Siguiendo con las consideraciones sobre los conceptos de belleza y sus analogías con el mundo de la retórica, traemos para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, la entrada que lleva por título: ¿Belleza ex nihilo?
De Rebeca Cygnus |
BELLEZA EX NIHILO
Realidad y
belleza, belleza y realidad[1], son
caras acaso de la misma moneda por la que nuestra conciencia rige para el
entendimiento de nosotros mismos y nuestra situación en el mundo. La retórica
del lenguaje poético es un espejo extraordinario desde donde poder constatar
esta sugerente manifestación de lo bello y de su interacción con el espíritu
del lector de poesía (o del creador de los poemas).
Una de las nociones más interesantes
que cabe deducirse del discurso retórico poético será, para la cuestión que nos
interesa, el carácter terapéutico de la poesía, su función creativa. En los parámetros de la divina proporción (proporción
áurea) se nos describe medidas cuya correspondencia y disposición muestran un
equilibrio grato no sólo a los sentidos, también en conformidad con principios
de armonía lógico matemática que ponen en evidencia la ponderación de su
extensión, cantidad y providencia de su estructura y disposición. Es el ojo
(sensorial e interno) el que pone dicha realidad proporcionada como algo bello
susceptible de ser perturbado por la misma observación (en cuanto que estará
sujeta a múltiples interpretaciones, según quien lo mire. Acaso lo más
extraordinario es que la conciencia de lo bello no sólo cambia las proporciones
en otras que aspiran a la misma belleza, sino que son capaces de
producirla ex nihilo.
Que la ética y la estética sean concebidas como meras
estructuras de valor carentes de realidad objetiva por parte de la ciencia,
acaso se están mostrando en la actualidad como nunca antes, el prejuicio sobre el
que trata de fundamentarse su supuesta realidad. Aquello que emane de la
subjetividad individual no es digno de atención científica, sólo aquellos
preceptos, leyes y principios que sean susceptibles de ser independientes de
nuestra propia naturaleza merecen crédito, aunque en
verdad traten de hechos
objetivamente reconocibles (conductas, emociones, sensibilidades…
ciertas), despreciando algo que incluso en una de las ciencias positivas más
rigurosas y austeras de subjetividades como es la física, empieza a tener una
valor sustancial: la conciencia, ya que ella no sólo nos ayuda a la distinción
de preferencias e ideales transitorios de aquellos que son comparativamente
permanentes y universales[2], también
nos habla de la propia sustancialidad de la materia y de su necesidad para
conformarla.
Se desprecia soberanamente que el objeto de manifestación de belleza puede
abarcar principios universales que pueden acabar conformándose en la riquísima
significación –consciente e inconsciente- de los símbolos. Si una vez la
belleza fue considerada una singular manifestación de la divinidad a los
sentidos y a la inteligencia, y esto por mor de la idea de perfección y
elevación que nos suscita. En verdad que la vivencia de lo bello en lo ideal
que puede mostrarnos el arte, la poesía o la misma naturaleza encierra un
potencial inspirador y creativo de una importancia que acaso no puede compararse
ninguna otra forma de conocimiento y expresión científica, sobre todo si
queremos extraer de la misma ciencia las potenciales verdades de belleza que
pueden encerrar aunque no se puedan constatar empíricamente, y es que la
belleza acabará por ser la conciencia moral de cualquier actividad que aspire a
lo sublime que la verdad encierra. Creo que los valores terapéuticos de la
belleza comienza a revelarse como de gran interés.
Siempre me ha parecido que
intentar hablar de la realidad, supone que aquello que entendemos como
existencia objetiva del mundo físico, acababa por resbalarse entre los
peculiarmente susceptibles dedos de la conciencia, no obstante, de que sea
verdad o no que esta sea el resultado de un conjunto de propiedades
electroquímicas que acontezcan en el reducto material (neurológico) de nuestro
cerebro. Acaso esto se hacía más patente a la hora de intentar entender el muy
singular fenómeno de la belleza (en realidad, los muy singulares fenómenos del
dolor y la belleza)[3]. Una
postura en cierto modo antirreduccionista me impulsa a intuir una disposición
holística, integral, totalizadora en relación a mi conciencia y el entorno
material, este último supuestamente indiscutible en su individualidad y
objetividad, mas susceptible de reflejar o conllevar en muchas ocasiones el
aporte tantas veces sorprendente de la belleza. Incluso me llegó a parecer que
todo aquello perfectamente perceptible, y que pudiese o no concitar al valor de
la belleza (también el sufrimiento expreso en muchos de ellos), no
tendría mucha consistencia sin la ley que impone el sujeto consciente,
intérprete de su presunta realidad, solidez o sustancialidad. Mucho tiene que
decir al respecto el valor de lo bello y su sustancialidad subjetiva en pos de
la mejora del que está relegado, por su extremada sensibilidad o supuesta
problemática patológica, al malestar, la angustia, la incomprensión… para la
mejora de su estado hiper o hipoestésico doliente de este o aquel trastorno
diverso. El valor de lo bello no deja de ser un hecho inevitable para la
conciencia, e incluso es exigencia para la constatación de la realidad de
determinadas cosas es indiscutible (no solo en el mundo de las relaciones
matemáticas, artísticas y poéticas).
SI para el matemático la belleza es
la señal de que en el mundo no hay lugar para las matemáticas
feas[4] (acaso
para el poeta sucede algo muy similar con la poesía), nos parece muy clara la
invitación a reflexionar, un paso más allá de las aportaciones utilitarias
reflejas en su estructuras –simetrías, patrones varios, coherencias lógicas…-,
sobre los significados de lo bello. El orden (filosófico platónico) manifestó
es una de las vertientes que pueden llamar la atención sobre la belleza, pero
también el trágico –el doloroso, manifiestamente expuesto en el sufrimiento[5]- o
el poético al que aludiría Nietzsche, y que se caracterizará por su naturaleza
paradójica y su irreductible ambigüedad.[6]
Francisco Acuyo
[1] Acuyo, F.: en Ancile: Cuando la realidad es belleza y la
belleza realidad: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/06/cuando-la-realidad-es-belleza-y-la.html
[2] Santayana, G.: El sentido
de la belleza, Tecnos, Madrid, 1999, p. 30.
[3] Acuyo, F.: Elogio de la
decepción, y otras aproximaciones a los fenómenos del dolor y la
belleza, Jizo Ediciones, Granada, 2013
[4] Hardy, G. H.: Apología de un
matemático, Episteme, Madrid, 1999, p. 85.
[5] En el blog Ancile: Pasión
del dolor y la belleza: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/la-pasion-del-dolor-y-la-belleza.html , Belleza, tiempo y trascendencia: http://franciscoacuyo.blogspot.com.es/2017/05/belleza-tiempo-y-trascendencia.html , De la belleza inagotable.
[6] Acuyo, F.: Elogio de la
decepción, y otras aproximaciones a los fenómenos del dolor y la belleza,
Jizo Ediciones, Granada, 2013, p. 105.
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