Con el título, La influencia de la alegoría de la caverna en la literatura occidental, proseguimos para la sección, Microensayos, del blog Ancile, la temática interesantísima de la caverna platónica y sus influencias, y todo bajo la directriz del filósofo Tomás Moreno.
LA INFLUENCIA DE LA
ALEGORÍA
DE LA CAVERNA EN LA LITERATURA OCCIDENTAL
La literatura occidental no ha sido ajena a la utilización de la imagen
de la cueva o caverna, antro o mazmorra, con resonancias mítico-platónicas. Alegorías fundadas en un relato acerca
de una caverna o similares han sido
muy numerosas en su seno, desde la mazmorra calderoniana de “la vida es sueño”, en donde Segismundo, su angustiado personaje, encadenado desde su nacimiento
nos trae a la memoria a los prisioneros de la caverna, al mostrase como
aquellos incapaz de discriminar entre la realidad y la ficción, el sueño y la
vigilia, hasta el relato de “la cueva de Montesinos” de Don
Quijote (II, 22). También en la literatura más moderna esos y otros
aspectos y dimensiones de la alegoría platónica tendrán su presencia en la
misma, como es el caso de algunas obras
dramáticas como la de Pirandello, “Seis personajes en busca de autor”, o Los
días felices de Samuel Beckett.
Incluso en la literatura más cercana a las inquietudes de los niños y
jóvenes, como por ejemplo Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis,[1]
o en la literatura de misterios y enigmas desarrollados en la Atenas clásica de
Platón, como La caverna de las ideas,
del escritor cubano y español José
Carlos Somoza, se nos ofrecerán determinadas cuestiones que evocan
influencias platónicas. El tema, en concreto, de la incapacidad de discriminar
entre el sueño y la realidad, es, sin lugar a duda, uno de los motivos más
tratados por nuestro gran pensador Miguel
de Unamuno en ensayos (La vida es
sueño, de 1898), novelas (Niebla)
y fundamentalmente en su Vida de don
Quijote y Sancho. En esta última, la cuestión reaparece con un tono
profundo y metafísico, llevando al filósofo bilbaíno a preguntarse: “¿Será
acaso también sueño, Dios mío, este tu universo, de que eres la conciencia
eterna e infinita? ¿Será un sueño tuyo? ¿Será que nos estas soñando? ¿Seremos
sueño tuyo, nosotros los soñadores de la vida? Y si así fuese, ¿qué será del
Universo todo, que será de nosotros, qué será de mi cuando Tú… despiertes?”
De igual manera que
también lo hace la novela homónima de José
Saramago, La Caverna[2]. Para el premio Nobel portugués esa
mítica caverna será identificada con los grandes centros comerciales: los
auténticos templos del consumismo que esclavizan y alienan a los individuos. José Saramago hace una especie de
alegoría del mercado, en el que las
mercancías-fetiches se convierten en un nuevo objeto de culto e idolatría, y sus templos
–las Grandes superficies comerciales- sustituyen a lo sagrado tradicional,
ocupando el lugar vacío dejado por sus dioses, rituales y creencias religiosas
al marcharse –como ya profetizara un siglo antes Nietzsche, el adalid y profeta
de la muerte de Dios- propiciado y legitimado por un laicismo hegemónico y
dominante, que penetra todos los espacios e intersticios de las ricas y
desarrolladas sociedades occidentales. Se diría que los escaparates de los
Grandes Almacenes de nuestras modernas ciudades, cavernas de la época
contemporánea, vienen a configurarse como una especie de inmenso caleidoscopio donde, al igual que en la alegoría de Platón,
los prisioneros-consumidores creen ver y describir las cosas reales cuando
solamente ven y describen sus sombras o apariencias[3].
