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miércoles, 22 de agosto de 2018

LA MISOGINIA DE LOS FILÓSOFOS ROMÁNTICOS VERSUS EL MOVIMIENTO FEMINISTA DECIMONÓNICO


Con el título: La misoginia de los filósosfos romántico versus el movimiento feminista decimonónico, del filósofo Tomás Moreno, para la sección, Microensayos del blog Ancile, traemos una nueva entrada, que será de mucho interés para todos los interesados en temática de tan grande actualidad.



La misoginia de los filósosfos romántico versus el movimiento feminista decimonónico, Tomás Moreno


LA MISOGINIA DE LOS FILÓSOFOS ROMÁNTICOS

VERSUS EL MOVIMIENTO FEMINISTA DECIMONÓNICO



La misoginia de los filósosfos romántico versus el movimiento feminista decimonónico, Tomás Moreno


La mayoría de los políticos, filósofos e intelectuales, conservadores o no, pertenecientes al siglo XIX y primeras décadas del XX, rechazaron las reivindicaciones de emancipación femenina que abanderaban sus líderes, a las que, por cierto, tildaban de “viriles”, por el hecho de querer ser iguales (en derechos) a los hombres. Incluso paladines de la igualdad social y económica como Marx o el republicano Zola, no aprobaron la igualdad de los sexos, a diferencia de socialistas utópicos como Fourier o Saint-Simon y de los anarquistas de la tendencia de Bakunin, que sí lo hicieron.
            Desde luego, Rousseau, Kant, Hegel, Prudhon, Sighele o Marx no fueron los únicos intelectuales que desaprobaron el movimiento emancipatorio femenino., Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche y Weininger también lo reprobaron y de manera más que expeditiva. Schopenhauer consideraba que era inoportuno conceder a las mujeres los derechos de igualdad preconizados por las feministas y escritoras de su tiempo, teniendo en cuenta “la debilidad de la razón femenina”. Incluso impugna el privilegio del matrimonio monógamo para las mujeres, pues privilegia a unas pocas –las damas o señoras, muchas de las cuales se exhibían en los salones literarios vieneses de la época[1]-  perjudicando a las restantes mujeres -solteronas, pobres trabajadoras y prostitutas- y
La misoginia de los filósosfos romántico versus el movimiento feminista decimonónico, Tomás Moreno
porque la poligamia que preconiza es mucho más conveniente para los varones dada su condición biológica que tiende naturalmente hacia ella[2]. En “Sobre las mujeres” (de Parerga y Paralipómena) escribe el viejo filósofo misógino alemán:

Las leyes que rigen el matrimonio en Europa suponen a la mujer igual al hombre, y así tienen un punto de partida falso […] Esas leyes que han concedido a las mujeres iguales derechos que a los hombres, hubiesen debido también conferirles una razón viril. […] Cuantos más derechos y honores superiores a su mérito confieren las leyes a las mujeres, más restringen el número de las que en realidad participan de esos favores, y quitan a las demás sus derechos naturales en la misma proporción que a unas cuantas privilegiadas se los han dado (AMM, 99-100).

