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viernes, 3 de enero de 2020

FUNDAMENTOS PSICOANTROPOLÓGICOS DE LA ALEGRÍA CRISTIANA




Si el Año Nuevo siempre se ha querido celebrar con alegría, al margen de las opiniones personales sobre la veracidad, o fundamento o garantía de dicho sentimiento de gozo, que muchos no vemos realmente justificado, no deja de resultarme extraordinario cómo muchas personas lo comparten con un convencimiento que no sabría cómo calificar. A parte del valor inconsciente que pueda estimarse de dicha apreciación de la alegría, no deja de maravillarme la audacia que ofrecen algunas personas para justificar sus fundamentos. Este es el caso. El de esta nueva entrada que traigo para celebrar el comienzo de este 2020. Los argumentos teológicos, antropológicos y psicológicos que pueden constatar en este post de Ancile, son muy dignos de tener en cuenta, aún con las diferencias ideológicas, filosóficas y personales de cada cual.
Este blog siempre ha sido una puerta abierta a cualquiera visión del mundo y de la realidad, y lo va a seguir siendo mientras dure su trayectoria editorial digital. Así lo demuestra esta interesantísima entrada de nuestro colaborador Alfredo Arrebola,[1] que desde su perspectiva teológica profundamente fundamentada ofrece su visión de la alegría en este post que lleva por título: Fundamentos psicoantropológicos de la alegría cristiana, para la sección , Apuntes histórico teológicos, ….. y que servirán para muchos, entre los que me encuentro para una seria reflexión al respecto, así como un motivo más para la celebración con alegría de este año recién comenzado, deseando a todos los lectores salud y prosperidad para 2020.



[1] Alfredo Arrebola, Alfredo Arrebola (Profesor- Cantaor; Maestro de Enseñanza Primaria; Doctor en Filosofía y Letras (Sección de Filología Clásica, 1978); Licenciado en “Ciencias Religiosas”; Director del “Aula de flamencología” de la Universidad de Málaga (desde 1977).



FUNDAMENTOS PSICOANTROPOLÓGICOS

 DE LA ALEGRÍA CRISTIANA



Fundamentos psicoantropológicos de la alegría cristiana, Alfredo Arrebola









En los inicios del año 1952, por un misterio profundo que vedado está  al hombre, fui llamado a la vocación religiosa. Ingresé en el seminario de los Padres Salesianos de Antequera. Más tarde, guiado por un fuerte deseo de perfección, entré a formar parte de los alumnos seráficos de la Comunidad Franciscana Capuchina. Después de varios años en  el ejercicio de los “consejos evangélicos”, tuve que abandonar mi vocación. Se cumplieron, pues, en mí las palabras del Evangelio: “Muchos son los llamados  y pocos los escogidos” . Quiero  olvidarme de tantos y tan agudos sufrimientos que tuvo que soportar mi débil naturaleza, para exponer, a mi manera, qué sentido metafísico y teológico tenía la frase que ininterrumpidamente veía  por doquier: “Servid al Señor con alegría” (Sal 99/100), lema recogido  por san Juan Bosco en honor  del patrón de su fundación, San Francisco de Sales (1567 – 1622).

  Es cierto  que en la ascética cristiana se nos recomienda que elevemos a Dios cuantos sufrimientos padezcamos para alcanzar lo que él mismo nos pide: la santidad. Esa santidad está dirigida a cada uno de nosotros: “Sed santos, porque yo soy santo”, leemos en Levítico 11,45, idea perfectamente repetida en el apóstol  Pedro : “por cuanto escrito está: Seréis santos, pues yo soy santo” (1P 1,16). El Concilio Vaticano II (1962) lo destaca  con fuerza: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos  y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la   que es perfecto el mismo Padre”, cfr. Constitución dogmática “Lumen gentium”. BAC, pág. 47. Pensamiento  que también lo encontramos en la  Exhortación apostólica GAUDETE ET EXULTATE”  del Papa Francisco, pág. 9 (Roma, 2018).

Fundamentos psicoantropológicos de la alegría cristiana, Alfredo Arrebola

El célebre filósofo alemán Hegel (1770 – 1831) veía en el cristianismo la “religión absoluta”, en la cual el concepto de religión coincide con su realidad efectiva, viéndola como  la religión “verdadera”. Su fundamento metafísico, teológico  e histórico es Cristo, “Camino, Verdad y Vida. Nadie va al Padre sino por mí”, Jn 14,6. Ahora bien, afirma el profesor emérito de  Filosofía Medieval en la Sorbona de París, Remi  Brague, el cristianismo es la única religión que sólo es una religión. El resto de las religiones añaden a lo religioso una dimensión  suplementaria. Ocurre en el judaísmo, que es una religión y un pueblo, o si se prefiere, una religión y una  moral, el “monoteísmo ético”. El islam es una religión y un sistema jurídico, el budismo, si puede valer como religión, es al mismo tiempo una doctrina de sabiduría, cfr. “Sobre Religión”, pág. 39 (Madrid, 2019).

