De la belleza y el dolor a través del ejercicio retórico poético, es el título de la nueva entrada para la sección, Pensamiento, del blog Ancile.
DE LA BELLEZA Y EL DOLOR
A TRAVÉS DEL EJERCICIO RETÓRICO POÉTICO
La poesía es
el vehículo inusitado que nos transporta hacia el reconocimiento del
sufrimiento propio al sufrimiento ajeno, con la potencia excepcional que ejerce
la expresión que aspira a la belleza. La existencia es reconocida en sus
padecimientos en momentos actuales de nuestro tránsito existencial, que de otra
forma acaso solo podrían haberse producido en los instantes de nuestra muerte.[1]
Sirva de admonición sobre lo que es
poesía verdadera: el hecho manifiesto en su expresión más íntima del
alejamiento de cualquier exhibicionismo de experiencia (positiva o negativa),
ejercicio más propio de expresiones literarias vacuas, frívolas y poco
recomendables que inundan tantos escritos generosamente y siempre de un
sinsentido manufacturable, producido. Desde luego, a la medida de sus
jactanciosas pretensiones. El sentido terapéutico de la poesía excede la mera
autoexposición del sufrimiento, que pueda o no ayudar solidariamente a quien
participa de la angustia de una vida huera y sin sentido, en verdad ofrece vías
de superación creativas para la integración personal en un mundo que tantas
veces se nos presenta (y se nos vende por motivos a veces inconfesables) como
un reducto de nihilismo insuperable.
No sólo desde la óptica retórica,
también desde la lingüística (íntimamente relacionada con la figura o el tropo
en muchas ocasiones), las acepciones de determinados trastornos como el archincomprendido
de la angustia (más idónea, a mi juicio, que el de ansiedad), -angustus, estrecho, angosto-, se emparenta en ocasiones a
situaciones de estrés
(del inglés stress y este del latín, strictus,
participio de stringere, atar, ceñir con fuerza –de astringir-), y adquiere
una especial y profunda significación en los existencialismos filosóficos (ningún
gran inquisidor tienen preparadas torturas tan terribles como la angustia),[2] pero en
poesía aquella se advierte singularmente, y es que el
dualismo racionalismo antropológico que distingue la mente y el cuerpo, en
poesía parece diluida. La res extensa y la res
cogitans cartesiana, no es que esté periclitada, en realidad no tiene
distinción en los casos más extremados de expresión poética. Por eso las figuras
metafóricas y sobre todo las sinestésicas tienen una importancia capital para
las analogías referidas a las potenciales relaciones entre lo corpóreo y las
designaciones abstractas de la más diversa índole[3].
Las relaciones
entre el sujeto y el objeto son de ámbito tradicionalmente También las ciencias
de la psiquiatría y de la psicología, fruto de ello será la actual neurociencia)
rigurosamente diferenciados. Cuestión que habrá de afectar a la metodología
concepción, descripción y taxonomía de los problemas como la angustia, la
ansiedad, el miedo, la depresión… Así, desde una óptica filosófico
antropológica la ansiedad es cosa que deviene como un mero
problema mental de índole lógica o racional, en tanto que la ansiedad
deviene de un pensamiento o cognición defectuoso. Epicteto (y Platón) ya lo
advertía(n) cuando relataba(n) que no era el temor a la cosa en sí (objeto) lo
que perturba, sino la aprehensión subjetiva (mental) que se tiene de aquél. Por
el contrario, para Hipócrates (y Aristóteles) la causa de la
perturbación ansiosa o de angustia era estrictamente biológica. Como vemos la
controversia de la dualidad mente-cuerpo no es nueva en modo alguna, pudiendo
añadirse a su incremento actual a las presiones psicosociales y culturales de
la modernidad. Esta relación filosófica y científicamente incuestionable, en
poesía nunca es pacífica. De hecho, desde el universo de la poesía se pone en
cuestión, ya lo advertíamos anteriormente una distinción taxativa de ambas realidades.
En cualquier caso, conviene recordar que el
sufrimiento en la vida de cada cual es una realidad ineludible (que no se está
dispuesto a reconocer en las sociedades del bienestar, así lo demuestra la
creciente industria farmacológica para el tratamiento de los supuestos trastornos
de ansiedad y angustia), que en no pocos casos no hacen sino formar parte del
devenir natural de nuestra existencia, así como los más diversos tratamientos o
terapias psicológicas que, diríase quieren erradicar dicho sufrimiento
existencial y, he aquí que, alcanzar el mundo mágico de la nunca
suficientemente ponderada resiliencia, siempre aludida y
conexa a esta o aquella terapia, puede no ser más que un intento, por cierto,
no menos artificial que el psicofarmacológico, para evitar lo inevitable, cual
es el experimento vital de la angustia (o la ansiedad) en el tránsito
existencial, obviando que en virtud (o gracias al mismo) es innegable el poder
de regeneración y crecimiento interior de la persona que no precisa, por otra
parte, de ninguna acepción forzada tantas veces por los artificios y los
simulacros más o menos interesados de lo más miserable de la ciencia, (económicos,
políticos e ideológicos) que, por desgracia, muchas veces la informan y
conforman tan nefandamente. De todo esto da buena cuenta la percepción poética de nuestros
sufrimientos.
[1] Así lo refería Ernst
Bloch cuando reflexionaba sobre el sufrimiento existencial: Los hombres reciben el regalo de
preocupaciones que, de otra forma, sólo tendría en la hora de la muerte.
[2] Kierkegaard,
S.: El concepto de la angustia, Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1967.
[3] Acuyo, F.: Ob. cit.
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