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lunes, 25 de julio de 2016

LO QUE YO SIENTO


Para la sección del blog Ancile, Poema semanal, traemos la composición titulada, Lo que yo siento, del libro, Mal de lujo, 1998.


Lo que  yo siento, Francisco Acuyo


LO QUE YO SIENTO





«You would harte to put off
sense and notion»
(Tendrías que abandonar la
razón y el sentido )

T:S:ELIOT: Fours Quartets






NO es aquello lo que yo siento.
Pero la voz que asoma
sobre la grama donde sabe el gamo
si muere dulcemente.

Ni entonces el aliento de la copa
empaña la mejilla con los párpados
del sueño, con el néctar que se observa
sobre la dulce imagen
sin espejo.

De tu boca fresquísima
arraigan mis raíces
a la tierra
porque como la luz
después que sombra, inunda
                                                silenciosa
                                                                   y se
                                                                             aleja.




Francisco Acuyo, Mal de lujo, 1998





Lo que  yo siento, Francisco Acuyo

HARMONICES MUNDI, DE EDUARDO CHIRINOS

Para la sección, Editoriales amigas, del blog Ancile, hemos querido traer la reciente edición del libro titulado, Harmonices mundi, del poeta peruano Eduardo Chirinos, publicado póstumamente, ya que falleció este mismo año 2016, en febrero; titulo extraído del tratado de mismo nombre de Johanes Kepler, donde se establecen los movimientos de los planetas según criterios geométricos, del que extrae muy apropósito para la temática y fines poéticos del poemario también una cita que encabeza el conjunto de poemas: Deus nihil sine Geometrica pulchritudine constituerit (Dios no hace nada sin una belleza geométrica). Libro muy recomendable no solo por la calidad de sus contenidos, también por la primorosa edición en la que viene envuelto tan precioso regalo, edición digo, a cargo de la editorial sevillana Point de Lunettes (en una impecable impresión de Entorno gráfico), en su bella colección Los abisos de Point, de cuya producción impresa, además de la tirada habitual, se han hecho 115 ejemplares en una edición especial en rama para suscriptores; colección dedicada a voces de escritores hispanoamericanos, y que está regida bajo la supervisión de Inmaculada Lergo, quien hace también la presentación de este título con un breve pero luminoso prólogo. El libro se cierra, en forma de epílogo, con Diez instantáneas de Eduardo Chirinos, escritas por Fernando Iwsaki. Ofrecemos una muy breve muestra de esta nueva publicación de Point de lunettes , con un fragmento de la introducción de Inmaculada Lergo y unos pocos poemas que sirvan de muestra para que la adquieran y disfruten en todo su esplendor poético y editorial.


Harmonices Mundi, de Eduardo Chirinos, Ancile




PRESENTACIÓN



“Un día como hoy mataron a John Lennon. / Fue hace veintisiete años. Extraño número, / impar y terminado en siete. [... ] / Yo tenía veinte, mi hermano / diecinueve. Los dos nos encerramos a escuchar / sus canciones y lloramos en silencio”, dice Eduardo Chirinos en uno de sus poemas. Un día impar, y terminado en siete, el cán­cer lo mató a él; y hemos sido muchos los que nos hemos encerrado con sus versos a llorar. En abril de 2014, en sus Medicinas para quebrantamientos de halcón, confesaba haber estado “prisionero” de “un inquilino” resuelto a suplantarlo, a apoderarse de lo más íntima­mente suyo y a alborotar tenazmente su biblioteca. Era el inquilino que lo echó finalmente de su propia casa. Chirinos suele poner mucho de sí mismo cuando es­cribe, pero en este libro se rasgó la piel para ofrecernos abiertamente su herida, en un despliegue simbólico enormemente rico. Las palabras se le mostraban enton­ces “agujereadas”, no querían el orden sino el descon­cierto, caían al suelo de donde debía recogerlas, tenían alas y le picoteaban los párpados. En su momento, sobre este poemario dije: “Está escrito fundamentalmente de silencios, todos los silencios de la vida y de la muerte, del estupor, del amor y del dolor, de los recuerdos... están instalados entre cada una de sus letras, en cada verso, en cada estrofa, en cada página..., y caen sobre el lector mansamente como copos de nieve, deshaciéndose al contacto de nuestro calor. Porque la nieve cae tam­bién en el poemario, cae ‘sin otra misión que deshacerse. Que morirse sin significar nada’. La muerte está muy presente y cercana, pero no se muestra trágica, ni om­nipresente, ni aliviadora... es la muerte, sin más. Por eso, a veces, por la mañana, se tropieza con la palabra ‘En­tusiasmo’, y se la guarda en un bolsillo; por la tarde, en­cuentra ‘Indiferencia’, y se la guarda en el otro; y de madrugada...: ‘Tres de la mañana. Los faros de un coche / iluminan por un instante la habitación. La / rá­faga es breve y dolorosa como el aletazo / de un cuervo’[...]



Inmaculada Lergo






Harmonices Mundi, de Eduardo Chirinos, Ancile




HARMONICES MUNDI, DE EDUARDO CHIRINOS



Harmonices Mundi, de Eduardo Chirinos, Ancile



ACONTECIMIENTO




Veinte puntos marcan la suerte del diamante,
veinte puntos de plata sobre fondo negro.
Eso acontece en tu vida. Cuatro rombos
entran y salen del rectángulo. El primero
se llama misericordia y gira cada noche
en su cavidad orbitaria. El segundo se llama
 indiferencia y arroja un astro en el destino.
El tercero se llama dolor y duerme sobre
un manto azul y rosa. El cuarto no tiene
nombre. Su ojo es una esfera solar, un largo
desierto inacabable. Eso acontece en tu vida.



MÚSICA DE LAS ESFERAS



No las ostras estelares que viajan al Poniente.
No las manchas del leopardo que tachonan
el firmamento de estrellas. No los ojos del
titán que vigilan sombríos desde lo alto. Sólo
el huso de espinas que danza sobre su eje
y dibuja círculos concéntricos. Sólo el gran
erizo que ordena sus crías, roza el aire y pinta
de verde la música para quien sepa escucharla.




NAZCA



Nazca es una camisa a cuadros tendida en el desierto.
Nazca es un sol a cuadros que se ahoga en el desierto.
Nazca es una cruz de agua que florece en el desierto.
Nazca es un lobo marino en celo. Nazca es una luna
azul y roja pintada en el desierto. Nazca es una flecha
que viaja sin rumbo en el desierto. Nazca es un cadáver
dormido en las arenas del desierto. Nazca es una loma
donde muere y renace un lobo marino en celo.




SUEÑO DE VICENT




Una cuchara de plata cortando una nube,
peces anémona atravesando el cielo,
una mano amarillenta esperando la luna. Eso 
Sueña Vincent. Sombrillas de verano sobre
rocas celestes, agua turquesa donde flota
una cámara de fotos. Cielos color naranja. Eso
sueña Vincent. Un zeppelin cruzando cables
de teléfono, un tornillo curvo, un pez
extraviado en un mar de papeles. Eso sueña
Vincent. Una corbata op art, un sombrero de
paja, un plano de Vancouver.





NUNCA PUEDES SABER




Votas musicales o secuencia de grapas?
El pentagrama va a lo suyo: le interesa el color,
el celo barroco de la cebra, la batería muerta de
un teléfono. Más allá la alfombra persa, los
techos caprichosos de una ciudad oscurecida y
distante. Afuera un astro azul deflagra en rosa.
Adentro un girasol se hunde irremediablemente
en una bolsa de mercado.





Eduardo Chirinos







Harmonices Mundi, de Eduardo Chirinos, Ancile




jueves, 21 de julio de 2016

TIEMPO DE AMOR

Para la sección, Poema semanal, del blog Ancile, traemos el poema intitulado, Tiempo de amor, del libro, Mal de lujo, 1998.



Tiempo de amor, Francisco Acuyo, Ancile


TIEMPO DE AMOR



«Con el sol que luce
más allá del tiempo»

ANTONIO MACHADO: «Coplas»



CORO infinito de reposo.
Hora donde el silencio
al borde mismo del amor
                                          colma
el filo o el azar que con la vida,
rebosa instantes sin propósito.

Todavía inasible, todavía
bellísima al través del haz transido,
de la célica luz en transparencia,
del vuelo que perfila en cada gesto
con rasgo de fugaces
límites la mejilla
apenas, como si la luz que prende
no alcanzase
el halo de colores
a bosquejar su imagen lo bastante.
Sólo morir es ciencia. Quién amó no ha vivido.
                                                     
Morir. Vivir no es río pero esplende
su conciencia,
conciencia que circuye presintiendo
mi peso sobre el cáliz de tu vientre
o en el estambre de tu pecho,
si carne no tocada.
Como el tigre en el filo del relámpago
late, entre el laberinto de las manos
en los muslos, batiéndose al empuje
que la enerva o la inclina jadeante.

Circuye con la música:
La cintura es el vidrio casi azúcar.
La trenza en equilibrio que sostiene
un torso cincelado de corolas.

La azucena
sobre el estambre de su aguja marca,
y a contrapeso pierde para el tiempo
hora tan delicadamente acorde.



Francisco Acuyo, Mal de lujo, 1998.




Tiempo de amor, Francisco Acuyo, Ancile

miércoles, 20 de julio de 2016

LA NATURALEZA DE LA REALIDAD Y LA CONSCIENCIA: EL PRINCIPIO COPERNICANO Y EL ANTRÓPICO. ¿LA REALIDAD DEL ALMA ES LA REALIDAD DE LA CONSCIENCIA?

Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, seguimos con la temática del alma, esta vez bajo el título: La naturaleza de la realidad y la consciencia:el principio copernicano y el antrópico ¿La realidad del alma es la realidad de la consciencia?



La naturaleza de la realidad y la conciencia. El principio copernicano y el antrópico. ¿La realidad del alma es la realidad de la conciencia?. Francisco Acuyo


LA NATURALEZA DE LA REALIDAD Y LA CONSCIENCIA:
 EL PRINCIPIO  COPERNICANO Y EL ANTRÓPICO. 
¿LA REALIDAD DEL ALMA ES LA 
REALIDAD DE LA CONSCIENCIA?





SI realmente los imperios del futuro serán imperios de la mente,[1] y si la mente parece tan estrechamente relacionada con el concepto de consciencia y ésta con el ¿periclitado? de alma, ¿cómo es posible que pueda prescindirse tan alegremente de este último? ¿Los prejuicios que invisten el rechazo hacia este concepto, vienen sólo de su relación con el ámbito de la teología y de las religiones?, o, ¿acaso no responde también al mal entendimiento –altamente reduccionista- de los descubrimientos sobre los secretos moleculares, genéticos y neuronales del cerebro, y todo para la creación de un mapa mecánico y mecanicista (y por tanto determinista) de nuestra humanidad la cual, no obstante, muestra una singular capacidad, sin embargo, de consciencia y todo lo que ello implica más allá de una sustanciación material de la misma?

                La reducción de nuestras capacidades de entendimiento y consciencia a un mero mecanismo de circuitería que transmite señales eléctricas mediante circuitos neuronales nos ha envuelto en un relato, a mi humilde entender, harto limitado y por insuficiente, incapaz de llegar a los profundos dominios donde se asientan uno de los grandes misterios, el de la propia conciencia (o de la mente, o de la injustamente denostada idea del alma).

                El principio copernicano[2] que tantos beneficios ha supuesto para la descripción y entendimiento científicos de muchos aspectos de nuestro universo, diríase no ser suficiente para alcanzar la comprensión de la mente e incluso del mundo en relación con aquella, acaso de esta insuficiencia habría de deducirse otra vía de apercibimiento del mundo bajo el principio denominado antrópico[3] (puede que ambos principios, bajo la influencia filosófica de las corrientes netamente positivo materialistas, se enfrenten a las que marcan su acento de reflexión en el idealismo más o
La naturaleza de la realidad y la conciencia. El principio copernicano y el antrópico. ¿La realidad del alma es la realidad de la conciencia?. Francisco Acuyo
menos acentuado).

