PÁGINA PRINCIPAL Y PERFIL COMPLETO

martes, 22 de octubre de 2019

LAS ORDENANZAS DE LA UTOPÍA DE LOS HOSPITALES-PUEBLO.


Traemos nueva entrada par ala sección, Microensayos, abundando sobre la figura y obra de Vasco de Quiroga, y todo de la mano del filósofo Tomás Moreno, bajo el título: Las ordenanzas de la utopía de los hospitales-pueblo. 

 Las ordenanzas de la utopía de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno


LAS ORDENANZAS DE LA UTOPÍA 

DE LOS HOSPITALES-PUEBLO.



La dramática situación de la población nativa cuando Quiroga llegó en su primera visita a Michoacán como juez, es descrita así por Paz Serrano Gassent:

Encontró una población destruida económica, humana y culturalmente. Su forma de producción se había sustituido, bajo las encomiendas, por un uso extensivo de la tierra, que determinaba la pérdida de sus antiguos cultivos y trabajos. Sus habitantes, a consecuencia de las pestes, los trabajos forzosos, la vida en las minas o las levas para las constantes campañas militares de conquista, desparecían o huían. Su organización social, eliminada su estructura cultural, muertos o cooptados sus nobles, se reducía al caos de la sumisión o la rebelión de los montes. De ahí que rápidamente propusiera, como remedio a todos los males, el modelo que ya había experimentado en las proximidades de México: el de los Hospitales-Pueblo[1].
           
            Ese modelo primigenio fue, como sabemos, el del Hospital-Pueblo de Santa Fe (que se fundó y bendijo el 14 de septiembre de 1532), experimento cristiano-social que duraría casi treinta años y cuya “ingeniosa  organización demostró ser práctica y eficaz”, como nos recordara Fernando Ainsa[2]. Su objetivo no era otro que la superación de esa situación de miseria, abusos e injusticia en que se encontraban los nativos. La publicación en 1937 de un artículo  del historiador mexicano Silvio A. Zavala en el que descubría las semejanzas entre las Ordenanzas que regían los Pueblos-hospitales de Vasco de Quiroga y la obra de Tomás Moro, Utopía, que el juez castellano al parecer había leído en México, en un ejemplar perteneciente al obispo franciscano Zumárraga[3], puso de manifiesto la influencia incuestionable ejercida por el canciller inglés en la obra y en la praxis “misionera” del obispo de Michoacán. La lectura de ese libro fue, sin  duda alguna, determinante en la génesis de su proyecto social.

            En su Información en Derecho (1535), mostrará explícitamente Don Vasco su adhesión al ideal reformador de Tomás Moro y su anhelo de hacer posible un mundo sencillo y perfecto donde la Utopía sirviera de método para alcanzarlo, impregnando su magno proyecto de un conocimiento profundo del mundo mítico y literario clásico (mito de la Edad de Oro, escritos de Luciano) y de una elevadísima moral humanista y cristiana, procedente de la Philosophia Christi. En su escrito se fusionan, de efecto, dichas influencias como se pone de manifiesto cuando llega a aducir -como tesis nucleares del mismo- las siguientes razones y afirmaciones: 1) que a los indios no les faltaba sino la doctrina cristiana “para ser perfectos y verdaderos cristianos”; 2) que el estado natural de los indios era muy similar al de “aquellos de la edad dorada” a la que aluden tanto los clásicos griegos como el propio Moro; 3) que “como inspirado por el espíritu Santo”, Tomás Moro dispuso su república  utópica según “el arte y manera de aquella gente de oro de aquella edad dorada”; 4) y, finalmente, que el humanista inglés sabía bien el griego, por lo que debió inspirarse en la descripción de la Edad Dorada contenida en las Saturnalias de Luciano[4].

Las ordenanzas de la utopía de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno

            Trataría de probar en él, además, cómo la finalidad última de su proyecto social-cristiano sería restaurar, en el Nuevo Mundo, la inocencia perdida desde el pecado original de Adán. En este sentido, la Utopía moreana sería el modelo más apto y deseable para asegurar una comunidad humana despreciadora de las riquezas y anhelante de la perfección moral, configurada como un “orden y estado de república y de vivir en que se pierdan los vicios y se aumenten las virtudes, y no pueda haber flojedad, ni ociosidad, ni tiempo perdido alguno que les acarree necesidad y miseria…”. La conclusión a la que llega Quiroga es que  “el mismo Tomás Moro, inspirado por el Espíritu Santo”, escribió “en manera de diálogo” su Utopía para que “se diese en esta Nueva España y Nuevo Mundo” ese perfecto “y muy buen estado de república”.

            Así pues, desde su obispado se encargará en consecuencia de aplicar minuciosamente su esquema utópico en su recién estrenada sede, dedicando su esfuerzo a aquellos poblados de dimensiones pequeñas que hicieran más factible su plena realización empírica. Hasta su vejez continuará con el mismo ideal, y es entonces cuando redactará las Reglas y Ordenanzas para el gobierno de los hospitales de Santa Fe de México y Michoacán. En ellas se estipulan las directrices que revelan sus indudables similitudes con Utopía de Moro. La atenta lectura de los textos capitales de Don Vasco de Quiroga y los comentarios e investigaciones ya citados al respecto[5], nos ofrece el siguiente perfil de la organización y estructura general de sus Hospitales-pueblos.

            Desde el punto de vista económico-productivo los Hospitales-pueblo se organizaban, como en la propuesta utópica moreana, en la comunidad de bienes, remedio eficaz contra la codicia y la pobreza, en opinión del canciller inglés. En las Ordenanzas de Quiroga se dispone, en efecto, que las tierras de los Hospitales-pueblo sean bienes comunales. La distribución de productos se efectuaba mediante un reparto común, según las necesidades que hubiera menester en cada familia. El excedente o sobrante se guardaba en graneros para los años de mala cosecha o se destinaba a mantener y atender a los pobres, huérfanos, viudas, enfermos, viajeros, etc., pudiéndose incluso vender para incrementar la caja comunal o atender a las obligaciones que el obispo les había impuesto (como, por ejemplo, la de contribuir a sufragar los gastos del colegio de San Nicolás, una de sus empresas más queridas).

            El sistema de trabajo también seguía la propuesta de Moro. Recordemos que en su Utopía, el canciller inglés proponía un trabajo moderado -los utopienses no eran esclavos del trabajo-, en el que se distinguía entre el urbano, el artesanal y el agrícola. La jornada era de seis horas, tres antes de comer y tres después. Quiroga también establece esa misma  jornada de seis horas, y señala que los regidores y el rector del Hospital deberán exhortar para que se acuda al trabajo de buena voluntad sin rehusarse “perezosa ni feamente”, salvo por causas de enfermedad u otro “legítimo impedimento”, tanto para los hombres como para las mujeres.

            En la utopía moreana todos los utopienses, sin excluir a las mujeres, aprendían desde su niñez la agricultura y algún otro oficio mecánico (“tejedores, canteros, carpinteros, albañiles, herreros”), siendo ello necesario por la obligación de trabajar en el campo cada dos años, permitiendo con esto el ubicarse según su vocación urbana o rural y establecerse en definitiva, previa licencia. En la de Quiroga también se acepta la rotación por turnos entre la población rural y urbana; para ello se propone que los ciudadanos aprendan tanto oficios del campo, como de la ciudad, así como la necesidad de poseer y conocer todos los instrumentos de trabajo, necesarios y adecuados para realizar su correspondiente oficio, premiando a aquellos que mejor trabajasen “según la edad, fuerza, trabajo y diligencia de cada uno, a vista y parecer de su maestro, con alguna ventaja que se prometa y dé a quien mejor lo hiciere”,  en palabras de Quiroga. Respecto a las niñas, Moro y Quiroga coinciden en incorporarlas, a su manera y de acuerdo a las costumbres de la época de entonces, al trabajo por la comunidad. En sus Reglas Quiroga dedica una a “que las niñas depriendan los oficios mujeriles dados a ellas”: obras de tejer lana, lino seda y algodón. 
         
Las ordenanzas de la utopía de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno
   La distribución de los productos se realizaba en Utopía de acuerdo a las necesidades familiares, de modo que nadie padeciera privaciones, siendo con ello coherentes con sus convicciones de comunalidad que considera apropiada una moderación en el trabajo. El excedente producido se repartía entre los poblados aledaños. En sus Hospitales-pueblo, Quiroga conserva también la previsión de cosechas para fines de reserva así como la venta del excedente en los casos de cosechas muy abundantes, como ya apuntábamos.

