Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos, siguiendo con el estudio sobre Otto Weiniger, una nueva entrada del filósofo, Tomás Moreno, que lleva por título: Breve síntesis de sexo y carácter (primer parte)
BREVE
SINTESIS DE
SEXO Y CARÁCTER. (PRIMERA
PARTE)
“Groseramente expresado, el
hombre tiene un pene,
pero la vagina tiene una mujer”
(Sexo y carácter, O.
Weininger)
El libro de Otto Weininger se divide en dos secciones, precedidas de un
prólogo. La primera, “preparatoria”, titulada La diversidad sexual,
consta de una introducción y seis capítulos, y contiene la parte biológica y
psicológica; la segunda o “principal” según su autor, que lleva por título Los
tipos sexuales, mucho más extensa, tiene catorce capítulos y en ella considera Weininger puntos más especiales de
psicología (y filosofía) y expone su doctrina caracteriológica, ética y
metafísica.
La
arquitectura de su obra es peculiar: en tanto que científico trata de elucidar
el problema de los sexos, en tanto que filósofo, intenta entrelazar este tema
central con las más diversas cuestiones de la cultura: con cuestiones de
filosofía, lógica, ética, estética, psicología, etc. Desde los primeros
renglones de su obra enuncia Weininger su intención principal: tratar el
problema nuclear de la caracterización psicológica de los sexos, la relación entre los sexos, bajo una
luz nueva y definitiva. Para tratar de reducir a un único principio la
diversidad entre ambos y así “compendiar todas las contraposiciones entre el
hombre y la mujer en un sólo y único principio”, según confiesa en su Prólogo, recurre, para ello, a las
diferencias psicológicas entre hombre y mujer.
Muy
sintéticamente, las principales tesis y temas tratados en esta Primera parte derivan del tema central que
trata de exponer, argumentar y demostrar en esta primera parte y a lo largo de
los dos primeros capítulos (“Hombres y Mujeres” y “Arreniplasma y teliplasma”) es el de la bisexualidad e intersexualidad
inherente y originaria de todos los seres u organismos vivos. Sostiene en
ella Weininger que los seres humanos no pertenecen exclusivamente a un único
sexo diferenciado, sino que poseen rasgos de ambos: “no existen seres vivos de
los que se pueda afirmar que son unisexuales y de sexo determinado. La realidad
muestra, por el contrario, una oscilación perceptible entre dos puntos; ningún
individuo, ni siquiera empírico, puede ser catalogado en tales puntos
concretos, pues todos los seres ocupan un lugar entre ellos” (SYC, p. 28).
A partir de esa primera tesis,
Weininger intenta explicar el carácter humano sobre la base de mezclas
relativas de componentes masculinos y femeninos. Es su teoría de los “grados
sexuales”. A su juicio, todos los individuos podrían alinearse a lo largo de
una línea continua de “x” partes de masculinidad e “y” partes de feminidad, de
tal modo que el aumento de un componente siempre iría ligado a la disminución
del otro. Inspirándose en las investigaciones de su época y concretamente en Havelock Ellis trata de establecer una
teoría de las propiedades anatómicas y fisiológicas de los tipos sexuales y de
construir una teoría biológica
explicativa de las diferencias sexuales manifestada en la existencia de los
diferentes grados de masculinidad y feminidad. Llega a negar la existencia de
formas extremas o puras: no hay, en
rigor, sino formas intermedias. Existen, pues, gradaciones innumerables entre
el hombre y la mujer, es decir distintas “formas intersexuales” Podemos
imaginarnos como tipo sexual un hombre ideal H y una mujer ideal M, que en
realidad “no existen”, sólo existen “los posibles grados intermedios entre el
hombre perfecto y la mujer perfecta” (SYC, p. 26)[1]. Sostiene Weininger,
incluso, que los hechos empíricos demuestran que ni siquiera en el nivel
celular es posible discernir las
características sexuales. La
sexualidad no se limita a determinados órganos, sino que se extiende, con
diferente graduación, a todas las células del cuerpo, pudiendo ser, en ciertas
partes, más masculina, y en otras, más femenina: “toda célula del organismo
está caracterizada sexualmente y tiene un determinado tono sexual” las cuales
presentan un tono sexual más o menos marcado en cuanto a su masculinidad o
feminidad” (SYC, p.31). En realidad, no hay para él hombres ni mujeres, sino
individuos en los cuales lo masculino y lo femenino se mezclan en distintas
proporciones, constituyendo una serie donde se dan todos los grados y sólo
faltan el hombre y la mujer absolutos, típicos. Pero estos ejemplares típicos,
ausentes de la realidad temporal en la que sólo existen los tipos contingentes
y mixtos que pueblan el mundo, deben ser construidos,
configurados intelectualmente a la manera de esencias platónicas:
“El macho y la hembra […] se mezclan en
diferentes proporciones, sin que el coeficiente de una de ellas llegue a ser
nunca cero, y que se distribuyen en los individuos vivientes. Podría afirmarse
que en la práctica no hay machos ni hembras, sino tan sólo seres varoniles o
femeniles” (SYC, p.27).
