Entregamos en esta ocasión la cuarta parte de Utopías Maquetas, del profesor y filósofo Tomás Moreno, para la sección de Microensayo del blog Ancile, bajo el título de Férrea normatividad y uniformidad social.
UTOPÍAS MAQUETAS.
FÉRREA NORMATIVIDAD Y UNIFORMIDAD SOCIAL
R. Ruyer ha destacado el carácter normativista de toda utopía que conlleva habitualmente un afán de
imponer en todas las instituciones sociales la mayor uniformidad y homogeneidad posibles,
impidiendo así el despegue de la individualidad, la creatividad, la espontaneidad y la autonomía humanas. La
utopía es por ello mismo, en expresión de F.
Laplantine, el frenesí de la organización y de la planificación. Todo en utopía se debe planificar y ordenar por
parte del Estado hasta en sus menores detalles y con absoluta precisión. Sus funcionarios
expertos proyectarán cuidadosamente todos los aspectos de la vida social y de
la vida del ciudadano (súbdito, más
bien) -desde el plano de la ciudad hasta la forma de los sombreros o el color de los vestidos y ropajes, desde el
rígido horario de trabajo hasta el menú de cada día de la semana- a fin de
prevenir toda irrupción del capricho, de la fantasía humana y de la
individualidad, consideradas siempre desastrosas.
El objetivo último de los utopistas, como ha
señalado Miguel Ángel Ramiro Avilés,
“es controlar todos los comportamientos, lo cual se alcanza mediante la
aplicación estricta de las leyes ya sea fruto de la adhesión o de la ejecución
forzosa”[1].
Y en el caso de que algún comportamiento haya sido omitido por las normas y
esté exento de regulación, la sociedad de Utopía actúa, según Lyman Sargent, conforme a una regla
general: “si el Derecho no dice expresamente que se puede
hacer algo, no puedes
hacerlo”. Se impone, así, una norma general de clausura que evita cualquier
tipo de laguna jurídica prohibiendo aquellos actos que expresamente no están
permitidos ni prohibidos[2].
El ideal que el legislador y
diseñador utopista procura realizar es algo que, en última instancia, es sobremanera
angustiante y deshumanizador: un estado totalmente planificado y uniforme en el
que los hombres no tengan identidad propia, carezcan de deseos y aspiraciones
individuales o personales y todo el mundo deba actuar de la misma manera. Según
R. Ruyer el utopista propugna la
uniformidad -que parece dar sensación de seguridad, reducir las diferencias
individuales y promover la sociabilidad, la abnegación, el altruismo- y rechaza lo heterogéneo, la diversidad, la
pluralidad; Detesta, de esta manera, todo aquello que es único y original, lo
que diferencia y personaliza. Desde La
República de Platón, pasando por
La Ciudad del sol de Campanella, la Utopía de More o el Viaje a Icaria la de Etienne Cabet, en toda utopía se procede a una verdadera nivelación de los individuos,
convertidos en simples piezas anónimas e intercambiables de una máquina
escrupulosamente aceitada.
Según F. Laplantine la necesidad de mantener las sociedades utópicas
fijas e inmodificables, determina tanto el estancamiento de sus instituciones y
de sus relaciones sociales, como la uniformidad
geométrica de su organización social, lograda siempre a decreto limpio. La pasión por la regularidad exagerada se convierte en una
auténtica perversión de ese bienhechor apetito de orden, que está en la base de
todo ideal político y que, asociado con la pasión del poder, puede
transformarse en fuente de tiranía,
regimentación y autoritarismo. Si
tratamos de comprobarlo, acudiendo a algunas de sus obras más representativas
-sobre todo nos hemos centrado en este ensayo principalmente República platónica, en
las cuatro más características del Renacimiento: las de More, Bacon, Campanella
y Andreae[3]
y en las relacionadas con el socialismo utópico del siglo XIX- veremos
confirmada con creces la vigencia en la mayoría de ellas de todas estas características.
además de en la
arquetípica
En efecto, en República (y en Las Leyes) de Platón todo está
regulado: la vida cotidiana estrictamente reglamentada en lo referente a
fiestas, creencias, costumbres, tradiciones, hasta incluso los propios juegos
infantiles y sus canciones o músicas. Se prohíbe en ella todo cambio o
innovación con el fin de evitar la diversidad (poikilia). La libre iniciativa individual, la diversidad y
pluralidad, así como la propia autonomía están terminantemente prohibidas;
constituyen factores distorsionantes, disolventes de su perfecta uniformidad,
de su orden armónico. Por eso nuestro filósofo legislador escribe al respecto:
De todos los principios el más
importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, ha de carecer de un jefe.