            Quiroga acepta en general el ideal de una sociedad sin dinero, enemiga del lujo, y sin embargo,  al igual que exigiera Moro a sus utopianos, hace recomendaciones detalladas acerca de la sencillez y limpieza que han de mostrar la homogénea vestimenta de sus indios, admitiendo sólo diferencias, en función del el estado civil en que se encuentren. La crítica al lujo y al ocio, patente en la Utopía moreana, era aquí, en la de Quiroga, si cabe más dura; herencia, tal vez, de la sobria tradición conventual, a la que se asemejaba bastante la vida austera que proponía a sus pueblos, y que, más adelante, en las Reducciones del Paraguay, implantarían con notables éxito y mayor extensión los jesuitas, con su modelo tutelar en gran medida similar, aunque algo más férreo que el de don Vasco.

            La familia era patriarcal de tipo extenso –pues incluiría a parientes de todos los grados: ascendentes como bisabuelos, abuelos, padres, madres y descendentes hijos y nietos- obedeciéndose como regente de la casa al varón abuelo, o al  padre de familia, al igual que en Moro. El concepto de familia en Quiroga es, en consecuencia, muy similar al descrito por Moro en su Utopía. Moro no sigue a Platón, en cuanto se refiere a la comunidad de mujeres, y mucho menos lo hace Quiroga quien combate la poligamia entre los indios. En cada familia se cultivan hortalizas y flores, las características de la vivienda revisten sencillez en el exterior, sin faltarles la limpieza; tampoco son necesarios los cerrojos, y cada diez años se efectúa un sorteo que concluye en la mudanza general de habitaciones. En Utopía  las horas libres se dedicaban a la instrucción y el aprendizaje de oficios, según el sexo. En los Hospitales-pueblo la educación era sencilla, orientada a la enseñanza de la doctrina religiosa y de la moral cristiana y al aprendizaje de oficios, justo lo necesario para la supervivencia material y la correcta atención al humilde espíritu de los nuevos cristianos. Así mientras Quiroga tratará ante todo de afianzar la tradición cristiana recomendando cumplir con las distintas fiestas votivas religiosas del Hospital-Pueblo (Exaltación de la Cruz,, San Salvador, la Asunción, San Miguel y otras) e instando a que no se pierdan las misas de la mañana, a evitar el mal ejemplo o escándalo: “se emborrachar o ser demasiado perezoso”, Moro establecerá en Utopía un principio de tolerancia religiosa sin definición concreta.

Las ordenanzas de la utopía de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno

            El último punto de nuestra comparación acerca de las coincidencias y similitudes entre la Utopía de Moro y las Reglas y Ordenanzas de Vasco de Quiroga, hace referencia al tipo de magistratura política prescrito en ambas: el gobierno del pueblo implicaba una doble jerarquía, la familiar y la popular. En los Hospitales-Pueblo los jefes ancianos –en tanto que dirigentes de las familias- eligen en votación secreta a un principal, que ocupará el cargo durante un período que oscila entre tres y seis años. Y a unos regidores, que se eligen anualmente. Los designados se reúnen cada tres días y siempre procuran el bien común y sobre todo que los más pobres no sean perjudicados.

            Por encima de estos cargos (principal y regidores) -que suponían un autogobierno indiano, de raíz democrática- estaba el rector, un eclesiástico español, encargado de la organización y tutela general (lo que comportaba un claro y explícito paternalismo). El principal, debía poseer una serie de virtudes: la mansedumbre, la capacidad para el sufrimiento, y no ser más áspero y riguroso de lo conveniente, procurando ser más amado que temido. En el orden penal, finalmente, las Ordenanzas admiten expulsar “al malo o escandaloso e incorregible, así como al borracho y perezoso”, previa consulta con el rector. En los Hospitales-pueblo no existía la esclavitud  a diferencia de lo prescrito por Tomás Moro en su Utopía en donde se la incluye como castigo por determinados delitos[6]. (Continuará).


