Para la sección dedicada al cine (Cine y poesía) del blog Ancile, traemos una serie de reflexiones sobre el autor y su obra, entorno al film, La diligencia, de John Ford.
DEL AUTOR Y LA OBRA: DE JOHN FORD (EN LA DILIGENCIA)
AL CONCEPTO DE AUTOR DE MICHEL
FOUCAULT.
ALGUNAS
APROXIMACIONES FOUCALTIANAS SOBRE EL PARENTESCO DE LA ESCRITURA (DEL RELATO Y DISCURSO CINEMATOGRÁFICO) CON LA MUERTE. MÁS
ALLÁ DE LAS REGLAS DEL DISCURSO LITERARIO CINEMATOGRÁFICO.
NO resultaría en modo alguno
extraño encontrar, tras la contemplación de alguna obra maestra de la
cinematografía actual, esa sensación de regreso
al origen a los grandes maestros de la tradición clásica que hubieron de
configurar las directrices fundamentales sobre las que se habría de edificar el
denominado séptimo arte, aun con la evolución (y revolución) indicutible(s) de no
pocos grandes nombres de la cinematografía reciente, al menos tal y como hoy los
entendemos. Así, por ejemplo, creemos que muy pocos pondrían en cuestión el
magisterio y excelencia de la rica, ineludible e influyente trayectoria cinematográfica
de John Martin Feeney,[1]
y su inevitable autoridad, pujanza y desde luego influencia. Sin duda la magistral
y desde luego emblemática obra, La
diligencia (1939), puede ser un referente excepcional de ese movimiento puro (que haría las delicias
de la imagen-movimiento que Gilles
Deleuze[2]
describía en sus aproximaciones –semiológicas- de la imagen en el cine), y,
desde luego una de las obras que habrían de encumbrar el nombre de su autor al
empíreo de la historia del cine, y de uno de sus géneros dilectos y más
acreditados e influyentes, al que muy pocos de los grandes creadores pudieron
mantenerse impermeables: el wester.
Será
precisamente la cuestión de la autoría (que a través de este celebrado título de,
La diligencia, de Ford, quizá fuese
con el que alcanzase la enorme popularidad y reconocimiento que habría de
precederle durante el resto de su vida como director y realizador de cine),
sobre la que debatiremos en los siguientes párrafos, y todo a la luz de algunas
interesantísimas reflexiones de[3]
sobre el sugestivo e importante asunto del autor (y la autoría) en el ámbito de
la escritura (por nosotros trasladado al dominio del discurso singular
cinematográfico, y nada menos que en relación a una de las figuras máximas del
cine de todos los tiempos: John Ford).
Si
la figura del director (en su función de autor) en las películas de marcado
carácter imagen-acción o gran forma[4]
del cine clásico, como los distinguía Deleuze en sus descripción y taxonomía (especialmente acorde, acaso en el monumento
que suponen los films de referencia de
Ford) tiene esa preponderancia marcada y particular, de la que muy bien puede
verse aún más acentuada ante la personalidad de uno de los nombres más
relevantes e influyentes del cine de todos los tiempos, y no menos ante uno de
los títulos más distintivos del género (wester), si es que funciona como
auténtica enseña de esta categoría, como así nos lo parece La
diligencia, para muchos el mejor film del género jamás realizado. Las
cuestiones debatidas por Foucault sobre ¿Qué
importa quién habla?, en clara referencia al autor como motor creativo de
un determinado ejercicio artístico (también referido a las aportaciones en el
ámbito científico por determinados autores de la ciencia), no es una cuestión baladí como veremos a
continuación. En realidad, si el autor es al que se le puede atribuir lo que se
ha escrito (rodado, realizado o dirigido en nuestro caso), y si tal atribución
es evidente en su detallado estudio y análisis, es importante saber que obtendremos
un resultado que ofrecerá operaciones críticas complejas –y raramente justificadas[5].
Es claro que nosotros, cuando hablamos de Ford, acaso caigamos también en la
misma imprudencia que denunciaba Foucault sobre su propio trabajo al hablar
genéricamente sobre determinados autores (como Buffon o Marx)[6]
con el fin de encontrar reglas mediante las que establecer conceptos o
conjuntos teóricos con los que identificar los textos (en este caso, lo más
genuino de los films) en general de nuestro autor en cuestión y a colación de
nuestro trabajo, de John Ford en particular.
Cuando
Foucault habla del autor, marca distancia con la cuestión referente a todo lo
relacionado con lo histórico sociocultural del personaje (autor), para
centrarse en los rasgos éticos
fundamentales que marcan en este caso el discurso cinematográfico, no tanto
como resultado, sino como práctica singular. Acaso en el discurrir (en el movimiento puro) del film, La diligencia, la escritura visual se
despliega como un juego que va más allá de las reglas sobre las que en
principio se construye, véase uno de los momentos en los que Ringo Kid (John Wayne), esperando la
diligencia, hace gala del que puede considerarse uno de los gestos más
característicos en personajes del cine de Ford, el arrojar (en este caso las
alforjas y sus armas en el lugar habilitado para las maletas de la diligencia)
un objeto,[7]
gesto mediante el que expresan sus personajes carácter o emociones diversas, movimiento puro mediante el que se expresa emocionalmente Ford, de
manera magistral, dando pábulo a aquella famosa afirmación suya por la se dice que
será la imagen la que verdaderamente ha de hablar en el discurso
cinematográfico, y en el que se muestra –paradójicamente- con ceremonia una
supuesta ausencia de estilo,[8]
por la que diríase que todo acontece en la trama y discurso narrativo visual de
manera natural, no forzada, consustancial a la marcha de los acontecimientos
sabiamente expuestos, como en esa luz no
usada que hablasen los místicos ante la contemplación de lo divino nunca
visto, mas referido ahora al devenir de unos hechos (ficticios o reales)
expuestos como sucesos más o menos cotidianos en el devenir de la narración
cinematográfica.
