LA MODERNIDAD DE LA
PREHISTORIA
Que la prehistoria es una ciencia moderna[1] (y a
la vista de los cómputos, tasaciones y cronologías más inmediatas de las que
tenemos constancia escrita, desde la Edad Media, las cuales venían a
considerarse preadamitas), es algo que en modo alguno puede cuestionarse. Como tampoco la grandeza e importancia de
muchas de las obras de arte halladas en aquellas remotas épocas. La información
extraída según el caso de las mencionadas manifestaciones artísticas,
espléndidas, no es en modo alguno desdeñable, más bien al contrario, muy
recomendable su testimonio, si es es fundamental para averiguar pensamiento,
religión, …y, desde luego, entendimiento de hechos históricos (prehistóricos)
que habrían de marcar los designios de aquellos artistas y las gentes con las que
habrían de compartir vivencias, lugares y momentos y que, en la estrategia de
este riguroso (re)colector de aconteceres le complace entretenerse, si es que
la ciencia de la historia de este que suscribe estas páginas, más la tiene por
pasicorta y flemática, que imprudente e insensata por apresurada. Del arte
mobiliar (art mobilier), a los grabados y pinturas en la roca de las cavernas
se infieren grandeza creativa, pero también razón histórica (sic).
De
esta manera discurría nuestro omnipresente testigo de la historia de España en
uno de los peculiares fragmentos hallado de su singular historia, en relación a
los tiempos que, desde Atapuerca[2]
(relación de estudio que más que prehistórica pudiera considerarse como paleontológica)
a las impresiones maravillosas de
Altamira y posteriores, cuya supervivencia ya pudo ser ya advertida en la Primera Crónica General, de Alfonso X el
Sabio, donde Rocas[3],
primitivo, desnudo habría de tenerse como descendiente de posteriores
patriarcas, reyes y sacerdotes. Su vida de troglodita podría describirse en
virtud de su existencia como Felis
speleus[4] que le
habría de emparentar a sus coetáneos compañeros del relato novelesco de la vida
prehistórica que hubiera de trazar el rey Sabio.
La
leyenda habría de enriquecerse con la aparición del hábil arquero Tarsos
(Tharcos) de Abila, cuya tenencia de armas teñía de amplia superioridad al
oscuro Rocas. Más allá de las magias cavernarias y de la mítica descendencia de
Rocas con la hija de Tarso: qué bien pueden colegirse el traspaso de una y otra
cultura en su relato, y quedar sólidamente expreso en forma de taulas,
taloyots, navetas y megalíticos santuarios; cabezas de toros, esfinges, leones
y toda suerte de bestias ibéricas; bichas, monstruos mestizos de hombre y toro,
todo lo cual habría de hablarnos de moradores diversos de nuestra primitiva
historia de la España prerromana (íberos, celtas, celtíberos que habrían de derivar
en carpetanos, arévacos, vetones, oretanos, vacceos, y en el norte astures,
cántabros y vascones), sin mencionar a Tartesos y su legendario rey Argantonio.
Podemos
imaginar que, aún sin escritura, la comunicación in praesentia de los primeros narradores de mitos y leyendas a
través de la oralidad, pudo ser una vía de permanencia y mestizaje de
personajes fabulosos y reales, y de
trayectorias y relatos de un tiempo apenas hoy imaginado, teniendo que relegar
a tiempos muy posteriores, con los principios de la poética medieval vernácula,
los primeros itinerarios de ideas éticas y estéticas y, desde luego, históricas
de nuestro pensamiento literario.
Cuán sangriento, ineludible y, a ciencia
cierta, inapelable sino es el de la guerra, que ha fiado su progreso al propio
y cruento del perfeccionamiento y efectividad encarnizada de las armas que,
desde el Homo antecesor a los guerreros del Paleolítico, habrían de
protagonizar batallas significativas y
algunas incluso preponderantes. Pero no deja de resultar menos impresionante
cómo, aun en el feroz y trajinante y belicoso y ultrajante entorno habría de
surgir, para maravilla de sí mismos y del mundo, fuentes de inspiración
perpetua para artistas (y filósofos, literatos, científicos…) posteriores, cual
fueron las miríficas, profundamente simbólicas y altamente expresivas pinturas
de Altamira, aun a costa de cuestionar cualquier comparación con el arte de la
revolución neolítica, si en verdad fue más pobre, y que tiene como singularidad
el acontecer y la materialización de los primeros asentamientos permanentes,
que habrían de poner fin a la errante existencia y levantar las primeras
comunidades para mejor establecimiento y desarrollo de la agricultura, la
urbanización; la aparición de la alfarería, la primeras vías de comunicación y
el descubrimiento de los metales, acompañado todo de las manifestaciones
tardías de arte rupestre en el Levante y de asentamientos singulares como El Argar[5], que
anuncia ya la Protohistoria de la Edad del Hierro (sic).
Así concluía
otro de los fragmentos extraídos del ingente cúmulo de legajos en desorden y
que, nosotros, con extremo cuidado y dedicación plena, tratábamos de poner en
mandamiento y advertencia para su mejor y preciso entendimiento. No obstante,
en virtud de lo perdido en documentos fundamentales pero ausentes, tratamos de
establecer una jerarquía topocronológica que
fuese lo más fiel posible a la disposición originaria, cuya estructura y
comunidad de textos obedecía a una enigmática redacción en primerísima persona
que habría de colocar a su redactor como testigo ¿intemporal? de lo que
acontecía en su relato.
No dejen de
leer lo que a continuación, en próxima entrada, ofreceremos, que será de muy
digna lectura, consideración y entretenimiento, y que habrá de causar segura
admiración al lector atento, que no podrá dejar de suspenderse de la erudición
histórica y la agudeza y arte de ingenio
en las redacciones encontradas del autor anónimo de estos anales, así como de
la omnipresencia de su erudición y la extraña sabiduría exegética de aquellos
aconteceres de su historia.
Francisco Acuyo
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[1] Summa
Artis, Antología, vol. 1, Espasa Calpe, Madrid, 2004, p. 15
[2]
Descubrimiento en la localidad burgalesa de Atapuerca de los restos óseos , en
1976 y 1994, y cuyo hallazgo relega dichos restos a unos 300.000 y 800.000 años
antes de nuestra era, respectivamente.
[3] Según el
rey Sabio, el primer hombre destacado que vino a España, oriental y a la sazón
medio brujo que “…adivinava muchas cosas
e fazie grandes maravillas…”
[4] Tigre
cavernario.
[5] Situada en la actual provincia
de Almería, y cuya cultura algárica o mastiena ya denotaba una población densa
y con una clara exigencia defensiva, y cuya súbita desaparición hubo de
levantar no pocas discusiones y controversias.
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