Ofrecemos la segunda entrada de De la resiliencia, o el que no se consuela es porque no quiere, para la sección de De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, esta vez bajo el título de Libertad, compromiso y angustia.
LIBERTAD,
COMPROMISO Y ANGUSTIA
NO parecería
ningún disparate discurrir cierta argumentación sobre la temática de la
angustia para alcanzar la conclusión sensata de que esta (y la ansiedad) deviene(n)
en muchas ocasiones del mismo hecho existencial, más bien al contrario, parece
del todo muy razonable al albur de una observación atenta a nuestra naturaleza
que, en modo alguno, puede ni debe estar ajena al trasegado devenir de nuestra
existencia (personal y consecuentemente social). En cualquier caso también puede
estimarse que el hecho –a nuestro juicio- del dolor y el sufrimiento[1]
(manifiesto en angustia, ansiedad, depresión…) en el mundo (¿moderno?) no se
quiere aceptar, evitándolo a cualquier precio (con medicación, con terapias,
con alcohol, con consumo…) sobre todo en una sociedad cuya primordial exigencia
es ser feliz a cualquier coste (y aunque esta felicidad sea falsa o impostada
como en tantas y tantas ocasiones somos inopinados testigos). La búsqueda de la
felicidad va muy unida en la sociedad (¿actual?) a la obtención del placer,
teniendo como algo profundamente anómalo (investido del rasgo de enfermedad)
cualquier atisbo o manifestación o sintomatología que pueda ponerlo en
cuestión, como es el caso de la angustia, que debe ser erradicada de nuestras vidas,
sin calcular las potenciales y muy negativas consecuencias de ello.
Así pues, la
angustia, la ansiedad, el miedo… es necesariamente un estigma que se grabará a
hierro y fuego (como decimos, incluso como enfermedad mental) y que llega a
estimarse, además, como una flagrante muestra de debilidad del individuo en el
entorno convencional de la sociedad (¿del progreso?). Se diría que existen sólo
dos maneras de evaluar esta supuesta problemática, y siempre a la luz del
dualismo antropológico anteriormente enunciado; por una lado: proviene del mal
funcionamiento de la incuestionable realidad de nuestros cuerpos, que se
encuentran totalmente diferenciados de nuestras mentes (anomalías
neuroquímicas, genéticas…); por otro, al que se llega a
través de la
contemplación inevitable de nuestro deterioro y extinción, lo cual ha de
producir en nuestro espíritu (mente), diferenciado de nuestro cuerpo, la
inevitable angustia y ansiedad, que ha de manifestarse, ineludiblemente, de
manera psicológica.
En esta lucha sin cuartel contra la angustia (y –o- la ansiedad) nos
olvidamos de que estas inquietudes son las que acaso nos hacen más humanos (y
las que, como adelantábamos líneas atrás, posibilitan la capacidad de
superarnos y evolucionar hacia un estado de conciencia superior), además de que,
en muchos momentos, nos hablan de que algo dentro (y puede que también fuera de
nosotros mismos) no funciona como debiera, siendo esta la primera fase para una
solución a esa anomalía correcta y duradera. El supuesto exterminio de estas
respuestas naturales del espíritu (mediante la medicación o las terapias
conductuales cognitivas o de cualquiera otra especie que no evalúe el factor
natural de las mismas –no incapacitante-) puede que esté poniendo en peligro la
capacidad para evolucionar, crecer e incluso ser creativos ante las
adversidades, que sin duda llegan y llegarán a nuestras vidas de muy diferentes
maneras.
Los
existencialismos del siglo XX (hablábamos del insigne antecedente de esta
corriente, Soren Kierkegaard, al que deben unírsele con posterioridad Jaspers,
Sartre, Camus, Heidegger…),[2]
y que ya centraban como fuente primordial de sus inquietudes filosóficas
existenciales, en la angustia, la libertad, el compromiso… y observaban como
consecuencia normal de la libre elección en nuestras complejas vidas, un grado
de angustia inevitable que había de caracterizar singularmente al hombre (no
solo moderno). Sería interesante cotejar
información sobre cuáles, no solo de los pacientes aquejados de estas supuestas
dolencias ansioso depresivas, también terapeutas (psicólogos, médicos
psiquiatras…), estarían dispuestos a llevar a cabo un análisis etiológico
(diagnóstico) y un tratamiento adecuado en virtud de las propuestas de
reconocimiento de la angustia como algo ínsito en el devenir existencial de los
seres humanos.
