Cerramos la serie de post dedicados al concepto político de Servidumbre de La Boiétie, esta vez bajo el título: Razones y causas de la Servidumbre, para la sección, Microensayos, bajo la directriz siempre avisada del profesor Tomás Moreno.
RAZONES Y CAUSAS DE LA SERVIDUMBRE
.
Tras
analizar las circunstancias que hacen al hombre abandonar voluntariamente su
condición natural y renegar conscientemente de su libertad original, indaga las
razones o causas de esa abdicación o renuncia a la libertad. Entre las razones
y causas que aduce en su alegato podemos señalar en primer lugar la educación. En su opinión la
naturaleza humana “es tal que, de una forma natural, se inclina hacia donde le
lleva su educación” (p. 73); e insiste afirmando que “la primera razón por la
cual los hombres sirven de buen grado es la de que nacen siervos y son educados
como tales” (p. 77). La costumbre, o
el hábito, es otra de las razones de la servidumbre voluntaria ya que “todas
las cosas son naturales, tanto si se cría con ellas como si se acostumbra a
ellas” (p.73) y además “la costumbre que ejerce tanto poder sobre nuestros
actos, lo ejerce sobre todo para enseñarnos a servir” (DSV, p. 67).
Otras veces es la fuerza y coacción del rey-tirano la que impone a sus súbditos la
servidumbre, envileciéndolos y haciéndoles olvidar sus derechos naturales hasta
“enfangarse en la más abotargante esclavitud” (DSV, p. 68), “ya que bajo el
yugo del tirano es más fácil volverse cobarde y apocado” (DSV, p. 77), e
incluso el engaño urdido por la
astucia de un traidor y habilidoso guerrero que pasa de ser un admirado capitán-rey a detentar el poder como
auténtico rey-tirano
(Idem) puede
también ser causa de la misma. Las gentes sometidas por la derrota militar
pierden “la vivacidad y son presa del
desánimo y la debilidad” (DSV,p. 78). Existe además de las indicadas un
procedimiento habitualmente utilizado por los tiranos consistente en embrutecer al pueblo sometido y a sus
súbditos y “fortalecer el yugo” (DSV, p. 81). Recuerda así La Boétie que, tras
apoderarse de Sardes y apresar a Creso de Lidia, su rico monarca, Ciro de
Persia “montó burdeles, tabernas y juegos públicos, y ordenó que los ciudadanos
de Sardes hicieran uso libremente de ellos” (DSV, p. 80). El clásico panem et circenses de los romanos es
aquí también aludido como uno de los instrumentos del despotismo tiránico de
todos los tiempos y lugares para imponer la sumisión: “Los teatros, los juegos,
las farsas, los espectáculos, los gladiadores, los animales exóticos y otras
drogas eran para los pueblos antiguos los cebos de la servidumbre, el precio de
su libertad” (DSV, p. 80).
A
todo ese sistema de reclamo para seducir y esclavizar al pueblo habrá
que añadir un sutil y engañador recurso consistente en vincular o asociar la
realeza a la divinidad: la fascinación que ejercen los tiranos encubriendo su
poder e intenciones con bellas palabras más una deslumbrante “nube de misterio
y divinidad” como los tiranos y reyes de la Antigüedad que “iban con la
religión por delante a modo de escudo, y, de ser posible, se adjudicaban algún
rasgo divino para dar mayor autoridad a sus viles actos” (DSV, p. 85-86) como,
por ejemplo, el hecho de atribuirles un poder taumatúrgico milagroso, capaz de
curar todas la enfermedades imaginables o el de utilizar supersticiosamente
fantasías o fetiches como “sapos, flores de lis, la ampolla y la oriflama” (p.
86) para propiciar la mayor grandeza y prosperidad del imperio o del reinado,
como había sido usual en las monarquías de la Francia de su tiempo.
Pero La Boétie da un paso más y
enuncia el definitivo y auténtico secreto de la renuncia por parte de los
hombres a su liberación y la explicación de tal dominación por parte de los
poderosos, consistente en unos muy complejos y eficaces mecanismos para
perpetrar y perpetuar su dominación, todo un entramado de intereses, prebendas
y favores mutuos que los incapacitan para tomar conciencia de su situación de
servidumbre:
“Llego ahora a un punto que, creo, es el resorte y el
secreto de la dominación, el sostén y el fundamento de la tiranía. El que
creyera que son los alabarderos y la vigilancia nocturna los que sostienen a
los tiranos, se equivocaría bastante […]. Ni la caballería, ni la infantería
constituyen la defensa del tirano. Cuesta creerlo pero es cierto. Son cuatro o
cinco los que imponen por él la servidumbre en toda la nación. Siempre han sido
cinco o seis los confidentes del tirano, los que se reparten el botín de sus
pillajes […]. Estos seis tienen a seiscientos hombres bajo su poder […]. Estos
seiscientos tienen bajo su poder a seis mil, a quienes sitúan en cargos de
cierta importancia, a quienes otorgan el gobierno de las provincias, o dde la
administración del tesoro público, con el fin de favorecer su avaricia y su
crueldad […]. Extensa es la serie de aquéllos que siguen a éstos. El que quiera
entretenerse devanando esta red verá que no son seis mil sino cien mil,
millones los que tienen sujeto al tirano y los que conforman entre ellos una
cadena ininterrumpida que se remonta hasta él […]. En suma, se llega así a que,
gracias, a la concesión de favores, a las ganancias, o ganancias compartidas
con ls tiranos, al fin hay casi tanta gente para quien la tiranía es provechosa
como para quien la libertad sería deseable […] No es que no padezcan ellos
mismos de la presión del tirano, sino que esos malditos por Dios y por los
hombres se limitan a soportar el mal, no para devolverlo a quien se lo causa,
sino para hacerlo a los que padecen como ellos y no pueden hacer nada” (DSV,
pp. 89-90 )[1].
