A vuela pluma y muy brevemente unas reflexiones sobre la sociedad y sus cambios, bajo el título Sociedad, ¿mutatis mutandi?, para la sección, De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile
SOCIEDAD, ¿MUTATIS
MUTANDI?
LAS sociedades humanas de la
actualidad, mediante los canales oportunos de comunicación y según la conveniencia de quienes los emiten,
no se cansan de ensalzar las bondades y excelencias de las que el ser humano se
beneficia y disfruta en virtud de los extraordinarios e indiscutibles avances
tecnológicos, descubrimientos científicos, desarrollo ético-cultural…. Sin
embargo, se acaba situando una barrera infranqueable en relación no solo con
los primeros habitantes apenas circunscritos al hábitat de la caverna o la
tribu, sino hasta los mismos albores de la edad moderna en la que hoy se
agitan, trajinan o enajenan vertiginosamente dichas sociedades de la
modernidad. No obstante, no deja de llamar poderosamente la atención en la insistencia
de cada vez más sectores (intelectuales, ideológicos, culturales e incluso
científicos) de la sociedad que claman por un cambio en la misma cada vez con
un carácter más acuciante y perentorio.
Al
margen de las discutibles diferencias (no tanto de bienestar doméstico,
laboral… que son evidentes en nuestra sociedad, como de satisfacción lúdica personal)
entre el mundo premoderno y el de la
actualidad, en donde deben realizarse los tan cacareados cambios –mutatis mutandi- imprescindibles, olvidando
que el tejido social que integra cualquier sociedad es el individuo, diríase
que la persona individual no es más que
un engranaje más bien engrasado de la máquina social en funcionamiento.
En
la denominada sociedad del Estado del bienestar, la insistencia por el cambio
encuentra fundamento en los potenciales peligros de los supuestos logros
conseguidos (allá donde fueron conseguidos) por la humanidad en los últimos dos
siglos, así los Derechos del Ciudadano –e incluso los Derechos Humanos- parecen
peligrar. La insistencia (tantas veces bajo determinadas circunstancias
desfavorables, reseñadas para la ocasión por determinados y poco escrupulosos intereses
políticos, pretenden sacar los
consiguientes réditos ideológicos de las miserias sociales del momento, en
ejercicio fraudulento y populista cuando no de pura demagogia) de cambio ante
las
crecientes desigualdades sociales, así como por lo que parece una
inevitable confrontación de las sociedades actuales con el equilibrio natural
de nuestro entorno ecológico planetario.
Son
abundantes las exigencias beligerantes de cambio por mor de las denuncias
(políticas populistas, interesadas únicamente en acceder al poder apoyándose en
los desastres y penurias provocadas por la corrupción y la mala gestión de los
gobernantes) contra el sistema capitalista como fuente ingrata de inmoralidad,
como si los fundamentos del sistema basaran su funcionamiento bajo
prescripciones éticas, cuya funcionalidad sistemática e impersonal, todos lo
sabemos, atiende a la consecución de la riqueza, transmitiendo la falacia de
que otros sistemas o antisistemas serán la panacea de la igualdad, la justicia
y la libertad, cuando sus bases ideológicas están pensadas exclusivamente para
la propaganda revolucionaria que sólo aspira a la obtención del poder (y cuyos
presupuestos éticos, cuando no brillan por su ausencia, son de calado
profundamente demagógico y populista, donde la democracia es un sarcasmo y la
libertad, la igualdad y la justicia una muestra recalcitrante de su singular
hipocresía.
Se
exige más participación ciudadana en las nuevas estructuras sociales (corruptas,
como decíamos, buena parte de las veces, cuando no con grandes dosis de
injusticia en sus concepciones estructurales y de funcionamiento), donde los
individuos se encuentran las más de las veces enajenados por las conductas
egoístas, la flagrante incultura y la enajenación de la mal llamada cultura del
consumo y de la idolatría de la imagen; lo que pretende integrar, en fin, a la
persona, en la dinámica de una sociedad enferma.
Pasamos
de la devoción por las nuevas tecnologías y avances científicos, al horror de
que dichos avances, en una sociedad científica y funcionalmente analfabeta, nos
lleven a la extinción como especie (desastres nucleares, por ejemplo); de la
reacción ante las jerarquías sociales dominantes en relación a las
supuestamente oprimidas, al miedo a los comportamientos anárquicos y
antisistema.
Denunciamos
la globalización del mercado económico y la localización de la democracia, así
como a la imposibilidad de abandonar la sociedad, a pesar, dícese, del
creciente y caótico
individualismo que, en realidad, no hace sino enmascarar el
adocenamiento de las personas que conforman las sociedades que se denuncian, en
un mundo cada vez más ajeno a los principios y valores que en otro tiempo
fueron elementales para la convivencia y que nos engalanaban como seres humanos
distintos a la cohorte de las diversos y supuestamente salvajes especies que
pueblan el planeta; donde, por fin, hasta las interrogantes morales,
intelectuales, filosóficas, metafísicas o científicas… ya no tienen ningún
sentido. ¿Cómo pretendemos cambiar la sociedad poblada por individuos de tan
parva, ínfima catadura moral, intelectual, cultural, si, al fin y al cabo, son
estos los que integran estas comunidades que, se dice, exigen un cambio, sin
duda necesario?
A
la luz de los hechos que conforman nuestras sociedades injustas, corruptas y
enajenadas, ¿quién puede censurar que después de milenios de cambios
verdaderamente importantes y revolucionarios –seguimos enfrascados en guerras
continuas e indiferencia hacia los que sufren-, algunos de nosotros, en modo
alguno indiferentes al dolor y pobreza reinantes, queramos estar en relación a
la sociedad, exentos, libres de su nefanda y enajenada y enajenante influencia?
¿Acaso el verdadero cambio, la genuina revolución, en realidad, no tenga por
qué ser social, sino individual, meditada y profunda?
Francisco Acuyo
Veo mucha verdad en lo que dices, amigo, sobre todo en las oraciones finales...nosotros mismos somos el principio y final de todo. No hay sistema social perfecto como no hay hombre perfecto, y así seguirá siendo, porque parece que nuestro destino en este mundo es aprenderlo todo demasiado tarde. Un abrazo.
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