                El delicadísimo equilibrio en el que se ha instalado la vida en el universo, así como la consecuencia derivada de aquella más admirable e increíble de aquella, como es la conciencia, hace pensar que el universo parecía saber que veníamos[4]. Como hijos de las estrellas, portadores del milagro de la vida y la conciencia, y ante la observancia de la sutil sintonización que las ha hecho posibles, ha tenido como consecuencia que no pocos pensadores y científicos crean que esto no es una cuestión de azar y mera coincidencia, obligando a redefinir los parámetros físicos (y psicológicos) de nuestro universo y de nuestra mente.

                Parece que la neurociencia se coloca al albur del principio copernicano, y, desde luego son coherentes con su metodología positivo mecanicista y determinista, así pues: el tú que tus amigos conocen y aprecian no puede existir a menos que los transistores y tornillos de nuestro cerebro estén en su sitio,[5]  o, de que es indudable que nuestra realidad depende de lo que diga nuestra biología,[6] son aseveraciones típicas. Somos un wetware[7], con un software al que denominamos mente. Clara visión mecánica de la mente (del alma, de la psique…) que se acopla perfectamente a la visión copernicana del mundo. Todo lo cual no deslegitima que, con Thomas Huxley, otros nos interroguemos ¿cómo puede ser que una cosa tan notable como un estado de conciencia surja como consecuencia de una irritación del tejido nervioso?, cuestión esta nada baladí que hubo de alimentar la perspectiva antrópica de la mente, que además encuentra en el ámbito de la mecánica cuántica un singular vivero de interpretaciones harto paradójicas, cuando no verdaderamente extrañas, que entran en contradicción con aquella interpretación reduccionista de la mente. Hablamos de la perspectiva que expone a la conciencia en el dominio capital, más fundamental que la misma materia, entendida esta como los átomos, moléculas, neuronas…. Y es que en realidad la estructura y dinamismo de la realidad no sería posible sin ella.

                Ante apreciaciones tan sugestivas como espectaculares, tengamos en cuenta que gracias a la física cuántica hoy posemos tecnologías hasta hace poco impensables, de las cuales dependemos de manera universal, no deja de resultar no menos extraño, el rechazo del concepto o idea tan extraordinariamente rico como es el del alma, y menos aún el dominio de la psicología (con p, de psicología, recuerden).[8] Habría de ser Erwin Schrödinger quien, con su célebre ecuación ondulatoria, trataría de explicar el extravagante comportamiento de los electrones (que se mostraban
La naturaleza de la realidad y la conciencia. El principio copernicano y el antrópico. ¿La realidad del alma es la realidad de la conciencia?. Francisco Acuyo
bien como corpúsculos bien como ondas), y que conllevaría la no menos inquietante pregunta de qué era lo que, en fin, ondulaba esas partículas. 

                No deja de llamarnos poderosamente la atención el hecho de que la indeterminación[9] (de conocer al unísono la posición y el tiempo de un electrón es imposible), y que es plenamente aceptada por la comunidad científica –física-, no suponga ningún cisma a estas alturas, y que se acepte, en virtud de la función de onda de Schrödinger, la probabilidad de encontrar dicho electrón en función de dicha ecuación y sus paradójicas consecuencias. O lo que es lo mismo, que la probabilidad de hallar la partícula corpuscular del electrón, va a depender de su función de onda, es decir por la descripción de onda de dicha partícula; y, sin embargo, en el ámbito de la biología, todo pretende estar perfectamente descrito en virtud de (no olvidemos, la hipótesis) del funcionamiento determinista y mecánico de nuestro cuerpo, incluso aquello que no tiene una sustancia material, como es el producto de la mente misma, esto es la conciencia (la psique, el alma…).

