Siguiendo la línea argumental de anteriores entradas, traemos para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, esta otra que lleva por título, Magia, religión y ciencia: entre el pensamiento salvaje, la epistemología y la cognición de lo trascendente. La conciencia.
MAGIA, RELIGIÓN Y CIENCIA:
(ENTRE EL PENSAMIENTO SALVAJE,
LA
EPISTEMOLOGÍA Y LA COGNICIÓN
DE LO TRASCENDENTE. LA CONCIENCIA)
CUANDO se trató de advertir, por
cierto, tan ilustrada y magistralmente, por algunos señeros y eminentes
estudiosos de la antropología (Levi Strauss y Frazer, principalmente
mencionados en esta exposición) las peculiaridades presentadas por el fenómeno de la magia para
la explicación de la dinámica y estructura del mundo (recuerden la magia
simpatética[1] y su
subdivisión en homeopática y contaminante, ya se mostraban las fronteras entre
aquella y la religión sino bastante diluidas, al menos sí teñidas y amalgamadas[2] por
aquella, no obstante, es bueno recordar que la manifestación de la magia
simpatética sin contaminación alguna, avisaba de que, en la naturaleza, un
hecho sigue a otro (relación de causa efecto) de manera invariable, sin la
mediación de ningún agente espiritual o personal, de manera idéntica a la de la
ciencia, no hay ruego alguno a ninguna trascendencia o poder superior. La
magia, como hermana bastarda de la ciencia (así la definía Frazer en su
celebrada Rama Dorada), parece querer
distinguirse de la religión en tanto que esta no necesita de ninguna
conciliación o propiciación a poderes superiores al hombre y, por tanto, por temor o amor a Dios[3],
necesitando de una praxis religiosa y de una aceptación de principios teóricos
que habrán de gobernar la conducta del creyente. En cualquier caso, es evidente
que aquella cognición hacia lo trascendente parece contraria a los principios
que rigen tanto la magia como la ciencia.
La
clave capital para entrar en una discusión seria sobre las relaciones y divergencias
entre la magia, la ciencia y la religión, pasa por entender que unas (la magia
y la ciencia)[4]
entienden que las potencias que dinamizan y rigen en el mundo son inconscientes
e impersonales, y la otra (la religión) entiende que son agentes conscientes
los que determinan tanto la dinamización del mundo como su propia organización
estructural. Así la elasticidad de los sucesos y del ser mismo del mundo
expuesta por mor del poder de lo divino, choca frontalmente con las directrices
que miden los principios de la magia y de la ciencia, que son invariables en su
curso mediante el ruego, la intimidación o la súplica, y es que si bien el
universo está subordinado a los dioses, para el mago (o el científico) tal cosa
no es posible.
En
cualquier caso es necesario reconocer que la contigüidad o la semejanza de lo mágico es menos compleja que
la aparición del proceso religioso de reconocimiento y parentesco con el mundo
en virtud de una trascendencia (consciente) que subyace de manera invisible en
la propia naturaleza. Conjeturar sobre si lo primero que acontece en el devenir
explicativo del ser humano y su [5] y por lo
tanto es antes que la apreciación religiosa (más profunda y compleja del
realidad inmediata y última), no tendría relevancia sino fuese porque ambas se
muestran en muchas ocasiones confundidas, amalgamadas, falsamente homogéneas,
por lo que el brujo (mago) y el sacerdote (mediador religioso) pueden quedar
indefinidas, pero la cuestión capital será plantearse ¿qué lleva de una visión
mágica a una religiosa? A nuestro juicio es que
trascendente (divino) tiene las cualidades de lo consciente, así la
ofrenda, la oración, conllevan no tanto el sometimiento a lo divino todo
poderoso, sino a la intuición de nuestra participación en esa consciencia
universal. La visión primitiva y rudimentaria de la magia nos muestra, por un
lado, la evolución hacia lo complejo del entendimiento humano, religión y
ciencia, pero también hacia una involución que podemos constatar no hace
reconocer en muchos casos que la superación del entendimiento mágico viene del reconocimiento
de su impotencia para incidir en lo real cotidiano, manifestando una conducta
claramente supersticiosa, mas esto, no
necesariamente habría de llevar a la religión, para el reconocimiento de una
superioridad divina a la que necesariamente someterse e influenciar mediante el
ruego y el sacrificio ante la inmensidad
del universo y la insignificancia humana que, no obstante, tendría una
particularidad importantísima en común con lo trascendente, la conciencia.
Seguiremos reflexionado sobre este punto en otra nueva entrada de este blog que
ofreceremos en breve.
Francisco Acuyo
[1]
La magia simpatética se dividía en magia homeopática, que responde a la ley de
semejanza, a saber: lo semejante produce lo semejante, o que los efectos
semejan a sus causas; y la magia contaminante, que responde a la ley de
contacto, a saber: las cosas que estuvieron una vez en contacto, interactúan
incluso en la distancia, aun cuando hayan perdido todo contacto físico.
[2]
Frazer, J.G. La rama dorada, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1986, p. 74.
[3]
Ibidem, p.76.
[4]
Es preciso observar que la diferencia fundamental entre la magia y la ciencia
radica en que, si bien el curso natural de las cosas se rige no por la pasión o
capricho de seres personales trascendentes, sí lo hace por la intervención de
leyes mecánicas inmutables, así la magia, aunque también puede reconocer que
trata con los espíritus, lo hará de manera impersonal, como si fueren agentes
inanimados a los que en cierto modo coacciona, y en modo alguno de alabarlos o
propiciarlos.
La Rama Dorada es un libro que tenía y tuve que dejar muy lejos. Gracias, amigo, por esta serie tan amena y enjundiosa acerca de un tema trascendente. Abrazos.
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