   La Teología nos  dice  que  “Alegría” no es más que un sentimiento fundamental que resulta de la concordancia ordenada de lo múltiple en la existencia humana concreta. Esta concordancia está, en último término, fundamentada por la armonía impresa en la creación. Su punto culminante lo encuentra en la obra amorosa del Creador mismo, con lo que ha revelado a su Hijo como sentido y fundamento de la creación, y con la que ha orientado la creación en orden a ese Hijo. De ahí que la  alegría se convierta en alegría en Dios y en su salvación, tal como lo tomamos del “Diccionario Teológico (Biblioteca Herder), pág. 10 (1966). El  Niño que adoramos, en estos días, es la encarnación de la segunda Persona de la Santísima Trinidad. El quería salvar a los hombres de su situación de pecado y de sufrimiento, dado que el ser humano, usando irresponsablemente de su libertad, había escogido unos caminos de injusticia, de desamor, de desunión, de envidia, de venganza, de maltrato, por los  que estaban llegando a los hombres el sufrimiento, el espíritu de venganza, es decir, la maldad. De esta manera, un mundo creado por Dios para la felicidad y la alegría de la solidaridad, el hombre lo convirtió en una casa de locos, luchando unos contra otros. Dios quería poner remedio a esos desastres haciéndose hombre en la persona de Jesús de Nazaret,  convirtiéndose en el único Salvador de los hombres con la especial característica – jamás narrada en la historia de la humanidad – de emplear la palabra  que distingue precisamente  al cristianismo: el  AMOR.
Fundamentos psicoantropológicos de la alegría cristiana, Alfredo Arrebola


En la mente de todo cristiano está bien fijado que Jesús, por amor, entregó su vida en favor de la salvación de todos los hombres: creyentes o no creyentes. Por amor entregó su tiempo, su palabra, su sabiduría, su bienestar, su Madre, ¡y hasta su propia sangre!. Él se entregó totalmente a amar a los hombres, a enseñarles a perdonarse, a compartir  sus bienes, a ayudarse unos a otros con generosidad, como ha dejado dicho Ignacio Peláez, Militante de la HOAC Granadina, cfr. “Ideal”, 24/12/19.

   Jamás quiso Cristo valerse del poder divino, sino que practicó y enseñó a vivir el respeto mutuo, la ayuda mutua, el perdón, la bondad..., que son el único camino  que hace alegres y felices a los seres humanos. Sobran, pues, argumentos teológicos, filosóficos  y -¡cómo no! - psicoantropológicos para pregonar a los cuatro vientos que los cristianos podemos – y debemos – vivir siempre alegres.

   La primera encíclica del Papa Francisco lleva por título “La alegría del  Evangelio”, donde leemos: “La alegría del Evangelio” llena el corazón y la vida entera de los   que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior,  del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace  y renace la  alegría”, cfr. “Evagelii gaudium”, pág. 3. Roma, 24/XI/2013).

Los libros del Antiguo Testamento presagian la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos.Toda la Sagrada Escritura se hace eco de las alegrías humanas, sean legítimas (Jue 9,13; Is 16,10; Jer 33,11;Sal 113,9; 126; Prov 5,18...) o sean reprobables (Mc 14,11; Lc 23,8; Jn 16,20; Ap 11,10, etc. ).

Pero sobre todo proclama a  Dios fuente y sostén de la auténtica alegría ( Jer 7,34;Sal 95,1;96,11; 104,31; Flp 4,4). La alegría se desbordará cuando Dios haga presente su fuerza salvadora entre los hombres (Is 9,2;35,1-10;44,23, etc. Pero con Jesucristo, la alegría alcanza  la plenitud escatológica (Lc 1,28.44.47; 2, 10; 10,21; Jn 16,20-22;17,13; He 13,52; Rom 12,12; 2Cor 1,3-7; Gál 5,22; Ap 18,20... Sin embargo, la invitación  más contagiosa a la alegría – según mi modesto criterio – sea la del  profeta Sofonías (Época Babilónica, 612 – 539), quien nos muestra  al mismo  Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su pueblo  ese gozo salvífico: “Tu Dios está en medio de tí, poderoso salvador. Él exulta de gozo por tí, te renueva con su amor, y baila por tí con gritos de júbilo” (So,3,17).

   ¡Y cómo no recordar que el Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría! (Evangelii gaudium, 5). Tampoco puedo dejar sepultada en la cuneta del olvido que “Alégrate” es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Ésta ha sido mi alegría, que ha llegado a su plenitud” (Jn 3,29). Y Jesús mismo “se llenó de alegría en el Espíritu santo” (Lc 10, 21). Nadie, absolutamente nadie, duda que su mensaje es fuente de gozo: “Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena” (Jn 15,11).

    Por tanto, queridos amigos, sirvamos al Señor con alegría, como nos lo dejó escrito el Rey Profeta David.


                                                         ¡FELIZ Y ALEGRE AÑO 2020!
                                          


                                                          Villanueva Mesía (Granada), 31/12/2019



Fundamentos psicoantropológicos de la alegría cristiana, Alfredo Arrebola

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