                Del Dios no juega a los dados (de Einstein) hasta el deja de decirle a Dios lo que tiene que hacer (de Bohr), pasamos al debate del solipsismo deducible de la teoría del cuantum, mediante el que se deduce que será el proceso de medición (llevado a término por la conciencia) el responsable de que las dos ondas se disuelvan en una, cuando esto iba en detrimento de la idea de la existencia objetiva (hablábamos anteriormente del idealismo de Berkeley a este respecto). No obstante se ha aceptado el muro que separa al sentido común -del supuesto mundo objetivo- , del otro que exige la teoría cuántica, por contradictorio o paradójico que pueda parecer. De la percepción Eugene Wigner (bastante autorizada, Nobel de Física y creador de los cimientos de la mecánica cuántica), reformulando la paradoja del gato de Schrodinger,[10] llega a la conclusión de que la única manera de determinar si el segundo observador del gato está vivo exige a otro observador que lo determine, así, ad infinitum,  para resolver el bucle de esta paradoja, pensaba, es preciso una conciencia cósmica –no individual- que posibilite el colapso de la onda anterior, por lo que será imposible formular leyes de forma consistente sin referencia al elemento capital cual es esa conciencia. Sin embargo, en el ámbito de las ciencias de la biología, la medicina, la neurociencia, la psicología, insisten en acabar con lo que ellos llaman un concepto o idea indeterminado e inútil, aun sabiendo (queremos creer) del riquísimo acervo simbólico del alma, hija, al fin y al cabo, de la misma conciencia.




Francisco Acuyo




[1] Winston Churchil
[2] Mediante el que la humanidad, como entidad consciente, en modo alguno tiene una posición de privilegio para el entendimiento del mundo.
[3] Viene a entenderse desde una óptica cosmológica que, si se pueden dar condiciones de la existencia humana, dichas condiciones se harán verificables precisamente en virtud de nuestra propia existencia.
[4] Freedman Dyson.
[5] Eagleman, D.: Incógnito. Las vidas secretas del cerebro, Anagrama, Barcelona, 2013.
[6] Ibidem
[7] Versión biológica traída de la computación y sus relaciones hardware y software.
[9] Establecido como principio por Werner Heisenberg, uno de los padres de la física cuántica
[10]Famoso experimento imaginario de Schrodinger que consistía en situar en una caja cerrada y opaca a un gato en su interior. En dicho recipiente habría un dispositivo que contendría una botella con un gas venenoso que se liberaría mediante un dispositivo que contendría una partícula radiactiva que, al liberarse en un tiempo dado, con una probabilidad del 50% de hacerlo, liberaría el veneno matando al gato, o lo que es lo mismo, si la partícula se desintegra se libera el gas tóxico y el gato muere. La paradoja radica en que según los principios de la mecánica cuántica, en su función de onda, el resultado del experimento (el gato vivo o muerto) depende de la superposición de estados (función de onda), es decir vivo y muerto, ahora bien, si abrimos la caja veremos si está vivo o muerto. Resulta que los electrones tienen la propiedad de estar en dos lugares al mismo tiempo (superposición, insistimos). En la física clásica el gato estará vivo o muerto independientemente de que abramos o no la caja, en el mundo cuántico será la superposición de estados posibles que solo tiene una solución cuando interviene el observador.




La naturaleza de la realidad y la conciencia. El principio copernicano y el antrópico. ¿La realidad del alma es la realidad de la conciencia?. Francisco Acuyo

martes, 19 de julio de 2016

LÉGAMO DEL AMOR Y DE LOS LIBROS, DE JUAN JOSÉ MARTÍN RAMOS

Traemos para la sección, Editoriales amigas, del blog Ancile, el libro titulado, Légamo del amor y de los libros, de Juan José Martín Ramos, amigo entrañable, escritor de excepción y editor camarada, cuya actividad en el ámbito de la edición en su Levitador ha dejado constancia de una ya dilatada y muy rica variedad de nombres y géneros literarios en su producción editorial. En este caso, de la mano de Ediciones Evohé, en su colección, Intravagantes, ve la luz este título singular de Juan José Martín Ramos, que se une a su dos anteriores obras, La curiosidad del espía (1996), y, La noche calma mi ansiedad (1998). Este Légamo del amor y de los libros, fantasía modernista sobre lo que el deseo y los libros nos ocultan (en palabras del propio autor), es una obra altamente recomendable que hará sin duda las delicias de aquellos que saben paladear con la fruición que merece una historia -de marcados ecos simbolista, advierte el editor- de libros y de amor, donde se observa y se complace el lector desde el inicio con la delicada sensibilidad de su autor y la exquisita fluidez de su prosa. Libro que recomendamos desde aquí para su adquisición y lectura este verano. Ofrecemos aquí el arranque del libro para disfrute y orientación de los amantes de la buena literatura.




