Para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, traemos un nuevo post de nuestro amigo y colaborador Alfredo Arrebola, esta vez con unas reflexiones que llevan por título: Y tú, amigo, ¿hacia dónde vas?
Eso de negar por negar – hoy tan en
boga - no lleva a ningún resultado
práctico, analizado desde la perspectiva didáctica y filosófica. Prueba: el
materialismo dialéctico, empeñado en dar al traste con el cristianismo y lo
cristianizado e incluso con las demás religiones monoteístas. Pero su fracaso está a la vista: Muchos hombres y
pueblos seguimos creyendo. Y es que, a la verdad, en lo religioso todavía se esconde la fuerza
creadora y conservadora de Dios, aval de todos cuantos confían en Él.
Como tampoco afirmamos los creyentes cristianos que la Iglesia es infalible en historia. En cuanto a revelaciones habidas después de la muerte del último Apóstol nunca se ha pronunciado dogmáticamente, limitándose a decir que pugnan o que concuerdan con la fe y la moral. Me siento profundamente orgulloso y satisfecho de haber dedicado mucho tiempo al estudio de la Iglesia cristiana. No me canso en decir que uno de los mayores pecados del católico español es, sin la menor duda, su grandísima ignorancia de qué significa y qué es, tomada en sentido filosófico y teológico, la Iglesia. Ya dejé escrito qué es para mí la iglesia que Cristo fundó, en “Haces de luz”, pág. 104 (Granada, 2020). Asimismo, sigo pensando que ningún creyente culto ignora que la fe ha sido, desde sus inicios, masacrada por ese materialismo dialéctico, o por la exacerbada codicia del capitalismo. Pero la Iglesia, que no es “obra de hombres”, se mantiene en su sitio.
Por tal motivo, una permanente y aguda inquietud, leída, con la mayor objetividad posible, la última obra literaria del filósofo y lírico poeta antequerano Manuel Vergara Carvajal, me obliga a preguntar llanamente: ¿Y tú, amigo, hacia dónde vas?. Porque ya bien sabemos que la crisis que estamos padeciendo a causa de esta larga e insoportable pandemia golpea por igual a todos; podemos salir mejores si buscamos todos juntos el bien común; al contrario, saldremos peores. Nadie ignora, hoy por hoy, que asistimos al surgimiento de intereses partidistas en el orden económico, social, político y, por desgracia, religioso, generando conflictos. Otros simplemente no se interesan por el sufrimiento de los demás, pasan por encima y van por su camino (Lc 10, 30-32). Son, escribe el Papa Francisco, los devotos de Poncio Pilato, se lavan las manos.
En tu cotidiano caminar, ¡ buen amigo!, – y, por supuesto, siempre reflexionando - “Leer y no reflexionar, afirmaba Confucio (s. VI a.C) , no sirve para nada”, ¿no has pensado que cuando un cristiano está apegado a los bienes, da la mala impresión de un cristiano que quiere tener dos cosas: el cielo y la tierra? (cfr. “Evangelio 2021”, pág. 187). Y sin embargo, quienes seguimos las huellas de Jesús de Nazaret, tenemos muy presente que El nos indica la cruz y las persecuciones. Lo que comporta negarse a sí mismo: llevar cada día la cruz que nos acerca a quien pudo proclamar a los cuatro vientos: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn 14,6). Y bien pensado, la gratuidad de seguir a Jesús es exactamente la respuesta a la gratuidad del amor y de la salvación que nos da el Divino Mesías, el Unigénito de Dios, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, tal como lo proclamamos en el “Credo apostólico”.
Por eso resulta tan feo ver a un cristiano – sea laico, sacerdote, consagrado, obispo – cuando se ve que busca dos cosas: seguir a Cristo y los bienes, seguir a Jesús y seguir la mundanidad. Esto es, sin duda, un antitestimonio que aleja a la gente de Jesús. ¡Por desgracia se viene repitiendo este proceder desde los más lejanos tiempos!. Por tal motivo, benévolo lector, yo me atrevo a animarte a que pongas a Cristo, “el Hijo del hombre”, en tu vida. ¡Sabrás muy bien hacia dónde vas!. El te espera: Escúchalo con atención y su presencia – no lo dudes – entusiasmará tu corazón, el cual repetirá con san Agustín (354 -430): ¡ “Grande sois, Señor!, Tú nos hiciste para Tí, y nuestro corazón anda desasosegado hasta que descanse en Vos” (cfr. “Confesiones” Lib. Primero, cap. 1).
El es el fundamento, la roca. No en discursos persuasivos de sabiduría,
sino en la palabra viviente de la Cruz y
de la Resurrección, como nos exhorta, a cada momento, el Santo Padre
Francisco.
Ignoro, admirado y paciente lector, si debo decirte que en el Evangelio de san Juan (Jn 10, 11-18) el mismo Jesús nos dice: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas (…). Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a estas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor”. ¿Vas tú, buen amigo, por esa senda?
Yo he pasado, afortunadamente, la frontera de los “octogenarios”; sin embargo, hoy sigo dando gracias a Dios por los padres que me dio: la mejor herencia que nos dejaron a hijos, nietos y bisnietos ha sido, sin la menor duda, conocerle, creer en El y gozar de su amistad. Es decir, encontrar el camino que nos dé la felicidad. La Biblia nos enseña que el hombre es un ser nacido para gozar del bienestar y felicidad. El filósofo existencialista Martín Heidegger (1889- 1976) afirmaba que el “hombre es un ser para la muerte”; sin embargo, los cristianos, guiados por el sapientísimo san Agustín, estamos plenamente convencidos que “hemos nacido para cosas más grandes”:
el cielo que me tienes prometido...”.
Los cristianos, conocedores de nuestra ruta vital, estamos llamados a construir una sociedad sana, justa y pacífica, y debemos hacerlo encima de la roca del bien común. Siempre se ha dicho que el bien común es una roca. Y esto es tarea de todos, creyentes y no creyentes. Estamos, pues, en el plano
político, social, filosófico y, por supuesto, teológico. Y a este respecto, el celebérrimo doctor dominico Santo Tomás de Aquino (1225 - 1274) decía que la promoción del bien común es un deber de justicia que recae sobre cada ciudadano. Cada ciudadano es responsable del bien. Y para los cristianos es también una misión: una manera, por tanto, de encontrar el camino…
Ahora bien, objetiva e históricamente hablando, ¿qué hombre ha podido
decir, fuera de Cristo, “Yo soy el Camino”?. Luego no olvides, inquieto y
reflexivo lector, que, para caminar rectamente en la vida, el “camino” es Jesús. Solo una entre mil
preguntas: ¿De qué ser histórico se ha podido dejar escrito “Pasó por este mundo haciendo el bien”?.
Sólo de Jesús de Nazaret, el Hijo del carpintero.
La vida cristiana no es una
fascinación: es una verdad. Es – no lo dudes, amigo – Jesucristo. La fascinante y revolucionaria monja
carmelitana Santa Teresa de Jesús (1515 -1582) nos dejó dicho: “Nosotros
caminamos para llegar al encuentro de Jesús”. Una persona que camina para
llegar a un sitio, no se detiene porque le gusta un albergue, porque le gusta
el paisaje, sino que sigue adelante, adelante, siempre adelante. Están las
bellezas y hay que contemplarlas, porque las hizo Dios, pero no quedarse ahí,
sino continuar la vida desde el lugar
que hayas encontrado, dilecto amigo. Y no olvides que el justo camino, la senda segura es
Jesús, el Hijo de Dios quien, al
encarnarse, no sólo no evade los conflictos concretos de la historia, sino que los padece - ¡y hay que ver cómo y hasta
dónde! - y los provoca. No lo dudes: Jesús es un hombre conflictivo (Lc 2,
34-35), como el Dios que encarna y
revela. Su misión, dar testimonio de la Verdad (Jn 18,37), choca frontalmente
con la opacidad de los que rehuyen la luz (Jn 3,20-21). El mundo no se dejará
(Rev. “Evangelio y Vida, pág. 23. Mayo-Junio 2021) fácilmente transformar en
reino de Dios. Y ése será el principal foco de conflicto. No obstante, buen
amigo, busca tu “camino”.
Alfredo Arrebola
Villanueva
Mesía-Granada, Mayo 2021
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