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martes, 7 de diciembre de 2021

EL VIENTO ISIDORO, DE PASTOR AGUIAR

 Bajo el título de, El viento Isidoro, de nuestro amigo Pastor Aguiar traemos para nuestra sección habitual de Narrativa este espléndido relato.



EL VIENTO ISIDORO

 

El viento Isidoro,  Pastor Aguiar


El viento Isidoro se engolosinó con aquella sitiería, quizás por los accidentes del terreno, donde había cuevas para soplar, colinas bobaliconas para entretenerse, y lagunas donde saciar la sed. También pudo enamorarse Isidoro de los bateyes arracimados, la ganadería abundante y tantas aves merodeando cielo y tierra. No solo yo me hice esta pregunta, pues muchas veces durante los juegos de dominó, los más viejos se devanaban la mollera inventando posibles razones para la mudanza de Isidoro hacia la zona del Mangal.

    _ De todas maneras, sea por la razón que sea, es un hecho que este viento jodedor está encaprichado con nosotros, así que no hay otro remedio que acostumbrarse_ Concluí mientras escogía mis diez fichas.

    _ Bueno, si la cosa no cambia, me mudaré para donde el diablo dio las tres voces_ Agregó Candito Matasanos, que así le decían debido a su impericia castrando lechones. Todos ellos morían de tétano.

    Recuerdo como si fuera ahora mismo aquella tarde de la aparición de Isidoro en medio de la finca. Primero transcurrió una semana de calma chicha, ni los pájaros podían volar por la falta de aire que batir con sus alas. Si tirabas una piedra iba a caer a dos kilómetros sin resistencia alguna; y la gente se puso a pedir vientos, lluvias, con tal insistencia, que la tarde mencionada se apareció Isidoro.

    El moro y yo registrábamos el pasto del terreno de jugar pelota en el centro del caserío, cuando vimos las hojas de la yerba alegrándose, toditas hacia el norte, y después al sur, más tarde en redondo, temblequeando como si tuvieran frío.

El viento Isidoro,  Pastor Aguiar

    _ Mira que airecito rastrero. Ya ni me acordaba de que existía la brisa, qué rico_ Le dije a mi amigo, quien ya se había descalzado para sentir el soplo entre sus dedos.

    A los pocos minutos Isidoro fue ganando altura y fuerzas, y sacudió las techumbres alrededor, y los sinsontes volaron con tremendo júbilo, ensayando nuevas sinfonías.

    Fue el moro quien bautizó aquel viento. Isidoro se había llamado su abuelo demente.

    Al principio nadie advirtió el fenómeno. Era la hora de regresar del campo, de amarrar los terneros para que las vacas guardaran leche, de preparar la comida las mujeres, así que Isidoro pudo hacer de las suyas libremente.

    Detrás de la escuela primaria había un inodoro con techo de zinc, y parece que al viento le gustó, porque allí mismo enraizó sus brazos, retorció las planchas y las desclavó. Las vimos volar sobre la arboleda y al rato enredarse en las nubes.

    _ ¿Viste aquello?, el muy jodedor tiene tremenda fuerza_ Exclamó el moro haciendo viseras con ambas manos.

    _ Le gusta el retozo, debe ser niño todavía… mira cómo sacude las ramas de los aguacates, no va a dejar uno que madure_ Agregué.

    Aquella noche Isidoro durmió como nosotros, pero a la media mañana siguiente, cuando las niñas jugaban en el patio de la escuela, reapareció de repente, soplando de abajo hacia arriba, poniéndoles las sayas sobre las cabezas, y los varones pudimos darnos gusto viendo culos a diestra y siniestra. Ellas huyeron rumbo a las aulas, rojas como tomates.

    _ Yo creo que es un viento macho_ Me dije riendo.

    Aquel mismo día la gente fue dándose cuenta de la presencia de Isidoro. Las mujeres tenían que sujetarse los vestidos, a los hombres les arrancaba el sombrero. Para colmo, hubo que tapar la boca del pozo con una gran plancha de acero, porque ya lo estaba llenando de hojas secas.

    Lo más notable al tercer día, le sucedió al loco Macario, el pobre. Era un hombretón de apenas cuarenta años, el que después de recibir la patada de un caballo en la cabeza, había perdido el juicio por completo.

    Macario también se percató de las picardías de Isidoro y salió blandiendo el machete para descuartizarlo.

    El moro y yo alistábamos un papalote cuando el loco la emprendía contra las rachas de viento, a puros tajos, hiriéndose las pantorrillas él mismo. Y lo de menos fue aquello, porque al ratito Isidoro lo envolvió junto a dos gallinas que pasaban cerca, hizo un manojo con ellos y los elevó al cielo para siempre.

    A tales alturas la alarma fue general. Isidoro se enseñoreaba no solo con nuestra finca, también hacía de las suyas en toda la comarca del Mangal, arrancando platanales, despescuezando reses y como colofón chupándose toda la laguna de Asiento Viejo, la que mostró por primera vez sus fondos, que se perdían de vista hacia las entrañas de la tierra.

    _ Con poco más se comunica con China_ Aseguré al moro mientras escudriñaba aquellas honduras.

El viento Isidoro,  Pastor Aguiar

    Ya poco se podía hacer en la zona, los guajiros se reunían en diferentes lugares para elucubrar. Los mantenía la esperanza de que en cualquier momento Isidoro desapareciera conforme vino.

    Pero el tiempo pasaba y las diabluras del viento no tenían límites. Últimamente se metía en las casas para robar muebles y volcar calderos, y lo peor, hizo arder tres viviendas revoleando tizones.

    Segismundo fue el primero en recoger los remanentes de sus cosas y mudarse a Jacán, territorio situado a treinta kilómetros al sur.

    _ Espero que hasta allá no llegue; de lo contrario voy a pensar que estamos en el final de los tiempos_ Nos dijo mientras aguijoneaba los bueyes.

    A los tres días se mudó la familia del moro con lo que pudieron rescatar de su tienda. Isidoro había robado la mayor parte de la mercancía.

    El batey fue diezmándose, la escuela había suspendido las clases, por falta de techo. Pocos animales permanecían vivos. Isidoro no daba tregua, había engordado y era un remolino permanente, en ocasiones acompañado por aguaceros poderosísimos.

    Los últimos en abandonar los despojos de lo que fuera una casa como Dios manda, fuimos nosotros. Mi padre usó el tractor para halar la carreta con lo que pudimos salvar.

    Cuando atravesábamos el terraplén para adentrarnos en territorio extraño, pudimos ver a Isidoro en toda su potencia, levantando polvaredas, amontonando maderos y latones vacíos como si jugara para no aburrirse.

 

 

 

Pastor Aguiar

 


El viento Isidoro,  Pastor Aguiar

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