Hoy, quizá como
nunca anteriormente, la controversia en relación al origen diagnóstico,
tratamiento y supuesta curación de la angustia –o la ansiedad-) ha existido
un debate tan intenso y controvertido, aunque fundamentado sobre una vieja
porfía filosófico-científica como es de la tan llevada y traída dualidad mente
y cuerpo, a saber, en las dos corrientes más extremadas en la actualidad: la
visión mecánico biológica que dice que el origen de cualquier anomalía mental
es de origen material (biológico), intentando bajo esta apreciación superar epistemológicamente
el dualismo mente cuerpo, en tanto que todo el origen y solución está en la
materia -biológica-, acaso sin darse
cuenta que en cuanto que hay un reconocimiento de la perturbación mental están
alimentado el dualismo que quieren superar; por otro lado la vertiente
conductivo cognitiva, que pone énfasis
en la conducta y los procesos de conocimiento y reconocimiento anómalos de lo
que rodea, siente y padece la persona ansiosa como origen de su mal y de los
cambios somáticos (corporales) que pueda producirse en ella, quedando en el
aire también de manera evidente una solución al mencionado dualismo.
Más adelante
haremos una aproximación más minuciosa del asunto del dualismo entorno al
fenómeno de la angustia (ansiedad), pero, en este punto de nuestra reflexión
nos parece que acaso se olvida otro factor, a nuestro juicio esencial, cual es
el cultural (sociológico, ideológico y político) –que nos parece incidir en
esta problemática especialmente, y que ha alcanzado hasta la misma terminología
(como venimos advirtiendo, son términos de cuño reciente, y nos referimos tanto
al de
la ansiedad, como a su correlativo enunciado con el término archiconocido
de depresión). Esto nos evoca, entre otras muchas ideas y fundamentos, las
nociones foucaultianas de la multiplicidad de poderes que influyen en la
sociedad en la, desde luego, incluía el propio psicoanálisis. Mas si hemos
traído a colación a Foucault, no estaría mal plantearse hasta qué punto no
estaría mal sugerir al menos, si el fenómeno moderno de la ansiedad no responde,
en muchos aspectos, a su Historia de la
locura[3],
si es que esta, la locura (refleja acaso también en la ansiedad) es una
experiencia límite en estrecha vinculación con lo irracional, y planteada como
si el diálogo entre la locura (la ansiedad, la angustia…) y la razón no fuese
posible.
Filosofía y
ciencia (médica y biológica) no siempre se muestran en dócil convivencia, más
bien al contrario, hoy lo sabemos muy claramente. Pero esto tampoco es nuevo.
Aristóteles ya advertía con meridiana claridad que todos y cada uno de los
fenómenos del espíritu obedecen estrictamente a sus componentes moleculares. En
términos muy similares se expresaba Hipócrates.
Que la industria psicofarmacológica
tenga intereses en alentar la visión materialista (o fisiológica) del supuesto
problema de la angustia o ansiedad, no es algo que deba extrañarnos por obvias
razones económicas, aunque eso suponga ignorar el hecho ontológico del
sufrimiento en el devenir existencial del ser humano, y esto también es así aún
en una estricta óptica psicológica, en tanto que aquellos (la angustia, la
ansiedad, la depresión…) en muchos casos se entienden como un modo de protección
de nuestra mente para su propia autodefensa, no llegando a entender que el
dolor manifiesto en la angustia -o la ansiedad- no solo son inevitables, sino
aún necesarios para mantener un grado de alerta o vigilancia, con el fin de caer
en la cuenta de nuestras frágiles
esperanzas y casi siempre breves alegrías,[4]
mas también para la liberación de nuestros condicionamientos existenciales, necesaria
entre otras muchas cosas, para hacer transparente el fenómeno de la verdad en la belleza[5],
así como la necesidad de trascendernos, si queremos realmente, no solo evolucionar, sino cambiar
rigurosamente, por el bien nuestro –individual- y sobre todo por el de la
humanidad misma, que en verdad no puede separarse de cada uno de aquellos que, al fin y a la postre, la conforman.
Francisco Acuyo
[1] El concepto de
sufrimiento, tal y como lo entienden algunas culturas orientales, sobre todo
budistas, acaso sea aún más oportuno y
rico que el de angustia, no digamos ansiedad, de todas formas, redundamos sobre
los conceptos occidentales de angustia y ansiedad, por ser sobre ellos sobre
los que ahora debatimos.
[2] Esta visión de
la angustia no es ni mucho menos privativa de las corrientes de pensamiento
existenciales del siglo XX, en donde las sensaciones, las emociones y
pensamientos de angustia están implícitos en el ser humano de forma totalmente
natural, uno de los casos más célebres
es el de Blaise Pascal.
La ansiedad, enfermedad moderna, al menos alcanzando categoría de epidemia actualmente. El desapego es muy difícil para quien vive dependiendo de lo material que posee. He leído bastante sobre la filosofía oriental, eso de ir ligero de equipaje, pues nada de lo que poseemos, de estos afectos, ha de perdurar a la hora de la aprtida de este mundo, estaremos desnudos como llegamos. Entender eso es, quizás, uno de los remedios, amigo. Gracias por este regalo de sabiduría. Un abrazo.
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