En
su teoría de los grados sexuales
encuentra Weininger el fundamento para establecer la ley de la atracción entre los
sexos al afirmar que al hallarse la masculinidad y la feminidad
distribuidas en las más diferentes proporciones en los seres vivos le llevó “al
descubrimiento de una ley natural desconocida, que sólo fue entrevista por un filósofo
(Schopenhauer en su “Metafísica del
amor sexual”), la ley de la atracción sexual” (SYC, p. 42). Esta temática es
desarrollada en los capítulos 3º y 4º.
En todos los seres vivos sexualmente diferenciados existe una atracción
recíproca dirigida a la cópula entre machos y hembras. En el lenguaje corriente
se dice refiriéndose a dos personas: “están hechas una para otra”[2].
También ocurre lo contrario: ciertas personas del otro sexo pueden ejercer
sobre un individuo incluso una acción repelente:
“Ocurre, en
efecto, que cada tipo de hombre posee su correlativo en la mujer que actúa
sobre él sexualmente y viceversa.” Debe existir una ley que rija esa acción:
“Los opuestos se atraen”. Esa fórmula es excesivamente general y no puede ser
formulada en forma matemática” (SYC, p. 43).
La
ley
de la atracción tiende, pues, a unir individuos que se complementen y
establece que en la unión sexual tienden siempre a reunirse un hombre completo
(H) y una mujer completa (M), aun cuando en cada caso se hallen distribuidos en
proporciones diferentes en los dos individuos en cuestión. Cada individuo posee
tanta masculinidad como le falta de feminidad: cuando es totalmente masculino
necesita un complemento totalmente femenino y al contrario (p. 43). Si se
representa por H y M respectivamente el hombre tipo (H) y la mujer tipo (M), un
varón constituido por ¾ de H y ¼ de M procurará unirse a una mujer en cuya
composición entren ¼ de H y ¾ de M. De este modo, un varón femenino en una
proporción de 3:4 se sentiría atraído por una mujer masculina en una proporción
de 3:4, y así sucesivamente. Es una ley muy sencilla de reciprocidad, que no
hace sino precisar una difundida opinión popular y que, por otra parte, supone
una correspondencia mutua en la atracción. Para los casos concretos ha
formulado otra ley matemática mucho más complicada, que tiene en cuenta
factores omitidos en la ley principal (SYC, p. 44).
Se
debe prescindir del factor estético de la belleza pues éste no interviene como
se cree normalmente. Sucede frecuentemente que un individuo está prendado de
una determinada mujer, enloquecido a consecuencia de su belleza extraordinaria
y fascinante, mientras para otros no posee ningún atractivo pues para ellos aquella mujer no significa
“su” complemento sexual (su “media naranja”). La atracción sexual debe llegar
al máximo cuando “uno de los individuos
posea tanta masculinidad como feminidad contiene el otro”. Goethe se refería a esto con la
expresión “afinidades electivas” (SYC, p. 49)[3].
La ley de la afinidad sexual muestra, además, que la descendencia es más
vigorosa y sana cuando procede de individuos en los que la atracción sexual
recíproca alcanza el grado máximo. He aquí por qué las gentes suelen hablar con
especial entusiasmo de los “hijos del amor” y se cree que éstos son los mejores
y más bellos (SYC, p. 54-56). Con ello Weininger se muestra totalmente
partidario –frente al amor libre o el matrimonio por conveniencia- del
matrimonio por amor[4].
El
capítulo siguiente (V “Caracteriología y
morfología”) trata de encontrar una correspondencia del principio de los grados intersexuales en
el campo de la morfología y fisiología de la mujer y del hombre, elevándolo a
principio heurístico de las diferencias individuales. La conclusión a la que
llega puede resumirse en este tipo de asertos:
“Cuanto más femenina es una mujer tanto
menos comprenderá al hombre, y cuanto más intensa sea la acción que éste ejerza
sobre sus cualidades sexuales mayor impresión de hombre le producirá.” Por el
contrario: “cuanto más varonil sea un individuo menos comprenderá a la mujer,
y, sin embargo, tanto mayor impresión le causarán las mujeres por su aspecto
exterior, por su feminidad”. Los hombres afeminados son “conocedores de
mujeres” saben tratarlas mucho mejor que los varoniles (SYC, p.67)[5].
H.
Moreno ha puesto de manifiesto la contradicción o paradoja
en la que cae Weininger. Llama la atención, señala, cómo a lo largo de esta
primera parte la “bisexualidad originaria” -su punto de partida, descrita al
principio como una especie de “indiferenciación” en virtud de la cual en un
mismo individuo se reparten de manera aleatoria características de uno y otro
sexo en proporciones impredecibles y que le lleva a cuestionar la
diferenciación entre hombres y mujeres (“¡no hay machos ni hembras!”)- va
difuminándose poco a poco hasta convertir, en la segunda parte, el centro de su
reflexión en la existencia de dos sustancias distintas e inconmensurables y en
el significado de la diferencia sexual, negando así la unidad de hombres y
mujeres en una misma esencia material. Así “conforme Weininger desarrolla su
argumento, la bisexualidad de la pareja humana va transcurriendo, desde una
descripción donde hombres y mujeres comparten las características de los dos
sexos –en una especie de continuum
cuyo centro es indiscernible- hasta una atribución diferencial donde se
pretende separar con una navaja muy filosa los significados esenciales de lo
femenino y lo masculino”[6].
