Bajo el título: Sigmund Freud y la génesis de los valores morales: el débil super-yo femenino, del profesor Tomás Moreno, para la sección, Microensayos, del blog Ancile.
SIGMUND FREUD Y LA
GÉNESIS
DE LOS VALORES MORALES:
EL DÉBIL SUPER-YO FEMENINO
Tampoco Sigmund Freud
es especialmente benévolo con las mujeres a la hora de evaluar sus cualidades
éticas o sus comportamientos morales. A la hora de afrontar su concepción de la
mujer y de la feminidad, desde el punto de vista de su psicología profunda,
reconoce expresamente que si se quiere “conocer más acerca de la feminidad […]
vuélvanse a los profetas o esperen hasta que la ciencia pueda darles una
información más profunda y más coherente”[1]
y que “de la vida sexual de la niña sabemos menos que la del niño. Pero no
tenemos que avergonzarnos de esa diferencia pues también la vida sexual de la
mujer adulta continúa siendo un continente
oscuro para la psicología”[2].
Expresiones o calificaciones que –como señala Concepción Fernández Villanueva-
connotan
valoraciones peyorativas o negativas sobre la intimidad más profunda
del alma femenina, que asocian la mujer o bien a la oscuridad, en la que la ciencia no puede esclarecer nada, o bien al
profetismo religioso o a la simple
irracionalidad (característica esencial que Freud atribuía a los fenómenos
religiosos)[3].
Pese a todas esas
dificultades de comprensión que para el análisis científico de su psique más
profunda presenta la mujer, Freud encuentra un camino para acceder al enigma de la feminidad; y ese camino va
a ser el que transitemos una vez asumida
la existencia del complejo edípico. Freud valora especialmente la
importancia de la resolución del complejo de Edipo, tanto en el varón como en
la mujer, para la génesis y formación de los valores éticos, resolución que
comportará para la mujer un grado diferente -y acaso algo inferior- en la asunción y aplicación de sus
responsabilidades ético-morales al poseer un super-yo más débil que el del
varón. Veamos la argumentación freudiana al respecto: el complejo de Edipo del
niño (futuro varón) -en el que desea a su madre y quisiera apartar al padre,
viendo en él un rival- se desarrolla naturalmente a partir de la fase de la
sexualidad fálica. Bajo la impresión del peligro de perder el pene, el complejo
de Edipo es abandonado, reprimido y, en el caso más normal, fundamentalmente
destruido, siendo instaurado como heredero del mismo, un riguroso super-yo.
Para Freud el
super-yo se constituye, efectivamente, mediante la internacionalización de los
valores morales cuando el individuo supera los deseos incestuosos hacia la
madre. En la niña sucede casi lo
contrario. El complejo de castración prepara el complejo edípico en lugar de
destruirlo. La influencia de la envidia
del pene aparta a la niña de la vinculación con la madre y la hace entrar
en la situación del complejo de Edipo como
en un puerto de salvación, como afirmará Freud. El heredero del complejo de
Edipo es, para el varón, el super-yo, consistente, en lo fundamental, en una
serie de reglas morales y sociales y en el llamado ideal del yo. Éste no es más que una imagen de lo que el yo aspira a ser determinado por los mandatos
del poder paterno. En última instancia el lugar del falo: la posesión del pene
y la prerrogativa paterna de ejecutar la castración.
Pero ¿qué ocurre,
en cambio con la niña (la futura mujer)? Según Freud, al partir la niña de la
constatación de no tener un pene, y,
en consecuencia, al carecer del miedo a
la castración existente en el niño, en
ella no hay una resolución definitiva del
complejo Edípico, (etapa en la que anhela y desea un hijo del padre) al no
sentirse impelida o motivada para superar dicho complejo. La niña permanece en
él indefinidamente, y sólo tardía e incompletamente lo supera (por la
maternidad: el tener un hijo es equivalente, según Freud, a recuperar el pene
en la ecuación simbólica). En esta circunstancia la formación del super-yo
tiene forzosamente que padecer: no puede alcanzar la robustez y la
independencia que le confiere su valor cultural[4].
Las consecuencias
que Freud infiere de todo ello le llevan a sostener, con ciertas precauciones o
vacilaciones, que la sexualidad femenina es pasiva y su inconsciente
“maternal”, vinculado como parte a una totalidad (integrada por la prole o el
conjunto familiar) y que, precisamente por carecer de un super-yo tan despótico
o tiránico como el del varón, el nivel de lo ético es muy distinto en la mujer y en el hombre:
“El super-yo nunca llega a ser en ella
tan inexorable, tan impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos
como exigimos que lo sea en el hombre. Ciertos rasgos caracteriológicos que los
críticos de todos de todos los tiempos han echado en cara a la mujer –que tiene
menor sentido de la justicia que el hombre, que es más reacia a someterse a las
grandes necesidades de la vida, que es más propensa a dejarse guiar en sus
juicios por los sentimientos de afecto y hostilidad-, todos ellos podrían ser
fácilmente explicados por la distinta formación del super-yo […]”[5]. (Cont.)
TOMÁS MORENO
[1] Sigmund Freud, Introducción
al Psicoanálisis, Alianza Editorial, Madrid, 1971, p. 135.
[2] Sigmund Freud, La
cuestión del análisis profano. Esquema del Psicoanálisis y otros escritos,
Alianza editorial, Madrid, 1974, p. 274.
[3] Concepción Fernández Villanueva, “La Mujer y la
Psicología”, en M. Ángeles Durán (edit.), Liberación
y utopía, Akal Universitaria, Madrid, 1982, p. 82 y ss.
[4] S.
Freud, “La Feminidad”, en Obras completas,
vol. II, trad. de Luis López Ballesteros y de Torres, Ed. Biblioteca Nueva,
Madrid, pp. 839- 848, passim. Este planteamiento y resolución del complejo
edípico en la mujer, según la cual la niña se percibe a sí misma como “vacía” y
“carente de algo”, como castrada o condicionada por la envidia del pene justificaría, para el psicoanálisis, su sentimiento de
inferioridad y su mayor tendencia al masoquismo. Como nos recordara Celia
Amorós (Feminismo y Filosofía, Síntesis,
Madrid, 2000, p. 85) la psicoanalista americana Karen Horney llevará a cabo una
auténtica inversión de esta supuesta “envidia del pene” de la niña al contraponerla a la envidia de la
maternidad que sentiría el niño y que le llevaría a la creatividad cultural
como mecanismo compensatorio” de su incapacidad de gestar y parir hijos.
[5] S.
Freud, “Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica”, en Obras completas, vol. III, trad. de Luis
López Ballesteros y de Torres, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1967, pp. 490-491.
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