Para la sección de De juicios, paradojas y apotegmas, esta primera entrada (en dos post), Sueños de la materia y realidades del espíritu, debatiendo brevemente sobre cuestiones muy apropósito en los tiempos que arrastran muy confusamente a propios y extraños en una sociedad cada vez más enajenada y más lejos de su entidad individual.
SUEÑOS DE LA MATERIA
Y
MATERIALIDADES DEL ESPÍRITU
MATERIALIDADES DEL ESPÍRITU
I
A
nadie verdaderamente atento a las lides (cada vez más insólitas y por
disminuidas, extravagantes) en las que se debate lo más granado, profundo y, por
desgracia, cada vez más escaso[1] del
pensamiento humano, se les escapa la dificultad para comunicar las inquietudes
del hombre ¿espiritual? en una sociedad marcadamente materialista. Sí, y es que
el espíritu hoy está ineluctablemente relegado en pos de las ilusiones de facticidad de la materia. Sin embargo, a
mi modesto entender, es en la actualidad
cuando más apremiado está el individuo de inquirir en cuestiones en las
que el discurso materialista ha sido incapaz de ofrecer satisfactorias
respuestas y, sobre todo, ante el hecho de unas sociedades cada vez más
adocenadas y más permeables a la enajenada inundación consumista que, al fin,
confunde al individuo, cuya personalidad se estructura en el tener y no tanto en el ser.
Podemos constatar esto en el
producto artístico (producto ahora más que nunca, si este es entendido como
artificio para la asistencia del sostenimiento de una sociedad del consumo cada
vez más ahíta por saturada), que se ofrece para el sostenimiento del mercado
más que para la satisfacción de las necesidades más selectas por elevadas del
espíritu humano, y que no pueden ser negadas –anuladas- bajo ningún concepto,
so pena de que acabemos definitivamente con el individuo como
receptor único de
todo aquello que por hermoso, eminente, sublime, propicia la evolución y el crecimiento
de la persona individual frente a los peligros de la trivialidad que persigue
el mercado, si lo que persigue es el atolondramiento y enajenación del
individuo que, finalmente, se verá imposibilitado para hacer uso de su libertad
de entendimiento y decisión personal.
Puede verse esto de manera
cristalina en el debate –acaso interminable- sobre la creación y su impulso
generativo y regenerativo (artístico o no) en el individuo y su inevitable
repercusión en la sociedad. El hecho de la creación necesita del aliento, del
espíritu (consciente o inconsciente)de la renovación y del cambio, posibilitado
en la necesidad de trascender lo conocido para hacer realidad lo nuevo. Lo
nuevo, a su vez, necesita de la ruptura, en este caso de lo manido, aunque este
cambio se sustente precisamente en el hartazgo de aquello conocido. El
materialismo se ha asentado como el discurso impecable en virtud de su asiento
en la indiscutible realidad (cosa en verdad paradójica, cuando la estructura de
la materia hoy en día se mantiene en continua revisión y cambio, véase las
permanentes trabas e inconvenientes hacia la teoría estándar y la hipótesis
cuántica, donde la conciencia tiene una capital importancia en el propio
comportamiento de lo más ínfimo e íntimo de la materia) en la que, por obra
gracia del dogma positivista, no admite discusión alguna.
La verdadera creación –poiesis- necesita de la superación y el
abandono de lo conocido para alcanzar lo nuevo, insistimos, que, en definitiva
no es sino la búsqueda en la consecución de la belleza, de la verdad, cuestión
que pone sobre la mesa de debate si no es en verdad artificial el
enfrentamiento del necesario conocimiento científico –materialista- y el
impulso para la necesaria superación de ese conocimiento en pos del estímulo y
salto creativo–trascendente- que no tiene por qué estar atado a la convención
de lo materialmente aceptado. Quizá sea la idea (¿mística?) del retorno al principio la que mejor
evalúe el origen y proceso del imprescindible impulso creativo como vía de
cambio y mejoramiento del individuo, que es lo mismo que decir la del progreso
mundo.
Francisco
Acuyo
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