Una reflexión sobre el concepto de historia y de cómo se desvirtúa en España con no poca desvergüenza, interés inconfesable e ignominiosa ignorancia , para la sección, Pensamiento del blog Ancile.
ESPAÑA, ¿NOS DUELE?
En lamentable ocasión
(de no menos funesto recuerdo) pude constatar no solo lo injusto que pude ser
el silencio, también el malintencionado olvido
aderezado con la procaz dejadez, cuando no con la cínica postergación ataviada
en el obsceno abandono, la perversa preterición no del todo inconsciente (no sé
si provocada casi siempre por la orgullosa ignorancia o el más profundo
analfabetismo, o, si no por un odio profundo inoculado muy a sabiendas de su
conveniencia política), cómo se relegaba al ostracismo o a la amnesia más arbitraria
e improcedente a determinados personajes –y situaciones y coyunturas claves- de
nuestra historia (reciente o no tan flamante) por una cuestión de conveniencia
¿política, o, de poder?; acaso porque en realidad se ha desvirtuado tanto el
concepto mismo de política[1]
(como el de democracia o el de nación), que bien podemos decir que nadamos en
una suerte de ceremonia de la confusión -no
sólo conceptual, también ideológica y ética-, casi siempre tendenciosa y muy resuelta
que lleva, a quien quiera verla, al más profundo (y muy sano) de los
escepticismos para todo lo que tenga que ver con aquel prototipo o imaginario
político. Viene al caso esta prolija, abrumadora y extenuante introducción a
hechos que afectan a algunas figuras de nuestras letras, artes y pensamiento, y
de entre las que traigo al caso, por parecerme muy a propósito, a D. Miguel de
Unamuno: escritor, pensador (y poeta) de ineludible referencia para nuestra
lengua, literatura y pensamiento, quien parece ya no tener ninguna relevancia o
actualidad, y no tanto por el olvido y la ignorancia (que también) de su obra
literaria y el ámbito de influencia de su reflexión filosófica, social y
cultural, sino por su situación –o mejor indefinición- política afecta a
aspectos netamente ideológicos, aunque nunca a principios y valores básicos
–¿políticamente incorrectos?- en relación a su concepto, percepción y entendimiento
de España, sin olvidar, entre otras pequeñeces, que fue quien se atrevió a
decir ante las fuerzas de franco la lapidaria frase de: Venceréis pero no convenceréis[2],
sin contar con las controversias europeístas con Ortega quien, por cierto, no
contestaría las disputas africanistas del escritor vasco[3].
Nada más inconveniente
desde la óptica política en la actualidad (desquiciada) de nuestro país, que
afirmar que nos duele España[4],
tendríase como algo disparatado[5],
impropio de una sociedad política que aspira al reconocimiento de
singularidades históricas (que, por cierto, de existir, no pueden desgajarse de
España sin destruir a España misma que, recuerdo, por otra parte, es el
Estado
más viejo de Europa) muy propias del caduco y apolillado regeneracionismo muy siglo
XIX.
Que
desde el siglo XIII, en virtud de la labor de Alfonso X el Sabio, hasta la
crónicas, cronologías y testimonios recientes, quizá hasta julio de 1936[6],
existía un consenso en relación al acervo común de nuestra historia es algo que
pareció –y algunos nos parece- cuestión indiscutible. Indagar sobre la historia
de un país requiere, inevitablemente, rastrear, pesquisar, inspeccionar en la
historia no solo de los hechos acontecidos, también en la cronología de las
ideas derivadas de aquellos. Es claro que tampoco podemos obviar, en el
tránsito histórico y de las ideas, cómo acaba impregnando la ética, la política,
al individuo y la sociedad en su conjunto, y todo ello, de manera inevitable, al
pensamiento, las artes y la misma literatura. De la observación atenta de los
diferentes momentos históricos y de la transición de unos a otros, pueden
constatarse (y de manera muy particular en nuestra nación española), aquello
que Todorov[7]
distinguía sabiamente, a saber, los actos políticos (dirigidos hacia una
comunidad), de los actos morales (de carácter universal), dándose el caso de
que las cualidades morales podían (y acaso debían) convertirse en arma política[8].
En el caso de España podemos comprobar una suerte de inversión en este
razonamiento, cuyos presupuestos, trastocados, mudan, mutan y tergiversan la
razón moral en justificación de la acción política. Las acciones políticas
acaban por configurarse como un arma moral que cuestiona cualquier providencia
no sujeta al fundamento ideológico político que potencialmente la justifica.
Así las cosas, determinados ámbitos ideológicos que amparan señaladas políticas,
imponen su prevalencia moral sobre cualquiera otra que esté fuera de los
dictados de su doctrina o ideario político. El resultado en nuestra historia
reciente es el fracaso de cualquier negociación o proposición moral frente a la
acción política que, como muy bien sabemos, no es siempre precisamente
pacífica.