TOMÁS MORENO


[1] Paz Serrano Gassent, Introducción, op. cit. p. 36-37
[2] Fernando Ainsa, De la Edad de Oro a El Dorado desarrolla en este ensayo el 2º periodo de los cinco grandes momentos de la utopía en la historia de la América latina: el “proyecto cristiano-social de la colonización”, que continúa al momento que predetermina el descubrimiento y que precede al momento de la Ilustración y a de la Independencia, y continúa con la consolidación de los estados nacionales americanos (influido por el socialismo utópico europeo) y culmina con el momento contemporáneo.
[3] Tanto en Vasco de Quiroga como en fray Juan de Zumárraga se unían las lecturas renacentistas y erasmistas con la novedad de la Utopía moreana, pero con la mira siempre puesta en el ideal de un cristianismo nuevo, reformado y evangélico.
[4]  Información en Derecho en Paz Serrano Gassent “Vasco de Quiroga, La Utopía en América”, historia 16,  Madrid, 1992, pp. 227- 228;  229-230;  y 245-246. Cf. Stelio Cro, La utopía cristiano-social en el Nuevo Mundo, op. cit., pp. 121-122.
[5] Entre las que destacamos los de H. Lasky,  Silvio Zavala, Paz Serrano y las de Fernando Ainsa y Daniel Gómez Escoto (La Utopía de Vasco der Quiroga, Memoria del Colegio Nacional, v. 4. México, 1949, pp. 49-78, en Revista A parte rei).
[6] Para todo lo relacionado con los aspectos jurídico y político legislativos de Los Hospitales-Pueblo véase Fernando Gómez “El régimen jurídico de la utopía indiana: Vasco de Quiroga (1470-1565)”, Anales del Museo de América, Año 1999, Nº7, pp. 125-140.




Las ordenanzas de la utopía de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno

OBJETO Y SUJETO DE LA CONCIENCIA: LA LENGUA POÉTICA


Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: Objeto y sujeto de la conciencia: La lengua poética.






OBJETO Y SUJETO DE LA CONCIENCIA:

 LA LENGUA POÉTICA



¿QUÉ sabemos realmente de la conciencia? ¿Lo que discernimos a través del juicio científico es suficiente? ¿Acaso hemos depositado nuestra fe en el saber de todo en la ciencia como si esta estuviera investida una suerte de carisma o don mediante el cual podemos dar respuesta a absolutamente todo? ¿Es la conciencia hija directa única de un proceso fisiológico –neurológico, concretamente-  que depende exclusivamente del cerebro? ¿No es la conciencia parte también de alguna especie de dinámica cósmica? Todas estas interrogantes ya han sido barajadas en otras ocasiones con más o menos detenimiento en estas páginas,[1] pero queremos tratarlas ahora desde una óptica diferente.

                Si atendemos a los fenómenos y manifestaciones de los procesos psíquicos que atañen a los conceptos de conciencia, mente, pensamiento, verán que a lo largo de la historia se han atendido en virtud de la separación del sujeto que tiene dicha conciencia y el potencial objeto que ella supone, como elemento de estudio. Las experiencias emocionales del cuerpo se han mantenido (en occidente) como originales y dependientes siempre de su fisiología material y nunca separados por una supuesta experiencia mental independiente de aquel vínculo tangible. A lo más que se ha llegado (Descartes) es a una separación dialéctica (rex cogitans – rex extensa) que filosóficamente ha perdurado durante siglos, o  a una adaptación dualista de la mente en relación a las propiedades (Huxley) o de las sustancias (Platón).  De todo ello tengo que reconvenir con Jung que el hombre, como dueño de la ciencia de la naturaleza, sabe muy poco de aquella en su interacción con el hombre mismo.[2] El poder de la ciencia es el poder de la mente, con esta aseveración cerraríamos el círculo de lo que el pensamiento mecánico positivo entiende en relación a la conciencia.

Objeto y sujeto de la conciencia: La lengua poética. Francisco Acuyo                El lenguaje, decíamos,[3]  será la forma de expresión por excelencia del pensamiento. La conciencia del logos se adquiere mediante la palabra, pero, ¿hay una forma de expresión (o de lenguaje) que esté más allá (o quizá más acá, antes de) nuestra gramática instrumental fundamentada en la lógica y la razón? Si han podido atender a otras muchas demandas de este modestísimo pensador verán que siempre acaban en la misma conclusión: de existir es el lenguaje poético. ¿Es verdad que la enunciación inteligible lo es todo?[4] ¿Tiene sentido sólo una poética de la razón? ¿La paráfrasis, la metáfrasis, la analogía expresas en el uso desviado del verso tiene algo que decir al respecto? ¿El sujeto y el objeto poéticos participan de aquella separación dialéctica cartesiana? La retórica reconocible en el discurso filosófico (que se expresa, según Althusser) sólo con metáforas, ¿en qué se diferencia del estrictamente poético? O lo que es lo mismo, ¿qué distinción encontramos en el discurso metafórico del filósofo y el del poeta?