Légamo del amor y de los libros, Juan José Martín Ramos, Ancile






LÉGAMO DEL AMOR Y DE LOS LIBROS,

DE JUAN JOSÉ MARTÍN RAMOS



Légamo del amor y de los libros, Juan José Martín Ramos, Ancile







El ángel.-


Apenas le permitieron salir, Juan José Martín Ramos bajó corriendo las escaleras, y desfigurado por el fervor y la im­paciencia recorrió las amplias galerías hasta la sala de lectu­ra. En algún momento de inconsciente espanto durante su convalecencia debió acordarse de que la muerte tiene para todos una mirada, y el alta preventiva del amable galeno, repleta de precauciones considerables y recomendaciones, venía a ser una suerte de indulto.
Contra su habitual coquetería y sentido del decoro, no quiso saber en el transcurso de su espantada de su rostro en el espejo, y francamente le daba igual confundir en su estrafalaria figura al fantasma del que él mismo huía con el fantasma que atemorizaría a quien con él se estampillaba en cada recodo, al acometer un pasillo nuevo, en una inter­sección, al penetrar en su errancia una estancia equivocada. ¡Qué difícil resultaba encontrar la biblioteca.
La biblioteca estaba a oscuras. No obstante, a su propó­sito no importaba. En el La biblioteca estaba a oscuras. No obstante, a su propósito no importaba. En el vasto testero exento de ventanales, vigas y otros accidentes, se insinuaba sin detalle el relieve desigual de los volúmenes en los anaqueles, aunque los tí­tulos, apagados en la sombra, callaban la posible voz de la biblioteca, ahora naturaleza muerta, sin espíritu.
No importaba la oscuridad. Amparándose en la exigua luz de la cercana galería, el viejo Martín Ramos se acercó a la espalda de un sillón de altas orejas, y empujando con sus manos huesudas y temblorosas lo arrastró con pena y sudor hasta colocarlo justo enfrente, de cara a los libros, en el centro del espacio que ocupaba el mueble. En el esfuerzo, Martín Ramos no había notado —o no le había importa­do— la pérdida de su pantalón del pijama, ahora enrollado en los tobillos, que había dejado al descubierto unas del­gadas y lampiñas piernas blancas, quebradizas, inseguras, y unas arrugadas nalgas en cuyo frágil paño quedaban restos de rosadas heridas recién cicatrizadas. Dudó si subirse el pantalón antes de sentarse, pero al final lo hizo movido más bien por la débil huella de un antiguo raciocinio. El viejo Martín Ramos se sentó, por fin, frente a su biblioteca.
Queremos pensar que alguna palabra salió de su boca, acaso una queja o una expresión de alivio en la conquistada comodidad del gran sillón en el que parecía desaparecer la liviana naturaleza del viejo. La palabra se dijo. El júbilo o la desolación. Pero no está clara la identidad del testigo de su manifestación de ánimo.
Alguien alumbró la estancia; de repente, las grandes ara­ñas se incendiaron como galaxias en la noche, y en la amplia biblioteca estallaron en luz títulos y nombres.
Guiñó los ojos Martín Ramos deslumbrado no tanto por el fogonazo como por la letra plural, de tamaños distintos, de formas diversas, de estilos incluso contrapuestos, que la anochecida había retenido hasta aquel momento.
Suponemos en el hombre un gesto de íntima alegría, pero la joven enfermera que había iluminado la sala solo llegó a apresar en el rostro de aquel un ligero bizqueo y una mueca de infantil culpa. Por parte de la joven no hubo reproche alguno. Antes al contrario, se inclinó dulce sobre la mirada del viejo ofreciendo su atención y ayuda y, en el descuido del gesto, la promesa de un tierno seno adolescente que se adivinaba muy blanco bajo el delicado uniforme.