Tampoco debe acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su
propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en
la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe,
siguiéndole fielmente y aún en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo
su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse o comer sólo si
se le ha ordenado hacerlo […], en una palabra, deberá enseñarle a su alma, por
medio del hábito largamente practicado a no soñar nunca con actuar con
independencia y a tornarse totalmente incapaz de ello. En esa forma la vida de
todos transcurrirá en una comunidad total. No hay, ni habrá nunca, ley superior
a ésta o mejor y más eficaz para asegurar la salvación y la victoria en la
guerra y en tiempos de paz, y a partir de la más temprana infancia, deberá
estimularse ese hábito de gobernar y ser gobernado. De este modo, deberá
borrarse de la vida de todos los hombres, y aún de las bestias que se hallan
sujetas a su servicio, hasta el último vestigio de anarquía (Las Leyes, 942ª y sig.)[4].
En La
ciudad del Sol de Campanella el Estado regula todo, incluso las esferas más
personales como veremos, desde la educación, el vestido, la comida, los viajes,
el matrimonio y, por supuesto, la procreación y la sexualidad y cualesquiera
otras actividades:
Al fin de cada semestre los Maestros
eligen las personas que deben dormir en uno u otro lugar, quiénes en la primera
habitación, quiénes en la segunda […]. Cada función está presidida por un viejo
de edad provecta y además por una anciana, quienes de común acuerdo dan órdenes
a los servidores y están autorizados para golpear –o mandar golpear- a los
negligentes y díscolos. Ambos vigilan y toman nota de la clase de servicio en
que más se distingue cada niño o niña”.
Se trata
con ello de lograr la uniformidad despersonalizadora incluso por vías genético-astrológicas:
Como
la mayoría de los muchachos son concebidos bajo el signo de una misma
constelación, a la que los supervisores del ayuntamiento carnal consideran lo
más favorable, resultan de una misma
edad y se parecen uno al otro en fuerza, modales y aspecto externo. Esto
genera una concordia perdurable dentro del estado, pues se tratan entre sí
cariñosa y fraternalmente.
Así, también en la
utopía de Gerrard Winstanley “habrá
normas para cada acción que un hombre pueda hacer”[5].
La uniformidad de los individuos se
refleja, lógicamente, en sus vestidos: la preferencia de los utopistas se
inclina desde luego por los uniformes:
en la república sansimoniana de Pierre Enfantin
donde sus apóstoles llevaban
barba y un singular atuendo: pantalón blanco, túnica azul-violeta y chaleco
rojo abotonado a la espalda), blancos
en la ciudad solar de Campanella, ya
que en ambos casos significan pureza y se los puede oponer al rojo, que es el
color predilecto de los movimientos milenaristas y revolucionarios.
En la novela utópica de Etienne
Cabet, después que su cicerone icariense le ha descrito la
regimentación total de los
habitantes de Icaria desde que se despiertan por la mañana hasta que llega la
hora de recogerse, el visitante le interroga acerca de si una ordenación así no
les parece tiránica. Explica entonces el guía, con fluidez, como si fuese la
cosa más natural del mundo, que una ley así sería intolerable si la hubiese
promulgado un tirano, pero no tanto cuando es adoptada por el pueblo [6].
Lo que no dice el guía es que no es el
pueblo quien realmente la promulga y adopta libremente sino que lo hace, en
todo caso, adoctrinado por la propaganda y forzado por la coerción. La
Constitución, por ejemplo, fija de una vez por todas la moda: los uniformes se
confeccionarán con tejidos elásticos, a fin de poder adaptarlos indistintamente
a los hombres y las mujeres, a los bajos y los altos, a los delgados y los
gordos. Los habitantes de utopía devienen así “seres uniformes con idénticos deseos y
reacciones, privados de emociones y pasiones”[7].
Como ha enfatizado Juan Antonio Rivera en un lúcido ensayo[8],
esa pretensión obsesiva por la supresión de la individualidad y por imponer la
uniformidad y la homogeneidad de todos sus integrantes, hace de la sociedad
utópica una especie de Superorganismo
colectivo:
Tu
utopía, Platón, se parece más que nada a un hormiguero o a una colmena, cuya
forma de vida refleja un colectivismo o socialismo perfecto: la vida individual
no cuenta fuera de ese ‘superorganismo colectivo’ en el que debe transcurrir su
existencia[9].