                Las ya proverbiales y acaso saturadas explicaciones sobre las vinculaciones entre la música y poesía: cadencia, ritmo, armonía, entonación… pueden describir diferencias evidentes entre la poesía y su estructura discursiva y la filosófica, no digamos ante toda la complejísima componenda simbólica de la poesía. Mas también habría de cambiar el concepto mismo de conciencia, mente o pensamiento poéticos en este punto. ¿Es, pues, posible, una conciencia, una mente un pensamiento poéticos? ¿Incidirán estos a su vez en lo sean la conciencia, la mente, el pensamiento? O, por el contrario, habrán qe someterse al dictum de la ciencia respecto a lo que aquellos sean. Seguiremos en próxima entrada  de este blog redundado sobre tan fascinante temática.





Francisco Acuyo



[1] Acuyo, F.: Ancile, ver las referentes al fenómeno de la conciencia que son muy numerosas.
[2] Jung: C. G.: Op. Cit. pág. 172.
[3] Acuyo, F.: Ancile: La percepción del yo y el lenguaje interior; Poética del lenguaje y la filosofía de la mente.
[4] Steiner, G.: La poesía del pensamiento, Siruela, Madrid, 2012, pág. 14.


Objeto y sujeto de la conciencia: La lengua poética. Francisco Acuyo


viernes, 18 de octubre de 2019

LA PERCEPCIÓN DEL YO Y EL LENGUAJE INTERIOR


Para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva por título: La percepción del yo y el lenguaje interior.


La percepción del yo y el lenguaje interior. Francisco Acuyo




LA PERCEPCIÓN DEL YO 

Y EL LENGUAJE INTERIOR



Nos referíamos anteriormente[1] al valor del yo (subjetividad) en el ámbito de entendimiento de lo que la conciencia sea. Las percepciones de las que somos capaces son uno de los elementos que integran dicha conciencia. Estas percepciones sería los componentes atomizados –casi materiales-de nuestra conciencia (así los advertía Hume).  Pero no es el único de los ingredientes. El lenguaje íntimo[2] que cada cual establece consigo mismo abre una dimensión nada desdeñable para comprender otra parte esencial de la conciencia. Esta internalización de lo externo en ese monólogo interior hace del pensamiento una forma superior de conciencia, en tanto que aquel (el pensamiento) se hace, si no complejo, sí muy singular en tanto que ese lenguaje ayuda a coordinar y ordenar ideas y también para obtener consecuencias de las acciones llevadas a cabo. Otro de los componentes será la imaginería (imágenes y formas interiores).

                Aquellos elementos evocados podrán hacernos una idea de conciencia que se acerque a la complejidad del concepto que nosotros invocamos. No obstante, no son estas las únicas piezas del dinámico puzzle de la conciencia. De hecho, estos pensamientos, cuando se hacen recurrentes, pueden resultar, cuando menos, una molestia, cuando más una obsesión enfermiza e intolerable.[3] No en vano hay visiones sobre la conciencia que aconsejan dar fin a ese parloteo del pensamiento (meditación)  para descanso a nuestra mente e incluso para alcanzar dimensiones de conciencia más elevadas. Esta suerte de liberación del pensamiento, creemos con firmeza que también forman parte de nuestro concepto de conciencia.

                Aún podemos añadir a nuestra dimensión de conciencia otro elemento fundamental, a saber, el ámbito de lo inconsciente que, aunque fuera de la conciencia racional, influye poderosamente en la conciencia general del individuo. De hecho, la filosofía  (también la ciencia) ha(n) conseguido, si no relegar, sí aislar la conciencia (la mente, el pensamiento) al ámbito de la circunscripción de la lógica racional, desuniendo de ella(os) la originaria y primitiva unión[4] con el Anima Mundi.

La percepción del yo y el lenguaje interior. Francisco Acuyo

                Pero, puede medirse la conciencia (el pensamiento, la mente) para su verificación empírica? ¿No confundimos la cualidad con la cantidad (Bergson) al pretender calibrar y verificar aquella(os)? ¿Es en verdad sano despojar a la conciencia de todas sus creaciones –vivas pero indemostrables- que queramos o no perviven en nuestras conciencias? El animal rationalis ha desaparecido con todas sus consecuencias, que no siempre son favorables. De hecho el auge de la subjetividad y del egocentrismo humanos han proporcionado una suerte de neurosis del sí mismo que, lamentablemente, nos aleja de la universalidad primera que, al contrario, nos hacía uno con el mundo.

                La faceta intelectual de la conciencia (del pensamiento, de la mente) prima sobre cualquiera otra atribución que pudiere hacerse de ella(os) pero siempre de manera individual y subjetiva. Mas, es la conciencia un atributo netamente egocéntrico (individual) o puede serlo también cósmico? Esta última atribución no es en modo disparatada, no en vano buena parte de la filosofía oriental bebe y basa sus fundamentos en esta idea.

                En todo esto y mucho más ahondaremos en próximas entradas de este blog Ancile.






Francisco Acuyo




[2] Lev Vygotski: Pensamiento y habla, Colohue Clásica, Buenos Aires, 1986.
[3] Véanse algunos tipos de TOC.
[4] Jung, C. G.: Op. Cit. pág. 146.



La percepción del yo y el lenguaje interior. Francisco Acuyo

martes, 15 de octubre de 2019

ANUNCIAD EL OLVIDO QUE OS LLORA, DE ENRIC LÓPEZ TUSET

Traemos para la sección, Poesía, del blog Ancile, poemas seleccionados -los primeros del poemario- del libro inédito, Anunciad el olvido que os llora, del poeta y amigo Enric López Tusset, para la consideración de los habituales de este blog. Lectura altamente recomendada sin duda y a cuyos poemas (y a su autor) les deseo todo el bien que sin duda se merecen.




ENRIC LÓPEZ TUSET


Anunciad el olvido que os llora, Enric Lópz Tuset



Nací en Tarragona el diciembre del año 1983. Actualmente trabajo como maestro de la escuela primaria, pero durante años he sido librero y responsable de uno de los proyectos de internacionalización relacionados con Asia de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona.

Desde hace años he participado en distintas tertulias locales, así como lecturas de distintos poemarios. Finalista del premio Adonáis 2011 con la obra Adoración (Polibea, Colección los Conjurados, 2012), el mismo libro también fue finalista del premio El Ojo Crítico 2012. Ganador del XII Certamen Poético Mare de Déu del Miracle (2011). Dispongo de distintas publicaciones en varias revistas: Salina, Revista Áurea, El Alambique, Túria…, así como en alguna antología. Recientemente he publicado también en Polibea la obra Equilibrio (Madrid, 2018, Colección el Levitador).



ANUNCIAD EL OLVIDO QUE OS LLORA



Anunciad el olvido que os llora, Enric López Tuset








DE LA SOMBRA






Esa voz que no nace ni en la sombra;

que proviene de muchos tiempos desangelados;

que trae temblor y dulzura a tu boca, aún para un primer beso. Esa voz del ángel que nombra nuestro primer deshacimiento, con un perfil neutro lejano a la muerte,
como la arcilla de un suspiro no más tímido que una hebra de luz.

Bajo esa linde igualamos estaturas en la sombra que busca su brote de deseo en el alba.

Y entonces me doy cuenta de que en cada despertar jadea el amor, bebiendo del tiempo hacia dentro.

Cada gota de rocío es una resurrección sin cuerpo.




ALMA EN EL HIELO





Volverás al dolor, aturdido;

como un epitafio de la luz y de la piedad. De ese último lamento nacerá tu felicidad,
algo de muerte que todavía retiene la joven existencia y caerás.

Caerás en la soledad indecisa y sabrás que has llegado, algo dirá que tu mirada es un poco más honesta,

cercana a la ceniza de la llama.

Querer esperar sostiene al desconsuelo, más aún si todo hiela y estás solo,
cuando esa blancura que nos salva nos responde con grito sordo. Has llegado, ¡es tan hermoso mirar de un modo distinto!
Hay locura en el temblor de lo sólido.

Te acercas al olor del pan, la mesa, el sueño en el arroyo que canta: "no sé de este lugar". 
En esa ausencia también hace frío, pero sólo su frío, sólo su noche que se acerca
 peligrosamente; no hay valle, ni estanque donde posar la vista, blancura sorda.
Vuelve el primer amor.




TAL VEZ EL AMOR SEA PÉRDIDA, 

CAMINO DEL OLVIDO





Me basta ser en ti, sentir esta esperanza vuestra de ojos que pasan hacia las estrellas.

Quiero de ese canto que anula la destrucción bajo nuestros pies del camino clavado 
en el sueño.

Quiero de ese momento tuyo en que permaneces quieta oliendo el llanto de nuestro azar.
Y en el sollozar de la penumbra sólo hallas más tierra.

Te busco en una sangre distinta, en una cornisa donde apoyar la carne renombrada por el
 beso.

Eres mi misterio, alma mía, sin ser alma ni tristeza,
sin ser llama pequeña de la tea que nunca termina su ascua. Dejo mi corazón en tu cumbre.


Enric López Tuset



Anunciad el olvido que os llora, Enric López Tuset