Nos
parece que ante hechos como los relatados, se hace imprescindible un juicio
verdaderamente crítico, al pairo de un compromiso con la verdad ética mucho más
que con la política, acaso porque esta es la posición genuina del inconformista
que aspira a ir más allá de
cualquier convención, incluida la política. Pues
bien, esto ha llevado a que acabemos por tergiversar lo más elemental, cual es
la realidad histórica de nuestro país. Un ejemplo puede ser la realidad enfrentada
entre las dos Españas que, de manera política interesada se ha centrado en la
confrontación del 36, cuando la realidad es bien distinta y más antigua, ya que
la división se había de producir en realidad en las Cortes de Cádiz de 1810, entre
Liberales y Conservadores, en dos facciones, a su vez divididas entre liberales
y carlistas, católicos y acatólicos…, de todo lo cual, no obstante, y esto es
totalmente cierto, pues se constata en la realidad de los hechos y en su
reflejo, por ejemplo, en la misma literatura, debe inferirse que entre los
intelectuales, escritores, historiadores (Galdós, Menéndez Pelayo, por ejemplo,
entre otros de especial relieve en aquél tiempo fueron una más que solvente
muestra) era posible aprehender y valorar aquella virtud ética en contemplación
de una historia común amparada por siglos de situaciones y realidades sociales,
culturales e intelectuales compartidas por los que, en última instancia, conforman
esta nación, y esto frente a los actos políticos tendenciosos e interesados de determinado
grupo o partido; quizá por eso se logró mantener
hasta la fecha una España sin ruptura.
Historiadores,
escritores, intelectuales… (citábamos antes a Menéndez Pidal, a los que
añadiríamos Jaime Vicen Vives, Sánchez Albornoz, Américo Castro, Caro Baroja,
Braudel, Bataillon, Elliot, Payne….), aun con las polémicas que pudieron
enfrentarlos, escribieron y reflexionaron
para una historia común, cuya
riqueza contribuye a su variedad[9].
No obstante, desde el denominado período de la transición española (1975), ha
surgido una bárbara, inculta e interesada tendencia a desvirtuar la totalidad
de la historia de nuestro país, alimentada sin duda por los sentimientos tribales,
sectarios y sobre todo interesados de la política y la economía (de sectores de
la más rancia raigambre burguesa, y que inexplicablemente amparan sectores de
la denominada izquierda progresista que, se presupone, aspiran a la igualdad de todos los españoles) y
alimentados por los nacionalismos que todos conocemos, y que campan a sus
anchas gracias al negligente e irresponsable analfabetismo –así como a los inconfesables
intereses de poder- de los gobiernos centrales diferentes e indiferentes ante esta
injusta y ficticia relación de singularidades que han permitido, sin ningún
género de dudas, su esquizofrénica expansión, mostrando estas ineptas gerencias
gubernamentales, con su codiciosa omisión e insensata torpeza, la claudicación
sistemáticamente del Estado ante las disparatadas, injustas y desiguales
peticiones para con el común de los españoles. Debemos adjuntar la no menos políticamente
interesada identificación de la idea Nación Española con las ideas de
anteriores dictaduras, la franquista sobre todo (olvidando que ya estuvo
presente en todas las Constituciones Españolas (liberales y conservadoras,
incluyendo la del propio Napoleón dictada en Bayona en 1809). La
tergiversación, manipulación y sistemática violación y mentira sobre la
realidad histórica de España es, sin duda, patrimonio de la izquierda y de la
derecha política de este país, cada una en la responsabilidad que le
corresponde, por inexplicable e ignorante acción o por cobarde y negligente
omisión.
Es
a todas luces evidente que la conspiración contra la propia Historia se ha
venido nutriendo de las más abundantes y variopintas compañías[10],
de supuestos intelectuales de derechas y de izquierdas que, por cierto, no han
hecho sino acrecentar la ignorancia y la ignominia sobre la [11]
y donde se pone en fantástico vigor el movimiento de la economía y lucha de
clases en un mercado apenas incipiente, ignorando la realidad de la guerra en
las diferentes confrontaciones (desgraciadamente enquistada en la naturaleza
humana, no sólo española) y que se haría manifiesta en las dos campañas
militares de las que habría de nacer España: la romanización y la reconquista
y, como diría de la Cierva, en la enorme empresa militar que fue la conquista
de América. Aquella vehementia cordis de la que nos advertía Plinio y por la que
necesitaron los romanos dos siglos para doblegar a los pueblos prehispánicos,
tiene mucho que decir de la idiosincrasia del español hoy día, hijos de su
herencia hispánica, aun después de asimilar la romanización, pues no dejaba y
deja de traslucir su carácter profunda y furibundamente individualista. En
virtud de todo esto, y lo que habría de venir después, es por lo que se hace
capital el conocimiento de nuestra historia, porque interrogar sobre ella no
será sino hacerlo sobre nosotros mismos.
