Dentro de la sección Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que lleva por título: La razón como sospecha frente a la razón como instinto.
LA RAZÓN COMO SOSPECHA
FRENTE A LA RAZÓN COMO INSTINTO
En tiempos de reconocida
increencia resulta extremadamente curioso que sea precisamente en virtud de los
estudios sobre la naturaleza y sus ciencias más severas (física, matemáticas,
cosmología…) desde donde provengan hoy día para algunos filósofos de excepción,
los indicios más razonables para el reconocimiento de una Realidad
trascendente. Reconocemos, además, que existe hoy día un fanatismo o
fundamentalismo ¿racionalista) y cientifista, como diría D. Miguel de Unamuno,
que no hace sino marcar una indeseable huella de exaltación intransigente que
hace un flaco favor al mismo método científico y a los fundamentos de cualquier
racionalismo objetivo y equidistante.
La
carga de la prueba, decía, de algunos de estos filósofos, encuentran base en
las ciencias más duras del método científico, y esto ante la reconocida
dificultad de dar a lo trascendente de esa Realidad características en el
dominio de los cuerpos físicos. En cualquier caso, no vendría mal hacer la
precisión de que la ciencia tal y como la entendemos en la modernidad hubo de
tomar forma en el ámbito de la Europa de la cristiandad.
En
cualquier caso los maestros de la sospecha (Hume, Schpenhauer, Russell , Ricoeur, Nietzsche, Freud…) habrían
de cargar con buena parte de la responsabilidad de este rechazo, sino de
profundo desprecio, acaso sin recabar o apreciar el poder no tanto histórico de
la razón como en el instintivo de esta, y que tantos admirados y admirables
pensadores, ha servido como punto de inflexión a sus reflexiones. Todo lo cual
nos lleva a apreciar lo que Varghese indicaba en la célebre obra de Antony Flew, Dios
existe, a saber, que los fanáticos religiosos no tienen el monopolio del
dogmatismo, la incivilidad, el sectarismo y la paranoia.[1]
Ya
Agustín de Hipona proclamaba que la creencia sincera como muestra de fe es
mucho más que un acervo sistematizado de estas o aquellas dogmáticas convicciones,
si en verdad es esta la manera genuina de relacionarse con lo trascendente.
Aquel creer el alguien (no en algo)[2]
se manifiesta la revelación que, no obstante, encuentra fundamento en la razón
y en la voluntad hacia esa creencia, en tanto como en Anselmo de Canterbury, no
se busca tanto entender para creer, como creer para poder comprender.
Esta
razón instintiva manifiesta una estrecha relación entre razón y fe (y sobre la
que ya hemos abundado en anteriores entradas), pone énfasis en la perspectiva
(para mí) no tanto antropológica como propia de la conciencia. En cualquier
caso, la ciencia ha impuesto a través de su sistematización, análisis y método
una superioridad acaso no bien razonada sobre cualquier otra manera de entendimiento
del mundo visible e invisible. La ilustración, el positivismo y, finalmente, la
visión científico técnica (e incluso la filosofía de la ciencia) han cerrado el
círculo de cualquiera comprensión del universo y de nosotros mismos si no es en
virtud de un andamiaje y un cimiento fundamentalmente empírico.
No
deja de resultar curioso, cuando no contradictorio, que el actual humanismo tan
en boga trate de encontrar todo su fundamento en ese cierre categorial[3]
que ya advirtiera Gustavo Bueno, que no habría sino poner de manifiesto la
crisis de la metafísica, de la filosofía y de los ordenamientos morales del
mundo.
Pero
sobre todo esto y otros menesteres análogos, seguiremos insistiendo en
posteriores post del blog Ancile.
Francisco Acuyo
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