PÁGINA PRINCIPAL Y PERFIL COMPLETO

jueves, 2 de diciembre de 2021

¡ALÉGRATE, AMIGO, MI SENTIDO TRASCENDENTE TAMBIÉN PUEDE SER EL TUYO!, POR ALFREDO ARREBOLA

 Para la sección Apuntes histórico teológicos del blog Ancile, traemos una nueva y entusiasta entrada de nuestro amigo y colaborador Alfredo Arrebola; esta vez bajo el título: ¡Alégrate amigo, mi sentido trascendente también puede ser el tuyo!


¡ALÉGRATE AMIGO, MI SENTIDO 

TRASCENDENTE TAMBIÉN PUEDE SER EL TUYO!

 

 
“O tú y yo jugando estamos
al escondite, Señor,
o la voz con que te llamo
es tu voz.
Por todas partes te busco
sin encontrarte jamás,
y en todas partes te encuentro
solo para irte a  buscar”

 

(Antonio Machado, 1875 – 1939)


 

¡Alégrate amigo, mi sentido trascendente también puede ser el tuyo! Alfredo Arrebola


  Acuciado por el profundo dolor, pongo mis manos sobre las teclas del ordenador para cumplir, un mes más, ese compromiso moral que vengo realizando con mis lectores amigos. Pero hablo  desde el convencimiento  filosófico y teológico sobre la terrible inquietud  que subyace en todo ser humano: averiguar  qué  sentido tiene la vida y qué relación guardan las cosas entre sí , precisamente en  una época llena de todo tipo de diversiones y fiestas, pero nunca ha estado  tan triste. Nunca la gente ha gozado  tanto, pero nunca ha habido tantos suicidios.

   Yo me dirijo a ti, buen amigo, exhortándote a  leer  las maravillosas encíclicas “Evangelii Gaudium”  (2013) y  “Gaudete et Exultate” (2018) del Papa  Francisco para que halles el sentido de la vida y, sobre todo,  el porqué de nuestra alegría. Me han llamado la atención las palabras del famoso novelista Fiódor Dostoievski (1821 – 1881) que  recoge mi amigo Jesús Fernández  Bedmar en su extraordinaria obra ¿...Y si Dios no existiera? (Granada, 2021): “El secreto de la existencia humana no está solo en vivir, también en saber para qué se vive”.  Esta  debería ser siempre la preocupación de todo cristiano creyente.

¡Alégrate amigo, mi sentido trascendente también puede ser el tuyo! Alfredo Arrebola
  Hace mucho tiempo, afortunadamente, yo encontré el sentido trascendental de la vida que había recibido (“depositum mihi commissum”) en la persona de Jesús de Nazaret, el Cristo. Me bastó leer el evangelio de Juan, cuando Tomás le dice a Jesús: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida, nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 1-6).  El cristiano creyente – según mi criterio – debe preguntarse, con radicalidad y sin concesiones, por la única pregunta que vale la pena y que afortunada o desafortunadamente no tiene respuesta, ¿qué es la trascendencia divina?. Con ella, puede dar sentido a su “existencia” humana y terrenal.  Esa pregunta viene a encarnar lo que el filósofo existencialista Martín Heidegger (1889 – 1976) llama la piedad del conocimiento. Mientras la pregunta sea  tal, es decir, tenga lógica, existirán condiciones de probabilidad  para la existencia religiosa de toda persona que desee llevar a cabo.  Pero nada de rechazo, ni desprecio; y menos aún: ridiculizar al máximo en todos los aspectos. Porque, a la verdad, debemos admitir que el ateísmo es una  actitud tan respetable como la del creyente. En este sentido, mi experiencia docente  y artística es sumamente amplia.

     Creo que es necesario tener siempre presente que  Filosofía y Teología no  son  saberes contradictorios, sino complementarios. Ahora bien, escribe el Profesor  Fernández Bedmar, desde la filosofía  querer llegar a la conclusión de que la idea de Dios es contradictoria, es excesivo. El ateo, filósofo o no filósofo, científico o no científico, sabio o menos sabio, no está autorizado a elevar a “dogma” su  no creencia en Dios ni pretender una demostración  que resulta imposible, de igual forma que el  creyente tampoco puede elevar a “dogma” su creencia en Dios ni pretender   que su confianza resulte demostrativa a los que no creen, cfr. o.cit. pág. 85.