Tal
contrasentido, sostiene con razón H.
Moreno, tiene profundas resonancias en la cultura del Romanticismo, en
particular en la recurrencia al mito
andrógino[7]:
en efecto, como en la fábula aristofánica del Simposio platónico[8],
en Weininger feminidad y masculinidad, no son rasgos que se
deriven de la experiencia de mujeres y hombres, sino constructos ideales o
valores preexistentes a la mera definición de mujer o de hombre: la paradoja,
tanto para la figura del andrógino como para la entidad intersexual
weiningeriana, es que la unidad humana se disocia en dos sustancias
perfectamente distinguibles, organizadas entre sí a partir de una estructura
jerárquica donde precisamente lo que no hay es complementariedad. Si no se
admitieran los tipos de hombre y de mujer ideales se carecería de una unidad de
medida aplicable a la realidad.
TOMAS
MORENO
[1] Eva Figes comenta: “Un poco como Jung, cuyo
pensamiento tiene más en común con la filosofía alemana que con la ciencia
empírica, Weininger comienza con una suposición similar a la de ánimo y anima,
es decir, “la existencia de un hombre ideal, H, y una mujer ideal, M, como
prototipos sexuales, aun cuando en realidad tales prototipos no existan
realmente”. Los hombres son machos y las mujeres hembras, pero toda persona
lleva en ella algo del sexo opuesto, y a veces más que algo. Los hombres judíos
se pasan un poco en ese algo femenino, y las mujeres intelectuales o las que
piden la emancipación tienen en su constitución una amplia proporción de
masculinidad. (Actitudes patriarcales:
las mujeres en la sociedad, op. cit. p. 139).
[2] Este es su punto de partida: “cada individuo
tiene, respecto al otro sexo, un gusto determinado. Todas las mujeres amadas
por algún hombre famoso ofrecen notables semejanzas: la figura, el rostro, y se
extiende también a los más pequeños rasgos, “pudiéramos decir incluso que hasta
las uñas de los dedos” (SYC, p. 42).
[3] Así explica W. el hecho
del adulterio, como algo perfectamente natural e inevitable: “Cuando se unen
dos individuos que según nuestra fórmulas se avienen mal, y más tarde se
presenta el verdadero complemento de alguno de ellos, se observa una tendencia
a abandonar la precaria unión anterior, obedeciendo a una necesidad regida por
una ley de la naturaleza. Entonces se produce el “adulterio”, suceso tan
elemental, fenómeno tan natural como pueda serlo el hecho de que cuando se
ponen en contacto una molécula de HOH, los iones SO4 abandonan inmediatamente
los iones Fe para unirse a los iones K. Sería ridículo que alguien pretendiera
aplaudir o criticar a la naturaleza cuando intenta igualar una diferencia de
potenciales” (SYC, p. 53).
[4] El hecho de que entre
los judíos –afirma nuestro autor- sea mucho más frecuente que en otras razas
“el acuerdo de los matrimonios por terceras personas, sin intervenir para nada
el amor, no debe ser ajeno a la degeneración física de los semitas de hoy día”
(sic). (Ibíd)
[5]Se extiende W. en la necesidad de educar las
formas intersexuales de manera más individualizada, no uniformar los seres que
son diferentes: el hecho de dedicar a las niñas a trabajos manuales y a los
niños a otros tipos de juegos […] desatendiendo los grados intermedios: niños
que les gusta jugar con muñecas, coser, tejer, vestir prendas femeninas y
viceversa. Tras la pubertad “reprimida” se rompen las cadenas: “las mujeres
varoniles se hacen cortar los cabellos, prefieren vestimentas que semejan las
masculinas, estudian, beben, fuman y se dedican al alpinismo o a la caza; los
hombres afeminados dejan crecer sus cabellos, se interesan por las toilettes de
las mujeres, hablan con ellas acerca de las modas, y son panegiristas
entusiastas de las puras relaciones amistosas entre los dos sexos, y así, los
estudiantes afeminados mantienen íntima camaradería con los del sexo opuesto”
[6] Hortensia Moreno, Femenino
y masculino en las ideas de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico
hacia la alteridad , Anthropos,
Barcelona, 2008, 134
[7] Ibid, p. 135.
[8] En la fábula aristofánica se habla de un tiempo inmemorial donde
los andróginos coexistían con los dioses y eran, al mismo tiempo, esféricos,
inmortales y autosuficientes (en lugar de carentes, divididos y menesterosos
como los humanos). El principal rasgo de esa perfección es una naturaleza dual:
cada andrógino tenía un solo cuerpo, pero genitales dobles, dos cabezas, cuatro
extremidades. En castigo por nuestra soberbia, los dioses nos cortaron en dos y
desde entonces anhelamos encontrar nuestra mitad perdida, y ése es el origen
del amor (SYC, pp. 118-156). Para el tema de la androginia véase bibliografía en infra
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