Bajo el título: Cientifismo frene a feminismo: prescripción de la inferioridad intelectual femenina, publicamos un nuevo post del profesor Tomás Moreno, para la sección, Microensayos, del blog Ancile, incidiendo nuevamente sobre la misoginia y sus fundamentos en el pensamiento hasta nuestros días.
CIENTIFISMO FRENTE A FEMINISMO:
PRESCRIPCIÓN
DE LA INFERIORIDAD
INTELECTUAL FEMENINA
Tras la frustración profunda que la Ilustración, y el subsiguiente
proceso revolucionario francés de 1789, produjeron en las mujeres republicanas
más comprometidas con la causa de la emancipación y de la reivindicación de su
igualdad y su mayoría de edad intelectual, la ideología de la domesticidad jacobina de raíz
rousseauniana se impuso en toda Europa, borrándolas del mundo de la política. Como ha puesto de manifiesto la
politóloga e historiadora María José Villaverde, la Revolución Francesa, tras
despertar grandes esperanzas, acabó con las ilusiones de alcanzar la igualdad
social y política de las mujeres y relegó una vez más a las francesas a las
tareas del hogar. Por otra parte, los avances ideológicos que se habían logrado
en el Siglo de las Luces gracias a autores como Condorcet, Olympe de Gouges y
Mary Wollstonecraft, entre otros, se frenaron en seco. Es significativo,
concluye la citada historiadora, que los derechos del hombre y del ciudadano,
que se plasmaron en la famosa “Declaración de 1789”, no incluyeran a las mujeres[1].
Seguidamente señala cómo en las ciencias
emergentes de la época, los nuevos
científicos se ensañarán, igualmente, con la mujer. Los avances de la anatomía
y la fisiología sirvieron, lamentablemente, para fundar
“(seudo)científicamente” la desigualdad y jerarquía entre los sexos.
Las renovadas
teorías antifeministas del XIX ya no recurrirán como antaño a Aristóteles o a
la Biblia, sino que fundamentarán sus tesis sobre los descubrimientos de las
nuevas ciencias, desde la biología o la psicología a la frenología o la
craneología, nos recuerda María José Villaverde[2]. Entre los craneólogos más
representativos del momento hay que
citar a Georges Cabanis (1757-1808),
médico francés, fisiólogo y precursor del positivismo, quien afirmaba, por
ejemplo, poder demostrar empíricamente, con un fundamento fisiológico, la
diferencia entre los caracteres femenino y masculino así como la inferioridad intelectual de la
mujer. En su obra Las relaciones de lo
físico y lo moral, constata que “en la mujer, la pulpa cerebral participa
de la blandura de las otras partes”, y esa “blanda delicadeza”, en opinión de
Virey, uno de sus colegas, la hacía incapaz de razonar y de poner atención.
Otro frenólogo conspicuo, Franz Joseph Gall (1758-1828), médico alemán,
fundador de la Frenología se erigió, por su parte, en adalid del antifeminismo
con sus Investigaciones sobre el sistema
nervioso en general y sobre el del cerebro en particular, de 1808. Tras
analizar la diferente morfología de los cráneos femeninos y masculinos y
comprobar las deficiencias y desigualdades entre los individuos y entre los
sexos, concluyó que las mujeres, de frente más pequeña y estrecha que los
hombres, presentaban por ello sensibles diferencias en sus facultades mentales
y morales y que tenían un sistema nervioso más irritable.
Theodor Ludwig
Bischoff (1807-1882), anatomista, biólogo y fisiólogo importante, aportó nuevos
datos al respecto en su tratado sobre La
inferioridad de las mujeres. Una vez pesados 559 cerebros de hombres y 347
de mujeres, también comprobó algo que ya compartían la mayoría de los médicos
victorianos de la época, que el cerebro masculino era más pesado, los lóbulos
frontales femeninos eran más ligeros y menos desarrollados que los masculinos
y las funciones fisiológicas de la mujer
exigían, al menos, un veinte por ciento de su actividad cerebral, lo que iría
en detrimento de su rendimiento intelectual.
