Traemos esta curiosa y preciosa invención relatada de nuestro colaborador, querido amigo y narrador de excelencia, Pastor Aguiar, por cuyo relato muestro mi más sincero agradecimiento. Lleva por título, El mundo era un avión, y lo exponemos para la sección de Narrativa del blog Ancile.
EL MUNDO ERA UN AVIÓN
El avión se
fue posando en medio del batey. Nosotros habíamos visto aviones subrayando el
cielo en todas direcciones, y pensábamos que eran del tamaño de un automóvil,
cuando más; ni teníamos idea de cómo aterrizaban. Nadie en la sitiería estuvo
en un aeropuerto. Tampoco había cine para enterarse de tales cosas.
Así que
cuando vimos la nave descender verticalmente sobre el terreno de pelota, no
hubo dudas de que era su manera habitual de posarse.
De más está
decir que el estruendo espantó a los animales del cielo y de la tierra, pero al
rato el silencio parecía plomo.
El moro y yo
fuimos de los primeros en acercarnos. El armatoste parecía un gigantesco melón,
de casi una cuadra de largo, en reposo sobre no sé cuántas ruedas de goma y
repleto de ventanas iluminadas por sus costados.
Detrás de
nosotros fueron llegando los demás, algunos a caballo, como Buro, quien nunca
descabalgaba a causa de su invalidez.
Precisamente
Buro, con su voz de silbido de locomotora, se impuso al abejeo de los
comentarios todavía tímidos.
_
¡Prepárense, que lo leí en la Biblia, vienen a recoger a los elegidos! ¡Llegó
el final de los tiempos!
_ ¿Y cómo
sabremos a quién le toca? _ Me atreví a preguntar.
_ Dios sabe,
ya es tarde para cambiar lo que has hecho, pícaro. Bien sé las maldades que has
ido acumulando.
El moro se
había escondido detrás de mí temblando. Yo no supe qué rumbo tomar, porque si
al asunto era como declaraba Buro, de nada valía que saliera a todo lo que me
daban los pies.
Pero al
momento otra voz se impuso. Era Candito, el jefe de vigilancia del comité de
defensa de la revolución.
_ ¡Párense
ahí mismo! Ni un paso más, que se trata de la invasión imperialista. Por suerte
estoy al día con la radio. El enemigo nos ataca.
Yo pensé que
un ataque implicaba la presencia de soldados, armas y muerte. Nada de ello
ocurría en este caso. Era un avión todavía en reposo.
_ Ya viene
este miliciano con sus pesadillas. Son los mismos que están quitándole la
tierra a medio mundo y quieren mantenernos asustados_ Le dije a mi amigo.
Pero Candito
se molestó con la poca atención recibida. La gente no se sentía amenazada por
el avión y se iba acercando a él a la redonda, hasta tocar sus ruedas y dar
saltos tratando de rozarle la panza plateada.
Y fue cuando
Candito, a los pocos minutos, regresó desde su rancho con el revólver que el
gobierno le había asignado para defender la patria revolucionaria.
_ ¡A ver, sea
quienes sean, salgan con las manos en alto! ¡Al que haga un movimiento
sospechoso lo dejo frito!
Como no hubo
respuesta, a los diez minutos el hombre disparó un tiro al aire.
_ ¡El
siguiente es a matar!
_ Este cabrón
está loco, quién lo va a oír allá dentro. Quizás ni siquiera hablen nuestra
lengua_ Comentó Ceferino, uno de jornaleros del batey.
A todas estas
la nave comenzó a estremecerse y a esconder sus ruedas, de forma que la barriga
descendía sobre el pasto, quedando al alcance de cualquiera. Las ventanas
fueron mucho más visibles y pudimos ver rostros asomándose, no solo de
personas, pues juro que vi una cabeza de buey con cuernos enormes.
Sin tiempo
para sacar conclusiones, por el costado frente a nosotros se abrió una puerta y
desde ella se precipitó la escalerilla metálica. Un tumulto de pájaros escapó,
de toda especie y en todas direcciones, como si hubieran olvidado el afuera.
Candito les
apuntó a las aves, algunas como gansos, pero con aquella arma corta no fue
capaz de herir a ninguna, a pesar de gastar todas sus balas.
_ ¡Vayan a
buscar machetes, lo que sirva para matar canallas! _ Agregó el miliciano
agarrando el revólver por el cañón a manera de martillo.