  Sigo, pues, aceptando la sentencia del filósofo francés Gabriel Marcel (1889 -1973): “Dios no es un problema, sino un misterio”. Pensamiento que el famoso teólogo alemán Karl Rahner (1904 – 1984) recogerá en su Diccionario teológico”: “Dios sigue siendo el misterio absoluto e indescifrable”.                                                                                                                                                

   Con relativa frecuencia pienso que los cristianos hemos bebido en fuentes impurificadas (sermones, libros de espiritualidad, manuales de enseñanza religiosa , revistas piadosas, etc.), y hemos construido un Dios falso a nuestra medida raquítica. A Dios lo hemos querido  recortar y rebajar a la medida de nuestras  pequeñas querellas humanas; pero Dios era el absoluto que se  encuentra tras todo ideal profundo humano (justicia, amor, paz). Como también “la fuerza de nuestra fuerza”, y no el consuelo de nuestras debilidades, como leemos en  “Evangelio para los ateos” (Madrid, 1979).

 Y en esta línea está el pensamiento del profesor y teólogo Fernández Bedmar: “...el paso de Jesús por este mundo estuvo dedicado a hablar con Dios, a hablar de Dios como Padre y a mostrar a Dios como Quien se interesa por todos, se ocupa de todos y a todos espera al final del camino con la mejor de las  sonrisas” (cfr. op.cit. pág. 125).

  ¿Comprendes ahora, amigo lector, el sentido de nuestra alegría?  Los  evangelios, fundamento histórico de nuestra fe, nos dicen muy claramente cómo Jesús hablaba de un Dios muy cercano y

¡Alégrate amigo, mi sentido trascendente también puede ser el tuyo! Alfredo Arrebola
accesible, de ninguna manera como después, por desgracia, nos hemos configurado o nos han predicado: un Dios más temible que amoroso con sus criaturas. Pavor me origina el viejo y  triste recuerdo de mi vida religiosa.

   Ahora bien, presuponiendo el conocimiento crítico de las fuentes bíblicas, de las teologías subyacentes a los evangelios actuales y la reflexión de más de dos mil años, hazte, al menos, estas preguntas ¿Qué fue lo que realmente quiso Jesús cuando pasó por nosotros? ¿Quién fue él a fin de cuentas? ¿Por qué consiguió la importancia  histórica que tiene?. Esas fueron precisamente las  preguntas  que inquietaron al famoso teólogo franciscano Leonardo Boff (1938 – 2018) y que las reflejó perfectamente en su obra “Cristianismo. Lo mínimo de lo mínimo” (Madrid, 2013).

  Sin embargo, buen amigo, también debo decirte que no han faltado autores que han negado la existencia histórica de Jesús de Nazaret o bien lo identifican con algún personaje célebre de la historia. A la verdad que no han tenido mayor trascendencia, ya que Jesús está completamente dentro del tiempo cosmogénico, biogénico e histórico, cuyos argumentos apodícticos no es preciso  poner aquí. Nos basta con saber que este Jesús de Nazaret, el Cristo o enviado de Dios para los creyentes, fue una persona que, según fuentes documentales, nació y vivió en una época lejana, XXI  siglos  nos separa, en una humilde ciudad de Galilea. Como, asimismo, sabemos que fue una persona a la que se refieren todos los que se llaman  cristianos en las diversas iglesias extendidas por todo el universo.

   Pero lo que siempre llamó poderosamente mi atención es saber  que jamás se ha dicho de un hombre -incluídos los grandes fundadores de religiones, reyes, filósofos, científicos, etc. - es la frase que define perfectamente a Jesús de Nazaret: “… pasó por todas partes derramando bienes y sanando a todos los tiranizados por el diablo, puesto que Dios estaba con él” (cfr. “Hechos de los Apóstoles” 10, 38). Por ese Hombre-Dios - Jesús de Nazaret-, amigo lector, con fe o sin fe, deseo yo que que te fascines y veas en él un “tesoro escondido en el campo”  (Mt 13,44).

 

 

 

 

                                              Alfredo Arrebola

 

                                   Villanueva  Mesía-Granada,  Noviembre de 2021




¡Alégrate amigo, mi sentido trascendente también puede ser el tuyo! Alfredo Arrebola


No hay comentarios:

Publicar un comentario