesidad de Utopía”, Buenos
Aires/Montevideo, Nordam/Tupac, 1990, donde se analizan en detalle muchas de
estas constantes.
[10] Islas
son las ciudades utópicas de More, Bacon,
Henri Neville (la isla de los Pinos) o la de Huxley. Valles, por ejemplo, el “Valle”, situado “más allá de la
cordillera” de “Erewhon”, de Butler, que la encierra como un muro.
[11] Platón, La República, ed. Bilingüe griego-castellano trad. José Manuel
Pabón y Manuel Fernández Galiano, cuatro tomos, Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 1969. Kalipolis es la Ciudad Bella, Bien ajustada o Armónica
de la Politeia platónica.
[12] Los utopistas recelan de todos los forasteros, pues
propagan ideas que pueden llegar a ser, a la larga, peligrosas. Son heréticos e
impuros. Conviene, pues, rechazarlos a las fronteras de la ciudad, o, caso
contrario, imponerles una estricta y extensa educación cívica.
[15] Tommaso Campanella
sitúa, pues, significativamente su utopía allí donde los españoles Bartolomé de
las Casas ("Historia de las Indias")
y el Padre José de Acosta ("Historia
natural y Moral de las Indias") situaban el mítico Paraíso terrenal
cristiano. La obra está escrita en forma dialogada, en italiano. El
protagonista es también un navegante/marino genovés (que había sido piloto con
Colón), quien responde con cierto desorden a las preguntas que su interlocutor
le formula acerca de un País/Pueblo que ha conocido en su reciente navegación.
Ese interlocutor es un "anónimo huesped", que ostenta el título de
Gran Maestre de los caballeros Hospitalarios (orden religioso-militar).
Muy interesante esta disquisición enriquecida con citas y con la sabiduría del autor. Muchas gracias. Un abrazo.
ResponderEliminar