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domingo, 10 de mayo de 2015

DE LA RESILIENCIA, O "EL QUE NO SE CONSUELA ES PORQUE NO QUIERE". ANSIEDAD Y ANGUSTIA

En varias entregas ofrecemos para la sección de "De juicios, paradojas y apotegmas" del blog Ancile, el trabajo que lleva por título, De la resiliencia, o el que no se consuela es porque no quiere, ansiedad y angustia.



De la resiliencia, o el que no se consuela es porque no quiere, Francisco Acuyo





DE LA RESILIENCIA,

O EL QUE NO SE CONSUELA ES PORQUE NO QUIERE

ANSIEDAD Y ANGUSTIA









ENTRE las muy usadas –hasta la extenuación lingüística- y harto gastadas, e incluso raídas y ajadas (y, no obstante, muy singulares) terminologías de la psicología (y psiquiatría) moderna(s), sin duda cabe señalar especialmente el vocablo traído y adaptado para la ocasión como tecnicismo (o jerga) cual es el de resiliencia: (re) intensidad o reiteración que, en conjunto indica cualidad (ia) del que vuelve, como agente (nt) a saltar o salir –re- (salire) y quedar como estaba, a güisa de elástico que una vez estirado regresa como si tal cosa a su condición inicial. Lo más curioso es que este término obtiene su primera acepción original derivada de las ciencias ecológicas, allá por 1973, como la capacidad de recuperación y o regeneración de un ecosistema después de haber sido perturbado[1].
            La adaptación de este término al ámbito de las ciencias de la psicología y la medicina (psiquiatría) ha tenido un éxito incuestionable, barajándose definiciones en este dominio disciplinar extraordinariamente numerosas que datan, muy generalmente desde los años noventa hasta la fecha,[2] para denominar la capacidad para sobreponerse (entereza) de la persona frente a potenciales o efectivas adversidades. Esta actitud (¿o aptitud?) o competencia o disposición o suficiencia del sujeto para sobreponerse a momentos de infortunio, calamidad o contratiempos se ha impuesto como clave más que definitoria (lingüística) de significación (de signo), para ofrecerse con un carácter simbólico en muchos casos (casi mítico) que puede inferirse de su uso y descripción por parte de no pocos profesionales de la terapia (psicoterapia), y recogido, con mistificación unas veces, con resignación en otras por el propio paciente, para ser repetido como un mantra reconfortante para sus penurias emocionales, existenciales o sus afecciones neuroquímicas, según sea la vertiente mediante la que se
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accede a su problemática: conductivo cognitiva, psicofarmacológica o bioquímica, humanista, de orientación sistémica…

            No es nuestra intención emitir juicios en relación a ningún tipo de afrontación o afrontamiento terapéutico en relación a los diferentes tipos de perturbaciones para los que se crearon en su momento, tampoco pretendemos elaborar elementos de discusión lingüística entorno al uso (y abuso) de determinados términos, sí como admonición para incautos navegantes que rápidamente pueden quedar fascinados por su insistencia y repetición, como si con su reiteración  se obtuviesen los misteriosos efluvios de la magia empática o parasimpática que todo lo afecta y contagia prodigiosamente. De hecho, no deja de resultar curioso que vocablos como ansiedad, véase que su derivación latina anxietas, anxietatis, proviene del adjetivo latino anxius (angustia) y que tiene una fuerte relación con el verbo angere (estrechar u oprimir), y que parecen de ordinario tan viejos como el mundo en la actualidad, cuando su empleo en los dominios a los que venimos refiriendo son de muy reciente cuño (y que no solo la psiquiatría y la psicología han tenido que ver con su uso reiterado, sobre todo la industria farmacéutica, lo veremos más adelante).

            Acaso pocos han querido reparar en la naturaleza no solo terminológica de estos vocablos, también en su origen y derivación filosófico-ideológica de los mismos. El padre del psicoanálisis (Freud) maneja el concepto de angustia (alma mater de la expresión ansiedad en términos bastantes enigmáticos (un enigma cuya solución arroja una intensa luz sobre nuestra vida mental).[3]

            El término angustia (angustus, estrecho, angosto) que, singularmente, se emparenta en ocasiones a situaciones de estrés (del inglés stress y este del latín (strictus, participio de stringere, atar, ceñir con fuerza –de astringir-), adquiere una especial y profunda significación en los existencialismos filosóficos (ningún gran inquisidor tienen preparadas torturas tan terribles como la angustia),[4] y que por una evolución (interesada) de su uso parece haber sido desplazada por el término de ansiedad. No vamos a entrar en un debate sobre la idoneidad lingüística, pero si es conveniente conocer la procedencia de unos y otros vocablos, sobre todo por la incidencia en la realidad psicológica y social que cabe deducirse de ellos.

