DIOS Y LA LIBERTAD:
LAS RAÍCES TEOLÓGICO-BÍBLICAS
DE LA LIBERTAD HUMANA
Me considero una persona abierta a todas las tendencias que
buscan el bienestar común, la libertad y la paz universal, pero no soy ajeno de
que vivimos tiempos de increencia, de modo especial marcados en nuestras
sociedades europeas. Creer en Dios ya no se lleva en muchos ambientes que nos
rodean. La euforia por lo científico, el desarrollo alocado de la tecnología, el saber presuntuoso y
engreído del propio pensar, hacen que el asunto de Dios sea tema de poco
interés. Vengo notando que en muchas personas ha calado la sensación de que
Dios es superfluo, como si la vida no lo necesitara. Aún más: hay quienes lo consideran
peligroso, por lo que pretenden excluirlo de lo público, suprimirlo de lo
visible, sacrificarlo en bien de una autonomía que va seduciéndose a sí misma.
En esta misma línea se expresa el Abogado e Investigador de Historia de las Religiones, don Eduardo
Ortega Martín: “Con cierta inquietud recibo los acordes inmisericordes de
guerra de algunas hordas de corte político, que quieren implantar en España el
ateísmo por decreto en el BOE, y es más, presumen de ello, es decir, eliminar
de un plumazo, entre otras medidas, la religión de la escuela”, cfr. IDEAL,
19/01/20, pág. 30.
Vengo comprobando, asimismo, que no son pocos los cristianos que
sienten hastío al hablar de situaciones complicadas a causa del mantenimiento
de la fe. Todo lo cual es consecuencia de que estamos viviendo tiempos
difíciles no sólo en el orden político, social, cultural, sino sobre todo en el
ámbito religioso. Vivimos en un mundo digital en el que cada vez nos informamos
sólo a través de Internet; se piensa poco y, menos aún, se reflexiona. Sin
embargo, sigue vigente todavía la
evidencia de muchos filósofos y teólogos de considerar al hombre un
“animal religiosum”.
Según mi larga experiencia, los medios de comunicación de masas
han cambiado la percepción que antes se tenía de la realidad. No se olvide que el hombres es un ser que, por
naturaleza, quiere saber qué sentido tiene la vida y qué relación guardan las
cosas entre sí. Nada nuevo descubro si digo que la libertad – esa “inmunitas a vinculo” - es el don más grande que
Dios/Naturaleza ha concedido al hombre. El gran filósofo alemán Hegel (1770 –
1831) ya nos dejó dicho que “...El hombre vale porque es hombre y no porque sea
judío, católico, protestante, alemán o italiano”. Y san Pablo nos dirá:
“Hermanos habéis sido llamados a la libertad” (Gal 5,13), la cual, como
concepto teológico en sentido estricto y dentro de la antropología teológica,
“la libertad de los hijos de Dios” es el kerygma fundamental de Cristo” (Rom 8,
15).
En él se trata de la libertad como fruto de la redención en
Jesucristo y como desarrollo del espíritu dado por Él, cfr. “Diccionario
Teológico”, pág. 388 (Herder).
No debe extrañarnos, pues, que la libertad del hombre sea
necesariamente objeto de la
Antropología, tanto de la filosofía como de la teología, así, al menos,
me la enseñaron en las aulas universitarias.
El ser humano se distingue fundamentalmente de todas las demás
cosas en que no“existe” uncido a una conexión
universal de la naturaleza, en una determinación general y total de su realización esencial, sino que está
implantado en la “abertura”, en lo abierto. Por lo tanto se deja a su mano el
realizar las diversas posibilidades históricas de sí mismo, para encontrar ahí
la acuñación de su esencia. Renunciar,
pues, a esta libertad sería renunciar a ese constitutivo esencial del hombre,
idest, renunciar a sí mismo. El hombre, pues, tiene que aceptar
dicho imperativo de libertad personal.
Por eso, la misma libertad del hombre no puede quedar limitada, pero sí puede
limitarse el ámbito de la libertad y así su objetivación.
La Teología nos dice que
dicha libertad se ejercita incluso en la aceptación creyente y amorosa de la
justificación y en todo acto salutífero. Tal importancia tiene, en la doctrina católica, la libertad
que es dogma de fe: la existencia de la libertad y su ejercicio en el pecado y
en el acto salutífero, conforme leemos en el “Denzinger” 160ª, 348, 378, etc.
El hombre puede, por su “libertas”, enfrentarse al mismo Dios. Gracias a su libertad, el ser humano puede
rebelarse contra Dios y rechazar, incluso, el cielo que le tiene prometido:
no me mueve, mi dios, para quererte
el cielo que me tienes
prometido,
ni me mueve el infierno tan metido
para dejar por eso de ofenderte,
como reza el famoso soneto anónimo: ¡Inmanente y eterno
problema teológico y escatológico que conlleva todo ser humano, honesto y
honrado consigo mismo!. ¡Qué pocos, por
desgracia, son!.
No cabe la menor duda que el presupuesto ontológico del modo de
concebir la realidad está ligado estrechamente al presupuesto teológico. Hablo,
por supuesto, desde mi concepción cristiano-católica, ¡afortunadamente!.
El ateismo contemporáneo (de manera
especial en Marx, Nietzsche, N. Hartman y Sartre) quiere ser una defensa del
hombre, de su libertad en contra de Dios. Ante esta actitud, cabría preguntarse si semejante defensa vale contra Dios o contra
la alienación religiosa.
Ahora bien, la
forma diversa de concebir la relación de la libertad con la realidad total
lleva también a concebir de una manera diversa
el valor de la persona y su relación con la sociedad. Es éste el aspecto
ético-social del problema de la libertad, que atañe de manera especial a la
sociedad civil, a la sociedad religiosa y a la relación entre una y la otra. Pues bien, incluso en esos
difíciles momentos de duda e inquietud,
Dios no nos deja solos, sino que se hace
presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra
existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por
qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué tengo que morir?. Para responder a
estas preguntas, el cristiano creyente tiene ipso facto la respuesta: DIOS SE
HIZO HOMBRE. Su cercanía trae luz donde
hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (Lc
1,79).
Jesús, el hijo de María, es la novedad en medio de un viejo mundo, y que ha venido a devolver a nuestra vida y al universo
su esplendor original. El ser humano, con su inherente dilema de “ poder hacer o no hacer,
hacer esto, aquello o su contrario” (Libertad)
se enfrenta al mismo omnipotente Dios, aunque quede sorprendido al
ver que Dios renuncia a su gloria para
hacerse hombre como nosotros.
“La Vida se hizo visible”, que nos dirá Juan (1Jn 1,2). ¡Qué
sorpresa ver a Dios que asume nuestros
propios comportamientos: dormir, comer, llorar...! Todos, pues, estamos
llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser
“evangelizador”, dado que desde hace años se ha procurado colocar la libertad enfrente de la religión, más
propiamente, enfrente de la religión cristiana, que ha imprimido en Occidente la marca más duradera
y más decisiva, como escribe el Profesor
Remi Brague en “Sobre la Religión”, pág.
157 (Madrid, 2019).
Sin menoscabar lo más mínimo la libertad humana, todo cristiano creyente debe transformarse en “Testigo de Cristo”,
esperanza de la humanidad, tal como les
recordaba el Papa Juan Pablo II a los
seminaristas de Moscú (1995).
Villanueva Mesía (Granada),
Febrero de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario