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miércoles, 14 de julio de 2021

DE ROMA VIENE LO QUE A ROMA VA, O EL FALSARIO PRESTIGIO DEL RECONOCIMIENTO AMPARADO POR EL PODER Y DEL EXILIO PARA LOS QUE NO ACEPTAN SUS PREMISAS Y CONSECUENCIAS

Concluyendo las reflexiones sobre la indignidad que rodean al poder y a sus fatuos acólitos, traemos esta entrada para la sección, Pensamiento, del blog Ancile, y que lleva por título: De Roma viene lo que a Roma va, o el falsario prestigio del reconocimiento amparado por el poder, y del exilio para los que no aceptan sus premisas y consecuencias.



DE ROMA VIENE LO QUE A ROMA VA,

O EL FALSARIO PRESTIGIO DEL RECONOCIMIENTO 

AMPARADO POR EL PODER Y DEL EXILIO 

PARA LOS QUE NO ACEPTAN SUS 

PREMISAS Y CONSECUENCIAS



 

De Roma viene lo que a Roma va, o el falsario prestigio del reconocimiento amparado por el poder, y del exilio para los que no aceptan sus premisas y consecuencias. Francisco Acuyo




A fuer de ser prudente,  cuando no comedidamente circunspecto, diré de Roma lo que pudiere parecer holganza o divertimento, siendo en realidad hartazgo de tanto manoseo y falsificación de lo que la dignidad del hombre bueno en verdad merece, aunque el pago a este sea del poderoso casi siempre el ostracismo o el violento rechazo incluso, cuando a aquél que todo lo puede se manifiesta opuesto. En cualquier caso somos muy conscientes que esta dignidad que siempre defendimos, movida por el mismo afán que dedicó mi espíritu en sus vigilias por lo que fue, es y será de justicia (si fuésemos alguien) traería consecuencias en forma de repudio del poderoso y de violencia sobre el débil sometido, pero también, si fuere posible, su literal  e inclemente destrucción.

                Es claro que el reconocimiento sobrevenido a través de la servidumbre al potentado trae ya el pecado original como mancha reconocible de todo adulador que, sin escrúpulos, se adhiere a la sombra que mejor cobija sus intereses, sin duda olvidado del imprescindible cuidado y merecimiento sobre aquello sobre lo que quiere ser reconocido.

                Acaso, por lo que en este humilde opúsculo me quejo, sea por  ver en derredor tan lejos distanciarse y con tanta prisa la orilla de la que es mi auténtica patria: la dignidad, la justicia, la solidaridad. Es en verdad trágico comprobar el desgaste de energía que supone para el mundo el llevar al poder, aunque este sea inmerecido, ilícito y arbitrario, lo que es del poder.

                Si fuera cierto que las acciones humanas no escapan a la rigurosidad, rectitud y justicia de algo superior a nosotros mismos, propongo desde estas páginas que en realidad no hay en ellas malignidad, sino profunda tristeza. Son de hecho un partir hacia un exilio que llevo a cuenta de inventario desde mi niñez, y que ahora se hace todavía más doloroso, si es que en verdad todo partir es en cierto modo morir. Acaso la panula de mi exilio es este descrédito expuesto en estas líneas sobre lo que ha rodeado y rodea de indignidad no sólo la parte más crítica e inconformista de mi pensamiento y vida, sobre todo la de todos los hombres que viven embotados, indiferentes, displicentes ante la propia ignominia que rodea su existencia, inconscientes de su propia vida que se vierte como un funeral ruidoso.

                Quisiera pensar honradamente que no puede haber maldad donde sólo hay equivocación, pero la pertinaz desidia hacia la vida fuera de los cauces de las más mínimas directrices de dignidad y decoro, sobre todo de los que son dignatarios y ejemplo de muchos, son en realidad usureros de sí mismos, traidores de cualquiera forma o manera de dignidad, y todo, por llevar a Roma lo que ya venía de ella.

                Es claro que todavía me duele el amor a mi patria, que no es otra que el otro yo mismo que añoraba por mor de mi propia felicidad, pero  sería el prójimo abotargado en el vacío de su vanidad el que decretaría mi propio exilio, que rechazaba en lo más profundo volviendo a mirar las prendas valiosas que debieron estar en ellos y que acaso no tuvieron nunca realidad.

                ¡Ay!, los amigos que quise con amor fraternal, aquellos pocos corazones fraternos a los que desde este exilio abrazo como verdadera gracia, no renuncio a vuestra sincera benevolencia y mi afecto profundo está con vosotros perpetuamente, no obstante, y aunque este exilio sea ser llevado al sepulcro sin haber muerto, debo tomar partido en soledad sobre el designio de mi propia conciencia, que es libre y que ante todo y sobre todo, quiere vivir en dignidad, y que mis amigos verdaderos me sostengan continuamente con su ayuda en mi ausencia.

 

 

Francisco Acuyo


De Roma viene lo que a Roma va, o el falsario prestigio del reconocimiento amparado por el poder, y del exilio para los que no aceptan sus premisas y consecuencias. Francisco Acuyo


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