Por su parte Paul
Broca (1824-1880), eminente antropólogo francés, insistió en investigar las
características cerebrales de mujeres para demostrar su inferioridad. Sus ideas
tuvieron una gran aceptación entre anatomistas y neurólogos (los llamados
“medidores de cabezas” porque deducían la capacidad intelectual del individuo
midiendo el tamaño de su cráneo) de finales del XIX y principios del XX. Según Stephen
Jay Gould de todas las comparaciones entre grupos humanos que realizó Broca, la
referida a las características cerebrales de mujeres y hombres fue la mejor
documentada, probablemente por tratarse de un tipo más accesible de datos. El
argumento de Broca acerca de la
condición biológica de las mujeres modernas se
basaba en dos conjuntos de datos: los que probaban que en las sociedades
modernas el cerebro de los hombres es más grande que el de las mujeres, y los
que permitían suponer que la diferencia de tamaño entre el cerebro masculino y
el femenino se había ido ampliando a través del tiempo.
Su estudio más
extenso sobre el tema estaba basado en una serie de autopsias que realizó en
cuatro hospitales parisinos. Para 292 cerebros masculinos calculó un promedio
de 1.325 gramos, y para 140 cerebros femeninos un promedio de 1.144, o sea una
diferencia de 181 gramos. o bien un 14% del peso del cerebro masculino. Desde
luego, Broca sabía que parte considerable de esa diferencia debía atribuirse al
mayor tamaño de los hombres, sin embargo concluyó afirmando dogmáticamente la
inferioridad intelectual femenina porque “consta que las mujeres son menos
inteligentes que los hombres”, argumento circular que califica su capacidad
argumentativa y su seriedad científica, al menos en lo que se refiere a esta
temática:
Podríamos preguntarnos si la pequeñez del
cerebro femenino no depende exclusivamente del menor tamaño de su cuerpo. Es la
explicación propuesta por Tiedemann. Primero no debemos olvidar que, en
promedio, las mujeres son un poco menos inteligentes que los hombres,
diferencia que no debemos exagerar, pero que, sin embargo, es real. Por tanto,
podemos suponer que la pequeñez relativa del cerebro femenino depende en parte
de su inferioridad física y en parte de su inferioridad intelectual” (“Sur le
volumen et la forme du cerveau suivant les individus et suivant les races. (Bulletin Societé d’Antrhopologie, París,
2 vol., 1861 p. 153)[3].
Sus discípulos y
epígonos continuaron su tarea. En 1881, G. Hervé colega de Broca, escribió: “Los hombres de
las razas negras tienen un cerebro apenas más pesado que el de las mujeres
blancas”. H. Spencer, Konrad Ettel y Theodore Jordan incidieron también, en
diversas obras y tratados, en el tema de las capacidades mentales de las
mujeres. Tanto en Los principios de la
biología (de 1864-65) como en Los
principios de la Ética (de 1892-93) H. Spencer exponía su peregrina tesis
–que sin embargo alcanzó notable repercusión en la época- de que la actividad intelectual
de la mujer era incompatible con la procreación. En La mujer y la sociedad, un folleto de 1990, Kornrad Ettel
(1847-1924) corroboró dicha tesis, afirmando que el destino biológico de las
mujeres –la preservación de la célula básica del Estado, la familia- le
incapacitaba para participar en la vida política Y el francés Theodore Joren en
La mentira del feminismo (1905) trató
de vincular el feminismo con el anticlericalismo y definía a la mujer por su
instinto y proximidad a la naturaleza animal siendo su sublime y casi única
misión en este mundo, la reproducción. Antifeminista fanático sostenía que las
emancipadas no paren buenos hijos y que son malas madres.
Pero
fue efectivamente con panfletos escandalosos como el
del doctor P. Julius Moebius, (1853-1907), médico de Leipzig, donde se llegaría al paroxismo más radical. En su folleto-libro (más bien inmundo y repugnante folleto
acientífico) titulado Sobre la
imbecilidad fisiológica mental de las mujeres, Leipzig 1900 -auténtico best-seller
de la época, reeditado sin cesar en las primeras décadas
del XX- recogió toda una
serie de seudoargumentos, prejuicios e “ideas” que fueron utilizadas para
“corroborar” la inferioridad intelectual de la mujer[4].