Mas,
hay un segundo aspecto capital del que nos habla Foucault en relación a la
autoría y que puede traslucirse en el parentesco de la escritura (visual), y
que puede emparentarse al film que comentamos,
esto es, la muerte. De hecho no son pocas las escenas, los planos, en
los que se barrunta la muerte sobre los personajes en la narración de La diligencia, y que ofrecen un dejo de
deseo de inmortalidad del autor a través de su obra; especialmente memorables
son las escenas en las que tiene lugar el parto de la señora Lucy Mallory (Luise Platt) en unas
condiciones de lo más inciertas, asistida en el parto por Dallas (Claire Trevor), una prostituta expulsada de la ciudad, y
por un médico borracho, Josiah Boone
(el espléndido Thomas Michel) y bajo la amenaza hostil y constante de los
Apaches Chiracaguas…; o en los momentos del enfrentamiento -e espectacular
rodaje- entre los viajeros de la diligencia y los Apaches, camino de Lordsburg,
no en vano es herido de muerte el defensor de la señora Mallory, Hatfield (John
Carradine), y a la que previamente
reserva una última bala antes de que pueda ser capturada por los indios. No
digamos el momento de la llegada de Ringo
a la nombrada ciudad de Lordsburg, en
donde el héroe decide hacer justicia por la muerte de su padre y hermano a
manos de los Plummer. Siguiendo la tradición milenaria (epopéyica), y todo
mediante la maniobra en la que la narración (visual) está destinada a perpetuar
la inmortalidad del héroe. En este sentido volvemos al estilo invisible o ausente de Ford que, muy bien, puede emparentar
la relación de la muerte con el discurso visual de las imágenes en su narración
singular, donde la marca de su director (de su autor) es precisamente la de su aparente
ausencia, si es que tiene que representar, como decía Foucault, el papel del
muerto en su relato fílmico.
Nos
parece que en el discurrir de la obra de Ford puede constatarse como en pocos
otros directores cinematográficos una noción de escritura visual extremadamente
genuina, mostrando su discurso (la escritura, aquí, como imagen en movimiento)
como ausencia, tal es, insistimos en esto, el movimiento natural de los
personajes, las acciones de los mismos y los espacios (y tiempos) donde se
sitúan. El trayecto y los aconteceres del mismo se resuelven con la misma
naturalidad que si fueran vividos en una percepción (desde luego visible) y,
sin embargo, sutil y fugaz que exige acaso para nuestro deleite una visión tras
otra -o revisión- del texto (fílmico) narrativo que nos ocupa.
Si
Foucault se refería a los problemas que plantea la referencia de un autor a un
determinado nombre propio, y que es imposible hacer del nombre propio una referencia
pura y simple, no lo sería menos en el caso del muy relevante nombre autor de
John Ford, y sobre todo tras la contemplación del films tales como La diligencia, si es uno de los emblemas
de su trayectoria excepcional cinematográfica, y es que este nombre no sólo
está señalando a John Martin Feeney (alias John Ford), también a una de las
fuerzas creadoras más significativas y representativas del género e incluso a
uno de los paradigmas máximos de lo que el séptimo arte significa. Por lo que
el nombre del autor no es en modo alguno un nombre propio como los otros. Aquí,
en esta película, y en este autor, estamos ante el nombre (de un autor-función)
que actúa para caracterizar un cierto modo
de ser del discurso (cinematográfico) que adquiere un extraordinario y
peculiar estatuto. Por todo función-autor, en el caso
que nos ocupa, suponga una característica del modo de existencia y
funcionamiento del propio discurso cinematográfico, con todos sus indiscutibles
aciertos y seguras limitaciones.
Ante
figuras de gigantes como Ford, podemos entender de manera proverbial que
existan nombres (autores) que se establezcan como imperativos (de la literatura y desde luego) del cine. Si bien en
nuestros días la función de autor implica que este funciona de manera plena,
como una instancia profunda que se manifiesta como un poder creador originario
de un tipo de discurso (literario o)
cinematográfico, y en el caso de Ford el autor es así mismo el principio de unidad de escritura –visual-
llevada al movimiento cinematográfico, y es que el autor (función) John Ford
puede calificarse como un centro singular de expresión que acaba manifestándose
desde sus obras maestras hasta la revisión de sus primeras creaciones (mudas),
y cualesquiera otros ejercicios de expresión fílmica en su dilatada y riquísima
carrera como realizador.
No
obstante, lo más sugestivo del nombre –autor- del director de, La diligencia, radica, a nuestro juicio,
en que se encuentra en una posición realmente transdiscursiva, si es que estamos en verdad ante uno de los
fundadores fundamentales de la discursividad cinematográfica, y, de La diligencia, como uno de los modelos
ejemplares de lo más elevado de su discurso.
Jorge F. Acuyo Peregrina
[1]
Verdadero nombre del célebre cineasta John Ford.
[2] Deleuze,
G.: La imagen-movimiento, Ediciones
Paidós, Barcelona, 1984.
[3] Foucault, M.: ¿Qu’est-ce qu’un autor? In Dits et Écrits, P. Rabinow, Ed.),
pp.789-812.
[4]
Terminología acuñada por Gilles Deleuze –bajo el influjo del concepto de
movimiento de Henri Bergson) para distinguir los tres distintos tipos de imagen
movimiento cinematográfico (imagen acción, imagen percepción e imagen
afección).
[5]
Foucault, M.: ¿Qu’est-ce qu’un autor?,
nota 3.
[6] Ibidem.
[7] Hasumi,
S.: John Ford o la elocuencia del gesto,
Minerva, 19.12.
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