Martín Ramos no entendía lo que la joven le decía; su impresión era que el ángel hablaba, movía los labios, sin emitir sonido alguno. Así pues, cuando tras una última son­risa llena de piedad la compasiva enfermera salió de la sala de lectura, el viejo no sabía discernir sobre la realidad del encuentro —tal vez se tratara de un sueño o, mejor, la ima­gen de un recuerdo lejano, de modo que sus labios parecie­ron querer pronunciar, pero con el tono de una pregunta, el nombre de otra época de una mujer.
El viejo se quedó solo frente a la imponente biblioteca. Su mirada se perdía extasiada entre letras, tamaños y colores, esforzándose en abarcar los límites del mueble, que vale de­cir los límites del mundo conocido.
Pero la biblioteca también hacía de enorme ventanal, no al mundo, en todo caso a la vida, que es más importante. No olvidemos que Martín Ramos estaba hundido en un sillón enorme frente a las perfectamente alineadas estante­rías, e incapaz, como él mismo se creía, de levantarse y co­ger uno solo de aquellos libros, contemplar aquel tapiz era el único horizonte, la única forma parecida a un propósito de vida deseable.
Pasadas, quizás, un par de horas, le extrañó a la enfermera, al volver por casualidad frente a la entrada de la sala, la luz en su interior. Se acordó del viejo, le sobrevino un sentimiento de entrañable familiaridad, y se preguntó si continuaría hun­dido en su asiento. Se fue acercando. Ahora Martín Ramos erguía su pequeña figura como un apéndice del gran sillón, y movía la cabeza afirmando o negando, arqueaba las cejas o las fruncía, abría o cerraba los ojos y, sobre todo, movía los labios, boqueando como un pez en una pecera, todo lo cual le daba a la sorprendida enfermera la impresión de que el viejo mantenía una animada conversación con su biblioteca. La joven ahogó bajo su mano una tímida risa pero se dejó conmover enseguida por la mirada acuosa de Martín Ra­mos, de un marrón desleído, en la que parecía reflejarse un invisible e improbable interlocutor. La joven lo observó de­tenidamente unos minutos como un espectador indiscreto en una conversación ajena, pero no pudiendo desentrañar el sentido del diálogo, o incluso dudando que este tuviera sentido alguno, vacilaba, en la candidez de sus pocos años y su breve experiencia, si interrumpir el diálogo, en la creen­cia, argumentada científicamente, de que la fantasía pudiera sumir aún más al viejo en la grave neurosis que padecía, o dejarle seguir su curso, en la vaga idea, plena de intuición, de que la fantasía que daba origen a aquel quimérico coloquio era el único, el último, dominio exclusivo que le quedaba al hombre. Finalmente, igual que la vida, que siempre en­cuentra soluciones intermedias, la joven enfermera resolvió atreverse a preguntar: «¿Quiere que le busque o le acerque algún libro?». Martín Ramos se dio cuenta, perplejo, de que era la primera frase que realmente oía y entendía desde hacía mucho tiempo.









Juan José Martín Ramos, de Légamo del amor y de los libros.




Légamo del amor y de los libros, Juan José Martín Ramos, Ancile

viernes, 15 de julio de 2016

EL ROSTRO DEL AMOR

La composición titulada, El rostro del amor, para la sección del blog Ancile, Poema semanal, del libro, Mal de Lujo, 1998.



El rostro del amor, Francisco Acuyo, Ancile


EL ROSTRO DEL AMOR





“ Si en esos tus semblantes plateados “
S.JUAN DE LA CRUZ: “ Cántico espiritual “



¿A qué espejo miraste verdadera
aquella imagen tuya tan opuesta?
¿A qué destino sombra está dispuesta,
sobre qué luz a deshacer sendero?

¿A qué golpe de amor nuestro velero,
qué brisa de la mar dará respuesta?
¿Qué constelado guía manifiesta
el rumbo de este amor y su reguero?

Tomé de tu regazo la azucena,
y en su espíritu el pulso del camino
pues, libre el corazón nos encadena.

Miré entonces del tiempo aquel semblante,
y encontraron mis ojos el destino
de la luz que hace eterno cada instante







Francisco Acuyo, Mal de lujo, 1998.




El rostro del amor, Francisco Acuyo, Ancile