            Kierkegaard también se opuso decididamente al feminismo reivindicativo de su época.  Contrario a que la mujer se independizara de los límites naturales impuestos por su sexo, rechaza resueltamente tanto el acceso de la mujer a la cultura y a una educación libre e igualitaria  como cualquier otra perspectiva emancipadora político o social de las mujeres: “Si se educase también a las muchachas lo mismo [que a los hombres] ¡pobre género humano! –escribía en cierta ocasión- La emancipación de la mujer, que intenta esa educación, es una invención del diablo”. Por lo tanto, los rasgos que atribuye a la feminidad –la inocencia femenina, su capacidad para estar cerca, el distanciamiento de la reflexión y del espíritu- aparecen no solo como rasgos de la diferencia femenina, sino también como características que la mujer debe conservar para ser fiel a su sexo, para no dejarse agarrar por el demonio de la emancipación, que la querría semejante al hombre. Kierkegaard las quiere conservar e incluso enfatizar[3].
            Y el propio Nietzsche, pese a su vanguardismo, y a su decidida crítica y denuncia de los prejuicios de su época, entendió que “la lucha por iguales derechos [por parte de la mujer] es también un síntoma enfermizo”. El acceso a la cultura y a la ciencia –y por consiguiente el acceso a la educación superior-  por parte de la mujer revela una manifiesta masculinidad del gusto, una virilización de la misma y una cierta deficiencia biológico-sexual: “Cuando una mujer tiene inclinaciones doctas hay de ordinario en su sexualidad algo que no marcha bien” (MBM, “Sentencias e interludios”, & 144)[4].
            Weininger, por su parte, considera que las mujeres defensoras del movimiento emancipador, tanto del pasado como del presente[5], han pertenecido exclusivamente a esos grados intermedios que apenas pueden ser catalogados como femeninos: “pertenecen a las formas intersexuales más avanzadas -bisexuales u homosexuales- (SYC, 75). Su “aspecto exterior masculino” las delata. La utilización por parte de sus escritoras más célebres a adoptar nombres masculinos indica que se sentían más cerca de éstos que de la mujer. George Sand usaba un seudónimo masculino y llevaba pantalones porque “ciertas características anatómicas masculinas” se ocultaban bajo los pantalones de terciopelo. Weininger también hace comentarios sobre la amplia frente masculina de George Eliot o sobre los rasgos masculinos de Lavinia Sotana o Helene Petrowna Blavatsky.
La misoginia de los filósosfos romántico versus el movimiento feminista decimonónico, Tomás Moreno            Las verdaderas mujeres no han tenido, pues, intervención alguna en la emancipación de la mujer. Porque toda lucha por la emancipación de la mujer está destinada, como la historia demuestra, a perder sus conquistas, ya que su principal enemigo es la propia feminidad: “Por lo que se refiere a las mujeres emancipadas puede decirse que “sólo el hombre que en ellas se alberga es el que pretende emanciparse” (SYC, 77). El movimiento de emancipación feminista induce a las mujeres a ocuparse de la cultura y el estudio y las impulsan a ocupaciones masculinas. Nada que objetar, afirma, si se trata de mujeres con rasgos masculinos que, en conformidad con su constitución somática, se ven impulsadas hacia las ocupaciones varoniles, pero en lo que se refiere a la “formación de partidos” o a su participación en “movimientos feministas integrales -que dan lugar a ensayos
antinaturales, artificiosos, en el fondo mendaces-, su rechazo es contundente. Para Weininger, el movimiento en su conjunto trataba  más bien de la emancipación de las prostitutas que de la emancipación de las mujeres, y su resultado definitivo sería seguramente “una acentuación de la parte de prostituta que se halla en toda mujer” (¡sic!) (SYC, 328-329).
                Finalmente Freud (vid supra) también compartía con los filósofos misóginos románticos  la idea de que las mujeres emancipadas tenían una sexualidad “anormal”; afirmaba que su desarrollo psicosexual se habría detenido, que estaban celosas de los hombres y que –la envidia del pene así lo probaba- ansiaban sus atributos sexuales. Establecía asimismo, una conexión entre lesbianismo y movimiento feminista y calificaba como “viril” a toda mujer inteligente. (Cont.)

TOMÁS MORENO







[1] Para conocer el mundillo literario y cortesano femenino de los salones de la Viena de la segunda mitad del XIX y finisecular, a los que asistían la flor y nata de la alta sociedad artística, científica, financiera y aristocrática imperial vid. María José Villaverde, “La mujer en la Viena de 1900”, Miscelánea Vienesa, Universidad de Extremadura, 1998.
[2] Con humorismo un tanto sarcástico Schopenhauer aduce como una de las ventajas (sic) de la poligamia el hecho de que si bien liberaría al hombre de tener que relacionarse estrechamente con una sola suegra como ocurre en la monogamia establecida, a cambio debería hacerlo con “¡diez suegras en lugar de una!” (ATM, 93).
[3] Wanda Tommasi, Filósofos y mujeres, op. cit. pp. 161-168.
[4] F. Nietzsche, Más allá del Bien y del Mal, Alianza Editorial, Madrid, 1972, p. 105.
[5] Cita entre ellas a Safo, Catalina II, Cristina de Suecia, Laura Bridgmann, George Sand. Para Weininger incluso aquellas de las que no tenemos pruebas de que hayan tenido tendencias lesbianas pero que han destacado por su talento fueron en parte homosexuales o en parte bisexuales. Una mujer bisexual: tiene relaciones con mujeres masculinas o con hombres afeminados: ejm. Geoge Sand y Musset (el lírico más femenino que la historia recuerda) y con Chopin (el único músico afeminado). Victoria Colonna con Michelángelo; la escritora Daniel Stern amante de Franz Liszt; señala la admiración de Luis II de Baviera por Madame de Stäel, de Clara Schumann con el músico (cuyo rostro parecía el de una mujer) (SYC, 77).



La misoginia de los filósosfos romántico versus el movimiento feminista decimonónico, Tomás Moreno

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