            Veremos desfilar los conceptos de ansiedad,  angustia, temor ( miedo), depresión… a la hora de buscar remedios terapéuticos divididos entre la óptica conductivo cognitiva y afines y la visión psicofarmacológica, al pairo en realidad de una vieja controversia que no acaba en la actualidad por dilucidarse de manera definitiva: el dualismo racionalismo antropológico que distingue la mente y el cuerpo. La res extensa y la res cogitans cartesiana, no parecen, a día de hoy, claramente superadas; el
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sujeto y el objeto son ámbitos rigurosamente diferenciados, cuestión que habrá de afectar a la metodología concepción, descripción y taxonomía de los problemas como la angustia, la ansiedad, el miedo, la depresión… Así, desde una óptica filosófico antropológica la ansiedad es cosa que deviene como un mero problema mental de índole lógica o racional, en tanto que  la ansiedad deviene de un pensamiento o cognición defectuoso, Epicteto (y Platón) ya lo advertía cuando relataba que no era el temor a la cosa en sí (objeto) lo que perturba, sino la aprehensión subjetiva (mental) que se tiene de aquél. Por el contrario,  para Hipócrates (y Aristóteles) la causa de la perturbación ansiosa o de angustia era estrictamente biológica, como vemos la controversia de la dualidad mente-cuerpo no es nueva en modo alguna, pudiendo añadir las presiones psicosociales y culturales de la modernidad. 

En cualquier caso conviene recordar que el sufrimiento en la vida de cada cual es una realidad ineludible que no, en las sociedades del bienestar se está dispuesto a reconocer, así lo demuestra la creciente industria farmacológica para el tratamiento de los supuestos trastornos de ansiedad y angustia que, en o pocos casos no hacen sino formar parte del devenir natural de nuestra existencia, así como los más diversos tratamientos o terapias psicológicas que, diríase quieren erradicar cual asomo de aquel inevitable sufrimiento existencial y, he aquí que, alcanzar el mundo mágico de la nunca suficientemente ponderada resiliencia, siempre aludida y conexa a esta o aquella terapia, puede no ser más que un intento, por cierto, no menos artificial que el psicofarmacológico para evitar lo inevitable cual es el experimento vital de la angustia (o la ansiedad) en el tránsito existencial, en virtud de los cual es innegable el crecimiento interior de la persona que no precisa, por otra parte, de ninguna acepción forzada por los artificios y los simulacros de lo más miserable de la ciencia, cuales son los intereses económicos, políticos e ideológicos que, por desgracia, muchas veces la informan y conforman tan nefandamente.

            Acaso tampoco se quiere caer en la cuenta de que muchas maneras de sufrimiento del individuo suponen una deuda con la libertad y con el compromiso con los otros, pero de este asunto hablaremos en la continuación de estas siempre humildísimas reflexiones al respecto.



Francisco Acuyo






[1] Parece que fue el ecólogo y entomólogo forestal Crawford Stanley Holling, véase Resilience and stability of ecological systems. Annual Review of Ecology and Systematics.
[2] He aquí algunas definiciones: La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto de procesos sociales e intra-psíquicos que posibilitan tener una vida «sana» en un medio insano. Estos procesos se realizan a través del tiempo, dando afortunadas combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente social y cultural, Rutter (1992); Habilidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva, ICCB, Institute on Child Resilience and Family (1994); Capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas e inclusive, ser transformados por ellas, Grotberg (1995); La resiliencia es un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en contextos de gran adversidad, Luthar (2000); La resiliencia es un proceso dinámico, constructivo, de origen interactivo, sociocultural que conduce a la optimización de los recursos humanos y permite sobreponerse a las situaciones adversas. Se manifiesta en distintos niveles del desarrollo, biológico, neurofisiológico y endocrino en respuesta a los estímulos ambientales; Kotliarenco, María Angélica y Cáceres, Irma (2011).
[3] Freud, S.: Conferencia de introducción al psicoanálisis, Obras completas, RBA, Vol.1, Barcelona, 2006.

[4] Kierkegaard, S.: El concepto de la angustia, Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1967.





De la resiliencia, o el que no se consuela es porque no quiere, Francisco Acuyo

1 comentario:

  1. Salgo asombrado de este trabajo, amigo. Además del enjundioso tratamiento del lenguaje, está el conocimiento del asunto en cuestión, al menos de lo que se sabe sobre él, ya que en esta materia lo desconocido emula con el iceberg.Mi profesión, cuando ejercía, tuvo que ver con los trastornos síquicos, existenciales, etc. La mente es uan caja de Pandora, mantener a raya los demonios no cosa fácil, sobre todo para la persona misma. El subconciente está ahí, con un bagage que viene quién sabe de si muchas vidas...en fin, ni menciono la farmacopea, pues no hay tiempo para la relación médico-paciente, la pastillita se encarga de todo, con sus secuelas...Un abrazo, amigo y gracias.

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