Sus “argumentos científicos” eran de este cariz: la deficiencia mental de la
mujer no sólo existe sino que además es muy necesaria; no solamente es un hecho
fisiológico, es también una exigencia psicológica. Si queremos una mujer que
pueda cumplir bien sus deberes maternales, es necesario que no posea un cerebro
masculino. Si se pudiera hacer de modo que las facultades alcanzaran un
desarrollo igual al de las facultades de los hombres, veríamos atrofiarse los
órganos maternos y hallaríamos ante nosotros un repugnante e inútil andrógino[5].
Los argumentos seudocientíficos en favor de la
inferioridad femenina han cambiado a lo largo de los siglos; pero el método
consistente en utilizar la biología para ese legitimar este tipo de demostraciones
siguió empleándose hasta nuestros días. Otros científicos,
médicos, biólogos y antropólogos bio-deterministas de la segunda mitad del XIX corroboraron
las mismas tesis sobre la inferioridad biológica de la mujer. E. Huschke
(1797-1858) anatomista y antropólogo alemán, llegó a escribir en 1854 que la médula espinal
del cerebro de los negros era similar a la que observamos en los niños y en las
mujeres, y se aproximaba, además, al tipo de cerebro que encontramos en los
monos superiores[6].
Incluso llegó a plantearse de nuevo la
cuestión de la existencia o no del alma en la mujer: el editor favorito de los
socialistas de la época, Gustave Sandré,
publicó dos libros sobre este
tema con los que zanjaba la polémica: en el fondo, las mujeres no desean tener un alma, conclusión que
desgraciadamente parecían confirmar algunas mujeres de su tiempo, como Gina
Lombroso (1872-1944), la hija del doctor Cesare Lombroso, antes citado, que había
publicado un libro, El alma de la mujer[7],
específicamente para probar que su ánima
no es la misma que la del hombre. (Cont.).
TOMÁS MORENO
[1] María José Villaverde, “Mujeres que matan, mujeres
que votan: Misoginia en Europea Occidental”, Claves de la Razón Práctica, nº 166, octubre, 2006.
[2].
Ibid. A lo largo de su
ensayo se refiere a la mayor parte de los científicos a los que seguidamente
aludimos.
[3] Citado en Stephen Jay Gould, La falsa medida del hombre, Ediciones Orbis, Barcelona, 1986, p.
96.
[4] Paul Julius Moebius (1853-1907)
natural de Leipzig, médico en 1877, psiquiatra alemán, neurólogo en el
Policlínico Universitario de Leipzg y en la Policlínica Neurológica del
Albert-Verein de Leipzig, centró sus investigaciones en las enfermedades nerviosas
funcionales, en la frenología y en la diferencia entre los sexos etc. Su obra Über den Pphysiologischen Schwachsinn des
Weibes fue traducida al castellano con el título de La inferioridad mental fisiológica de la mujer. La deficiencia mental fisiológica
de la mujer, con prólogo de Carmen de Burgos Seguí, en Valencia, F. Sempere
y Cía Editores, 1904. La traducción más reciente –la que seguimos- es de Adan
Kovacsics Meszaros, con prólogo de Franco Ongaro Basaglia, Bruguera, Barcelona,
1982. Influyó en el primer tercio del siglo XX en una activista corriente
antifeminista española representada por dos médicos misóginos Edmundo González
Blanco, autor de “El feminismo en las
sociedades modernas, 1903, y Roberto Novoa Santos, con su libro La indigencia espiritual del sexo femenino
(Las pruebas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la
mujer. Su explicación biológica), Valencia, 1908), entre otros. Cf. Nerea
Aresti. pp. 49-61.
[5] Paul Julius Moebius, op. cit,
p. 58. Vid. Francis Schiller, A Möbius Strip : Fin-de siècle
Neuropsychiatry and Paul Möbius, University of California Press, Berkeley,
1982.
[6] Citado en Stephen Jay
Gould, La falsa medida del hombre,
Barcelona, Orbis, 1986, p. 95
[7] Gina Lombroso, El Alma de la Mujer,
Editorial “Cultura”, Santiago de Chile, 1937.
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