_ Déjalo que
siga comiendo mierda. Nadie lo oye_ Dijo el moro a mi lado.
_ ¡Ya sé de
lo que se trata! _Volvió a pitar la voz de Buro _ ¡Leí lo del Arca de Noé, los
que se salvaron del diluvio! ¡Acaban de aterrizar en la finca! ¿No ven los
animales? ¡En cualquier momento se aparecen los ocho seres humanos!
_ Otro loco,
pero este me da risa. Lo del arca ya pasó cuando las ranas tenían pelos_ Dije
al moro.
Como nadie
salía después de los pájaros, la curiosidad pudo más que yo.
_ Moro, voy a
asomarme a ver qué hay allá dentro.
_ Si tú te
atreves, no me quedaré atrás, ¡dale!
Comencé a
subir los escalones con mi compañero, hasta abocar el espacio iluminado de las
tripas del avión.
Nos quedamos
por unos minutos en el rectángulo de la puerta, como entre dos mundos, porque
yo tuve la sensación de que al dar el siguiente paso iba a verificar la
existencia de otros pueblos, de que la finca no estaba sola en el universo.
Cuando volví el rostro hacia el moro, tan pegado a mí que parecíamos uno, noté
que él temblaba de asombro. Hasta el aire había cambiado allí mismo. Era un
aire delgado y fresco que se respiraba hasta por los poros.
_ Sígueme, ya
no hay marcha atrás, moro.
Avanzamos un
poco, apenas dos o tres metros. Ahora abocábamos un pasillo cerrado por la
derecha por una puerta brillante y extendiéndose por la izquierda entre
edificios.
_ Mira, una
ciudad, quién lo iba a imaginar. Se parece a algún barrio de La Habana, pero
bien cuidado, con anuncios lumínicos y gente elegante_ Susurré al moro.
_
¡Bienvenidos a Ancile! _ Exclamó un señor de cuidadas maneras, con la edad que
hubiera tenido mi padre.
_ ¿Y usted
quién es? Nunca escuché su nombre_ Se adelantó mi compañero.
_ Ancile es
mi blog literario. Yo soy Francisco Acuyo, su creador. Están en su casa.
Alrededor de esta página podrán incursionar por Granada, por toda España, y si
continúan, el resto del mundo, las montañas y los mares. Escucharán cada idioma
y sabrán lo que dicen perceptivamente.
Nos quedamos
en silencio. Aquello era demasiado para nosotros.
_ ¿Qué será
lo de “perceptivamente”? _ Me preguntó el moro.
_ No sé; pero
se me ocurre, por lo demás que dijo, que entenderemos los idiomas sin traducir
las palabras.
_ Bueno, ya
se verá.
Acuyo nos
habló de su trabajo en el blog, antes de lo cual tuvo que explicarnos lo que
significaban las computadoras, las páginas virtuales y la virtualidad como tal.
El tiempo se había escondido de nosotros.
_ Miren la
fachada de ese salón. ¿No ven su título… Ancile? Al pasar a su interior podrán
leer todo lo que he ido publicando de muchos autores y de mi creación. Hay
algunas cosas tuyas_ Me confesó nuestro anfitrión.
_ No es
posible. Apenas he escrito algunos cuentos y poemas que ni mi madre conoce_
Contesté.
_ Estamos en
el futuro, muchachos. Acá el reloj juega a los dados.
Sin más
demoras pasamos al salón y quedamos lelos ante los contenidos que flotaban en
páginas de luz con caracteres negros, e ilustraciones magníficas.
_ ¿Estaremos
soñando? _ Agregó el moro pellizcándome.
_ Supongo que
sí, pero es tan hermoso. Hasta hoy había pensado que los países eran invento de
escritores sin otra cosa que hacer_ Respondí.
Estuvimos
allí hasta que Acuyo nos haló de regreso al pasillo, pues dijo que se iba a
escudriñar el espacio estelar a través de su telescopio.
_ Si vuelven
por acá les enseñaré las estrellas. Recuérdenmelo.
Dimos las
gracias y continuamos rumbo a los vericuetos del avión, porque en lo delante de
seguro nos esperaban la muralla china, las pirámides de Egipto, Jerusalén con
sus lugares sagrados, y quién sabe si Abraham todavía.
Pastor Aguiar
Sep. 27-2016
Muchas gracias, amigo, por publicar este cuento en tu prestigioso blog. Es para mí un alto honor.
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