UN INTENTO SEMIÓTICO SINGULAR
Si entendemos la semiótica (como semiosis en el sentido que entendía Peirce) como aquella relación de cooperación de tres sujetos básicos: el signo, el
objeto y el interpretante, podemos colegir que será el signo matemático, el
objeto particular cuántico y, finalmente, el observador (intérprete singular que
intervendrá en lo que acabe siendo materialmente lo designado) los
colaboradores necesarios para tal semiosis. La decoherencia cuántica* es un
modelo excepcionalmente interesante de semiótica en tanto que lo enigmático, paradójico e inexplicable del funcionamiento de las partículas en este dominio, es llevado al ámbito clásico (físico convencional)[1]. Así, la ecuación de Schrödinger** viene a describir la dinámica de los diversos
subsistemas y en la interacción entre ellos, para deducir que los efectos cualitativos son muy
diversos. Así, esta semiótica pone énfasis en el objeto empezando a ignorar el
resto de términos constitutivos, de manera tal que el observador no puede
contemplar las paradójicas superposiciones porque la interacción entre el
objeto y el entorno conduce a la decoherencia que hace imposible observar
dichas extrañas superposiciones.
La decoherencia expone una idea básica y fundamental para normalizar (semióticamente) el extraño mundo de dualidades y simultaneidades de la realidad cuántica, y lo hace en virtud de una idea que pone de relieve que, cuanto menor sea la interacción con el medio ambiente, más fácilmente desaparecen los fenómenos de superposición. Podrá constatarse experimentalmente para explicar por qué el mundo del entorno parece clásico y no cuántico. Y será nuestra conciencia, en fin, la que relacione sujeto y entorno imponiendo precisamente la susodicha decoherencia. En el mundo macroscópico es imposible mantener aislados los objetos que lo componen en su entorno, por lo que no podemos evitar la decoherencia y aislamiento que acontece en el mundo cuántico. Aquí, lo verdaderamente interesante es cómo se sucede por parte del hermeneuta la interpretación de la realidad a través de los útiles semióticos que establece el particular concepto de decoherencia. Así se obtiene una semiosis que puede representar la realidad en virtud de tres partes descritas como: el objeto a considerar, el ámbito en el que se encuentra este y, finalmente, el observador.[2]
Si
bien desde siempre supusimos que la semiótica es una disciplina que puede
considerarse dueña y señora de toda paradoja, no en vano también, como hemos visto,
puede estar implícita y o ser deducida de cualquier otro dominio de la ciencia:
las ciencias cognitivas, la psicología, la antropología, la filosofía, la
comunicación… y vemos que en ámbitos tan aparentemente distantes como las
ciencias de la naturaleza, y así en la tantas
veces inescrutable física de partículas y donde confluyen sus mecanismos y dinámicas
de representación. Es así que una de las finalidades de esta ciencia de los signos, acaso en este caso más que en otros, es el diálogo con cualquiera otra disciplina,
por determinista o indeterminista, analógica o reduccionista que pretenda ser.
Estudiar la significación, así también en el dominio tan traído y llevado, tergiversado,
mal entendido por la misma ciencia física e incluso por la filosofía como es el de la física cuántica, y para lo cual es tarea capital reconocer que la semiótica es una teoría de teorías[3]
que impone su paradójica ley, y que la vida de los signos puede trascender el marco
de la vida social pues va más allá del seno de la misma comunicación.
Dicho
todo lo cual, no debemos olvidar uno de los aportes más interesantes de la
semiótica cual es el de rebasar la evidencia y el sentido común, y será en el
dominio de los potenciales significados de la mecánica cuántica el lugar acaso
ideal para demostrarlo y donde pensar el sentido y el significado de la misma, y esto sin alejarnos demasiado de la lingüística
(y de sus analogías con la matemática) y oteando con discreción en el ámbito de
la teoría de la información. En cualquier caso será bueno atender a la realidad
de cómo el mundo y la conciencia (y en virtud de esta última, la sociedad) se
inscriben en los signos (lingüísticos y matemáticos en el ámbito concreto que
ahora nos ocupa) de manera harto significativa.
Seguiremos
explorando en próximas entradas del blog Ancile la realidad (de entorno) y la conciencia a la luz de las nuevas aproximaciones
científicas y la interpretación semiótica.
Francisco Acuyo
** Representa las partículas subatómicas con un papel semejante a la segunda ley clásica de de Newton.
* La decoherencia cuántica es un término entendido para explicar como un estado entrelazado cuántico puede acabar en un estado propio de la física clásica. .
[1] De
hecho, la decoherencia a lo que invita es a una semiosis en la que los
elementos constituyentes de la misma
serían: el objeto considerado (una determina partícula, por ejemplo), el
entorno y el estado del sujeto observador.
[2] Que
coincide plenamente con la conformación estructural de la semiótica de Peirce.
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