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miércoles, 14 de marzo de 2018

CIENTIFISMO FRENTE A FEMINISMO: PRESCRIPCIÓN DE LA INFERIORIDAD INTELECTUAL FEMENINA


Bajo el título: Cientifismo frene a feminismo: prescripción de la inferioridad intelectual femenina, publicamos un nuevo post del profesor Tomás Moreno, para la sección, Microensayos, del blog Ancile, incidiendo nuevamente sobre la misoginia y sus fundamentos en el pensamiento hasta nuestros días.


Cientifismo frene a feminismo: prescripción de la inferioridad intelectual femenina, Tomás Moreno


CIENTIFISMO FRENTE A FEMINISMO

PRESCRIPCIÓN DE LA INFERIORIDAD 

INTELECTUAL FEMENINA



Cientifismo frene a feminismo: prescripción de la inferioridad intelectual femenina, Tomás Moreno



Tras la frustración profunda que la Ilustración, y el subsiguiente proceso revolucionario francés de 1789, produjeron en las mujeres republicanas más comprometidas con la causa de la emancipación y de la reivindicación de su igualdad y su mayoría de edad intelectual, la ideología de la domesticidad jacobina de raíz rousseauniana se impuso en toda Europa, borrándolas del mundo de la política.        Como ha puesto de manifiesto la politóloga e historiadora María José Villaverde, la Revolución Francesa, tras despertar grandes esperanzas, acabó con las ilusiones de alcanzar la igualdad social y política de las mujeres y relegó una vez más a las francesas a las tareas del hogar. Por otra parte, los avances ideológicos que se habían logrado en el Siglo de las Luces gracias a autores como Condorcet, Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft, entre otros, se frenaron en seco. Es significativo, concluye la citada historiadora, que los derechos del hombre y del ciudadano, que se plasmaron en la famosa “Declaración de 1789”, no incluyeran a las mujeres[1]. Seguidamente señala cómo en las ciencias
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emergentes de la época, los nuevos científicos se ensañarán, igualmente, con la mujer. Los avances de la anatomía y la fisiología sirvieron, lamentablemente, para fundar “(seudo)científicamente” la desigualdad y jerarquía entre los sexos.
            Las renovadas teorías antifeministas del XIX ya no recurrirán como antaño a Aristóteles o a la Biblia, sino que fundamentarán sus tesis sobre los descubrimientos de las nuevas ciencias, desde la biología o la psicología a la frenología o la craneología, nos recuerda María José Villaverde[2]. Entre los craneólogos más representativos del momento hay que  citar a Georges Cabanis (1757-1808), médico francés, fisiólogo y precursor del positivismo, quien afirmaba, por ejemplo, poder demostrar empíricamente, con un fundamento fisiológico, la diferencia entre los caracteres femenino y masculino  así como la inferioridad intelectual de la mujer. En su obra Las relaciones de lo físico y lo moral, constata que “en la mujer, la pulpa cerebral participa de la blandura de las otras partes”, y esa “blanda delicadeza”, en opinión de Virey, uno de sus colegas, la hacía incapaz de razonar y de poner atención. Otro frenólogo conspicuo, Franz Joseph Gall (1758-1828), médico alemán, fundador de la Frenología se erigió, por su parte, en adalid del antifeminismo con sus Investigaciones sobre el sistema nervioso en general y sobre el del cerebro en particular, de 1808. Tras analizar la diferente morfología de los cráneos femeninos y masculinos y comprobar las deficiencias y desigualdades entre los individuos y entre los sexos, concluyó que las mujeres, de frente más pequeña y estrecha que los hombres, presentaban por ello sensibles diferencias en sus facultades mentales y morales y que tenían un sistema nervioso más irritable.
            Theodor Ludwig Bischoff (1807-1882), anatomista, biólogo y fisiólogo importante, aportó nuevos datos al respecto en su tratado sobre La inferioridad de las mujeres. Una vez pesados 559 cerebros de hombres y 347 de mujeres, también comprobó algo que ya compartían la mayoría de los médicos victorianos de la época, que el cerebro masculino era más pesado, los lóbulos frontales femeninos eran más ligeros y menos desarrollados que los masculinos y  las funciones fisiológicas de la mujer exigían, al menos, un veinte por ciento de su actividad cerebral, lo que iría en detrimento de su rendimiento intelectual.
            Por su parte Paul Broca (1824-1880), eminente antropólogo francés, insistió en investigar las características cerebrales de mujeres para demostrar su inferioridad. Sus ideas tuvieron una gran aceptación entre anatomistas y neurólogos (los llamados “medidores de cabezas” porque deducían la capacidad intelectual del individuo midiendo el tamaño de su cráneo) de finales del XIX y principios del XX. Según Stephen Jay Gould de todas las comparaciones entre grupos humanos que realizó Broca, la referida a las características cerebrales de mujeres y hombres fue la mejor documentada, probablemente por tratarse de un tipo más accesible de datos. El argumento de Broca acerca de la
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condición biológica de las mujeres modernas se basaba en dos conjuntos de datos: los que probaban que en las sociedades modernas el cerebro de los hombres es más grande que el de las mujeres, y los que permitían suponer que la diferencia de tamaño entre el cerebro masculino y el femenino se había ido ampliando a través del tiempo.
            Su estudio más extenso sobre el tema estaba basado en una serie de autopsias que realizó en cuatro hospitales parisinos. Para 292 cerebros masculinos calculó un promedio de 1.325 gramos, y para 140 cerebros femeninos un promedio de 1.144, o sea una diferencia de 181 gramos. o bien un 14% del peso del cerebro masculino. Desde luego, Broca sabía que parte considerable de esa diferencia debía atribuirse al mayor tamaño de los hombres, sin embargo concluyó afirmando dogmáticamente la inferioridad intelectual femenina porque “consta que las mujeres son menos inteligentes que los hombres”, argumento circular que califica su capacidad argumentativa y su seriedad científica, al menos en lo que se refiere a esta temática:

Podríamos preguntarnos si la pequeñez del cerebro femenino no depende exclusivamente del menor tamaño de su cuerpo. Es la explicación propuesta por Tiedemann. Primero no debemos olvidar que, en promedio, las mujeres son un poco menos inteligentes que los hombres, diferencia que no debemos exagerar, pero que, sin embargo, es real. Por tanto, podemos suponer que la pequeñez relativa del cerebro femenino depende en parte de su inferioridad física y en parte de su inferioridad intelectual” (“Sur le volumen et la forme du cerveau suivant les individus et suivant les races. (Bulletin Societé d’Antrhopologie, París, 2 vol., 1861 p. 153)[3].

            Sus discípulos y epígonos continuaron su tarea. En 1881, G. Hervé  colega de Broca, escribió: “Los hombres de las razas negras tienen un cerebro apenas más pesado que el de las mujeres blancas”. H. Spencer, Konrad Ettel y Theodore Jordan incidieron también, en diversas obras y tratados, en el tema de las capacidades mentales de las mujeres. Tanto en Los principios de la biología (de 1864-65) como en Los principios de la Ética (de 1892-93) H. Spencer exponía su peregrina tesis –que sin embargo alcanzó notable repercusión en la época- de que la actividad intelectual de la mujer era incompatible con la procreación. En La mujer y la sociedad, un folleto de 1990, Kornrad Ettel (1847-1924) corroboró dicha tesis, afirmando que el destino biológico de las mujeres –la preservación de la célula básica del Estado, la familia- le incapacitaba para participar en la vida política Y el francés Theodore Joren en La mentira del feminismo (1905) trató de vincular el feminismo con el anticlericalismo y definía a la mujer por su instinto y proximidad a la naturaleza animal siendo su sublime y casi única misión en este mundo, la reproducción. Antifeminista fanático sostenía que las emancipadas no paren buenos hijos y que son malas madres.
            Pero fue efectivamente con panfletos escandalosos como el del doctor P. Julius Moebius, (1853-1907), médico de Leipzig, donde se llegaría al paroxismo más radical. En su folleto-libro (más bien inmundo y repugnante folleto acientífico) titulado Sobre la imbecilidad fisiológica mental de las mujeres, Leipzig 1900 -auténtico best-seller de la época, reeditado sin cesar en las primeras décadas
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del XX- recogió toda una serie de seudoargumentos, prejuicios e “ideas” que fueron utilizadas para “corroborar” la inferioridad intelectual de la mujer[4]. Sus “argumentos científicos” eran de este cariz: la deficiencia mental de la mujer no sólo existe sino que además es muy necesaria; no solamente es un hecho fisiológico, es también una exigencia psicológica. Si queremos una mujer que pueda cumplir bien sus deberes maternales, es necesario que no posea un cerebro masculino. Si se pudiera hacer de modo que las facultades alcanzaran un desarrollo igual al de las facultades de los hombres, veríamos atrofiarse los órganos maternos y hallaríamos ante nosotros un repugnante e inútil andrógino[5].
