LAS CREENCIAS IMPOSIBLES ANTE
LA PRESENCIA DEL MAL Y DE LAS
CATÁSTROFES
En los momentos de la
posmodernidad, donde todo está en cuestión y la relatividad se supone
incuestionable, será, sin embargo, el lugar y el tiempo ideales para el
absolutismo y la tiranía de la creencia en el conocimiento. Esto tiene su
sentido si aceptamos como hecho incuestionable que sólo podemos creer en
aquello que conocemos: la ciencia, la revolución tecnológica, el materialismo
político e ideológico… La nueva religión científica, ideológica,…. tecnológica
son los nuevos tótems levantados para mayor gloria de la fatuidad de nuestro tiempo. No
obstante, el ansia de entendimiento y significado del mal y de las catástrofes
en el mundo, nos hacen dudar de la protección del padre conocimiento y del
institucional (Estado), hasta hacernos caer en la cuenta de que aquello que
necesitamos en lo más hondo de nuestro ser es, muchas veces, inefable, no puede alcanzarse mediante ninguna
creencia, sea científica o religiosa. A la luz de esta profunda necesidad, es evidente que no podemos acceder a lo
que la realidad sea mediante el
conocimiento que sustentan nuestras creencias.
Al amparo de la
falsa seguridad de nuestro yo alentada por el aliento del padre (Estado) y de
la madre creencia (conocimiento), empeñamos lo mejor de nosotros mismos en esa
petulante seguridad. Es de esta seguridad de
la que se alimenta toda suerte de
fantasías (utopías) políticas e ideológicas que no reconocen el aliento
inconsciente que aspira a algo mucho más profundo que el anhelo de una
confianza falsa de indestructibilidad de esos mitos paternos y de creencia, y
que quieren, inútilmente, objetivar el mito proyectado en una realidad inexistente.
La
sustitución –inconsciente- de lo religioso expone al autor de este reemplazo, como al héroe que aspira a redimir el mundo por la vía prometeica del
conocimiento que es, como decíamos, en realidad una creencia. El elixir del
conocimiento, que dará la inmortalidad, si no individual, sí colectiva, se establece en la
figura trascendente y siempre vívida y presente del Estado, que nos venden está aquí para
beneficio de todos.
Lo
que acaso desconocen los convencidos de la creencia ciega en el conocimiento es
que esta impronta deviene de algo mucho más profundo, que en modo alguno admite
trivialización supersticioso ideológica, ya que está anclado a lo más profundo
de nuestra psique, a saber, el entendimiento y reconocimiento de la idea de
eternidad y su necesaria comprensión, si es que no entenderla trae el mal y el
desorden.[1]
Es
claro que las ideas del infinito y la eternidad conllevan potenciar y ampliar
nuestros horizontes de entendimiento, y esta actitud propicia lo que es bueno y
expone o crea lo que es bello. La mala interpretación de estas profundas
intuiciones conlleva a los dioses a la risa cuando mediante la seguridad de sus
creencias les piden riquezas y seguridades materiales, que es lo que vienen a entender
torpe o interesadamente estos instintos de profunda trascendencia. El
suplicante, que cree en la benevolencia y el poder del padre (Estado), portador
del conocimiento (ideología), se prostituye porque en realidad a lo que aspira
es al beneficio propio, y, por tanto no lo distingue del embaucador patriarcal
que quiere imponer sus creencias.
Acaso
agonizamos ante la tiranía de las creencias y del sometimiento a la protección
del padre (político), pues impide, al fin y al cabo, romper las limitaciones
del crecimiento espiritual más profundo de nuestro ser.
¿Hasta
qué punto estaremos dispuestos a ignorar esta necesidad interior que nos hace
sufrir en su inhibición y nos dejaremos llevar por el fácil, asequible y
fraudulento canto de sirenas de la creencia y de los valores paternales de la
ideología y de los múltiples rostros del Estado? Seguiremos indagando sobre
este otros asuntos en próximas entregas en el blog Ancile.
Francisco Acuyo
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