También Jorge Luis Borges ha tratado de evocar e imitar la fuerza alegórica del mito de la caverna en su relato “Las ruinas circulares” (Ficciones), aunque no de manera directa
y explícita, sino sugerida e indirectamente evocada. En su narración,
influenciado por el idealismo de Berkeley y por Schopenhauer, el escritor
argentino desarrolla el tema de la dificultad existente para diferenciar los
siempre confusos límites entre la realidad y la ficción, para distinguir el
mundo como sueño e ilusión del mundo
como verdad o realidad o, en fin, la posible condición de mero fantasma o
simulacro de los hombres: “No ser un hombre, ser la proyección del sueño de
otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo!”[4]. Si todo es sueño, también
nosotros podemos ser el producto de otro
que nos sueña: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él
también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”[5]. No otra cosa afirmará en
otro genial libro suyo, cuando escribe en uno de sus relatos (“Avatares de la
tortuga”) lo siguiente: “Admitamos lo que todos los idealistas admiten: el
carácter alucinatorio del mundo. Hagamos lo que ningún idealista ha hecho:
busquemos irrealidades que lo confirmen. Las hallaremos creo en las antinomias
de Kant y en la dialéctica de Zenón”.[6]
Pero es, sobre todo, en uno de sus más sugestivos
cuentos, el titulado “Esse Est Percipi” -escrito en colaboración con A. Bioy Casares e incluido en su obra conjunta Cuentos
de H. Bustos Domecq” (1985)- donde se plantea una singular recreación de la
situación -narrada por Platón en el comienzo del Libro VII de su República- en la que se encuentran los
prisioneros de la mítica caverna platónica al contemplar y percibir la ficción
ilusoria de las sombras e imágenes proyectada en la pared del fondo de la
caverna como única y verdadera realidad.[7]
Se nos relata en dicho cuento la situación de estupor en la que, de repente,
cae un aficionado al futbol, cuando se apercibe de que el estadio de la capital
en el que hasta hace muy poco tiempo la tv. y la radio retransmitían los
partidos disputados en tan emblemático recinto, ha desaparecido. Alarmado,
acude a pedir explicaciones a un mánager
o responsable futbolístico, antiguo conocido suyo, elogiando –para romper el
hielo inicial- la espectacularidad del último gol del equipo así como la
maestría de los jugadores Zarlenga, Parodi o Limardo. El mánager le responde que estos jugadores son pura ficción, que él
mismo inventó sus nombres para poder
retransmitir los ilusorios partidos. Ante la incredulidad de su aficionado
amigo, continúa su sorprendente revelación de esta manera:
“- ¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en los
ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?
-¿Debo deducir que el “score” se digita?
-No hay “score” ni cuadros ni partidos. Los estadios ya
son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la
radio. La falsa excitación de los locutores ¿nunca lo llevó a maliciar que todo
es patraña? El último partido de futbol se jugó en esa capital el día 24 de
junio del 37. Desde aquel preciso momento el fútbol al igual que la vasta gama
de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una
caverna o de actores con camiseta ante el ‘cameraman’.
-Señor, ¿quién inventó las cosas? –atinó a preguntar el
aficionado.
-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quien se le
ocurrieron primero. Las inauguraciones de escuela y las visitas fastuosas de
testas coronadas son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y
de las redacciones. Convénzase, Domecq, la publicidad masiva es la contramarca
de los tiempos modernos.
-¿Y la conquista del espacio? –gimió el aficionado.
-Es un programa foráneo, una coproducción
yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo
cientificista.
-¿Entonces –masculló el aficionado- en el mundo no pasa
nada? […][8]
No podemos dejar de
señalar, ubicados como estamos por este
último relato en la tierra de Borges, Buenos Aires, de aludir a una especie de
minirrelato de uno de las grandes escritores argentinos del pasado siglo y del
actual, Ricardo Piglia, incluido en
una de sus novelas más apreciadas por críticos y público, Respiración artificial. En ella, y puesta en boca de uno de sus
personajes, se cuenta esta sugestiva y tierna historia, con evidentes
remembranzas del “mito de la caverna platónica” y del “filósofo” que retorna
para dar noticia de su extraordinario
descubrimiento, tras escapar de la caverna, a sus antiguos compañeros. Dice
así:
“Una vez estuve internado en un hospital, en Varsovia. Inmóvil,
sin poder valerme de mi cuerpo, acompañado por una melancólica serie de
inválidos. Tedio, monotonía, introspección. Una larga sala blanca, una hilera
de camas, era como estar en la cárcel. Había una sola ventana, al fondo. Uno de
los enfermos, un tipo huesudo, afiebrado, consumido por el cáncer, había tenido
la suerte de caer cerca de ese agujero. Desde allí, incorporándose apenas,
podía mirar hacia fuera, ver la calle. ¡Qué espectáculo! Una plaza, agua,
palomas, gente que pasa. Otro mundo. Se aferraba con desesperación a ese lugar
y nos contaba lo que veía. Era un privilegiado. Lo detestábamos. […] Por fin
murió. Después de complicadas maniobras y sobornos conseguí que me trasladaran
a esa cama al final de la sala y pude ocupar su sitio. Desde la ventana solo se
alcanzaba a ver un muro gris y un fragmento de cielo sucio. Desde la ventana
solo se alcanzaba a ver un muro gris y un fragmento de cielo sucio. Yo también,
por supuesto, empecé a contarles a los demás sobre la plaza y sobre las palomas
y sobre le movimiento de la calle. ¿Por qué se ríe? Tiene gracia, me dice
Renzi. Parece una versión polca de la caverna de Platón”[9],
Se trata de uno más de
los innumerables ejemplos de la enorme influencia de la Alegoría de la caverna en
la cultura, la filosofía, la literatura y el arte occidentales[10]
(cont.).
TOMÁS MORENO
[1] En
efecto, al final del último libro (el capítulo 7º, “La última batalla”) se hace referencia a la alegoría platónica al
mostrarnos cómo “la tierra de las sombras” a la que los niños han arribado tras
la destrucción de Narnia no era más que una pálida imitación del mundo eterno e
inmutable en el que ahora moran.
[2] J.
Saramago, La caverna, Alfaguara,
Madrid, 2001.
[3]
Mariano Arias, “El mito de la caverna. A propósito de Saramago y el mito de la
caverna de Platón”, Eikasía, Revista
de Filosofía, año III, 13 (Septiembre 2007) p. 29. En su opinión la novela de Saramago
“La Caverna” es más deudora de la obra de Kafka (EL Castillo) que de la propia narración platónica.
[4]
Jorge Luis Borges, Ficciones, Alianza
Emecé, Madrid, 1988, p. 68.
[5]
Ibid, p. 69.
[6]
Jorge Luis Borges, Discusión, Alianza
Emecé, Madrid, 1983, p. 116.
[7]
Que no sólo se inspira en el relato platónico de la caverna del IV a, de C., o
ejemplifica sólo con nombrar su título la teoría idealista Berkeleyana del conocimiento humano, sino que, además, anticipa relatos virtuales
cinematográficos del siglo XX tan
universalmente conocidos com El Show de
Truman o el mundo de Matrix y
otros.
[8] J. L.
Borges y A. Bioy Casares, Cuentos de H.
Bustos Domecq, Seix Barral, Barcelona, 1988. Cfr. “Esse est Percipi” de
Michel Hubert Lepicouché, en “La caverna de Platón” (Javier Llores, Francis
Gutiérrez, Paco Lara-Barranco) Catálogo, Galería Kernel, Cáceres, 12, noviembre
2016.
[9] Ricardo
Piglia, Respiración artificial, Fondo
Editorial Casa de las Américas, la Habana, 200, p. 138.
[10] Sobre
la presencia del mito platónico en la literatura occidental véase: Fernando Eco
Paratti en su espléndido ensayo, del que hemos tomado el anterior microrrelato
de Piglia, :“Resonancias desde el fondo de la caverna: del mito platónico en la
literatura”, Palabra viva-La Letra del escriba-Revista de literatura y
libros.html
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