Cerramos la interesante temática de los Hospitales- pueblo de Vasco de Quiroga para la sección, Microensayos, elaborada por el profesor Tomás Moreno, y bajo el título: El final de los hospitales-pueblo.
El FINAL DE
LOS HOSPITALES-PUEBLO
Estos
aspectos y rasgos generales del experimento social y comunitario
quiroguiano que acabamos de exponer, hacen de Vasco de Quiroga uno de los ejemplos más emblemáticos del pensamiento utópico renacentista en
América[1].
Y no sólo remiten a Tomás Moro y su Utopía y a una tradición humanístico-cristiana y clásica, como ya señalamos, sino
que entroncan y emparentan también con la tradición política democrática
de los municipios, ayuntamientos y
consejos castellanos, por una parte y, asimismo, con una genuinamente
indigenista, por la otra.
En efecto, para F. Ainsa, “más racionalmente jurídicos que milenaristas, los textos
reglamentarios de Quiroga se
inscriben en la tradición “municipal” y
democrática hábilmente combinada con el
régimen colectivista de los indígenas, cuyo sistema, sin embargo, no se
idealiza”. Se trataba, con ello, de encontrar remedios prácticos a males
existentes y de fundar una república donde hubiera sustento para todos,
cuidando de conservar al hombre en su propio medio de tal modo que “se adapten
a la calidad y manera y condición de la tierra y de los naturales della”[2].
Paz
Serrano, ha señalado
igualmente que el proyecto ideal de
Quiroga no sólo lo llevó a tratar de implantar en las tierras americanas una
forma de organización política y económica parecida a la primitiva iglesia cristiana, como había dejado de lo constancia en
sus primeras cartas enviadas a España en 1531, sino que también utilizó el elemento indigenista autóctono procedente del
régimen económico colectivista de los aborígenes que asumió e integró en el
gobierno y organización de sus Hospitales-Pueblo. El obispo mantuvo, en efecto,
las costumbres y formas económicas de los purépechas,
siguiendo su tesis de la necesidad de adaptar los ideales a las peculiaridades
del Nuevo Mundo, para lograr la perfecta simbiosis entre esa correcta política
que proponía y las buenas costumbres que ya tenían. Como explica Paz Serrano:
“El
proyecto gozó de aceptación entre los indígenas y no fue ajeno a ello la
recuperación de esos aludidos aspectos de su tradición económica. Así, la
organización comunal económica existía, en parte, en el sistema global tarasco.
La educación comunitaria para las niñas en las huataperas pudo trasladarse a esa formación general de doctrina y
oficios para los niños en el hospital. La división de oficios según los
barrios, que podían recordar a los gremios, se restauró en gran medida al
aplicar a cada pueblo de su jurisdicción una artesanía especial, fomentando el
intercambio mercantil y la comunicación de sus habitantes. De este modo, el
choque cultural y la intrusión de nuevas costumbres como la del matrimonio
monógamo, pudo realizarse con más suavidad y menor costo humano”[3].
Por su parte Eduardo Subirats sostiene –desde una posición más radical y
crítica- que la obra de Quiroga destaca sobre todo por su dimensión reformadora
y creadora de un nuevo sistema social de supervivencia del indio. Y denuncia,
sin embargo, sus insuficiencias o ambigüedades al plantear el obispo “la dulce
utopía de una especie de orden mixto:
una síntesis de particularidades indigenistas y la universalidad cristiana,
bajo una conformación socio-política, la de las reducciones misioneras”. Una
síntesis, en su opinión, contradictoria o conflictiva en la que se trataba de
conjugar su liberal defensa indigenista y su crítica de la violencia
conquistadora (Información en derecho)
con una concepción absolutista y teocrática del poder de una Iglesia cristiana
universal a título de mater imperii.
En su legitimación y justificación de
la conquista, considera Subirats, Don
Vasco llegaba al extremo de negar, a diferencia de la Escuela de Salamanca,
cualquier legitimidad de derecho natural a los habitantes de América a su pleno
autogobierno. “Sus formas de gobierno, sus leyes, y su propiedad fueron
postuladas como malas, injustas, ilegítimas o inexistentes” (De debellandis indis). Con lo cual,
concluye el pensador catalán, el pretendido liberal y reformador sostuvo en
realidad la utopía de un imperialismo decididamente teocrático[4].
Sea como fuere, la utopía
cristiano-social quiroguiana tuvo una trascendencia profunda aunque limitada en
el tiempo. Según Fernando Ainsa una
serie de factores coadyuvaron al paulatino languidecimiento del planteo utópico
del período en el que se inscribe su proyecto. La disciplina ascética y el
entusiasmo misionero de los primeros tiempos van cediendo a una cierta rutina
burocrática, agravada por las divisiones de los propios franciscanos entre
pro-indígenas y anti-indígenas. A fines del siglo XVI, es evidente que América
no puede ser una esperanzada contraimagen de Europa sin atentar a la esencial
unidad del Imperio español. Los mitos, leyendas y utopías que habían ayudado a
conformar la primera idea de América
como summa del deber ser europeo, deben
retroceder ante funcionarios, administradores e inquisidores. Las utopías
cristiano-sociales –las de los franciscanos de la primera hora (Zumárraga,
Mendieta) y las posteriores de Las Casas, Quiroga y los jesuitas del Paraguay- se
irán abandonando frente a la contrarreforma y el dictado de la Santa
Inquisición. Un periodo de euforia del imaginario individual y social se cierra
sombríamente a fines del siglo XVI[5].
El gran escritor venezolano Arturo Uslar-Pietri ha sabido ver el
valor simbólico y empírico del proyecto utópico de Don Vasco de Quiroga, que
hace de él una de las figuras más extraordinarias de todo el período de
Colonización y de Conquista, con estas admonitorias y sabias palabras:
“En
un gran fresco que está en la ciudad de México, Diego Rivera ha pintado varias escenas de la época colonial. En ese
conjunto vemos a hombres y mujeres entregados a la tarea y representando las
distintas clases sociales y las varias actividades, y en medio de ellas
aparecen dos figuras, una está tocada con un birrete en primer plano, que es la
del gran fraile Pedro de Gante, introductor de todo el sistema de educación de
indígenas en México, y junto a ella, con una mazorca de maíz en la mano, un
anciano que es Vasco de Quiroga, el servidor de la felicidad de los hombres. El
impulso que en Vasco de Quiroga llega a una realización extraordinaria en el
México de su época, va a seguir marcando el pensamiento hispanoamericano, es
decir, va a mantener desde el origen la idea de que el mundo americano debe
tener un destino distinto del de Europa, de que no debe imitar los males
europeos, que debe construirse sobre una base distinta y más humana, en la que
esos errores que ensangrentaron y desgarraron a Europa no se repitan”[8].
TOMÁS MORENO
[1] Fernando Ainsa,
De la Edad de Oro a El Dorado, op.
cit., p. 156. Desarrolla en este ensayo el
2º periodo de los cinco grandes momentos de la utopía en la historia de la
América latina el “proyecto cristiano-social de la colonización”, que continúa
al momento que predetermina el descubrimiento y que precede al momento de la
Ilustración y a de la Independencia, y continúa con la consolidación de los
estados nacionales americanos (influido por el socialismo utópico europeo) y
culmina con el momento contemporáneo.
[2] Ibid., p.157.
[3] Paz Serrano Gassent, Introducción, pp. 36-44.
[4] Eduardo Subirats, El
continente vacío. La conquista del Nuevo Mundo
y la conciencia moderna, Anaya y Mario Muchnik, Barcelona, 1994, pp.
163-170.
[5] Fernando Ainsa, De
la Edad de Oro a El Dorado, op. cit., pp. 158- 159.
[6] Paz Serrano, Introducción,
en Vasco de Quiroga, “La Utopia en América”, op. cit., pp. 40-41.
[7] Ibid.
[8] Arturo Uslar-Pietri, Valores Humanos (biografías y evocaciones), II, Edime, Caracas-Madrid,
1968, pp. 98-99.
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