            Los argumentos seudocientíficos en favor de la inferioridad femenina han cambiado a lo largo de los siglos; pero el método consistente en utilizar la biología para ese legitimar este tipo de demostraciones siguió empleándose hasta nuestros días. Otros científicos, médicos, biólogos y antropólogos bio-deterministas de la segunda mitad del XIX corroboraron las mismas tesis sobre la inferioridad biológica de la mujer. E. Huschke (1797-1858) anatomista y antropólogo alemán,  llegó a escribir en 1854 que la médula espinal del cerebro de los negros era similar a la que observamos en los niños y en las mujeres, y se aproximaba, además, al tipo de cerebro que encontramos en los monos superiores[6].  Incluso llegó a plantearse de nuevo la cuestión de la existencia o no del alma en la mujer: el editor favorito de los socialistas de la época, Gustave Sandré,   publicó dos libros sobre este tema con los que zanjaba la polémica: en el fondo, las mujeres no desean tener un alma, conclusión que desgraciadamente parecían confirmar algunas mujeres de su tiempo, como Gina Lombroso (1872-1944), la hija del doctor Cesare Lombroso, antes citado, que había publicado un libro, El alma de la mujer[7], específicamente para probar que su ánima no es la misma que la del hombre. (Cont.).

TOMÁS MORENO


[1] María José Villaverde, “Mujeres que matan, mujeres que votan: Misoginia en Europea Occidental”, Claves de la Razón Práctica, nº 166, octubre, 2006.  
[2]. Ibid. A lo largo de su ensayo se refiere a la mayor parte de los científicos a los que seguidamente aludimos.
[3] Citado en Stephen Jay Gould, La falsa medida del hombre, Ediciones Orbis, Barcelona, 1986, p. 96.
[4] Paul Julius Moebius (1853-1907) natural de Leipzig, médico en 1877, psiquiatra alemán, neurólogo en el Policlínico Universitario de Leipzg y en la Policlínica Neurológica del Albert-Verein de Leipzig, centró sus investigaciones en las enfermedades nerviosas funcionales, en la frenología y en la diferencia entre los sexos etc. Su obra Über den Pphysiologischen Schwachsinn des Weibes fue traducida al castellano con el título de La inferioridad mental fisiológica de la mujer. La deficiencia mental fisiológica de la mujer, con prólogo de Carmen de Burgos Seguí, en Valencia, F. Sempere y Cía Editores, 1904. La traducción más reciente –la que seguimos- es de Adan Kovacsics Meszaros, con prólogo de Franco Ongaro Basaglia, Bruguera, Barcelona, 1982. Influyó en el primer tercio del siglo XX en una activista corriente antifeminista española representada por dos médicos misóginos Edmundo González Blanco, autor de “El feminismo en las sociedades modernas, 1903, y Roberto Novoa Santos, con su libro La indigencia espiritual del sexo femenino (Las pruebas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la mujer. Su explicación biológica), Valencia, 1908), entre otros. Cf. Nerea Aresti. pp. 49-61.
[5] Paul Julius Moebius, op. cit, p. 58.  Vid. Francis Schiller, A Möbius Strip : Fin-de siècle Neuropsychiatry and Paul Möbius, University of California Press, Berkeley, 1982.
[6] Citado en Stephen Jay  Gould, La falsa medida del hombre, Barcelona, Orbis, 1986, p. 95
[7] Gina Lombroso, El Alma de la Mujer, Editorial “Cultura”, Santiago de Chile, 1937.




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