En estas cadenas o redes piramidales
de dominadores los dominados son el límite de las mismas, el punto extremo
sobre el que ejercen su poder, el conjunto de todos aquellos hombres que no
tienen a su cargo a nadie a quien tiranizar, y que tampoco aspiran a ello. Son,
por tanto, los únicos que no mantienen activamente a la tiranía. Son, por ello
mismo, los más libres y los más dichosos, aunque esto pueda parecer paradójico:
“Las gentes del campo, a quienes pisotean y tratan
peor que a presidiarios o esclavos, son, no obstante, más felices y más libres
que ellos. El labrador y el artesano, por muy sometidos que estén, quedan en
paces al hacer lo que se les manda, mientras que el tirano ve a los que le
rodean acechar y mendigar sus favores” (DSV, p.92).
La Boétie denuncia, por otra parte,
que los dominadores no se limitan a obedecer al tirano sino que deben
anticiparse y doblegarse a todos sus deseos, “sacrificar sus gustos al suyo,
anular su personalidad, despojarse de su propia naturaleza, estar atentos a sus
palabras, a su voz, a sus señales y a sus guiños, no tener ojos, pies, ni manos
como no sea para adivinar sus más recónditos deseos, o sus más secretos
pensamientos”. Y se pregunta “¿Es esto vivir feliz?”. Nuestro denunciador del
poder afirma seguidamente que todo ello lo hacen los súbditos o dominados para
obtener bienes, privilegios y favores y que cuando el príncipe desee les serán
arrebatados fulminantemente. Y continúa su alegato advirtiendo en estos
términos a los infelices y poco avisados gobernados:
“Cuanto más fácil fue su ascensión en los favores del
tirano, menos sabiduría tuvieron en conservarla. De la cantidad de gente que
siempre ha frecuentado la corte de los malos reyes, pocos o ninguno, han podido
eludir al fin la crueldad del tirano al que antes habían azuzado contra los
demás. En la mayoría de los casos, tras haberse enriquecido a la sombra de sus
favores y a costa de otros, terminan ellos mismos por enriquecer a otros” (DSV,
p. 94).
Pero esto mismo hace que el propio
tirano esté a merced de sus allegados: “He aquí por qué la mayoría de los
tiranos de la Antigüedad solían morir por manos de sus propios favoritos,
quienes, tras conocer la naturaleza de la tiranía, no se sentían seguros de los
caprichos del tirano y temían su poder”, concluirá La Boétie. Llegamos así al
punto en el que lo político y lo moral muestran su irreductibilidad. La lógica
del poder es contraria a la lógica de la libertad, la complicidad de los
dominadores es contraria al compañerismo de los que se sienten iguales,
hermanos, amigos. Y no cabe mediación alguna entre ambos tipos de relación
social:
“Esta es la razón por la que un tirano jamás es amado,
ni ama él mismo jamás. La amistad es algo sagrado, no se da sino entre gentes
de bien que se estiman mutuamente, no se mantiene tan sólo mediante favores,
sino también mediante la lealtad y la vida virtuosa. Lo que hace que un amigo
está seguro del otro es el conocimiento de su integridad. Tiene como garantía
de ello la naturaleza de su carácter amable, su confianza y su constancia. No
puede haber amistad donde hay crueldad, deslealtad, injusticia. Cuando se
juntan los malos, siempre hay conspiraciones, jamás una sólida amistad, ya que,
al estar por encima de todos y no tener iguales, se sitúa más allá de los
límites de la amistad, que sólo se d en la más perfecta equidad, cuya evolución
es siempre igual y en la que nada se enturbia” (DSV, p. 98)r.
Contrastando con la dulzura de la
amistad y el gozo de la libertad, el texto de La Boétie termina describiendo la
ingrata vida de quienes renuncian a ser libres y a tener amigos por obtener los
vanos y efímeros goces de la tiranía.
TOMÁS MORENO
[1]
Este texto pone de manifiesto con claridad cómo el Uno (Tirano) no está sólo.
Es falso ese manido tópico de la “soledad del poder”. La experiencia histórica
nos enseña que –como sostiene La Boétie- que el tirano siempre está rodeado y
apoyado por toda una cohorte de múltiples tiranuelos
(los chulos del poder) que son los oídos y los ojos del tirano, que
gobiernan a sus anchas mediante el temor o el engaño de la mayoría y la
complacencia de unos pocos, al amparo de la sombra protectora del poder del Uno
tiránico. Y también nos apercibe -como si estuviésemos ante un antecedente del Panóptico benthamiano o del Gran
Hermano totalitario, tal y como aparece en la obra distópica de G. Orwell
“1984”- de que la tiranía penetra e impregna todos los intersticios de la
sociedad, de parte a parte, sin que exista lugar o recoveco que escape a su
mirada y dominación inexorable.
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