Sugiere así el potencial insectista que implica el modelo
utópico, aun cuando Arnold Toynbee
haya ido más lejos que las simples insinuaciones antropomórficas. En su Estudio de la historia [10]
trata de comparar ingeniosamente la estructura social de las sociedades humanas
imaginarias llamadas utopías, no sólo con la de los insectos sociales, sino
también con las República de Platón, de Un Mundo feliz
de Huxley y de las diversas
fantasías de H. G. Wells Se diría
que al atravesar los umbrales de la ciudad utópica penetramos en una colmena o en un hormiguero.
Se
propugna en ellas, en consecuencia, la primacía de lo público-colectivo sobre
lo privado-individual (tanto en lo referente a la propiedad y la educación como
a la familia y la sexualidad, como examinaremos más adelante). Se trata de
sociedades configuradas como contrapunto exacto de lo que estaba ocurriendo en
la Europa del XVI en el momento de su invención literaria-formal, donde el
individualismo capitalista, la libre iniciativa y la libre empresa estaban
destruyendo formas de vida seculares, tradicionales, aceptadas hasta ese
momento y generando nuevas formas de vida y de organización socioeconómica de
carácter capitalista, propias de un nuevo modo de producción social emergente:
individualista, competitivo y antiigualitarista. (Continuará)
Tomás Moreno
[1]Miguel Ángel Ramiro Avilés, “La utopía de
derecho”, Anuario de Filosofía del Derecho, 19, 2002, pp. 453-454. Véanse también de este gran especialista
español en el tema: Utopía y Derecho. El
sistema jurídico en las sociedades ideales, Marcial Pons, Madrid, 2002;
“Ideología y Utopía: Una aproximación a la conexión entre las ideologías
políticas y los modelos de sociedad ideal”, Revista
de Estudios Políticos (nueva época), Nº 128, Madrid, abril-junio (205), pp.
87-128; “La función y la actualidad del
pensamiento utópico (respuesta a Cristina Monereo)”, Anuario de Filosofía del
Derecho, 21, 2004, pp. 439-461. La hiperregulación, nos informa Ramiro Avilés, no era considerada extraña en los
siglos XVI-XVII porque el moderno Estado tenía que incrementar su presencia en
la sociedad con nuevas instituciones y nuevas áreas de control.
[3] Sobre las utopías del Renacimiento véase
Eugenio Imaz (comp. e introducción)
Utopías del Renacimiento, México-Buenos Aires, 1966;María Luisa Berneri, A través de las utopías, Proyección,
Buenos Aires, 1970; M. Eliav-Feldon, Realistic Utopias. The ideal imaginary societies of the Renaissance
1516-1630, Clarendon Press, Oxford, 1982; J. C. Davis, Utopía y la Sociedad Ideal. Estudio de la literatura
utópica inglesa, 1516-1700,trad.
Juan José Utrilla, FCE, México, 1985; F. Patrizzi Da Cherso, “La ciudad feliz”
en Las ciudades ideales del siglo XVI,
ed. y trad. E. Moreno, Sendai, Barcelona, pp. 64-83; Raymond Trousson, Historia de la literatura utópica, Viajes a
países inexistentes, trad. C. Manzano, Península, 1995; Armand Mattelart, Historia de la utopía planetaria, trad.
Gilles Multigner, Paidós, Barelona, 2000
[4] Este texto platónico es citado por Karl
Popper en el pórtico de su Parte I y en el capítulo VI de su obra La sociedad abierta y sus enemigos, op.
cit., p. 109.
[5] G. Winstanley, “The Law of Fredom in a Platform”, The Works of Gerrard Winstanley, ed. G. H. Sabine, New York, 1965, pp. 512- 528(Citado en Miguel Ángel Ramiro
Avilés, “La utopía de Derecho”, op. cit.).
[6] E. Cabet, Voyage en Icarie, París, 1840. Cf. Thomas Molnar, El utopismo. Herejía perenne, op. cit., p. 206.
Muchas gracias la profesor y a ti, amigo, por traerlo a estas páginas enriquecedoras. Siempre ha existido quien nos quiere moldear a su antojoa su utópica sensación de Dios. Uno a veces se deja llevar un poco, diría que peligrosamente dejando de ser uno mismo. La diversidad es la vida. Un abrazo y felices navidades.
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