realidad histórica
de nuestro país. Los infundios, chismes y fábulas sobre la historia de los
Tucídides marxistas (siendo la lucha de clases el motor de aquella), no han
contribuido precisamente a aclarar el enigma histórico de España,
Los dos mil
años de nuestro devenir histórico hablan de una singularidad incomparable, que
es figura y actor de excepción en el acontecer mundial y que en modo alguno
nada tiene que ver con las fabulaciones y dislates recientes (nacionalistas o
marxistas) que tratan de falsear la realidad incontestable de la nación más
vieja de Europa. Aquella devotio
finisecular de los primeros pobladores de Hispania que alcanzó universal
memoria, por ejemplo, en el sitio de Sagunto, Numancia, Lepanto…, diríase verse
diluida en el oscurantismo iletrado, zote y tendencioso de intereses políticos
(y económicos) más o menos inconfesables que, por cierto, nunca podrán borrar
los acontecimientos, personajes e ideales que han conformado la epopeya
incomparable que compone la historia singular de España. Acaso por todo esto,
no debe resultar extraño que, a algunos, sí que nos duele España, desbordada por la corrupción política, la
falsificación de su historia y la aniquilación de todo aquello que ha hecho de
esta nación, con sus luces y sombras, un referente ineludible, sin el cual la
historia–no sólo de Europa-, no sería la que es hoy y que, con justo, avisado y
prudente orgullo, universalmente, todavía algunos reconocemos.
Francisco Acuyo
[1]
Recuérdese la etimología (politicus, πολιτικός, en referencia a todo aquello
relativo al ordenamiento de la polis y de los asuntos relacionados con el
ciudadano y cuya derivación de la moral se inclina hacia el bien común y que ha
acabado derivando hacia la obtención y ejercicio del poder (Carl Schmitt,
Maurice Duverger e incluso Max Weber). El ζῷον πoλιτικόν (animal político)
aristotélico impulsado por el civismo imprescindible en una sociedad parece
haber pasado a mejor vida, sobre todo cuando la voz, el lenguaje,
imprescindible para ejercer la actividad social y política, se tergiversa,
corrompe y manipula, o cuando se silencia la voz del contrario por ser
antagónica o diferente a la tuya, quedando anulada la verdad apodíctica del zoon politikón humano, al menos la del
incómodo rival político.
[2] Que por
cierto le costó su destitución inmediata el confinamiento en su domicilio hasta
su muerte.
[3] Y con el que no puedo estar
también en mayor desacuerdo (recuerden aquello de, que inventen ellos), aunque
su visión anticientífica no le quita razón en cuestiones como las que nos
ocupan.
[4] Famosa y
proverbial frase de D. Miguel para referirse a la España que entendía como algo
muy serio y recomendable al pairo de la opima trayectoria histórica del país: ¡soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de
espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo".
[5]
Recuerden el célebre poema
de Antonio Machado:
Este donquijotesco
Don Miguel de Unamuno, fuerte vasco
lleva el arnés grotesco
y el irrisorio casco
del buen manchego. Don Miguel camina,
jinete de quimérica montura,
metiendo espuela de oro a su locura,
sin miedo de la lengua que malsina.
A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahures y logreros
dicta lecciones de Caballería.
Y el alma desalmada de su raza,
que bajo el golpe de su férrea maza
aún duerme, puede que despierte un día.
Quiere enseñar el ceño de la duda,
antes de que cabalgue, al caballero;
cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda
cerca del corazón la hoja de acero.
Tiene el aliento de una estirpe fuerte
que soñó más allá de sus hogares,
y que el oro buscó tras de los mares.
El señala la gloria tras la muerte.
Quiere ser fundador y dice: Creo;
Dios y adelante el ánima española...
Y es tan bueno y mejor que fue Loyola:
sabe a Jesús y escupe al fariseo."
[6] De la Cierva, R.: Historia total
de España, Madrid, 2006, p. 11.
[7]
Véase la entrevista a
Tzevan Todorov, por Jacinta Cremades, en el suplemento, El cultural, de El
mundo, 5, 2, 2016, Tzvetan Todorov “Las cualidades morales pueden convertirse
en un arma política.
[8]
Ibidem.
[9]
De la Cierva, R.: Historia
total de España, p. 13.
[10] Ibidem, véase la relación de
algunos de ellos (de derecha e izquierda, por ejemplo Tuñón de Lara, o el no
menos lamentable de Luis María Ansón) que hace el mencionado Ricardo de la
Cierva, por cierto con gran juicio crítico y muy acertado pulso y puntería
intelectual ; pgs.16 a 19.
[11] Así lo
denominaba el gran Claudio Sánchez Albornoz en: España, un enigma
histórico,
Sudamérica, Buenos Aires, 1956.
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